Van Gogh, un vecino especial

LA COSECHA-JA COBENA
La cosecha. Copia del original de Van Gogh, 1888 / JA COBEÑA

Siempre me ha sorprendido la pintura de Van Gogh, sus trazos finos y gruesos. En enero de 2005 finalicé la copia de un cuadro suyo, La cosecha (en La Crau), como primer trabajo del taller en el que estaba inscrito ese año, pintado a propuesta mía por el recuerdo vivo de un libro precioso que tenía en mi biblioteca sobre el autor y publicado en 1990, año en el que se cumplía el centenario de su muerte y porque creí que era importante copiarlo en trazos que consideré siempre fáciles para un principiante. Craso error. Aquella sobrecubierta del libro, en la que figuraba también el cuadro, había sido clave para comprender mejor a este complejo artista, al que conocí a través del trigo cosechado en Arlés, el pajar, las escaleras, el carro central que tanto cuidé, un hombre con una horca y el fondo de montañas de colores púrpura y azul, el Montmajour, con un fondo turquesa de cielo bastante sobrecogedor.

Esta mañana lo he recordado de nuevo al arrancar la hoja del almanaque de Taschen (un regalo muy especial) dedicado este año a su obra pictórica y aparecer en el día de hoy este cuadro. He considerado que debía escribir algunas palabras sobre este “vecino raro”, tal y como lo denominaban los habitantes próximos de Nuenen (Holanda), donde trabajó y vivió durante dos años el pintor y donde se tomó en noviembre de 2014 la iniciativa más cálida en relación con la celebración del 125 aniversario de su muerte, acaecida el 25 de julio de 1890.

He vuelto a leer la opinión que Van Gogh tenía sobre este cuadro, pintado en una sola sesión, el 12 de junio de 1888: “El […] lienzo hace que desmerezca absolutamente todo el resto”, porque sabía que era de una complejidad técnica asombrosa y porque el verano, a diferencia de la primavera, no es fácil de representar. Es la primera vez que incorpora también a personas en esta serie y pretendió representar casi todas las fases de la cosecha. En la llanura de la Crau, en Arlés, donde está situada su pintura, decía que “no hay nada más que… infinitud y… eternidad”.

CARRIL BICI FLUORESCENTE
El primer carril bici fluorescente del mundo, en Nuenen. El cielo estrellado de Van Gogh sobre el asfalto.

He comprendido bien el mensaje del pintor y su rareza en un mundo diseñado a veces por el enemigo. Infinito y eterno, para hacerlo más habitable y humano. Es lo que en el fondo y forma quise pintar siempre, incluso con palabras. Y he pensado que sus vecinos “normales” han admitido su singularidad, invitándonos a recorrer en bicicleta un carril-bici en ese pueblo adoptivo, en un homenaje diario que simboliza el cielo estrellado al que tanto quiso.

Sevilla, 15/VI/2015, horas antes de que finalice un día muy especial de homenaje personal a un pintor excepcional, mi maestro en una etapa muy importante de mi vida.

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