Pepe, el maestro

Me enteré hace unos días que Pepe, el maestro preferido de mi hijo, ha muerto. ¡Cuántas veces he recordado a Pepe, como a él le gustaba que le llamasen todos, con su cuerpo enjuto, unido a un cigarro interminable y hablando de su compromiso con los niños, en primer lugar, y con la sociedad en general! La última vez que hablé con él, me contó con la ilusión de un adolescente su interés por volver a dar clase en las zonas más deprimidas de Sevilla. Volver donde había encontrado la razón de ser como maestro, frente a la experiencia del discreto encanto de la burguesía y de la rivalidad manifiesta ante los licenciados y licenciadas del Instituto al que llevó, por primera vez, a sus alumnos de 12 años de la mano, que provenían del colegio público de la zona, entre los que se encontraba mi hijo, animándoles a encontrarse con una realidad social difícil, pero con el encanto de los que saben discernir en cada alumno la persona de secreto que lleva dentro y su necesaria inserción en el barrio de la vida. Aunque la procesión iba por dentro.

Pepe era un modelo a seguir por sus alumnos. Era respetado porque respetaba. Era querido porque quería. Sus alumnos sabían distinguir perfectamente a su querido profesor frente a otros que solo cumplían el expediente como empleados públicos. Sin más. Pepe no era como los demás. En su moto de toda la vida dejaba escapar sonidos de arranque hacia el infinito mundo de la ilusión compartida y respetada. Y ellos lo veían y lo tocaban.

Me encantaba escuchar historias de Pepe, contadas por mi hijo y sus compañeros y amigos. De Pepe y Antonio, su inseparable compañero de aventuras docentes. Que si ha dicho que la libertad es importante, que si había pedido que todos se repetaran en sus diferencias sociales, al estudiar en un colegio público con proximidad a zonas deprimidas de la ciudad. Que si era necesario escribir en una revista del Colegio para fomentar la opinión compartida. Que si el cine y las visitas culturales, así como las excursiones, los hacían mas responsables. Siempre insistían en que los conocía muy bien. Yo sabía que los hacía también felices y libres.

Por eso me ha dolido tanto la ausencia de Pepe. Habiendo sido compañero virtual en este viaje a alguna parte, en la fase en que nuestro hijo se asomaba a la dureza de la vida, subidos los dos a un tren del que saqué billete hace muchos años, creo que desde que era muy pequeño, siento que se bajara en una estación de la vida porque ya no era imprescindible aunque sí necesario para nosotros. Cuando me despedí aquella mañana, cerca del espacio físico que había compartido con mi hijo, quise reiterarle el agradecimiento por ser una persona buena que seguía ilusionado con ofrecer su trabajo y tiempo libre a los más desheredados de la sociedad. También porque mi hijo había aprendido a ser bueno con él, en clases que no están en los manuales al uso.

Ha muerto un maestro necesario para la vida. No era imprescindible, es más, casi nadie se ha dado cuenta de su ausencia y no le ofrecerán homenajes y panegíricos, porque además no le gustaban. Pero en el día de Andalucía, creo que merece que le declaremos, desde la ética pública, hijo predilecto de una tierra que quizá solo supo agradecerle que fuera “su” maestro, en silencio sonoro, por el esfuerzo y trabajo diario y anónimo con las niñas y niños en un Polígono de San Pablo que no está en los cielos…

Sevilla, 28/II/2006

¡Bienvenido, Mr. Anderson!

Sigo dando vueltas en mi cabeza a la experiencia de ayer, con el compromiso de Dominique Lapierre en India. Me impactó mucho la experiencia que contó de Bhopal, tristemente recordada después de casi veintidós años de muertes y heridas por la fuga del pesticida isocianato de metilo. Contaba Dominique que estaba impresionado por la manifestación reciente de mujeres, en su largo camino hacia Nueva Delhi, para reivindicar agua potable tantos años después de aquél domingo, 2 de diciembre de 1984, porque los acuíferos siguen contaminados.

