Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939
Estamos viendo estos días una campaña en televisión de Lotería y Apuestas del Estado (Sociedad Mercantil Estatal adscrita al Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas de España), pagada con dinero público y que curiosamente intenta convencernos de una realidad tergiversada por la crisis de valores que atraviesa la sociedad actual. La campaña tiene una idea fuerza que machaconamente se repite en cada spot: no tenemos sueños baratos. Nos transmite un mensaje directo, no subliminal, porque comprando La Primitivase pueden cumplir los sueños caros, en una descarda declaración de principios y de valores sobre la que ya nos alertaba Machado al recordarnos algo proverbial: todo necio confunde valor y precio.
¿Soñar es caro? No, todo es ponerse en determinados momentos de la vida consciente (el sueño inconsciente es harina de otro costal humano, sin acudir necesariamente a las interpretaciones de Freud), cuando nos hacemos con las riendas de nuestros valores y los echamos a volar despiertos. En este sentido vuelvo a mi museo de sueños queridos viendo la fotografía que encabeza estas palabras, realizada por Man Ray, en 1937, a la que tituló Sueño, en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet. Pertenece a esa colección de imágenes que cada uno lleva en su cerebro de secreto, que no necesitan comentarios especiales, porque siempre se asocian a experiencias personales e intransferibles, aunque observándola con detalle sobrecoge la posición de los párpados de ambas mujeres, los labios entreabiertos de Germaine como queriendo decir algo bello, que sugieren un sueño reparador en un momento preciso en la vida de cada una.
Saco una bella lección. En estos momentos de contexto complejo para todos, sin excepción, hay que mirar la excelente fotografía de Ray con atención preferente y aprender a cerrar los ojos ante aquello que no nos proporciona bienestar alguno, buscar un rincón de paz en la vida particular de cada uno y soñar de forma consciente, como lo hacen estas mujeres, sin esperar al sueño de la noche, que casi siempre se queda en el olvido. O al sueño caro al que nos invita el spot de forma no inocente.
Y una última reflexión, barata, por cierto: es conveniente soñar junto a la persona que queremos, porque la felicidad es mayor, al trenzarse el amor como una cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Y en este tiempo de campaña de lotería que anima a soñar en cosas caras, a tener y no a ser, quiero probar de nuevo las sensaciones que me proporciona contemplar una y otra vez esta bella fotografía. Es lo que tiene no confundir, como todo necio, el valor y precio de este tipo de sueños que, digan lo que digan los demás, no es caro.
Les confieso que no me gusta que mi dinero, que se convierte en público cuando contribuyo a ello con los impuestos, se gaste en campañas de este tenor tan de mercado, tan de andar gobernando la casa ajena (eso significa la economía) o mi derecho a soñar despierto, en lugar de resaltar los valores auténticos sobre la realidad contante, sonante y solidaria del dinero para uno y para los demás, que sigue siendo un poderoso caballero cuando se le trata tan alegremente de Don, tan altisonante él, Don Dinero.
Me sobrecogen las noticias de niñas y niños del mundo con miedo. Todos los días nos recuerdan las ONG y Agencias del mundo que hay millones de niñas y niños que sufren la ignominia del miedo, que unido al hambre, las guerras y la explotación laboral y sexual, hace que tiemblen los cimientos de la mal llamada Humanidad. Hoy mismo, aquí en España, acabamos de conocer que una mujer y sus dos hijos, de ocho y cinco años de edad han muerto por un posible caso de violencia de género en Campo de Criptana (Ciudad Real).
La sociedad está reaccionando a estas situaciones con acciones de todo tipo, pero algo pasa en el mundo que lo convierte en un marco insensible a estas situaciones infantiles que se hacen muy visibles en el marco de refugiados, por ejemplo, o personas que buscan otro mundo mejor a través del Mediterráneo, muriendo en sueños que viajan en botes de juguete.
Por estas razones me ha llamado la atención una noticia que he conocido hoy, como símbolo de denuncia de la situación que he descrito anteriormente. Me refiero a la estatua de bronce y obra de obra de la escultora uruguayo-estadounidense Kristen Visbal, que desde el día 7 de marzo ha colocado de forma en principio no inocente, en Wall Street, Niña sin miedo, frente al toro del poder y de las finanzas, con una leyenda a sus pies que debe hacernos reflexionar muchas cosas: “Conozca el poder de las mujeres en el liderato. ELLA marca una diferencia».
He escrito muchas veces en este blog que en el relato de la creación hay un momento mágico que resalta la igualdad de género y que a muchos ha pasado desapercibido, ya sean creacionistas o evolucionistas y que siempre recuerdo en estas situaciones difíciles para comprender al ser humano. He abierto el Primer Libro del Génesis en su capítulo I, versículo 31, para corroborar con la musicalidad del texto hebreo, en su escritura primigenia, que el relato de la creación dejaba muy claro que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos fue la creación del ser humano, porque a diferencia de los cielos, la tierra y el agua, que sólo eran buenos, en la del hombre y la mujer vio Dios que era muy bueno lo que había hecho. Un adverbio, meod, que en hebreo significa “muy” dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno.
