Encuentro con Tagore

A Marcos, celoso de crear con pequeñas cosas…, desde que era pequeño

Ayer fui a la oficina de Correos de mi barrio con la ilusión de hace cuarenta años. Iba a recoger un libro antiguo que había localizado por Internet para hacer un regalo muy especial. Abrí el paquete cuidadosamente y poco a poco, entre las burbujas protectoras, apareció una edición muy querida, de 1958, en la editorial Losada de Buenos Aires, de uno de los libros que han marcado mi vida: Pájaros perdidos, de Rabindranath Tagore, con una traducción impecable de Zenobia Camprubí, la compañera y amiga de Juan Ramón Jiménez, a quienes tanto visité, utilizando incluso sus mesas de trabajo, en Moguer. Y gracias a Pepito, el guía de la Casa-Museo, que lucía orgulloso el perejil de plata en su solapa, que me explicaba una y mil veces, con un encanto especial, sus confidencias con las miradas de ambos en una habitación de la primera planta…

Quería recuperar un pájaro perdido, el 178, como si fuera una anilla recordada por mi, sentado a la sombra de un pino solitario de la carretera de Umbrete a Bollullos de la Mitación, ambos pueblos cercanos a Sevilla, en diciembre de 1965 y que eché a volar en mi imaginación. Era una época en que crecía en la búsqueda de la verdad machadiana, ni tuya ni mía, porque haciendo caso a D. Antonio la guardé siempre en una jaula dorada de silencios. Pasando páginas amarillas, de un libro maravillosamente usado, con dos apellidos anónimos en la página interior del título: Gómez Aldemira, XI-1959, encontré por fin el pájaro que había buscado incluso en épocas en que me había distraído con un encantador de pájaros, Papageno, que me había presentado Mozart a través de sus limpias manos puestas sobre mi:

A mis amados les dejo las cosas pequeñas;
las cosas grandes son para todos.

En esta época, donde el caballo grande, ande o no ande, es lo que entusiasma en nuestros alrededores, ha merecido la pena iniciar esta búsqueda de tiempo ganado, hace muchos años, de un pájaro pequeño, porque nos hace más libres la posibilidad de dejar, regalar, ofrecer, entregar aquello que es verdaderamente cercano y que es posible compartir, aunque sea aparentemente muy poca cosa, muy pequeño. Aunque cuando nos retiremos a nuestra soledad sonora, que tan magníficamente vivieron Zenobia y Juan Ramón, por este orden, necesitemos recoger en nuestras manos un nuevo pájaro perdido, el 130, que nos marca caminos para ser mejores:

Si cierras la puerta a todos los errores, dejarás fuera la verdad.

Sevilla, 4/II/06

A %d blogueros les gusta esto: