Preferiría no escribir este artículo, preferiría no hacerlo. Hoy he sentido la necesidad de parar mi mundo para bajarme momentáneamente de él. Con profunda tristeza he visto por televisión la visita del presidente Trump a diferentes heridos de la masacre que se produjo el miércoles pasado en Florida, en la escuela de secundaria Marjory Stoneman Douglas, en la que murieron 17 personas. También, la fotografía oficial de su posado presidencial en una habitación del Broward Health North Hospital en compañía de la primera dama y las palabras que ha dirigido a la policía que intervino en esos momentos terribles para decirles entre risas que merecían que se les subiera el sueldo, junto con una felicitación directa al FBI por su actuación en relación con el seguimiento del autor de los disparos, criticada duramente por el gobernador de Florida, presente durante la visita sorpresa de Trump. Con la misma superficialidad, he visto cómo hacía mutis por el foro cuando un periodista le ha preguntado que pensaba hacer en relación con el uso de las armas en un país tan permisivo con las mismas.
El informativo ha seguido dando noticias de diverso cuño, porque el mundo sigue, pero he sentido un desconsuelo que me impedía seguir atento al televisor. Acababa de asistir a un espectáculo del sinsentido actual de la gobernanza en EE. UU. Trump ha demostrado en pocos segundos que no es un modelo en quien fijarse para recorrer el largo camino de la vida. No son de recibo las formas que ha transmitido al mundo en la visita oficial a los principales afectados por los terribles asesinatos de ayer. La pose oficial está muy alejada de la compasión que se espera de un alto mandatario que debe respetar por encima de todo el interés general e individual en sucesos como los que ocurrieron ayer. La frialdad de la presencia institucional del presidente en Florida se palpaba por todos los lados y parecía más un acto de trámite oficial que otra cosa.
Sinceramente, preferiría no verlo, ni leerlo. Ni escucharlo. Preferiría no escribir este artículo. Reconozco que la lectura del relato de Herman Melville, Bartleby el escribiente, me marcó durante una etapa de mi vida. Recuerdo en bastantes ocasiones la frase preferida de Bartleby, ante cualquier petición de su patrón: “preferiría no hacerlo”. Es muy difícil en la vida ordinaria tomar este tipo de decisiones, sin llegar al absurdo del protagonista del relato citado, pero en muchas ocasiones habría que copiarle sin temor alguno.
En cualquier caso, lo más terrible de Trump es su silencio cómplice en relación con el uso y abuso de las armas en su país, en el que asistimos con demasiada frecuencia a sucesos execrables por la desidia legislativa al respecto. El tiroteo de Florida y su resultado no debería dejar tranquilo a nadie, pero menos al presidente de la nación más poderosa del mundo, porque con estas muertes se vuelven a sobrepasar todos los límites que puede soportar la dignidad individual y colectiva de las personas que quieren vivir en paz.
Sevilla, 17/II/2018
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