Hoy podemos concluir que la creación de las niñas y los niños, fue un momento muy bueno en la evolución de la vida humana, según aquél relato mágico de difícil comprensión para los no creyentes, que ha perdurado a lo largo de los siglos para quien lo quisiera comprender así. Quiero quedarme con la interpretación del principio de igualdad de género y el espacio de libertad para vivir en el mundo mágico de unos cielos, tierra y agua que son de todos. Sin miedo alguno de vivir en ellos y con ellos, porque el ser humano, de origen, era “muy” bueno, tal y como nos lo han explicado, en la tradición oral de padres a hijos, personas que también sintieron en muchos casos y durante muchos siglos el miedo de vivir y que lo siguen sintiendo, niñas y niños especialmente, hasta hoy mismo.
Hay que sensibilizarse con el miedo de las niñas y niños que lo sufren a diario, mucho más allá de lo ocurrido en Wall Street, aunque hoy nos sirva de ejemplo de cómo se debe empoderar a las mujeres y niñas del mundo que son maltratadas en general y que no deben tener miedo, porque la sociedad las reconoce, protege y reconoce todos sus derechos, en todos los casos y sin excepción alguna.
“El amor me da placer”. Leonardo da Vinci nos legó un anagrama-acertijo en un dibujo en el que figuraba un anzuelo enlazado con diversas notas en un pentagrama de la escala musical, en su versión original italiana: L’amore mi fa sollazzare (la-re-mi-fa-sol) . En la búsqueda diaria de islas desconocidas he comenzado a estudiar el perfil musical del magno representante del Renacimiento tras la presentación del libro, Leonardo da Vinci: cara a cara, que la semana pasada efectuó en Madrid el escritor Christian Gálvez, una persona que admiro por su trayectoria personal y profesional, conocido en nuestro país como presentador del programa “Pasapalabra”.
Tengo mucho trabajo por delante, pero lo acometo con la ilusión de conocer a Leonardo da Vinci en una faceta de su compleja personalidad polímata, porque incorpora la quintaesencia de las personas del Renacimiento, el amor a todas las artes y todas las ciencias junto a una febril curiosidad e imaginación creativa. En las maniobras de aproximación a este perfil, he localizado en su emplazamiento actual en la Pinacoteca Ambrosiana, en Milán, el único retrato de un músico que hizo probablemente a lo largo de su vida, en esa ciudad, con dudas certeras sobre a quién representa. No es un problema real para mí en este momento, porque lo que me ha sobrecogido es la mirada profunda de alguien que simboliza el amor por la música y el placer que quiso reflejar en el acertijo que citaba anteriormente, el estado del arte de la música que conocía en su época, la que quizá le llevó a diseñar un instrumento tan original y versátil como la viola organista que he escuchado con veneración en las versiones del conjunto que ha dirigido el arquitecto y músico español Eduardo Paniagua, especializado en la música de la España medieval (utiliza -entre otros instrumentos renacentistas- una viola organista según diseño contemporáneo del constructor japonés Akio Obuchi y de acuerdo con los bocetos de la preconizada por Leonardo da Vinci) y en las del pianista y luthier polaco Slawomir Zvbrzycki, en su versión más actual del citado instrumento (Cracovia, 2012).
Escuchen atentamente al pianista polaco y comprenderán la belleza del instrumento diseñado en origen por Leonardo da Vinci. Mientras, sigo profundizando en la mirada del músico que refleja maravillosamente la ardiente impaciencia de quien espera conocer, cada día mejor, la quintaesencia del mundo a través de la inteligencia. Seguro que encontraré en el magno representante del Renacimiento muchas claves de esta búsqueda incesante del conocimiento múltiple, que tanto justifica el orden de este mundo del que no quiero bajarme en ningún momento. Su acertijo sobre la música no era inocente y en él está una de las claves de esta singladura tan especial para navegantes en busca de islas musicales desconocidas.
Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo.
Esta reflexión la hago en el contexto actual de un mundo que parece diseñado por el enemigo. El terrorismo del ISIS hace estragos en la conciencia humana, en una modalidad de guerra abierta sin cuartel contra todo lo que se mueve y es diferente a los principios de una forma de ser musulmán en el mundo, que debe ser única y acatada por todos. Ya se habla de terrorismo low cost, porque con escasos medios se hace sufrir a muchas personas, de una forma detestable y contra la que hay que luchar de forma directa. Por otra parte, el neocapitalismo salvaje, también low cost para algunos, sigue abriendo una sima entre los que más tienen y los que más sufren la ignominia de las dictaduras capitalistas e ideológicas que perviven en este mundo tan global, pero tan insolidario, a pesar de los esfuerzos titánicos de determinados gobiernos y organizaciones no gubernamentales para ponerles algún freno o para atender los desgraciados daños colaterales.