En homenaje a todas las mujeres del mundo que alzan su voz para ser escuchadas en legítima defensa personal y familiar, incorporo hoy un artículo que escribí y publiqué en Huelva, sobre esa triste realidad, en el periódico “La Noticia”, el 10 de diciembre de 1984. Suena cercano y próximo en el tiempo. Desgraciadamente. Si quieres conocer algún detalle más, puedes consultar la siguiente dirección en Internet: http://www.foroidea.com/asfixia-bhopal.html. Seguir “interesados” en la realidad de Bhopal no debería ser solo cosa de algunos. Ayer me lo recordaron y así te lo transmito.

Dentro de unos días todo volverá a su normalidad habitual, si es que en la India algún día es normal, dentro de tanta hambre y miseria como la circunda por todas partes. La ciudad de Bhopal, segundo gran aviso al mundo de las paradojas del desarrollo tecnológico actual, intentará reconstruir la vida en su sentido más estricto. Hombres, mujeres y niños tendrán que recuperar las ganas de vivir después de ser testigos de una tragedia servida en color por las grandes cadenas de televisión del mundo. Todos hemos podido comprobar en directo cómo se fabrica la muerte y las deformidades a pocos metros de casa. Para consuelo de la humanidad en general, parece ser que las madres gestantes van a vivir la incertidumbre de sus futuros hijos, a los que al menos se les garantiza la conservación de un único sentido: el gusto. Tremenda contradicción en una población atacada precisamente por el hambre y el desconcierto de seguir viviendo.

La insensibilidad humana alcanza límites preocupantes. Ya pueda hundirse el mundo de al lado, que mientras no afecte mis propios intereses humanos no voy a entrar en auténtica crisis de solidaridad.

Todo quedará en una cuenta corriente y en la clásica ropa usada, lavada y planchada «pret-á-porter en clase pobre» para «ayudar» a un pueblo «que se debate entre la vida y la muerte». Desgraciadamente y con el más puro sentido sarcástico del humor americano, «podemos construir la tecnología, podemos calcular los riesgos (sic), pero no podemos predecir la reacción de la gente, ya sea por falta de educación o por incompetencia. Siempre existe el imprescindible factor humano». Esta frase de taco de almanaque la ha pronunciado Marcel Lafollette, técnico del Instituto Tecnológico de Massachussets y de la Universidad de Harvard. Según su interpretación, el factor humano tiene la culpa de todo. Verdaderamente, de vergüenza. ¿A qué ciudadano de Sanjuanico o Bhopal se le ha pedido parecer u opinión sobre la instalación de fábricas mortíferas a su alrededor físico? A nadie. ¿Qué técnico de estas fábricas tiene la patente de corso para no errar? Ninguno. Luego la conclusión es obvia: se tendrá que discutir la «necesidad» de mantener este tipo de fábricas o a lo sumo, enclavarlas en lugares de máxima seguridad mundial, si es que queda algún sitio seguro en el planeta. Pero echar la culpa al sufrido y nunca bien ponderado factor humano parece demasiado. Siempre se aprende perdiendo, pero pérdidas de esta envergadura no justifican ni tan siquiera al refrán.

Y sociológicamente nos sorprenden los dos lugares donde se han producido los dos grandes desastres en el espacio de días: ciudades y extrarradios de macro-micrópolis donde se concentra normalmente la pobreza. Sanjuanico y Bhopal se entienden a sí mismas por ser lugares donde la fuerza del desarrollo se mide por el autoritarismo de sus chimeneas y grandes depósitos. Una tímida valla metálica y letreros tipo de «toxic» con llama y calavera incluidas, «avisan» del peligro de la empresa. Creo que es una auténtica burla hacia la población colindante, donde entre otras miserias no tienen ni siquiera acceso a la escuela para aprender los avisos en inglés. Posiblemente, ni recursos económicos para comprar los «plásticos» cuyos componentes fundamentales se fabrican a cuatro pasos de sus casas. Es decir, gozan de la proximidad de «olores», «contaminación» y nubes tóxicas como justo castigo a construir los barracones donde malviven a escasos metros del césped de las grandes fábricas. Si vivieran en el centro de la ciudad no habrían sufrido sus consecuencias. Si además sus reivindicaciones ciudadanas se pierden en la selva de las justificaciones institucionales y tecnológicas, no hace falta más comentarios, como en los buenos chistes: el desastre está servido. Al igual que en las antiguas campañas de Navidad, habría que decir: «ponga  unos cuantos muertos en sus pantallas de televisión», mientras se nos caen restos del polvorón clásico.

