Cambia, todo cambia en la nueva normalidad

Sevilla, 30/IV/2020

Escuchamos el nuevo constructo desde hace días como si fuera el oráculo de Delfos: iniciamos una «nueva normalidad». Desentrañar estas palabras es un dilema necesario para que nos enfrentemos a él de la mejor forma posible. El problema surge cuando escudriñamos qué es lo normal en la vida y su derivada, la normalidad, en un mundo que se nos presenta lleno de incertidumbres y con un enemigo público número 1 llamado COVID-19.

Las mudanzas han sido una constante en mi vida, porque he aceptado siempre con buen talante que en la vida se producen variaciones del estado que tienen las cosas, “pasando a otro diferente en lo físico ú lo moral” (Diccionario de Autoridades, RAE, 1734). Las he vuelto a revivir al leer una frase de un cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Es una frase que simboliza muy bien las múltiples veces que hacemos mudanza en el cerebro porque cambiamos o nos cambian la vida (el estado que tienen las cosas) muchas veces a lo largo de la vida. Y el cerebro lo aguanta todo y…, lo guarda también. Es una dialéctica permanente entre plasticidad cerebral y funcionamiento perfecto del hipocampo (como estructura que siempre está “de guardia” en el armario de la vida).

Suelo acudir siempre a la historia y a la filosofía para intentar buscar razones de la razón y del corazón con objeto de abordar de la mejor manera posible la nueva normalidad, la nueva mudanza. También he localizado en mi memoria de hipocampo, esa estructura cerebral encargada de ordenar de la mejor forma posible la memoria personal e intransferible, una canción que salta como un resorte en mi cabeza cada vez que se habla de cambiar algo porque en el fondo esta palabra, cambio, es una constante en nuestras vidas desde que nacemos. Vivimos porque todo cambia en nuestra forma de ser y estar en el mundo. Gracias a los cambios diarios, segundo a segundo, en nuestro organismo, vivimos, estamos y somos. En definitiva, enfrentarnos al cambio en nuestra vida es el resultado de aunar conocimiento, habilidades y actitudes ante algo inexorable que tenemos que saber integrar a la mayor brevedad posible: todo cambia y que yo cambie no es extraño.

La geopolítica del coronavirus COVID-19, porque hay que recordar que ya nos hemos enfrentado a otros, nos demuestra que casi ocho mil millones de personas que hoy poblamos el planeta Tierra, con un crecimiento demostrado cada 0,38 segundos, tenemos que abordar la nueva normalidad e integrarla sin un manual claro de supervivencia mientras no ganemos esta batalla por vivir la normalidad que, repito, siempre es cambiante. El principal problema está en nosotros, en ese conjunto de conocimiento de qué es lo que va a cambiar, la disciplina de adquirir nuevas formas de comportamiento ante los cambios de escenarios para vivir que se ordenen y, lo mejor de todo, educar la actitud para enfrentarnos a una nueva forma de ser y estar en el mundo.

Algo curioso que ha ocurrido durante el estado de alarma en el país es la recurrencia a canciones olvidadas de la banda sonora de este país a modo de búsqueda desesperada de letras convincentes que aúnen nuestro sentimientos y emociones para resistir en tiempos difíciles.  Me he puesto manos a la obra y he recordado a la cantora Mercedes Sosa (cantante es el que puede y cantor el que debe, según Facundo Cabral), que cuando cantó Todo cambia con letra y música del músico chileno Julio Numhauser (fundador de mi querido grupo Quilapayún), lo grabé en mi razón y en mi corazón, en etapas muy difíciles de este país arrasado por el virus del odio y de las dos Españas, que han quedado registradas en la memoria situada en una región profunda de mi cerebro, el hipocampo, como aprendizaje de su compromiso activo a través de la música:

Cambia lo superficial
Cambia también lo profundo
Cambia el modo de pensar
Cambia todo en este mundo

Es verdad. Quienes no se adaptan a los entornos cambiantes, sufren mucho porque pierden seguridad en el qué pensar, qué hacer y qué sentir de todos los días. La historia demuestra que esta realidad viene de antiguo, desde la etapa presocrática, cuando Heráclito de Éfeso pretendió que las personas dignas nos acostumbráramos a pensar que todo fluye y que nada permanece, como actitud vital, porque solo hay que pensar en una imagen preciosa: nadie se baña dos veces en el mismo río, es decir, la nueva normalidad ya está instaurada en la sociedad de todos los días. Porque no controlamos la perpetuidad de lo que hacemos, vivimos, somos, sentimos y conocemos.

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

En estos días, especialmente duros en la vertiente de salud y confinamiento, con su impacto terrible en los ámbitos políticos, económicos y laborales, estamos tomando conciencia de que sufrimos el síndrome de la inadaptación permanente ante una situación de la que hemos perdido el control, tomándolo quizá otros vestidos de negro que ni siquiera conocemos a veces y que están perfectamente identificados, habiéndonos quedado con su cara, que es la de siempre, la que refleja de forma dura una seria advertencia: ¡es el dinero, idiota!, que decía el asesor de Nixon, no sé si ahora el de Trump, no es bueno tanto cambio y esto no puede continuar así, arriesgando tanto dinero de unos pocos en un mundo de muchos, que además es muy manirroto:

Pero no cambia mi amor
Por mas lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor
De mi pueblo y de mi gente

Les cuento ahora la verdad, la intrahistoria de estas palabras. Mantengo en mi memoria de secreto un texto escrito en 2011 sobre el Club de las Personas Dignas,  He considerado que hoy es bueno que hablemos de esto en el Club, por higiene mental, para reforzar las actitudes cotidianas en lo que vivimos, hacemos y sentimos, aunque reconozcamos que la situación del coronavirus nos ha hecho mucho daño, pero compartiremos la realidad cambiante que se inicia en la fase 0 presentada por el Presidente, hasta que al animarnos y respetar a los que animan a los animadores, integremos en nuestra inteligencia de todos y en la de secreto, que cambiar no es extraño…, porque no cambiamos el amor a lo que queremos, por mucho que nos cueste, porque somos coherentes, porque los principios permanecen, aunque tomemos conciencia plena de que para los tristes y los tibios, cada uno en su Club, tanto cambio no lleva a nada bueno. De esta forma, el cambio hacia la nueva normalidad no será ya algo extraño en nuestras vidas:

Lo que cambió ayer
Tendrá que cambiar mañana
Así como cambio yo
En esta tierra lejana

Cambia el rumbo el caminante
Aunque esto le cause daño
Y así como todo cambia
Que yo cambie no es extraño

Creo que viendo y escuchando también el vídeo de Julio Numhauser junto a su hijo, cantando «su» canción compuesta en su exilio en Suecia, se comprende bien que me atreva a proponer esta canción como el himno del nuevo orden mundial, de la nueva normalidad. Divulguémosla porque nos llena el corazón de realidad y esperanza.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.

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