Lo curioso es que creemos que siempre pasan las cosas en otra parte y no tomamos conciencia de que todo lo descrito anteriormente nos afecta cada día en el imaginario de nuestras formas de ser y estar en el mundo. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que es también un fenómeno local. Esta es la razón de por qué un sábado cualquiera como hoy siento la necesidad de escribir sobre la necesaria transformación del mundo cercano, el de nuestro país sin ir más lejos, visto el espectáculo político actual, porque el problema es básicamente político, en su sentido etimológico más radical de ciudadanía agotada por las formas con las que se hace política en nuestro país, a trancas y barrancas, con la amenaza continua y silente de nuevas elecciones por un gobierno tambaleante que ya ha caído varias veces a la lona de la soledad parlamentaria. ¿Qué pensaban, que iba a ser un paseo triunfal como en la legislatura anterior? No, no es posible, a pesar del apoyo vergonzante del Partido Socialista, en un ataque de Gobernanza Inexplicable [sic], pero que demuestra que no se puede ir con cualquier persona a algunas partes, dignas por supuesto. Nunca.
Vuelvo a buscar respuestas en lecturas aleccionadoras para seguir aprendiendo y encuentro hoy alguna luz en un artículo magnífico de Antonio Muñoz Molina, de quien aprendí un día ya lejano cómo entendía la forma de ser los funcionarios mentales para no serlo, en un arrebato de conciencia de clase como empleado público, porque a Blanca, la protagonista de una novela entrañable suya, En ausencia de Blanca, no le gustaba pronunciar la palabra “funcionario”, aludiendo a Mario, su marido. Cuando Blanca quería referirse a las personas que más detestaba, las rutinarias, las monótonas, las incapaces de cualquier rasgo de imaginación, decía: “son funcionarios mentales”.
El artículo citado, Notas en un cuaderno, me ha devuelto de forma paradójica la ilusión de fijarme otra vez y con detenimiento en las cosas y en los humanos, a pesar del razonamiento contrario que allí refleja en torno a una publicación reciente de gran interés social, South and West: From a Notebook: “Joan Didion es una de esas inteligencias muy realistas que se fijan demasiado en las cosas y en los seres humanos como para hacerse demasiadas ilusiones sobre ellos, o para dejarse llevar por abstracciones celebradoras o condenatorias. El mundo es como es. Y comprender algo requiere un extraordinario ejercicio de atención que no siempre lleva a conclusiones satisfactorias”. Es verdad, pero la memoria fotográfica que mantengo de todo lo ocurrido en este país durante muchos años, a partir también de los setenta y en el sur de España, me hace meditar sobre lo que creemos que hemos conquistado con tanto esfuerzo, así como soñar despierto en la transformación de España, de Andalucía y de una sociedad que tanto sufre como aldea global.
Esta es la razón de por qué comprendo mejor cómo finaliza Muñoz Molina el artículo: “En 1970, en el sur de Estados Unidos, Joan Didion se dio cuenta de que el pasado de cerrazón, oscurantismo y resentimiento no desaparece de un día para otro. Cuarenta y siete años después, una parte de esa negrura se ha mantenido intacta, y ha proliferado. Una parte de lo peor del pasado es ahora el presente y parece que va a ser el porvenir”. Para que no lo olvide en mis sueños, cuarenta y siete años después, porque el mundo es como es por culpa de algunos. Para hacerme ilusiones también, a pesar de todo.
Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior
Gabriel García Márquez, Doce cuentos peregrinos
El viernes pasado se estrenó en España La bella y la bestia, en una versión de personajes reales, que se ha considerado como uno de los estrenos mundiales de mayor relevancia en los últimos tiempos. Algo pasa en esta sociedad que acoge los cuentos reinterpretados por la factoría Disney con un interés especial digno de estudio. En 1991 tuvo un éxito sin precedentes la versión primera animada, con una banda sonora que todavía persiste en musicales y que resuena en nuestros oídos de forma machacona por lanzamientos medidos de la discográfica de turno. Las cosas de Disney no son relatos inocentes y mucho menos éste. La historia de príncipes convertidos en ejes del mal o al revés, con ternura interior en búsqueda de su amada de sueños para llevarla a una vida principesca que le permita olvidar su origen de pobreza, ha perdurado a lo largo de los siglos y en casi todas las culturas que en el mundo han sido. En la era Trump es necesario volver a recordar que bellas y bestias existen por doquier y lo único que hay que hacer en convertirlas en carne y hueso para que parezcan más reales exportándolo al mundo mundial. Eso sí, pasando por taquilla siempre porque no hay que olvidar que son pura mercancía, muy alejado todo de la realidad terca de la vida.
