Yendo del timbo al tambo de la vida, expresión que tanto apreciaba García Márquez, me ha alegrado leer una noticia en relación con uno de mis autores preferidos, Alberto Manguel, que ayer recogió el Premio Formentor de las Letras 2017, otorgado en mayo de este año, como reconocimiento a su trayectoria en la difusión de la lectura entre los jóvenes en todo el mundo, ante un mundo tecnificado que solo defiende a capa y espada la cultura del entretenimiento a palo seco. He leído varias entrevistas en diferentes medios y siempre identifico a Manguel como un maestro de vida lectora en el más amplio sentido de la palabra, que simboliza el complementario por antonomasia del habla humana. Hablar y leer, dos realidades que se complementan en el desarrollo del ser humano. Primero fue el habla, después la lectura.
Trabaja ahora como director de la Biblioteca Nacional de Argentina, país al que ha vuelto como reconocimiento a la educación sobre lo que basó su carrera, como si fuera también un reconocimiento de deuda hacia el sitio que le vio nacer. Con una modestia proverbial dice que no sabe por qué le han dado este premio, “uno de esos lindos absurdos de la vida”, que cuenta -entre otros autores de prestigio- con un palmarés extraordinario: Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Carlos Fuentes, Juan Goytisolo, Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Ricardo Piglia y Roberto Calasso, premiado en 2016.
Siempre ha sentido él curiosidad por todo, en un mundo plagado de cotillas. Siempre he sentido la necesidad de comprender qué es admirarse ante lo que ocurre en nuestras vidas, por muy intranscendente que sea, algo que solo se consigue a través de la admiración, actitud que simbolizó para Aristóteles el comienzo de la filosofía, entendida como la capacidad que tiene el ser humano de admirarse de todas las cosas, de las personas, de sentir curiosidad diaria de por qué ocurren las cosas, de cómo pasa la vida, tan callando. Mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein panta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.
Hablar y leer son dos realidades que van indisolublemente unidas. Necesitamos la lectura, siempre recomendada por Manguel, como medio de descubrimiento de la palabra articulada en frases preciosas, cuando lo que se lee nos permite comprender la capacidad humana de aprehender la realidad de la palabra escrita o hablada, es decir, admirarnos de todas las cosas. Maravillosa experiencia que se convierte en arte cuando la cuidamos en el día a día, aunque paradójicamente tengamos que aprender el arte de leer siendo mayores, porque la realidad amarga es que no lo sabemos hacer: “Pero ¿qué queremos decir con “saber leer”? Conocer el alfabeto y las reglas gramaticales básicas de nuestro idioma, y con estas habilidades descifrar un texto, una noticia en un periódico, un cartel publicitario, un manual de instrucciones… Pero existe otra etapa de este aprendizaje, y es ésta la que verdaderamente nos convierte en lectores. Ocurre algunas afortunadas veces, cuando un texto lo permite, y entonces la lectura nos lleva a explorar más profunda y extensamente el texto escrito, revelándonos nuestras propias experiencias esenciales y nuestros temores secretos, puestos en palabras para hacerlos realmente nuestros” (1).
Sevilla, 23/IX/2017
(1) Manguel, Alberto (2015, 18 de abril). Consumidores, no lectores. El País, Babelia, p. 7.
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