Dedicado a todas las personas que hacen de su profesión de periodistas un ejercicio digno y responsable al ser portadores de la verdad. En estos días, al fotógrafo sirio Avd. Alkader Habak en Alepo, que cayó de rodillas con el alma destrozada al contemplar tanto horror, simbolizado en el niño malherido que antes había llevado en brazos, víctima de un atentado. Uno más. También, al premio Pulitzer otorgado a un pequeño periódico americano de Iowa, el The Storm Lakes Times, al enfrentarse al poder constituido en forma de multinacional agrícola (Monsanto), en un pueblo de no más de once mil habitantes y con una tirada de tres mil ejemplares.
Afortunadamente, todas las personas que ejercen el periodismo, que hacen reportajes en condiciones extremas y las fotografías de prensa, no son iguales. Los (buenos) periódicos, tampoco. Y lo sabemos en la forma de tratar la información, sin intermediación alguna, pese a quien le pese y sin que el poderoso caballero don dinero tenga que hacer siempre de las suyas.
La ética que aprendí del profesor López-Aranguren me enseñó a discernir qué significa la misma cuando se la aprehende como el suelo firme que justifica todos los actos humanos, es decir, la solería de valores que vamos poniendo a lo largo de la vida y que justifica la forma de ser y estar en el mundo de cada persona. Una de sus manifestaciones más relevantes para la vida particular es la de saber justificar todos los actos humanos, sin excepción alguna y por imperfectos que sean. Hay dos formas de hacerlo: justificación como justicia, es decir, dar a cada uno la razón de por qué actúo de una forma y no de otra, porque le pertenece conocer la verdad de mi vida y, en segundo lugar, hacerlo por la vía del mero ajustamiento, es decir, me justifico por ajustamiento porque me acomodo a la zona de confort que busco apasionadamente, con independencia de los valores que la promueven en mi vida y siendo un claro contrario de la anterior.
Esta introducción viene a cuento de algo que a lo largo del camino recorrido en este blog he manifestado en bastantes ocasiones: la ética es el suelo firme de la existencia y la raíz de donde brotan todos los actos humanos, que los justifican. He comentado variaciones sobre el mismo tema ético en relación con conocimientos, aptitudes o habilidades y actitudes, la tríada capitolina de mi vida.
Hace unos meses justifiqué por qué escribo. Hoy, por qué leo y, concretamente, periódicos. Me despertó ayer esta reflexión, a voces, un artículo de Mario Vargas Llosa, publicado en el diario digital El País.com, Leer un buen periódico, que con los claroscuros de los últimos tiempos del premio nobel nos deja una entradilla muy preocupante: “Nunca hemos tenido tantos medios de información a nuestro alcance, pero dudo que hayamos estado antes tan aturdidos y desorientados como lo estamos ahora”. Coincido con él en esta descripción programática del artículo, porque lo estoy viviendo en mi persona de secreto. Vivo con bastante desasosiego mi situación con el periódico “El País”, que siempre lo consideré un buen periódico, desde su nacimiento en 1976, que me ha llevado a darme de baja como suscriptor, hecho que ya comenté con detalle en un artículo que escribí en tal sentido en octubre de 2016, Todos no somos iguales, donde recogía el texto completo de la carta que me envió el director del periódico justificando su actitud y pidiéndome disculpas: «No descarto que nosotros, como medio que pretende estar lo más cerca posible del ánimo de esa sociedad [aludiendo a un párrafo anterior dedicado a la explicación de la turbulencia política en la que estamos inmersos], hayamos sido presa, en el editorial que aludo o en alguna otra oportunidad, de la misma efervescencia que denunciamos y combatimos. Si así ha sido, lo lamento profundamente”.