Huelva tiene mucho que pensar con estos avisos estratégicos. Estos desgraciados simulacros deben llevamos a formar grupos humanos, solidarios «a priori», para divulgar y conocer a fondo qué es lo que tenemos a un kilómetro en línea recta. Para ejercer la denuncia, para defender el derecho a la vida aunque ya hayamos nacido. Para respirar tranquilos y cuidar sigilosamente el olfato, maltrecho por ese «cierto olor a podrido» que nos rodea en la madrugada.

A los treinta y dos años del éxito de Bardem con su película «Bienvenido Mr. Marshall», le podríamos pedir de nuevo un rodaje de reposición en nuestra ciudad. Sería el momento de vivir la experiencia de aquel inocente pueblo y alcalde a su cabeza, trocando aquella desilusión en vítores y aplausos para un desmontaje de lo existente, negando todos los cartones del bingo de las multinacionales de la muerte, en una demostración de fuerza ante tanto sinsentido. Es más o menos lo que tendría que haber pedido y vivido la población de Bhopal, cuando un alto directivo de la Union Carbide, propietaria de la planta de isocianato de metilo, decidió construir una factoría en su territorio.

Mr. Anderson se «quedó» allí, un director de típica factura americana, un «modelo» para la sociedad actual. Muchos hemos pensado estos días con auténtica añoranza el mensaje de Bardem: ojalá hubieran tenido la posibilidad de haber pintado en su pancarta: «¡Bienvenido, Mr. Anderson!». La caravana de Union Carbide pasaría de largo, dejando una estela de alegría en los habitantes de Bhopal o Huelva, pues desde la parábola del miedo es lo mismo…

LA NOTICIA, Lunes, 10 de Diciembre de 1984

Género y vida

Cincuenta rupias

Lo escuché sobrecogido. Esta mañana, en un espacio televisivo de entrevistas, del que me considero televidente de primera fila, he escuchado a Dominique Lapierre contando pasajes de su última publicación “Érase una vez la URSS” y el motivo de fondo de la misma: destinar el cincuenta por ciento de los derechos de autor de esta obra así como de todas sus publicaciones a las obras de solidaridad que está llevando a cabo en las orillas del delta del Ganges, en la India. Escuelas, hospitales, centros de acogida, barcos-hospital, todo por responder a una máxima que aprendió de aquellas personas: todo lo que no se da, se pierde.

Ha comentado como el que no quiere la cosa, que tienen que pagar a las mafias de estas orillas, cincuenta rupias (el equivalente a un euro), por rescatar a las niñas y niños y llevarlos a la escuela. Un euro, una niña, un euro, un niño. Vive con la ilusión de hacerlos libres, que aprendan inglés e informática (así), para ser alguien en ese universo perdido de miseria, distribuido en cien islas donde se vive con un euro diario. En definitiva, tienen que pagar para hacer feliz a una niña ó a un niño, pagar por enseñar, pagar por devolver dignidad humana a un millón de personas abandonadas a su suerte.

He aprendido mucho y he podido vislumbrar que el humanismo digital ayuda a definir mejor la inteligencia digital. Ha insistido mucho en la importancia de la informática, de los ordenadores, para hacer libres a las niñas y niños indios. Precisamente en un país que es reconocido en la comunidad mundial como una potencia informática, pero donde todavía se producen estas brechas, yo diría abismos, simas, fallas, digitales.

Hoy, gracias a una revolución digital como es la de la televisión he podido aprender de los demás, de personas concretas que se hacen grandes en la medida que aprovechan la potencialidad de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación para hacer más hermosa la vida propia y la de los demás.

A partir de este momento voy a comprender mejor a Sukanya, nuestra ahijada en Anantapur (India). La flor que nos pintó expresamente hace sólo unos días nos anima a seguir siendo para los demás. Desde aquí, nuestro agradecimiento familiar a Vicente Ferrer y a su Fundación (http://www.fundacionvicenteferrer.org), por ayudarnos a comprender la tragedia del valor y precio de la educación digital, totalmente confundidos en la economía mundial: un euro, de los que sirven a la Fundación de Dominique Lapierre para llevar la libertad de ser a un millón de personas que viajan a ninguna parte, aunque haya que comprarla a un determinado precio.