Todo lo que cuento anteriormente tiene un sentido para mí especial, porque sorprendentemente la protagonista de este remake es Emma Watson, ¿una Bella con Alma?, a la que dediqué en 2014 un post en este cuaderno digital porque me gustó mucho el discurso que pronunció el 20 de septiembre de ese año, como embajadora de buena voluntad de ONU Mujeres, lanzando la campaña HeForShe (Ellos por Ellas), acerca de la imperiosa necesidad de creer que otro mundo es posible cuando los hombres y mujeres deciden trabajar en común con el respeto a la igualdad íntegra en la vida diaria. Lo reproduzco íntegro, porque no merece más comentario que reflexionar sobre todas y cada una de sus frases y pasar a la acción, cada uno, cada una, donde crea que puede aportar más a este cambio de aplicación concreta de la inteligencia personal e intransferible a una forma diferente de ser hoy niña o niño, mujer u hombre en el mundo, sin necesidad de reinterpretar cuentos según Disney que no son precisamente los que se leen al amor de la lumbre:
“Hoy estamos lanzando una campaña que se llama “HeForShe”.
Acudo a ustedes porque necesito su ayuda. Queremos poner fin a la desigualdad de género, y para hacerlo, necesitamos que todas y todos participen.
Se trata de la primera campaña de este tipo en las Naciones Unidas: queremos tratar de mover a todos los hombres y los jóvenes que podamos para que sean defensores de la igualdad de género. Y no sólo queremos hablar de esto, queremos asegurarnos de que sea algo tangible.
Fui nombrada hace seis meses, y cuanto más he hablado sobre el feminismo, tanto más me he dado cuenta de que la lucha por los derechos de las mujeres se ha vuelto con demasiada frecuencia un sinónimo de odiar a los hombres. Si hay algo de lo que estoy segura es que esto no puede seguir así.
Para que conste, la definición de feminismo es: “La creencia de que los hombres y las mujeres deben tener derechos y oportunidades iguales. Es la teoría de la igualdad política, económica y social de los sexos”.
Empecé a cuestionar los supuestos de género a los ocho años, ya que no comprendía por qué me llamaban “mandona” cuando quería dirigir las obras de teatro que preparábamos para nuestros padres, pero a los chicos no se les decía lo mismo.
También a los 14, cuando algunos sectores de la prensa comenzaron a sexualizarme.
A los 15, cuando algunas de mis amigas empezaron a dejar sus equipos deportivos porque no querían tener aspecto “musculoso”.
Y a los 18, cuando mis amigos varones eran incapaces de expresar sus sentimientos.
Decidí que era feminista, y eso me pareció poco complicado. Pero mis investigaciones recientes me han mostrado que el feminismo se ha vuelto una palabra poco popular.
Aparentemente me encuentro entre las filas de aquellas mujeres cuyas expresiones parecen demasiado fuertes, demasiado agresivas, que aíslan, son contrarias a los hombres y, por ello, no son atractivas.
¿Por qué resulta tan incómoda esta palabra?
Nací en Gran Bretaña y considero que lo correcto es que como mujer se me pague lo mismo que a mis compañeros varones. Creo que está bien que yo pueda tomar decisiones sobre mi propio cuerpo. Creo que es correcto que haya mujeres que me representen en la elaboración de políticas y la toma de decisiones en mi país. Creo que socialmente se me debe tratar con el mismo respeto que a los hombres. Por desgracia, puedo afirmar que no hay ningún país del mundo en el que todas las mujeres puedan esperar que se les reconozcan estos derechos.
Por el momento, ningún país del mundo puede decir que ha alcanzado la igualdad de género.
Considero que estos son derechos humanos, pero sé que soy una afortunada. Mi vida ha sido muy privilegiada porque mis padres no me quisieron menos por haber nacido mujer; mi escuela no me impuso límites por el hecho de ser niña. Mis mentores no asumieron que yo llegaría menos lejos porque algún día pueda tener una hija o un hijo. Esas personas fueron las embajadoras y los embajadores de la igualdad de género que me permitieron ser quien soy hoy. Aunque no lo sepan ni lo hayan hecho voluntariamente, son las y los feministas que estan cambiando el mundo hoy en día. Y necesitamos más personas como ellas y ellos.
Y si la palabra todavía resulta odiosa, piensen que lo importante no es la palabra sino la idea y la ambición que la respalda. Porque no todas las mujeres han gozado de los mismos derechos que yo. De hecho, las estadísticas demuestran que muy pocas los han tenido.
En 1995, Hilary Clinton pronunció en Beijing un famoso discurso sobre los derechos de la mujer. Me entristece ver que muchas de las cosas que quería cambiar todavía son realidad.
Lo que más me impresionó fue que sólo el 30 por ciento de su público eran hombres. ¿Cómo podemos cambiar el mundo si sólo la mitad de éste se siente invitado o bienvenido a participar en la conversación?
Hombres: aprovecho esta oportunidad para extenderles una invitación formal. La igualdad de género también es su problema.
Porque, hasta la fecha, he visto que la sociedad valora mucho menos el papel de mi padre como progenitor, aunque cuando era niña yo necesitaba su presencia tanto como la de mi madre.
