Yendo del timbo al tambo, camino intelectual que practicaba en bastantes ocasiones Gabriel García Márquez, ha caído en mis ojos una noticia maravillosa sobre la inteligencia de las abejas. Estaba leyendo con gran interés un artículo reciente de Science cuando, de forma sorprendente, descubro que Manuel Rivas publica hoy un artículo en El País Semanal, La guerra de las abejas, que viene a confirmar la sospecha mundial sobre la mortandad sin paliativos de este ser polinizador de vida, debido a las multinacionales del sector de plaguicidas, fulminando su inteligencia para dar vida a la vida.
Siguiendo con la lectura de la investigación publicada en Science, descubro que “Las abejas melíferas entienden el concepto de cero, al igual que los delfines y las personas. No es solo que estos insectos sean capaces de discernir que «nada» es diferente de «algo»: son también capaces de ubicar el cero en el extremo inferior de una secuencia de números positivos” (1). La síntesis de la investigación se centra en que “para averiguar si las abejas melíferas podían entender el concepto de nada, los investigadores atrajeron a abejas que volaban en libertad hacia una pantalla con tarjetas blancas, cada una de las cuales contenía entre dos y cinco formas oscuras. Algunos animales recibían una gota de agua dulce cada vez que se dirigían a la tarjeta que mostraba el menor número de objetos, mientras que otros eran recompensados cuando elegían la tarjeta que contenía más elementos. Tras un día de entrenamiento, los autores introdujeron tarjetas con un objeto y otras que no mostraban ninguno. Los insectos fueron sistemáticamente capaces de identificar las tarjetas en blanco como aquellas que contenían el menor número de formas. La ejecución de la tarea mejoró aún más cuando las tarjetas en blanco se presentaban junto a otras que incluían cuatro o cinco elementos”.
Queda mucho por saber y por demostrar en esta investigación, pero hoy sabemos más que ayer en la cooperación inteligente de determinados seres vivos para hacernos la vida más feliz. Lo corrobora una acertada expresión de Rivas en su artículo: “Maurice Maeterlinck oteó el peligro de un destino apocalíptico para el ser humano. Pero hoy tendría que escribir el envés catastrófico de esa civilización autora de una arquitectura natural más que admirable: “Ningún ser vivo, ni siquiera el hombre, ha realizado en su esfera lo que la abeja en la suya; y si una inteligencia ajena a nuestro globo viniese a pedir a la Tierra el objeto más perfecto de la lógica de la vida, habría que presentarle el humilde panal de miel”.
Maeterlinck lo dijo en 1901, en su curiosa obra dedicada al mundo de las abejas. Mientras que digiero esta situación tan alarmante y silente, busco el símbolo del panal de miel para entender la lógica de la vida. Y leo a Machado, que sabía bastante de estos diminutos seres inteligentes, de los que hoy sabemos que saben qué es la nada: Anoche cuando dormía / soñé ¡bendita ilusión! / que una colmena tenía / dentro de mi corazón; / y las doradas abejas / iban fabricando en él, / con las amarguras viejas, / blanca cera y dulce miel.
Me tranquiliza saber que hay Universidades, investigadores y escritores que están preocupados en este ir y venir del timbo al tambo de las abejas, como ejemplo de maltrato animal sin contemplaciones. También cuando leo al maestro Rivas: “Los fanáticos del “solucionismo tecnológico” están experimentando con las RoboBee (abejas robot), una especie de drones de 80 gramos de peso, con los que pretenden sustituir a las abejas. Lo que hace falta a la humanidad es el activismo de la polinización. Aprender de las abejas y polinizar la política, el periodismo, la cultura y la ciencia. Más biodiversidad y menos bioperversidad”.
No lo olvidemos: es probable que antes de que apareciera el ser humano en el mundo, las abejas ya estuvieran allí. Antes que nosotros, ya sabían qué es nada. Escalofriante y maravilloso.
Sevilla, 24/VI/2018
(1) https://www.investigacionyciencia.es/noticias/las-abejas-pueden-contar-hasta-cero-16468
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