Teresa de Calcuta lo vislumbró hace ya muchos años en el entorno de su compromiso diario:

«La vida es una oportunidad. ¡Aprovéchala! La vida es belleza. ¡Admírala! La vida es beatitud. ¡Saboréala! La vida es un sueño. ¡Hazlo realidad! La vida es un reto. ¡Afróntalo! La vida es un deber. ¡Cúmplelo! La vida es un juego. ¡Juégalo! La vida es preciosa. ¡Cuídala! La vida es riqueza. ¡Consérvala! La vida es amor. ¡Gózala! La vida es un misterio. ¡Desvélalo! La vida es promesa. ¡Cúmplela! La vida es tristeza. ¡Supérala! La vida es un himno. ¡Cántalo! La vida es un combate. ¡Acéptalo! La vida es una tragedia. ¡Domínala! La vida es una aventura. ¡Disfrútala! La vida es felicidad. ¡Merécela! La vida es la vida. ¡Defiéndela!».

Sevilla, 26/II/2006

Género y vida

Citas puntuales

Todos los días abro con interés manifiesto la utilidad que me permite analizar los accesos a esta página. Al día de hoy, cuando he cumplido dos meses y trece días de cita puntual con el universo de Internet, he alcanzado la cifra de 11.139 accesos. Vivo con la ilusión de conocer algún día a cada una de las personas que siguen de cerca estas páginas. Me gustaría saber por qué lo hacen. Qué les parece esta experiencia de intercambio de existencias, aún en el silencio de los bits que no solucionan problemas vitales, como diría Negroponte, pero que no son pura mercancía, sino generadores de derechos humanos y desde la ética pública, pretenden garantizar el mejor servicio público que podamos imaginar:

Los bits no se comen; en este sentido no pueden calmar el hambre. Los ordenadores tampoco son entes morales; no pueden resolver temas complejos como el derecho a la vida o a la muerte. Sin embargo, ser digital nos proporciona motivos para ser optimistas. Como ocurre con las fuerzas de la naturaleza, no podemos negar o interrumpir la era digital.

Personalmente, esta cita puntual me hace vivir una nueva forma de compromiso social. El hilo conductor de estas páginas es siempre el mismo: construir una teoría de inteligencia digital, creadora, en el marco del humanismo digital más positivo para la humanidad. Estando cerca de los problemas reales que nos preocupan, intentando trascender la mera opinión para alcanzar una interpretación del mundo que nos rodea acorde con las legítimas expectativas de ser feliz.

En la dinámica diaria de una existencia “normalita”, en lenguaje cercano pero no populista, desde el sonido del despertador, pasando por la realidad laboral que nos hilvana a una experiencia diferente y común, hasta el reencuentro con compañeros, amigos, pareja, hijos y conductores que, a las 7 horas y tres minutos, en el cada día rutinario, nos miran ya de reojo como pensando quenolevoyadejarquemeadelante (así, todo junto… ¡qué paradoja!), el que la vida digital te brinde una oportunidad de ser siendo y vivir viviendo, sin el azote del informativo 1, 2, 3, 4 y 5, es un reto a la hora de escribir en este foro que justifica la necesidad de comunicación a otro nivel, aunque alguna vez que otra pensemos que nos hemos equivocado de siglo.

Si quieres participar de este viaje a alguna parte, como tantas veces he citado, ya sabes que tienes una plaza reservada en este autobús de la utopía que tiene su salida en un pequeño rincón de Andalucía. Pulsando las palabras “no comments” (perdona por no haberlas traducido todavía), que aparece en la primera frase de estas palabras, junto al nombre, puedes escribir tus impresiones, tus comentarios.

Perdona esta confidencia. Una frase coloquial nos facilitaría esta posibilidad: ¡anda, anímate, no seas tonta ó tonto!. Ayer, lo simbolizaba en la madre juanramoniana: los tontos son para sus madres todo, para los demás nada. Más o menos como los locos de Ivrea, a los que conocí muy cerca, en aquel año, 1977, cuando seguía la transición en España desde la calle de la Torre Roja, en Roma, con emoción, porque sabía que el mundo nos debería devolver, cada día y a cada una y uno, la ilusión por poder ser y estar en él de otra forma. Cansancio y locura son dos formas de entender la vida.