He visto a hombres jóvenes que padecen una enfermedad mental y no se atreven a pedir ayuda por temor a parecer menos “machos”. De hecho, en el Reino Unido el suicidio es lo que más mata a los hombres de entre 20 y 49 años de edad, mucho más que los accidentes de tránsito, el cáncer o las enfermedades coronarias. He visto hombres que se han vuelto frágiles e inseguros por un sentido distorsionado de lo que es el éxito masculino. Los hombres tampoco gozan de los beneficios de la igualdad.
No es frecuente que hablemos de que los hombres están atrapados por los estereotipos de género, pero veo que lo están. Y cuando se liberen, la consecuencia natural será un cambio en la situación de las mujeres.
Si los hombres no necesitaran ser agresivos para ser aceptados, las mujeres no se sentirían obligadas a ser sumisas. Si los hombres no tuvieran la necesidad de controlar, las mujeres no tendrían que ser controladas.
Tanto los hombres como las mujeres deberían sentir que pueden ser sensibles. Tanto los hombres como las mujeres deberían sentirse libres de ser fuertes. … Ha llegado el momento de percibir el género como un espectro y no como dos conjuntos de ideales opuestos.
Si dejamos de definirnos unos a otros por lo que no somos, y empezamos a definirnos por lo que sí somos, todas y todos podremos ser más libres, y es de esto que se trata HeForShe. Se trata de la libertad.
Quiero que los hombres acepten esta responsabilidad, para que sus hijas, sus hermanas y sus madres puedan vivir libres de prejuicios, pero asimismo para que sus hijos tengan permiso de ser vulnerables y humanos ellos también, que recuperen esas partes de sí mismos que abandonaron y alcancen una versión más auténtica y completa de su persona.
Ustedes se estarán preguntando: ¿Quién es esta chica de Harry Potter? ¿Y qué hace en un estrado de las Naciones Unidas? Es una buena pregunta, y créanme que me he estado preguntando lo mismo. No sé si estoy capacitada para estar aquí. Sólo sé que este problema me importa. Y quiero que las cosas mejoren.
Y, a causa de todo lo que he visto, y porque se me ha dado la oportunidad, creo que es mi deber decir algo. El estadista inglés Edmund Burke afirmó: “Todo lo que se necesita para que triunfen las fuerzas del mal es que suficientes personas buenas no hagan nada”.
En mi nerviosismo por este discurso y en mis momentos de dudas, me he dicho con firmeza: si no lo hago yo, ¿quién?; y si no es ahora, ¿cuándo? Si ustedes sienten dudas similares cuando se les presentan oportunidades, espero que estas palabras puedan resultarles útiles.
Porque la realidad es que si no hacemos nada, tomará 75 años —o hasta que yo tenga casi 100— para que las mujeres puedan esperar recibir el mismo salario que los hombres por el mismo trabajo. Quince millones y medio de niñas serán obligadas a casarse en los próximos 16 años. Y con los índices actuales, no será sino hasta el año 2086 cuando todas las niñas del África rural podrán recibir una educación secundaria.
Si crees en la igualdad, podrías ser uno de esos feministas involuntarios de los que hablé hace un momento. Y por eso te aplaudo.
Nos cuesta conseguir una palabra que nos una, pero la buena noticia es que tenemos un movimiento que nos une. Se llama HeForShe. Los invito a dar un paso adelante, a que se dejen ver, a que se expresen: a que sean “él” para “ella”. Y pregúntense: si no lo hago yo, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?
Intervine el viernes pasado en el MÁSTER EN DIRECCIÓN DE SISTEMAS Y TECNOLOGÍAS DE LA INFORMACIÓN Y LAS COMUNICACIONES PARA LA SALUD, que se desarrolla en la Escuela Nacional de Sanidad bajo el auspicio del Instituto de Salud Carlos III (ISCIII) y la Sociedad Española de Informática de la Salud (SEIS), con la presentación de una cuestión que me ocupa y preocupa desde hace ya muchos años: ¿Existe Política Digital en el Sistema Nacional de Salud?. Llevaba además un subtítulo imprescindible para comprender en profundidad lo que allí expuse con la brevedad que impone una clase integrada en el programa: Hacia un nuevo paradigma tecnológico de carácter público y estratégico.
Agradecí la oportunidad que me brinda la organización del Master para participar en una actividad docente que tanto añoro y que considero imprescindible en la formación continua de profesionales que trabajan diariamente en el ámbito de la aplicación de las TIC en el amplio espectro de la salud. Desde el principio declaré dos hilos conductores de la intervención. En primer lugar, tenía la posibilidad de decirlo todo y de la mejor forma posible, pero el fenómeno de comenzar la clase es siempre dialéctico por la posibilidad que existe siempre de decir todo o nada, aunque lo importante es decir algo especial y de carácter estratégico. En segundo lugar, porque me sitúo en el espectro de personas que quieren construir teoría crítica en este país, en este ámbito concreto y tan atractivo de Política Digital con mayúsculas, no solo para declarar meras opiniones sino principios paradigmáticos de ciencia y teoría crítica que permitan construir una malla creadora que debata hasta la saciedad estos principios, incluso para que se pueda llegar a formular “opiniones sistematizadas” en feliz expresión del Profesor y Maestro, Gustavo Bueno.
