Puerta de Papageno. Teatro sobre el río Viena / Marcos Cobeña Morián
Entre mis clásicos personales de lectura se encuentra el escritor Manuel Rivas. El domingo pasado publicó en El País Semanal una columna preciosa, El asesor del presidente, con un subtítulo atrevido en su enunciado no inocente: “¿Qué clase de aves anidan en La Moncloa? Los gorriones son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades”. Recomiendo su lectura porque con su maestría habitual desarrolla un mensaje conductor que no tiene desperdicio.
En tal sentido, me ha recordado unas palabras que escribí sobre este pajarillo tan amable, con un título muy cercano al canto que le dedicó Juan Manuel Serrat en un clásico popular, Tutearnos con las nubes, como un gorrión, donde abordaba el papel que podían jugar ciertos pájaros en nuestra vida, ya sean asesores o aves que nos susurran ciertos comportamientos al oído: “Siento un respeto especial hacia este pájaro tan diminuto, que he conocido bien a lo largo de mi vida. Desde el Parque del Retiro en Madrid, hasta el de María Luisa en Sevilla, es de los pocos pájaros que he distinguido bien en su alegre caminar, saltarín por excelencia y de una nobleza más que encomiable, porque se posa en tu mano con cierto descaro con solo ofrecerle una migaja de pan. Pero hay dos gorriones que me han marcado en mi vida, el de Serrat en su delicada canción Como un gorrión y el de Manuel Rivas en su precioso relato La lengua de las mariposas, a través de Pardal (gorrión, en gallego), un niño con ese nombre que llevo dentro de mi persona de secreto. Hasta que hoy he conocido a través de un fotoensayo de Juan Millás que los gorriones desaparecen y he sentido como si los gorriones a los que he querido especialmente fueran a desaparecer algún día también de mi vida interior: “Contrariamente a otras aves urbanas que en las plazas nos miran desde el desafecto, el gorrión tiene algo de hombrecillo emplumado que anhela nuestra suerte y forma de vida”.
Cuenta Manuel Rivas que el presidente de EE. UU., Thomas Jefferson, tenía en su despacho oval de la Casa Blanca un cenzontle o sinsonte al que llamaban Dick, citando una referencia de Jennifer Ackerman en su libro El ingenio de los pájaros: “Siempre que estaba solo, abría la jaula y dejaba que aquel pajarillo volara libremente por la estancia. Tras revolotear durante un rato de objeto en objeto, Dick se posaba sobre su escritorio y le regalaba las notas más dulces, o bien se posaba en su hombro y comía de sus labios”. De esta experiencia, salta Rivas a una afirmación inquietante: “No sé con quién se asesora el señor Rajoy. Uno de sus consejeros y redactor de discursos era Jorge Moragas, destinado ahora como representante de España ante la ONU, en Nueva York, donde quizá tenga la suerte de escuchar algún cenzontle. Tampoco sé qué clase de aves viven y anidan en La Moncloa. Seguro, eso sí, que hay algún gorrión. Según Louis Lefebvre, los gorriones son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades. Pero ¿quién escucha hoy en España a un gorrión?”.
Suelo contemplar de cerca a los gorriones y siempre los asocio a Pardal, el niño-gorrión de Manuel Rivas que estaba asombrado con su profesor republicano porque un día le dijo que podría ver la lengua de las mariposas con el microscopio que esperaban con ardiente impaciencia de los de la Instrucción Pública, “[…] una trompeta enroscada como un muelle de reloj. Si hay una flor que la atrae, la desenrolla y la mete en el cáliz para chupar. Cuando lleváis el dedo humedecido a un tarro de azúcar, ¿a que sentís ya el dulce en la boca como si la yema fuese la punta de la lengua? Pues así es la lengua de la mariposa”. Y aquel niño, como un gorrión, tuvo siempre envidia de las mariposas: “Qué maravilla. Ir por el mundo volando con esos trajes de fiesta…”. Así, ensimismado con la vida, hasta que un día el maestro, Don Gregorio, desaparece en una cordada de presos durante la guerra civil española, a los que incluso él insulta y tira piedras por el sinsentido de la vida, por tanto silencio cómplice que nos asola ¡Qué paradoja tan cercana!
Una vez más me retiro a mi rincón de pensar y escucho la canción de Serrat que tanto me aportó en mi vida joven, porque soy consciente, todavía hoy, que “nació libre como el viento, / no tiene amo ni patrón / y se mueve por instinto / como un gorrión”. Con el estribillo de la vida que cada uno pone a su verdad verdadera. La de Papageno, encantador de pájaros, sin ir más lejos o… sí, para tutearnos con las nubes mientras lo permita el cambio climático. Como un gorrión. Muchas veces he explicado en intervenciones públicas lo que cuento a continuación. Siempre me ha asombrado el papel de Papageno, el protagonista de una ópera especial de Mozart, La Flauta Mágica, por su profesión: encantador de pájaros y su simbología tan cercana a la vida, frente a la muerte tan propicia para la Reina de la Noche. Todavía recuerdo de mi viaje a Viena en 2007 la mirada de Papageno en su puerta del teatro sobre el río Viena (mi querido Teatro de barrio), sintiéndose cómplice del movimiento de la Secesión, a escasos metros de su deteriorada figura, cubierto de plumas y con su inseparable jaula para meter/sacar los pájaros encantados, sin saber nunca a qué tipo de pájaros –uccellaci o uccellini (pajarracos o pajarillos), protagonistas de la excelente película del mismo nombre, dirigida por Pier Paolo Pasolini- se estaba refiriendo en su larga andanza.
He recordado a este personaje tan entrañable, Papageno, como si fuera posible invitarle a rescatar hoy en su jaula a los gorriones en peligro de extinción, frente a los pajarracos o pajarillos que quizá asesoran ahora al presidente de nuestro país. Lo que de verdad preocupaba a Manuel Rivas en su columna habitual, porque los gorriones, según el científico Louis Lefebvre, “son los mejores estrategas en los procesos de adaptación y los más innovadores según las necesidades”. Necesarios o imprescindibles, según los queramos rescatar, escuchar o apreciar en su pequeñez extrema.
Sevilla, 9/II/2018
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