Hay noticias que pasan sin pena ni gloria a pesar de su trascendencia. El pasado domingo se entregó en Oslo el premio Nobel de la Paz a la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares. El día siguiente, se celebró un concierto en honor de los ganadores del premio Nobel en el que hubo un protagonista especial, un piano Yamaha superviviente del ataque nuclear de Hiroshima el 6 de agosto de 1945. Me parece un homenaje con música a un hecho vergonzante para la humanidad y que pervive en la mente del pueblo japonés a pesar del tiempo transcurrido. Como testigo de cargo, el piano todavía mantiene niveles bajos de radiación y se observan en su lacado negro restos de cristales que saltaron por la onda expansiva de la bomba al estar en su radio de acción.
Creo que es una imagen preciosa para recordarnos algo que pervive a través de los siglos, como expresión de paz en momentos de sufrimiento para las personas: Musica laetitiae comes, medicina dolorum, es decir, la música es compañera en la alegría y medicina para el dolor. Lo sigue siendo en ambos mensajes porque ese piano, testigo vivo de una historia que no se debería haber contado jamás, nos entrega alegría a través de composiciones interpretadas por manos maestras. Al mismo tiempo, es medicina para el dolor de la memoria no olvidada.
Mitsunori Yagawa (65 años) ha manifestado recientemente (1) que «Durante el bombardeo de Hiroshima, todo lo que había en los dos kilómetros de la zona cero fue quemado y destruido. Este piano estaba dentro de este límite y sobrevivió milagrosamente». Él ha restaurado el piano y ha tocado en innumerables conciertos por la paz.
El piano tiene un nombre propio: Hibaku piano (el piano bombardeado). Para que no lo olvidemos, aunque se esfuerza, en los conciertos actuales, en entregarnos algo que siempre lleva dentro desde su fabricación en 1938. Los supervivientes que estaban cerca del piano callan todavía hoy porque no quieren hablar de aquella desolación. Entre ellos, el padre de Mitsunori Yagawa. Pero él nos muestra a través de la música la otra cara del horror, con objeto de que no se repita esa página tan triste en la historia de la humanidad.
En el vídeo que encabeza este post, se interpretan en el piano Hibaku tres obras breves de Chopin y Teiichi Okano. Me he detenido en la última porque es una canción que todos los niños y niñas japoneses aprenden en la escuela pública. Se llama Furusato (el pueblo donde nací) y es sobrecogedor cómo las personas asistentes a este concierto acompañan a la pianista Aimi Kobayashi con una letra de recuerdos especiales para todos, cantando al mundo cómo debemos volver cada día a nuestro rincón de paz:
Perseguía conejos en aquella montaña.
Pescaba pececillos en aquel río.
Aún hoy retornan aquellos sueños.
No puedo olvidar mi pueblo natal.
Padre, madre, ¿se encuentran bien?
¿Estarán bien mis viejos amigos?
Hasta cuando la lluvia cae y el viento sopla,
afloran los recuerdos de mi pueblo natal.
Algún día, cuando haya hecho realidad mis sueños,
volveré.
Donde las montañas son verdes, a mi pueblo natal.
Donde las aguas son claras, a mi pueblo natal.
Sevilla, 14/XII/2017