Nadie se baña dos veces en el mismo río y lo que allí ocurrió no se volverá a repetir en su texto y contexto. Por esta razón subo a este cuaderno digital y a las redes sociales mi intervención, con objeto de que sirva para la co-creación de teoría crítica de Política Digital, que deben llevar a cabo Gobiernos Digitales en este país, tanto a nivel de Estado como en todas las Comunidades Autónomas. Es una forma de desarrollar también el compromiso intelectual al que estamos obligados en determinados momentos profesionales de la vida, que no solo debe servir para cambiar la ordenación y organización política digital en este ámbito, sino sobre todo para transformarla.
Salí de la Escuela Nacional de Sanidad con la ilusión de seguir colaborando en este tipo de acciones educativas y sociales, de amplio perfil transformador. Los profesionales que estuvieron allí eran los destinatarios legítimos de aquellas palabras cargadas de ética pública digital, que también existe. En un espacio y tiempo públicos y con visión también pública por mi parte de lo que debemos transformar con urgencia en este país, atendiendo al interés general. La respuesta a la pregunta que planteé como hilo conductor de la intervención no está en el viento. Rotundamente, no existe Política Digital desarrollada por el Gobierno correspondiente en este país, tanto con rango de Estado como su aplicación concreta en el ámbito de la salud. De ahí la urgencia en plantear debates y encuentros profesionales en este escenario tan enriquecedor para el desarrollo de la inteligencia pública digital de la que por empoderamiento podemos beneficiarnos todos.
Sagrada Familia del pajarito (Ca. 1650). Bartolomé Esteban Murillo. Museo del Prado
“Sé lo que te he dado; no sé lo que has recibido” Antonio Porchia (1885-1968), Voces
Cuando se aproximan días de santos tan populares en este país como José, sobre todo para los que nos hemos equivocado de siglo al nacer, tanto de texto como de contexto, no quiero olvidar algo que he aprendido a lo largo de la vida sobre el valor de las pequeñas cosas, del detalle que nos gusta entregar con motivo del santo a las personas que queremos, según la segunda acepción de este lema -detalle- en el Diccionario de la Lengua Española (RAE): “un pormenor, una parte o fragmento de algo”. Se asemeja a lo que llamamos verdad, que suele estar siempre atrás, en la trastienda de nuestra existencia, como me gusta recordar en este cuaderno digital por la experiencia contada por uno de mis maestros, el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre unas palabras preciosas aportadas por un enfermo esquizofrénico al que había atendido tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo estuviera el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras para explicar los detalles de la vida”.
La primera acepción de “detalle” en el citado Diccionario, como rasgo de cortesía, amabilidad y afecto en cualquier momento de nuestra existencia, se abre paso con la estela de la explicada anteriormente, que me parece más sugerente, fundamentalmente porque significa algo grandioso. El detalle de vivir es solo un pormenor, una parte o un fragmento pequeño de la verdad que buscamos todos los días en la trastienda de la vida. Esa es la razón para dejar la estela de cualquier regalo que buscamos para la persona que queremos o apreciamos, porque sabemos lo que se entrega, pero no lo que se recibe. Ese es su gran misterio. El gran detalle.
Más o menos lo que le ocurrió al “platerillo” de Alberti, recogido en un poema precioso de su libro El alba del alhelí, cuando deja estupefacto a su cliente, un tal José, que no puede pagar el collar de María y el anillo para el niño Jesús: «Yo dinero no quiero, besar al niño es lo que yo quiero». Porque José, mi “santo” el próximo domingo, que no lo podía pagar, conocía muy bien a María y no confundió nunca, como todo necio, valor y precio. Le regalaba todos los días sus silencios, sus dudas, su honradez y su vida, sin saber a veces qué pensaba ella sobre su delicada y confusa historia. Todo un detalle.
Sevilla, 16/III/2017
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://velazquezmurillosevilla.com/. Pude contemplar recientemente este cuadro excelente en la exposición que sobre Velázquez y Murillo se está celebrando en la actualidad en Sevilla, patrocinada por la Fundación Focus.
En el imaginario social de nuestro tiempo moderno, el Club de las Personas Tibias tiene colas para inscribirse en él e incluso están obligando a sus directivos a plantearse crear listas de espera. El problema radica en que un subgénero muy numeroso en la actualidad, el de las Personas Tristes y Mediocres, están ávidos de formar parte de este Club que se prodiga por doquier. Incluso hacerse con el poder sin escrúpulo alguno. La realidad es que están más cerca de nosotros de lo que a veces pensamos.
