Mujer y revolución social

Estoy de acuerdo con el Ministro Caldera: estamos iniciando una revolución social. Me sorprendió mucho la salida en tromba de la patronal, el viernes, cuando sentenció el anteproyecto de ley de igualdad “como un rejón de muerte para el diálogo social”. Una vez más se hacen patentes los vicios privados y las públicas virtudes, unidas al discreto encanto de la burguesía. Estoy convencido de que hay que ordenar y organizar la igualdad de género, con esta secuencia. Con estos pasos y otros, pero “ordenando”, con rango de disposiciones legales, la voluntad de un pueblo expresado en la mayoría de las urnas. No se puede autoorganizar una sociedad que primero no haya establecido, ordenado, las reglas del juego en el terreno de igualdad.

Cuando ya bajamos a la realidad pedestre del día a día, vemos que si no es así, la igualdad tardará muchos años en implantarse. Ejemplos diarios de la sociedad actual “organizada” lo avalan sin compasión: ¿quién asiste a los Consejos escolares?: las mujeres; ¿quién acude a las Juntas de propietarios?: normalmente, las mujeres (dicen los clásicos “en representación” del propietario, del “dueño”, como si la igualdad ante la propiedad no fuese de idéntica raíz. ¿Quién sigue medio llenando las iglesias?: las mujeres. ¿Quién representa las chirigotas?: los hombres. ¿quiénes se “apuntan” a los programas socioculturales de los barrios?: normalmente, las mujeres. ¿Y donde dejamos la representación machista, por antonomasia, en el deporte en general, fútbol, sobre todos? ¿Quiénes trabajan en el servicio doméstico, como empleados y empleadas de hogar?. Normalmente, también, las mujeres. Hoy he escuchado en televisión el dramatismo de una mujer rumana, qué preguntaba a una abogada, ¡menos mal!, qué tenía que hacer para reclamar por un despido cuando la realidad era que cobraba tres euros la hora, con trabajo continuado de cuarenta horas a la semana y sin seguridad social.

¿Quiénes presiden las empresas más importantes del país y como están conformados sus Consejos de Administración?. ¿Y la Administración?. También se podría ordenar el principio de igualdad en los puestos de libre designación y regular el principio de igualdad de género en determinados puestos. Sería un ejemplo muy didáctico. Con este espectáculo diario, es obligado pensar que necesitamos ordenar la igualdad. Personalmente, crecí con una cartilla de Urbanidad que me decía cosas como las siguientes y además, si me las sabía de “memoria”, podía figurar en el Cuadro de Honor del Colegio, solo por honrar la buena educación:

“Cuéntase que en los años de la Reconquista se presentó un condesito de sólo quince años a su señora madre la condesa, que era viuda, y le dijo: Señora y madre mía, yo sé que en el palacio del príncipe don Juan se ha hablado mal de vuestra persona y se ha manchado vuestra honra. Yo iré ante el príncipe y de palabra y por obra vengaré vuestro honor. –No hagas tal, replicó la madre. Más me deshonrará, el que puedan decir con verdad que no he sabido educarte y que siendo tan joven faltes a quien has de respetar y perdonar.”

Mi Colegio era mixto, rara avis en la España franquista y en el Madrid de los Austrias, pero los únicos que normalmente íbamos a las actividades premiadas éramos niños, varones. Yo veía cómo Conchita Goyanes, compañera mía, nunca alcanzaba la posibilidad de ir al Circo Price o al Hipódromo de la Zarzuela. Mucho menos al frontón Jai Alai (Fiesta Alegre, en euskera), porque aquello era de hombres. Es decir, la sociedad estaba ordenada y organizada así. Sin metáforas.

Por eso defiendo la ordenación urgente de la igualdad. Es un imperativo categórico en una sociedad que se resiste a admitirlo, por todos los estereotipos que hemos ido alimentando, de forma no inocente, a lo largo de la historia. Ha llegado el momento de mirarnos cara a cara y gritar a los cuatro vientos que con tu quiero y mi puedo, en el marco legal de un Estado de igualdad de género, podemos hoy ir, ser y estar juntos las compañeras y compañeros de aquella canción de la transición, que cantábamos los que queríamos ya a las mujeres por lo que eran en el día a día de las ilusiones compartidas. A pesar de la Cartilla Moderna de Urbanidad, de la editorial F.D.T., de Barcelona, que estaba “ordenada” en la educación infantil y que en la contraportada decía: “las cartillas modernas de F.D.T. son delicia de los niños”. Sin comentarios. Así hemos crecido, dándole curiosamente gracias a Dios porque nos hubiera recogido a tiempo.

Sevilla, 5/III/2006

Género y vida

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