La víspera de Reyes me dieron una noticia en la consulta médica, de la medicina pública que tanto aprecio, que me sorprendió gratamente porque eso de ir al médico y salir fortalecido no es muy habitual. Salimos normalmente más tranquilos de estos menesteres, pero con un regalo tan especial, sinceramente, no es normal. El médico, con la radiografía de mi corazón en el negatoscopio, me dijo de forma rotunda:
– Veo un corazón más grande de lo normal. Hay que investigar a qué se debe. En la próxima consulta, con el resultado de todas las pruebas que se han ordenado, podremos emitir un diagnóstico.
No supe qué contestar porque no sé cuál es la causa de esa anormalidad. Salí de la consulta con la cabeza llena de interrogantes sobre la forma de discernir la causa de una presunta anomalía en un órgano tan vital. La verdad es que a mí siempre me ha gustado tratar el corazón. Quizá porque pertenezco a una generación que siempre se ha debatido en términos pascalianos: todo en la vida se mueve en torno al cerebro y al corazón, es decir, siempre hay una dialéctica entre la razón de la razón y la razón del corazón. ¿A qué hay que obedecer?. Si además hemos crecido en la cultura castellana del deber, el conflicto está servido.
Andando en esas cuitas, salí hacia la Avenida de la Cruz del Campo, haciendo como siempre camino al andar, dando vueltas a esa presunta enfermedad (?) que no me parecía tal. Siempre me habían dicho que era bueno tener un gran corazón, de acuerdo con la sabiduría popular. Y ahora, que había llegado el momento de poder demostrarlo a la humanidad, me dicen que hay que investigar esa imagen tan llamativa.
¿Podría conocer la causa real?. Me puse a cavilar sobre posibles razones y sólo encontré una: no quedaba otra solución que crecer en el interior y el corazón había dicho: “yo mismo lo hago”. Tantos años dedicados al examen del hombre de secreto que llevo dentro, tantos exámenes de conciencia que me han encogido el corazón (lo hacían más pequeño, por paradójico que parezca…) exigen ahora que le de su sitio, una oportunidad. Y no hay otra solución que crecer, crecer y crecer para demostrar al mundo que el primer motor inmóvil, es decir, Dios, necesita situarse en el corazón de las personas que continuamente están en el umbral de la encrucijada vital. ¿Para qué?. Para seguir demostrando al mundo de uno mismo, de los demás y del universo (lo aprendí en alemán hace muchos años: eigenwelt, mitwelt, umwelt), que la razón del corazón hace a las personas más buenas en el sentido pleno de la palabra “bueno”.
Llegué al semáforo de la Gran Plaza. Pensé: pues que crezca, aunque para la medicina sea una oportunidad más para hacerse presente en el corazón de las personas, que permita llegar al diagnóstico certero de que los corazones grandes son necesarios para la supervivencia humana, por duro que parezca.
Estoy deseando que llegue el 23 de enero para explicárselo al especialista. A lo mejor le ayudo a entenderlo en un diagnóstico jamás contado.
Sevilla, 7/1/06
Hola Papá:
¡Siempre mirando el lado positivo de todo! Haces bien, seguro que no es nada. 😉
Un abrazo,
Marcos
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