Hoy han entregado a Eduardo Mendoza el Premio Cervantes. Cuando se difundió la noticia del otorgamiento de este apreciado reconocimiento, el 30 de noviembre de 2016, escribí un artículo en este cuaderno digital. El tiempo según Eduardo Mendoza, como pequeño homenaje personal, porque el autor ha hecho siempre un homenaje al tiempo, bien muy apreciado en mi historia de todos y en la de secreto.
Lo reproduzco a continuación de forma íntegra en fechas próximas el Día Internacional del Libro y de los Derechos de Autor, que se celebra el 23 de abril, porque es una forma de crear un clima propiciatorio para celebrar un día especial, hermoso, en el que se pretende recordar la importancia de la lectura de libros, atómicos o digitales, para ser respetuoso con los avances tecnológicos, pero respetando siempre la esencia de leer.
Les dejo con la lectura propuesta. Si disfruta con estas líneas, sepa que siempre está detrás Eduardo Mendoza, como contaba el gran escritor Lobo Antúnes recordando a un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, como si detrás de todo estuviera el alma humana que fabrica el cerebro. Porque según Lobo Antúnes “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”.
Es verdad, porque todos los días, los pequeños, escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas… atreviéndonos a leer páginas inolvidables de Eduardo Mendoza.
Sevilla, 20/IV/2017
El tiempo, según Eduardo Mendoza
Ayer se otorgó el Premio Cervantes 2016, máximo galardón de las letras españolas, al escritor Eduardo Mendoza. Me alegró especialmente, porque lo relacioné inmediatamente con una experiencia personal del pasado mes de septiembre, leyendo un artículo suyo de despedida en la colaboración mensual de sus publicaciones en la última página de la revista ICON (Septiembre, 2016), publicada por la editora del diario El País. Lo envié a las personas que quiero, porque estimé que abordaba una cuestión transcendental en la vida que siempre me ha llamado la atención existencial: amar el tiempo propio y el de los demás. Llevaba por título “Tiempo de despedida” (1), una reflexión preciosa sobre la forma de estar en el mundo, sentarse en él (sitz in leben), teniendo en cuenta el factor tiempo, relativizando la forma de ser cada persona en su forma de comprenderlo, sentirlo y expresarlo.
Es verdad que en bastantes ocasiones he tratado en este cuaderno digital la relación humana con el tiempo, porque me preocupa apasionadamente. Decía Mendoza en su artículo que “Si me voy es porque me gusta hacer la mudanza de tanto en tanto, sin ton ni son. Por lo demás, el tiempo es relativo. Es un lugar común, pero en el fondo, no lo creemos. Vivimos pendientes del tiempo y nos cuesta imaginar cómo sería la vida sin un calendario y sin un reloj”. Es lo que aprendí hace ya muchos años del Eclesiastés, en su maravilloso capítulo 3, que nunca olvido, porque leyéndolo con atención siempre podemos reflexionar sobre momentos cruciales del ciclo vital de cualquier persona y su entorno, en cada ecosistema temporal, sabiendo que todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: tiempo de nacer, morir, plantar, arrancar lo plantado, sanar, destruir, edificar, llorar, reír, lamentarse, danzar, lanzar piedras, recogerlas, abrazarse, separarse, buscar, perder, guardar, tirar, rasgar, coser, callar, hablar, amar, odiar, guerra y paz. Casi sin darnos tiempo para recuperarnos, aborda también una cuestión enigmática de profundo calado: “lo que es, ya antes fue; lo que será, ya es”, resolviéndola con una solución teísta: “Y Dios restaura lo pasado”. ¿Qué Dios, en un mundo descreído?
Con motivo de la proclamación de este premio, he recordado también un dicho turco que me emocionó al conocer su profundo sentido: “Todo al final es como quien cava un pozo con una aguja”, donde el tiempo marca las diferencias para ser y estar en el mundo. Aprendí su significado en el universo extraordinario de la literatura que libera, leyendo el discurso que leyó Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor se hace poco a poco, como la de Mendoza, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual. Esa es la razón de que existan pocos escritores que aporten al mundo sus pozos con agua, porque es su misión, no la de estar secos.
Es lo que a lo largo de su producción literaria nos ha entregado Eduardo Mendoza. Aunque haya ido muchas veces del timbo al tambo, haciendo mudanzas, como él dice, “sin ton ni son”, pero escribiendo con el alma, como lo escuché una vez en una experiencia contada por el escritor portugués António Lobo Antúnes, sobre una idea preciosa aportada por un Hoy, sobre la forma en que Eduardo Mendoza escribe para entender su tiempo de recibir premios.
Sevilla, 1/XII/2016
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://www-livreshebdo-fr.sargasses.biblio.msh-paris.fr/article/eduardo-mendoza-recoit-le-prix-franz-kafka-2015
(1) Sólo conservo una imagen del artículo, que adjunto, pidiendo disculpas por la dificultad probable de su lectura:
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