Lo escuché sobrecogido. Esta mañana, en un espacio televisivo de entrevistas, del que me considero televidente de primera fila, he escuchado a Dominique Lapierre contando pasajes de su última publicación “Érase una vez la URSS” y el motivo de fondo de la misma: destinar el cincuenta por ciento de los derechos de autor de esta obra así como de todas sus publicaciones a las obras de solidaridad que está llevando a cabo en las orillas del delta del Ganges, en la India. Escuelas, hospitales, centros de acogida, barcos-hospital, todo por responder a una máxima que aprendió de aquellas personas: todo lo que no se da, se pierde.
Ha comentado como el que no quiere la cosa, que tienen que pagar a las mafias de estas orillas, cincuenta rupias (el equivalente a un euro), por rescatar a las niñas y niños y llevarlos a la escuela. Un euro, una niña, un euro, un niño. Vive con la ilusión de hacerlos libres, que aprendan inglés e informática (así), para ser alguien en ese universo perdido de miseria, distribuido en cien islas donde se vive con un euro diario. En definitiva, tienen que pagar para hacer feliz a una niña ó a un niño, pagar por enseñar, pagar por devolver dignidad humana a un millón de personas abandonadas a su suerte.
He aprendido mucho y he podido vislumbrar que el humanismo digital ayuda a definir mejor la inteligencia digital. Ha insistido mucho en la importancia de la informática, de los ordenadores, para hacer libres a las niñas y niños indios. Precisamente en un país que es reconocido en la comunidad mundial como una potencia informática, pero donde todavía se producen estas brechas, yo diría abismos, simas, fallas, digitales.
Hoy, gracias a una revolución digital como es la de la televisión he podido aprender de los demás, de personas concretas que se hacen grandes en la medida que aprovechan la potencialidad de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación para hacer más hermosa la vida propia y la de los demás.
A partir de este momento voy a comprender mejor a Sukanya, nuestra ahijada en Anantapur (India). La flor que nos pintó expresamente hace sólo unos días nos anima a seguir siendo para los demás. Desde aquí, nuestro agradecimiento familiar a Vicente Ferrer y a su Fundación (http://www.fundacionvicenteferrer.org), por ayudarnos a comprender la tragedia del valor y precio de la educación digital, totalmente confundidos en la economía mundial: un euro, de los que sirven a la Fundación de Dominique Lapierre para llevar la libertad de ser a un millón de personas que viajan a ninguna parte, aunque haya que comprarla a un determinado precio.
Teresa de Calcuta lo vislumbró hace ya muchos años en el entorno de su compromiso diario:
«La vida es una oportunidad. ¡Aprovéchala! La vida es belleza. ¡Admírala! La vida es beatitud. ¡Saboréala! La vida es un sueño. ¡Hazlo realidad! La vida es un reto. ¡Afróntalo! La vida es un deber. ¡Cúmplelo! La vida es un juego. ¡Juégalo! La vida es preciosa. ¡Cuídala! La vida es riqueza. ¡Consérvala! La vida es amor. ¡Gózala! La vida es un misterio. ¡Desvélalo! La vida es promesa. ¡Cúmplela! La vida es tristeza. ¡Supérala! La vida es un himno. ¡Cántalo! La vida es un combate. ¡Acéptalo! La vida es una tragedia. ¡Domínala! La vida es una aventura. ¡Disfrútala! La vida es felicidad. ¡Merécela! La vida es la vida. ¡Defiéndela!».
Sevilla, 26/II/2006
Género y vida