Recuerdo ahora unas palabras de aquel artículo porque resumen muy bien mi estado de ánimo sobre la búsqueda de lectura de un buen periódico y la justificación como justicia de por qué lo hago: “Para las personas que no han podido seguir el hilo conductor de mi posición al respecto en la semana de autos, creo que hay un post en este cuaderno digital que sintetiza bien la citada toma de posición. Me refiero concretamente al que escribí el pasado 1 de octubre [de 2016], Se cerrarán las grandes alamedas…, así como alguno posterior, en el que expresaba mi desencanto con los poderes fácticos de este país entre los que incluí de forma expresa al diario EL PAÍS: “Un ejemplo lamentable es el que viene dando desde días atrás el diario El País, que me duele especialmente, porque desde su nacimiento en 1976 soy un lector asiduo hasta estos momentos en los que estoy pensando darme de baja en la suscripción anual que mantengo. Siempre he apreciado su cordura en los editoriales que leo de forma casi obligada día a día, pero lo que he leído esta semana en sus editoriales con ataques continuos a la persona de Pedro Sánchez, sin contemplaciones, sobrepasa todos los límites que se puedan pensar en democracia periodística. Su implicación no es inocente, como casi nunca en lo que afirma, pero lo de esta semana alcanza cotas muy preocupantes para la fijación de los límites éticos del periodismo”.
Desde esa fecha estoy desconcertado con la búsqueda de buenos periódicos, porque no solo es uno. Y porque haberlos, haylos. Creo que Vargas Llosa alumbraba bien en su artículo mi situación a modo de linterna de Diógenes: “Leer varios periódicos es la única manera de saber lo poco serias que suelen ser las informaciones, condicionadas como están por la ideología, las fobias y prejuicios de los propietarios de los medios y de los periodistas y corresponsales. Todo el mundo reconoce la importancia central que tiene la prensa en una sociedad democrática, pero probablemente muy poca gente advierte que la objetividad informativa sólo existe en contadas ocasiones y que, la mayor parte de las veces, la información está lastrada de subjetivismo pues las convicciones políticas, religiosas, culturales, étnicas, etcétera, de los informadores suelen deformar sutilmente los hechos que describen hasta sumir al lector en una gran confusión, al extremo de que a veces parecería que noticiarios y periódicos han pasado a ser, también, como las novelas y los cuentos, expresiones de la ficción”.
¿Por qué leo (buenos) periódicos? Porque busco la verdad de lo que ocurre en el mundo próximo y lejano, con objetividad plena y con independencia de los poderes fácticos, que son muchos. Algo tengo claro a estas alturas de la película: ya no basta con leer un solo periódico, porque al igual que detesto el pensamiento único considero necesario leer varios y, probablemente, de la diversidad que nos ofrece el mundo digital, que no solo atómico, puede salir la luz de lo que verdaderamente ocurrió, contrastando (comprobando la exactitud o autenticidad de algo, según la RAE) varias fuentes, varios ríos atravesados por quienes pretenden contarnos como lo hicieron por diferentes sitios. Porque la verdad no pertenece a nadie, sino a lo que verdaderamente pasó y ya nos advirtió Heráclito de Éfeso que nadie se baña dos veces en el mismo río. Lo que allí ocurrió solo lo conoceré porque me lo cuentan profesionales con palabras e imágenes, que también están contaminadas en muchas ocasiones, aunque valgan más que mil palabras. Es lo que tiene ser humanos y es verdad que cuando crecemos en la ética de la justificación como justicia, comprendemos mejor que nunca que todo lo humano no nos es ajeno. Ni siquiera el periodismo, ni un buen periódico hecho por profesionales que, en el menor o mayor descuido, se ajustan como ajustamiento de los poderes fácticos, ocultos, manifiestos y sin escrúpulo alguno para tratar la verdad a medias, a cualquier precio y desprecio. Aunque, afortunadamente, todos los periodistas no son iguales. Ni los (buenos) periódicos…, tampoco. En definitiva, es una cuestión de ética periodística y lectora que, por cierto, nunca son inocentes.
Sevilla, 17/IV/2017
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