A las 11.139 personas que habéis entrado en esta casa virtual, gracias. Queda mucho suelo firme -la ética que explicaba el profesor Aranguren- por aprender y enseñar, caminando, porque cada posibilidad de ser feliz con lo cotidiano permite echar la “solería” de cada persona de secreto que llevamos dentro. Ni tontas/tontos, ni locas/locos. Inteligencia digital, nada más, porque utiliza la posibilidad real de Internet para crear tejido crítico, masa crítica, para ser más felices en el mundo y acompañarnos en nuestras legítimas ilusiones.

Sevilla, 24/II/2006

Género y vida

Cruzando el Guadiana

Hace 25 años, a las seis y media de la tarde, la misma hora en la que escribo esta crónica retrospectiva, acababa de coger el coche para volver a Moguer (Huelva), al hotel Fuentepiña, mi residencia habitual, después de un ajetreado día de clases. A través de la radio pude escuchar la narración del locutor de la Cadena Ser sobre la entrada de Tejero en el Congreso de los Diputados. Me temí lo peor. Decidí acelerar el regreso por el Polo y mi sorpresa fue mayúscula al ir tomando conciencia de la gravedad de lo sucedido. No podía ser.

La llegada a Moguer no fue cómoda. Al no haber efectuado la reserva de la habitación, como era mi costumbre, no encontré sitio en el hotel de Francisco (antes de suicidarse) y tuve que buscar alojamiento en el Hostal Platero, donde se “vivía” intensamente el golpe. Escuché a pié de mostrador, en la recepción: “¡ya era hora de que regresaran los nuestros…!”. Con objeto de poder salir muy temprano, sin molestar, decidí pagar por anticipado y así no entretenerme. Quizá era una salvaguarda por si tenía que huir, idea que no abandoné en ningún momento por mi marcada posición ideológica. No podía ser.

Salí en búsqueda de una cabina telefónica. A través de sus cristales leía unos azulejos con un texto de “Platero y yo” que nunca olvidaré: “El niño tonto: … todo para su madre, nada para los demás”. Fui a tomar unas tapas como cena. En el mostrador del bar, cerca de Pepito y de mi amigo Narciso, que hablaba siempre con su caballo como queriendo imitar a Juan Ramón Jiménez y que siempre me prestaba calor de proximidad personal, no quitaba ojo de la televisión y de Iñaki Gabilondo, entre música y música militar que nunca me supo levantar… No podía ser.

A las seis de la mañana, me puse camino de Ayamonte. Había quedado con Cristóbal, un amigo no olvidado, por razones profesionales. Al llegar, dudé si cruzar el Guadiana o permanecer allí, en mi sitio, hasta ir conociendo la evolución del golpe. Trabajé según lo previsto y, mediada la mañana, enfilé el camino del puerto y atravesé el río hasta Vila Real de San Antonio, arrancando noticias desde donde podía. Dejé el coche en España, creo –ahora que lo pienso bien- que lo dejé todo y estaba dispuesto a iniciar el exilio físico, yendo con lo puesto. En esa época iba por la vida muy ligero de equipaje: era yo solo y mi circunstancia. Me acompañó Cristóbal. Al menos, así se lo hice saber, me podía despedir de una persona querida, admirada y que simbolizaba mi agradecimiento personal a Huelva y a cuantos habían estado cerca en la lucha por la educación y la cultura como caminos de libertad. Con el paso de las horas y cercano el mediodía, a tenor de cómo evolucionaban los acontecimientos (todos los portugueses y españoles “del otro lado” se agolpaban en los transistores constituidos en altavoces de libertad), las posibilidades reales de volver a España se hacían más evidentes.

Y volví. Crucé de nuevo el Guadiana. Volví a luchar, a salir a la calle para pedir más libertad, para que permanecieran en Huelva dos centros de estudios, con visión de que algún día fueran el germen y arte y parte de la educación universitaria para la provincia. Por una cultura distribuida con nuevos medios de comunicación social. Por una salud mental diferente. Por un bienestar social equitativo y distribuido.

