Tutearnos con las nubes, como un gorrión

PAPAGENO3

Puerta de Papageno. Teatro sobre el río Viena / Marcos Cobeña Morián

Siento un respeto especial hacia este pájaro tan diminuto, que he conocido bien a lo largo de mi vida. Desde el Parque del Retiro en Madrid, hasta el de María Luisa en Sevilla, es de los pocos pájaros que he distinguido bien en su alegre caminar, saltarín por excelencia y de una nobleza más que encomiable, porque se posa en tu mano con cierto descaro con solo ofrecerle una migaja de pan. Pero hay dos gorriones que me han marcado en mi vida, el de Serrat en su delicada canción Como un gorrión y el de Manuel Rivas en su precioso relato La lengua de las mariposas, a través de Pardal (gorrión, en gallego), un niño con ese nombre que llevo dentro de mi persona de secreto. Hasta que hoy he conocido a través de un fotoensayo de Juan Millás que los gorriones desaparecen y he sentido como si los gorriones a los que he querido especialmente fueran a desaparecer algún día también de mi vida interior: «Contrariamente a otras aves urbanas que en las plazas nos miran desde el desafecto, el gorrión tiene algo de hombrecillo emplumado que anhela nuestra suerte y forma de vida».

Siempre me ha asombrado el papel de Papageno, el protagonista de una ópera especial de Mozart, La Flauta Mágica, por su profesión: encantador de pájaros y su simbología tan cercana a la vida, frente a la muerte tan propicia para la Reina de la Noche. Todavía recuerdo de mi viaje a Viena en 2007 la mirada de Papageno en su puerta del teatro sobre el río Viena (mi querido Teatro de barrio), sintiéndose cómplice del movimiento de la Secesión, a escasos metros de su deteriorada figura, cubierto de plumas y con su inseparable jaula para meter/sacar los pájaros encantados (sin saber nunca a qué tipo de pájaros –uccellaci o uccellini, pasolinianos- se estaba refiriendo en su larga andanza). He recordado a este personaje tan entrañable como si fuera posible invitarle a rescatar hoy en su jaula a los gorriones en peligro de extinción. Sería una ópera magna inolvidable, sabiendo que el libreto de Millás está garantizado.

Pardal era un niño-gorrión que estaba asombrado con su profesor republicano porque un día le dijo que podría ver la lengua de las mariposas con el microscopio que esperaban con ardiente impaciencia de los de la Instrucción Pública, “[…] una trompeta enroscada como un muelle de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa”. Y aquel niño, como un gorrión, tuvo siempre envidia de las mariposas: “Qué maravilla. Ir por el mundo volando con esos trajes de fiesta…”. Así, ensimismado con la vida, hasta que un día el maestro, Don Gregorio, desaparece en una cordada de presos durante la guerra civil española, a los que incluso él insulta y tira piedras por el sinsentido de la vida, por tanto silencio cómplice que nos asola ¡Qué paradoja tan cercana!

Cuántos recuerdos me ha traído el reportaje de Millás. Me retiro a mi rincón de pensar y escucho la canción de Serrat que tanto me aportó en mi vida joven, porque soy consciente, todavía hoy, que “nació libre como el viento, / no tiene amo ni patrón / y se mueve por instinto / como un gorrión”. Con el estribillo de la vida que cada uno pone a su verdad verdadera. La de Papageno, encantador de pájaros, sin ir más lejos o… sí, para tutearnos con las nubes mientras lo permita el cambio climático. Como un gorrión.

Sevilla, 9/IV/2017

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