Siempre he contrapuesto este Club al de las Personas Dignas, que poco a poco va incrementando su número de afiliados, afortunadamente, probablemente porque según el movimiento pendular de la historia, que ya preconizó en su momento Schopenhauer, lo necesitemos más que nunca. El Club de las Personas Tibias ignora que hay una cita memorable y de fácil recuerdo, del libro del Apocalipsis, que coincide con el número pi (3, 14-16), en la que Dios los abomina sin contemplaciones: “conozco tus obras; sé que no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras lo uno o lo otro! Por tanto, como no eres ni frío ni caliente, sino tibio, estoy por vomitarte de mi boca”.
¿Qué quiere decir esto? Que entre tibios, mediocres y tristes anda el juego mundial de dirigir la vida a todos los niveles, nuestro país incluido, con especial afectación en los que nos gobiernan. Cuando se instalan en nuestras vidas, hay que salir corriendo porque no hay nada peor que un mediocre, además triste y tibio. Pero es necesario estar orientados y correr hacia alguna parte, hacia la dignidad en todas y cada una de sus posibles manifestaciones.
Estoy muy preocupado con la perpetuidad de este Club de las Personas Tibias, Tristes y Mediocres, desde tiempos del Apocalipsis. He escrito con frecuencia en este cuaderno sobre esta realidad y un compromiso de los que pertenecemos al Club Virtual de las Personas Dignas es desenmascararlos con prisa existencial y de supervivencia: “Estamos instalados en el reino de la mediocridad. Hay que desenmascarar a los mediocres, dondequiera que estén, porque viven en un carnaval perpetuo. Este país no logra sacar distancia a esta lacra que nos pesa desde hace bastantes años porque ahora, en el país de los tuertos desconcertados, el mediocre es el rey. Es una plaga que se extiende como las de Egipto casi sin darnos cuenta. Los encontramos por doquier, en cualquier sitio: en la política, en las artes, en los medios de comunicación social, en la educación, en los mercados, en las religiones y en las tertulias que proliferan por todas partes en el reino de la opinión. Los mediocres suelen meter la mano en los platos de las mesas atómicas y virtuales, en las que a veces nos sentamos, con total desvergüenza. Son siempre de “calidad media, de poco mérito, tirando a malo”, como dice el Diccionario de la Real Academia. También, tóxicos o tosigosos, que suelen complicar la vida a los demás por su propia incompetencia” (1).
Hoy, tengo un encuentro en mi Club (de las Personas Dignas). Me han citado porque dice su directiva que tenemos que elaborar un plan estratégico de supervivencia ética ante el avance imparable del Club contrario de cuyo nombre no quiero acordarme. Voy con mucha ilusión, porque creo que nos van a regalar una linterna ética para descubrirlos, con un manual de instrucciones en el que se indica que una vez encendida y al igual que hacía Diógenes de Sinope cuando buscaba personas íntegras, tenemos que gritar a los cuatro vientos: ¡buscamos personas dignas y honestas! Es probable que las personas tibios, tristes y mediocres salgan huyendo, rompiendo las filas de su Club, porque no soportan dignidad alguna que les puede hacer sombra. Si es que alguna vez tuvieron cuerpo presente de altura de miras, que no es el caso. Ni de los que los eligen para puestos claves en la sociedad, en cualquier estamento, probablemente muy cerca de donde vivimos, estamos y somos.
Cuando entré el miércoles pasado en el espacio dedicado a la exposición de Yassine Chouati (Tánger, 1988) en la Facultad de Bellas Artes, bajo el título programático de Partir para contar, sentí la soledad del emigrante. Entré acompañado por la persona con la que comparto el largo viaje de la vida desde hace ya muchos años y experimentamos una sensación extraña, algo parecido a estar solos ante el peligro del mar abierto, en un espacio de performance vinculado a la migración. Concretamente, al espacio que separa dos orillas muy próximas a nosotros en Sevilla, las de Tánger y Tarifa, en un mar salpicado de muertes y desengaños de los que buscan un mundo diferente, lejos de la miseria y el dolor que generan la pobreza extrema, las guerras muchas veces fratricidas y la persecución por razón de creencia o religión.
El texto que recibe al visitante, unas palabras sentidas de Amin Maalouf, traduce en pocas palabras la crisis de identidad que atribuimos al llamado «mundo árabe», porque deberíamos reconocerlos como ciudadanos del mundo y que siempre han tenido muchas cosas que contar por su eterno viaje recreado en la memoria que es respetuosa con la historia, del que Andalucía es una muestra que olvidamos con mucha frecuencia: “(…) Cuántas veces me habrán preguntado, con la mejor intención del mundo, si me siento “más francés” o “más libanés”. Y mi respuesta siempre es la misma: “¡las dos cosas!” (Identidades asesinas, 1999).