Ese mismo día, 24 de febrero de 1981, acabé en Riotinto. Aparqué cerca de la plaza en la que se hace un homenaje explícito al minero. Solo se me ocurrió escribir un poema en papel cuadriculado, que conservo, por un pequeño espectáculo de la naturaleza que pude contemplar: “las palomas de Riotinto, son palomas de libertad…”. Nada más.

Hoy, en Sevilla, a las seis y media de la tarde del 23 de febrero de 2006, agradecido a la vida porque aquel día no me quedé en la orilla perdida del exilio moral…

Periódicas 5

Con esta quinta entrega de la serie «Periódicas», Un profeta para una pintada y La locura de Ivrea, cierro una etapa de colaboraciones en prensa periódica durante los albores de la transición. Espero que los lectores habituales de estas páginas hayan contextualizado lo que se sintió y escribió en una determinada época. Si sirve para construir en reconciliación, lo doy por bien escrito y aplicado a los tiempos que corren. Me preocupaba, de verdad, que hubieran perdido frescura, dado el tiempo transcurrido. En cualquier caso, gracias por haberme acompañado a cruzar un río que ha cambiado, pero que todavía tiene tramos no navegables… En esas orillas de espera nos encontraremos de nuevo.

Sevilla, 19/II/2006

Dime que me quieres

He vivido una experiencia recientemente que quería compartir en este diario personal. El día 2 de febrero, cuando regresaba a casa después de una jornada de trabajo muy interesante, escuché en Radio 5, a las 15.20 horas, aproximadamente, una “canción con historia” que me hizo pensar en la cultura en que habían crecido mis abuelos y mis padres. Fue solo un fragmento, cantado por Concha Piquer, pero que por sí solo representaba la España pura y dura de una determinada época:

Si tú me pidieras que fuera descalza,
pidiendo limosna descalza yo iría.
Si tú me pidieras que abriera mis venas
un río de sangre me salpicaría.
Si tú me pidieras que al fuego me echase,
igual que madera me consumiría.
Que yo soy tu esclava y tú el absoluto
señor de mi cuerpo, mi sangre y mi vida.

La verdad es que vino un semáforo en rojo, ¡qué casualidad!, y no pude quedarme ni con la voz, creí siempre que era la de Concha Piquer, ni con la letra completa, porque la afirmación “que yo soy tu esclava y tú el absoluto” era una firma indeleble de una posición española que aún perdura. Reconozco que me golpeó esta frase desde mi suelo ético. Hoy mismo, buscando en Google la historia de la canción (compuesta por Rafael de León), a través de la frase programática anterior, he constatado que la puedes conseguir como “politono” para el teléfono móvil y que es posible localizar 600.000 veces esta idea. Ya sé como seguía, causándome honda preocupación:

Y a cambio de eso, que bien poco es.
Oye lo que quiero decirte a mí
Dime que me quieres, dímelo por Dios.
Aunque no lo sientas, aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así.
Y el te quiero tuyo será pa’ mis penas,
lo mismo que lluvia de Mayo y Abril.
Ten misericordia de mi corazón.
Dime que me quieres.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.

Escribí a Radio Televisión Española, para que “Rodri”, responsable del programa, me ayudarse a localizarla. No me ha contestado, pero a través de Internet he podido conseguir la letra entera y nuevas interpretaciones del deseo deseante “dime que me quieres”, con el mismo título: Tequila (Me costó mucho y al final decidí ir a tu casa y ahora estoy frente a ti, quiero escucharlo y no me importa rogarte por favor no juegues con mi corazón), Camela (Hoy de ti necesito un poco mas. No me basta con tenerte. No me quiero conformar), Andy y Lucas (Y yo te haría una casa en el cielo, ay, justito en el cielo
Tan solamente pa´ que viva mi niña, esa por la que muero
) y Ricky Martin, entre otros, que tampoco me han tranquilizado mucho. Este último, en un alarde de originalidad caribeña, canta:

Enciende tu motor yo soy tu dirección
Las calles de mi amor quitaron el stop
ven y ven y ven y
Dime que me quieres en la intimidad
Sabes que me puedes dominar
No hay nadie como tu, eres mi cara y cruz
Mi corazón es para ti

La verdad es que la línea delgada roja entre Concha Piquer y Ricky Martin, con públicos diferentes, en espacios y tiempos diferentes, se sobrepasa continuamente por mensajes hablados y cantados a los cuatro vientos, siendo verdaderas cargas de profundidad contra la dignificación del lenguaje no sexista y la auténtica posición de la mujer y del hombre, en igualdad de condición social a la hora de ser personas. Subyace en los dos casos la realidad del dominio, realidad que debería estar en las antípodas de la solidaridad en la compañía, en el equilibrio de fuerzas vitales, anatómicas y de la inteligencia social: para sí mismo y para los demás.

