El debate a cuatro

DEBATE A CUATRO

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Nos jugamos mucho esta noche en el debate a cuatro. Dice el Diccionario de la Lengua Española (RAE, 23ª ed.) que debate viene de debatir (Del lat. debattuĕre “batir, sacudir, batirse”), es decir, discutir un tema con opiniones diferentes, sabiendo que discutir [Del lat. discutĕre “disipar, resolver”] es algo más serio todavía, que está por encima de cualquier debate: dicho de dos o más personas [hoy cuatro…]: examinar atenta y particularmente una materia. Contender y alegar razones contra el parecer de alguien.

España es un país dual y la política no escapa a ello. Vivimos hasta el hartazgo una situación de tertulias políticas con sus correspondientes tertulianos, que nos obligan muchas veces a utilizar democráticamente el mando a distancia para borrarlos temporalmente de nuestra vista, porque demuestran que no saben discutir un tema con opiniones diferentes y, mucho menos, examinar atenta y particularmente una materia. Ni pensar por tanto, que se puede abrir una contienda amable, para alegar razones contra el parecer de alguien, que es perfectamente legítimo. Es importante rescatar algo que se aprendió en la historia de la democracia: en el término medio está la virtud.

Esta reflexión “académica” pero necesaria, es más, imprescindible, nos sirve de telón de fondo para el debate anunciado para esta noche, protagonizado por los líderes de los cuatro grandes partidos que están en la contienda. Se espera mucho de él, porque la indecisión es una llave maestra en estas elecciones, que pueden dar un vuelco a las estimaciones científicas de los grandes centros de análisis electoral. ¿Qué esperamos de él? Pues sencillamente que se lean antes las definiciones del Diccionario de la Real Academia, que he expuesto anteriormente, porque en su perfecta intelección está el secreto. Para que podamos comprender bien la letra grande y pequeña de cada programa, para que sepamos integrar en nuestra persona de todos y en la de secreto qué opinión tienen sobre qué está pasando en este momento en este país, sin intermediarios, para que examinen las materias que orienten los presentadores y consuman el tiempo asignado respetando la exposición del otro, sin apabullamientos aunque haya debate.

Quizá está ahí el secreto que he guardado para el final. Debate significa controversia, discusión, contienda, lucha, combate, algo más tosco que debatir en sentido estricto. No está mal que todo quede en el terreno dialéctico, de contrarios, pero con un denominador común que nos caracteriza a las personas: podemos debatir porque hablamos, en una muestra inteligente de que el cerebro humano vence al reptiliano, porque dialogamos, algo que nos corresponde exclusivamente como personas. En este marco político y comparable, he recordado algo que se decía de forma machacona en la campaña presidencial de Clinton, de 1992, para que se instalara en los cerebros de la ciudadanía americana y, por extensión, mundial: “es la economía, estúpido” (the economy, stupid), esa es la solución. Nada más. En definitiva, frente a los mercados implacables, simbolizado en aquellas palabras de la campaña de Clinton y sus adláteres actuales, hay que gritar muy fuerte: “Es el diálogo, el interés público”. Sin más. Y sin insultar en debates televisivos como lo hicieron ellos, como lo hacen todavía en el momento actual, creyendo que la malla mundial de personas que habitan el planeta Tierra o por extensión, España, es tonta. O estúpida, como creían en 1992 y creen muchos todavía hoy.

Agradecería que en el debate de hoy se centrara cada intervención, siempre, en el interés público, el general, en el que tanto insiste la Constitución actual, por encima del personal o el de partido con siglas concretas: es la única solución, aunque haya que cambiar cuestiones vitales en el desarrollo actual de la misma, porque si nos podemos salvar todos, siempre será mejor que uno solo, o unos pocos, sobre todo aquellos que mueven los hilos de la marioneta mundial y europea de la economía de mercado, a través del Banco Central Europeo, de los índices de crecimiento, del ascensor partidista de los impuestos que sube o baja a gusto de quien manda, del rating, de las primas de riesgo, de los bancos malos de remate, de los recortes encubiertos y explícitos, etcétera, etcétera. Solidaridad frente a codicia. Interés público, general, para salvar las políticas que mejor aborden la situación del empleo, de la educación, salud y servicios sociales en este país para todos los que lo necesiten, no solo para los que puedan acceder a ellos con privilegios o porque puedan pagarlos. Porque sabemos debatir en un debate, examinando atenta y particularmente cada materia que se trate, contendiendo y alegando razones contra el parecer de alguien que no piensa como yo, como Rajoy, Iglesias, Sánchez o Rivera. Ese sería el gran ejemplo en la antesala de la votación en las elecciones generales del próximo 26 de junio.

Sevilla, 13/VI/2016

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