El alto el fuego de ETA

Cuando escribo estas líneas, quedan solo cuatro horas para que se haga efectivo el alto el fuego de ETA anunciado ayer. Desde que tuve conocimiento de la noticia he sentido la necesidad de aprovechar este foro para contribuir, con mi ilusión personal y mi creencia en el ser humano como factor determinante, a que la paz sea posible en Euskadi y en los sentimientos y emociones del pueblo español en general y vasco, en particular. A pesar del sufrimiento de casi 900 víctimas, a lo largo de 38 años de desesperanza real, dura, triste, desgarradora, espantosa, en todos sus términos. A pesar de los que han tenido que incorporar a su vida diaria la rutina de cualquier protección, incluso la más dura: la de sacar fuerzas de flaqueza para seguir viviendo.

Desde ayer, en el momento de la difusión del primer comunicado, he escuchado voces de toda procedencia y color, posicionándose sobre el anuncio de ETA. En casi todas las intervenciones he podido apreciar una tímida creencia sobre la auténtica razón de ser del comunicado. Y también he escuchado, en todas las acepciones posibles, el término esperanza. Efectivamente, es tiempo de esperanza. Aprendí de Ernst Bloch y así lo escribí hace muchos años, que el gran valor de la esperanza es el ofrecimiento de ser activos en la búsqueda de lo que deseamos, porque lo que esperamos todavía no ha llegado y, además, nos interesa, nos hace libres. En cualquier nivel, en cualquier proyecto, en cualquier deseo: frente al principio materialista de Marx de que la realidad social determina la conciencia del hombre, Bloch presenta a la conciencia individual de cada persona como determinante de la historia y de su historia, enfrentándose cotidianamente con la insatisfacción humana vivida en necesidad y negación. Por ello, cada persona lucha por alcanzar su plenitud. El hecho es que todavía no la ha alcanzado. Esta «hambre cósmica» se experimenta en el deseo de alcanzar un sentido pleno de la vida. Es como la ilusión que yo tenía cuando era niño y construía los juguetes en mi pensamiento hasta que llegaba el día señalado y lo alcanzaba. Más o menos igual: “La superación del conflicto, aquí y ahora, es posible” (a partir de aquí voy a citar entrecomilladas y en cursiva palabras literales de los dos comunicados de ETA, anunciado el alto el fuego, en clave real y positiva). Hambre de paz.

Mientras que sepamos, como diría Bloch, que ya es una realidad la voluntad de construir un “nuevo marco” de relación, pero que todavía no es posible cantar a los cuatro vientos que las paz es real, es decir, mientras que sigamos soñando con el juguete completo de nuestra infancia, no roto, podemos estar seguros que los responsables de que nos lo traigan, siendo personas buenas, como se nos pedía entonces, cumplirán su palabra. ¿Por qué?. Porque la decisión de cómo queremos ser y estar en el territorio vasco, español, europeo, mundial, debe corresponder a la ilusión de cada ciudadana y ciudadano: “La decisión que los ciudadanos vascos adoptemos sobre nuestro futuro deberá ser respetada”. 

Un escritor del que aprendo permanentemente el lenguaje de la concisión, autor del cuento más breve del mundo, Augusto Monterroso, lo diría así: cuando despertamos, después de entrar en vigor el alto el fuego de ETA, la esperanza todavía estaba allí… En definitiva, algo expresado en el comunicado: “superando el conflicto de largos años y construyendo una paz basada en la justicia”. Aunque hiciera, por esta vez, más largo el cuento, pero basado en una realidad que nos permite creer en que la paz, ahora, sí es posible.

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En Sevilla, cerca del pueblo vasco y de las víctimas de cualquier terrorismo, a 23 de marzo de 2006, cuando ya solo faltan tres horas para que se cumpla la primera parte de un sueño legítimo en beneficio de la humanidad y de los que creen en el “principio esperanza”.

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