Ha sido una pequeña experiencia derivada del mundo de la radio. Pero he pensado muchas veces en las pequeñas cosas, en la necesidad de que ganemos segundos de credibilidad en la lucha por la igualdad de género. Y estas realidades, ya provengan de Radio 5, Concha Piquer ó Ricky Martin, no son el mejor arquetipo de que otra realidad es posible, por respeto a nuestra historia y al futuro inmediato. El final de la canción de Concha Piquer no dejaba duda alguna:

Si no me mirasen tus ojos de almendra,
el pulso en las sienes se me pararía.
Si no me besasen tus labios de trigo,
la flor de mi boca se deshojaría.
Si no me abrazaran tus brazos morenos,
pa siempre los míos, en cruz quedarían.
Y si me dijeras que ya no me quieres
no sé la locura que cometería.
Y es que únicamente yo vivo por ti.
Que me das la muerte o me haces vivir.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.
Aunque no lo sientas, aunque sea mentira,
pero dímelo.
Dímelo bajito,
te será más fácil decírmelo así.
Y el te quiero tuyo será pa’ mis penas,
lo mismo que lluvia de Mayo y Abril.
Ten misericordia de mi corazón.
Dime que me quieres.
Dime que me quieres, dímelo por Dios.

Ha llegado el momento de crear una nueva letra, ¡ojalá sea un día próximo una canción!, que comience por una declaración de intenciones hermosa:

Podemos decirnos, cara a cara,
que nos queremos,
sin importarnos el sexo,
sin importarnos la riqueza material
que cualquiera de los dos tenemos…

Podemos decirnos, cara a cara,
que nos queremos:
que nos importa la vida de cada uno,
porque somos,
sin importarnos la riqueza material
que cualquiera de los dos tenemos…

Y después, pondremos la música. La que sea más acorde con la vida de mujer ú hombre que llevamos dentro.

Sevilla, 18/II/2006

Género y vida

Periódicas 4

Nos vamos acercando al final de esta serie: Periódicas. Hoy abordo, mejor dicho, «ayer» abordé…, un análisis de los contrarios en la información. Puede ser muy interesante traerlo a nuestros días, porque el efecto de muchas noticias suele conllevar la neutralización de la misma mediante el abandono: zapping, apagado «mental», inhibición y responsabilidad vicaria, porque la culpa de todo «eso» la tiene la gente, como diría Cafrune. No saques de contexto, por favor, la ley de Crosby: dijo lo que quería decir. En eso consiste su encanto y actualidad.

Periódicas 3

Una nueva entrega está en tu navegador. Hoy dedico un recuerdo a un pensador libre, Ernst Bloch, que ha aportado a la humanidad una sabia teoría sobre la esperanza, construyendo teoría crítica sobre la posibilidad de que un mundo nuevo sea todavía posible, aunque «todavía no» lo hayamos conseguido.

El artículo dedicado a los disminuídos físicos, psíquicos y sociales, es una interpretación que no se debe descontextualizar del año en que se escribió. Pienso, de todas formas, que no ha perdido su frescura.

Espero que vayamos creciendo en teoría crítica. Para meras opiniones, ya existen recursos suficientes en el mundo que nos rodea. Es el dilema auténtico de la inteligencia creadora.

Qohélet: una persona realista

Hoy ha fallecido el padre de un compañero de trabajo y amigo. Me gustaría simbolizar en él, en su familia, un misterio sin resolver desde hace miles de años, el de la propia existencia y el final de nuestros días. Aunque este artículo pertenece a la sección de páginas «periódicas», lo dejo en el diario personal como homenaje a las eternas preguntas sin respuesta. Aunque si se sigue leyendo esta apasionante historia (te recomiendo que leas la carta sobre «inteligencia social», alojada en este espacio Web…) verás que la amistad es el recurso por construir todos los días, una buena respuesta, porque es como la cuerda de tres hilos: difícilmente se puede romper. Lo sabían los mayores de los pueblos ribereños y decidieron hacer un regalo a la posteridad. Gracias.