Sentí algo especial al cruzar la performance de la alfombra roja entre las dos orillas, que tanto significa para Yassine y que ya había descubierto personalmente en su exposición de Julio de 2016. De izquierda a derecha, una vez atravesado el teórico mar de la discordia, te encuentras con unas fundas negras ¿quizá de ataúdes?, una maleta que incorpora en su interior recortado un videomontaje sobre la vida fácil del turismo que también atraviesa ese mar todos los días, pero con una realidad muy diferente. También unas fotografías de quien contempla esa mar entre África y Andalucía, la mar de Alberti, con la sensación personal de quien las ve como si en esa mar nunca pasara nada. Finalmente, una mujer marroquí con traje de gala, en una orilla de Tánger, en actitud de espera y ardiente impaciencia, tal y como la aprendí de Neruda. Sé que es la madre del artista, Yassine Chouati, y lo que representa para él, convencida de que hace ya muchos años su hijo partió para otro mundo mejor, en la otra orilla, con el sueño posible de que un día pudiera contar después todo lo que ha vivido y está viviendo en un viaje hacia islas desconocidas, apasionadamente.
Me consta lo que supone para Yassine cada “exposición” de su persona de secreto. Recuerdo haber leído en su obra pictórica, en concreto en “Hilan delgado”, algo que está detrás de esta nueva obra: “Este proyecto pictórico engloba una serie de obras donde se pretende cuestionar el fenómeno de la pérdida de identidad en los medios de comunicación. Éstos emplean las imágenes de las víctimas de los conflictos que están teniendo lugar en el mundo como un mecanismo a través del cual visualizar las cifras resultantes de las contiendas, olvidándose de la seriedad de los dramas personales que se esconden tras esas cifras; yo, en cambio, propongo visualizar justamente lo contrario: el dolor de las víctimas, la alienación a la que están sometidos, lo precario de la situación en la que viven”.
Salimos de la exposición leyendo entrelíneas los cuatro mensajes de las especias trufadas de color que nos regalaba Yassine como testigos de la identidad marroquí, a modo de despedida. En el momento justo en que abandonábamos aquella soledad sonora y sentida, entraron unos jóvenes, quizá para descubrir una realidad que nos la pintan siempre como lejana, cuando está mucho más cerca de lo que parece. No es solo una performance, no, sino una forma de presentarnos el malvivir que sufren personas con las que compartimos la existencia de la aldea global en un mundo diseñado a veces por el enemigo. Cuando cruzábamos el patio de la Facultad de Bellas Artes, atestado de estudiantes sentados en el suelo y disfrutando de la luz del atardecer de Sevilla, recordé mi sentimiento de Yassine y que conservo de su exposición anterior: “Un niño marroquí que dejó un día ya lejano sus zapatos en la orilla y quiso navegar hacia la libertad sin olvidar nunca su pasado, su tierra y su parentela, con un mensaje claro de revolución activa, dándole una vuelta a la forma de ser y estar muchas personas en el mundo propio y de los demás. Para que él y su pueblo puedan estar arriba en un tiempo próximo después de años de estar abajo, dejando de ser alfombra roja de los poderosos. Y me ha emocionado saber que gracias a personas como él podemos confiar tal día como hoy en que otro mundo aún es posible. Todo un ejemplo”.
Vayan a ver la exposición desde esta orilla teóricamente tan segura. Les conmoverá por su austeridad y silencio, pero un aviso para navegantes en mares procelosos: como ocurre con las ideologías…, tendrán la sensación de que lo que allí se expone no es inocente.
Monumento dedicado a las víctimas del 11 de marzo de 2004. Madrid.
Hoy se cumple el 13º aniversario de la tragedia de Atocha. Reproduzco a continuación el post que escribí en 2007, recordando que la verdad de lo ocurrido sigue estando todavía allí y aquí, al dictarse la sentencia de aquél terrible atentado.
Dedicado hoy, una vez más, a los familiares de las víctimas y a las personas que confían siempre en la búsqueda de la verdad y la paz, en cualquier ámbito de la vida, siendo conscientes de que el yihadismo está todavía aquí y allí. Para que no olvidemos a los que lo siguen sufriendo, buscando desesperadamente refugio en países de acogida que les entreguen solidariamente una forma diferente y digna para ser y estar en el mundo.
Cuando me he despertado esta mañana, la verdad estaba todavía allí (y aquí: en una sentencia ejemplar, en un juicio modélico, en la muerte sin sentido, real, en quienes lucharon por devolver vida a quienes se les escapaba en segundos de terror, en las personas y organizaciones que quisieron saber siempre la verdad machadiana, es decir, aquella que se busca en común, guardándose cada una, cada uno, la propia; en el Estado de Derecho, en aquellas personas afectadas por el atentado, que todavía no comprenden nada del absurdo de las creencias en algunos responsables del más allá que –paradojas del destino- hacen la vida imposible a los del más acá; en los silencios de los dioses a favor de la inteligencia humana, y en la democracia que se construye con las pequeñas acciones y cosas del día a día).
Cuando me he despertado esta mañana, la verdad estaba todavía allí (y aquí: he decidido cuidarla porque he crecido en las contradicciones de un país lleno de oportunidades en los últimos treinta años, que está más cerca de las culturas desconcertadas que de la educación para la ciudadanía).
Cierto.
Cuando me he despertado esta mañana, una verdad incómoda estaba todavía allí.
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