De vez en cuando viene bien «sentarse en la vida» -expresión alemana muy feliz- para contemplarla en todas sus dimensiones. La capacidad de admiración se va perdiendo poco a poco, siendo éste un síntoma clarísimo de que la filosofía se resiente en su acepción más profunda. Interesa rescatarla desde sus inicios y actualizarla en cuanto a la forma. Estamos atravesando una época en la que los ideales se pierden para dejar paso a la experiencia diaria, al realismo inmediato. Y estoy convencido de que la ausencia de ideales configura tan sólo un hombre estandarizado, pieza del llamado «puzzle inhumano».

El problema no es nuevo. Hace ya muchos siglos, un hombre de vida sumamente interesante, Qohélet, se planteó serenamente unos interrogantes que hoy tienen un sabor muy fresco:

– ¿Qué gana el que trabaja con fatiga?
– ¿Quién sabe si el aliento de la vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de la bestia desciende hacia abajo, hacia la tierra?
– ¿Quién guiará al hombre a contemplar lo que ha de suceder después de él?

De una forma ú otra ¿quién no se pregunta algo así a lo largo de su vida? Quizá hoy hemos secularizado la experiencia de Qohélet en sus preguntas últimas, pero el fondo de su problema existencial adquiere en estos momentos la categoría de carta magna, de presentación, dado que el hombre se encuentra en una fase clarísima de «inseguridad ontológica», según la expresión de Ronald D. Laing. Históricamente, hay tiempo de todo, hasta de admirarse, sentir ansiedad existencial y escudriñar posible renovación. En estos tres estadios podríamos cifrar la vida del hombre consciente, responsable, no «distraído», aunque es en el de ansiedad donde quemamos la mayor parte de la existencia, ansiedad que nos lleva a «sentirnos segregados de la sociedad, incapaces de encajar en ella como posible modelo de existencia, permaneciendo como miembros pasivos y resignados de la Naturaleza». Este fue en parte el problema de Qohélet, un hombre que «sentó su vida» para pensar y reflexionar el sentido de su existencia y de su pesimismo, resumido todo ello en ese triple interrogante, tan sorprendentemente cercano. Ante su experiencia, el hombre actual tiene algunas ventajas claras, que se podrían resumir en la posibilidad real de trascendencia, en cuanto realización personal más accesible y auténtica, junto con el resurgimiento palpable de los valores sobrenaturales en dimensión de re-ligación.

El error histórico en el que podríamos caer de nuevo sería el de quedarnos simplemente en la elaboración de un recetario de soluciones a todas las preguntas del hombre y en la configuración de un nuevo ideal, para después pasar a la consabida explicación o rueda de prensa totalmente manipulada y sin acción visible y real. Cuesta trabajo trabajar sólo a niveles de pregunta en el recorrido humano. Aun así, creo que aquí radica uno de los atractivos más interesantes de la existencia, precisamente por ser un auténtico camino de admiración ante lo sorprendente del hombre libre. Si a esto le añadimos el deseo claro de transformar aquello que sabemos de sobra que no es viable en ningún sentido, familia, trabajo, ciudad, provincia, país, etc., podríamos ir configurando una nueva filosofía, ya que, de esta forma, se armonizaría toda una problemática teórico – práctica, que hoy más que nunca se ha convertido en pura dialéctica.

Hace falta crear nuevos ideales, pero en convivencia seria con la transformación radical del hombre, del mundo e incluso del sentido de trascendencia. Bertolt Brecht decía en su obra «Me-ti»: «pregunta siempre: ¿cómo aprender?». Esta podría ser la consigna para el hombre contemporáneo, inmerso en un mar de dudas y confusiones. Aprender a través del libro de la vida es algo que pertenece a esa incógnita tan maravillosa -el hombre- que un día se llamó Qohélet y que hoy lleva nombres y apellidos en los cinco continentes.

El Correo de Andalucía, 27/IX/1977, pág. 3

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