El confinamiento nos abre la ventana discreta para descubrir nuevas experiencias de tiempo compartido. Hoy, deseo incorporar a la banda sonora de esta realidad tan dura, una canción preciosa cantada por María Dolores Pradera, El tiempo que te quede libre, que puede ser de aplicación selectiva para aquellas personas a las que queremos y que a veces hemos plagado de ausencias múltiples en la vida compartida. Para devolverles, si es posible, la dedicación que merecen siempre durante todos los días y meses del año, durante toda la vida, conjugando todos los tiempos posibles del tiempo que nos queda libre para dedicarlo a él, ella, vosotros y… a ellos, a los que sabemos que más lo necesitan. Sabemos que muchas veces nos han pedido el tiempo al que se refiere la canción, a veces solo dos minutos o un minuto nada más.
Atender el fondo de la letra cantada por María Dolores Pradera con su voz, elegancia y forma de moverse en el escenario, inconfundibles, puede ayudarnos a programar mejor el tiempo libre del que disponemos en estos días, es verdad que de forma forzada, pero que se puede convertir en una oportunidad para mil reencuentros posibles, amables, hoy y siempre, con familiares directos, indirectos o circunstanciales, con los que convivimos; también con amigos, vecinos, dependientes de servicios y, por supuesto, con los que trabajan en puestos esenciales que, en su tiempo de trabajo, lo están dedicando de forma plena y ejemplar a nosotros a través de su servicio público garantizado por un estado de bienestar.
Les dejo con ella:
El tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí a cambio de mi vida entera o lo que me queda y que te ofrezco yo.
Atiende preferentemente a toda esa gente que te pide amor; pero el tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
El tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
No importa que sean dos minutos o si es uno sólo, yo seré feliz; con tal de que vivamos juntos lo mejor de todo dedicado a mí.
Y luego cuando te reclamen y otra vez te llamen volveré a decir: que el tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
Que el tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
No importa que sean dos minutos o si es uno sólo, yo seré feliz; con tal de que vivamos juntos lo mejor de todo dedicado a mí.
Y luego cuando te reclamen y otra vez te llamen volveré a decir: que el tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
Que el tiempo que te quede libre si te es posible, dedícalo a mí.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Inicio una nueva serie al comienzo de la prórroga del periodo de confinamiento, con un título programático, La ventana discreta, a modo de perspectiva esperanzadora sobre la situación que estamos viviendo en cada «carpe diem» particular. Necesitamos abrir ventanas metafóricas que permitan contemplar la vida de otra forma, porque es una oportunidad única de recuperar diálogo interior con nuestra persona de todos y, sobre todo, con la de secreto.
Durante estos días es probable que nos sintamos a veces solos ante el peligro, en silencio, pero permitiéndonos algo muy importante: reflexionar, reflexionar y reflexionar, pasar a la acción, porque las ventanas de la vida ofrecen siempre oportunidades. Parando un momento. Las ventanas nos invitan a contemplar de forma diferente lo que antes pasaba desapercibido: la ciudad tranquila, la llegada de la primavera, más pájaros, más vida, aunque sintamos muchas veces el vértigo existencial legítimo. Necesitamos fijar la mirada en lo que auténticamente merece la pena, es decir, levantarnos desde nuestra perspectiva ética e iniciar un camino de compromiso personal y social para cambiar ese horizonte cerrado, clásico, que en el tiempo anterior, al que llamamos pasado, no nos ha llevado a veces a ninguna parte.
En estos días de estado de alarma hay una expresión que se repite continuamente, dejarse la piel, referida a la actitud de todas las personas que están dando lo mejor de sí mismas para atender a los pacientes del coronavirus y también, en el fondo y forma de la citada locución, a los cientos de miles de profesionales en todos los ámbitos que podamos imaginar que, más allá de los que prestan servicios esenciales, están atendiendo también las necesidades básicas de 47 millones de personas confinadas en sus casas.
Me ha interesado conocer por qué se utiliza esta expresión en este país y he recurrido a la investigación acerca del origen de la misma, recordando algo que aprendí la primera vez que analicé el extraordinario Diccionario de Autoridades publicado en el siglo XVIII, en el que se explicaba que pretendían recoger “[…] el verdadero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las frases o modos de hablar, los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua […]”, cuyos protagonistas son siempre personas. Al final, las locuciones de las que tomamos un ejemplo como el que nos ocupa hoy, dejarse la piel, son el resultado de la forma de expresarse el pueblo llano que en este caso es así porque durante muchos siglos ha permanecido en todos los diccionarios como locución figurada y familiar, cuestión que hoy mantiene todo nuestro reconocimiento y respeto.
La primera vez que se recoge una expresión parecida a “dejarse la piel” en un diccionario es en el año 1788, concretamente en el de Terreros y Pando (p.131, 2), con la siguiente acepción entre otras: “PIEL, se toma también por la vida. V. Así se dice: este ya dio la piel; esto es, ya acabó con la vida” (1). En el diccionario de Domínguez (2), publicado en 1853, aparece el contrario de “dar o entregar la piel” [sic], incluyendo la acepción “guardar la piel”, es decir, no comprometerse en lances serios, de sumo interés para comprender el alcance popular de la expresión en uno u otro sentido.
Pasando por el túnel del tiempo durante varios siglos, en el que la expresión “dejarse la piel, dar la piel o soltar la piel” en lenguaje figurado o familiar equivalen a “morir”, se vuelve a recoger en el Diccionario de Uso del Español (3), de María Moliner, el sentido anteriormente expresado por Terreros y Pando, cuando en la voz “piel” dice textualmente en una de sus acepciones finales lo siguiente: “DEJAR [SE] LA PIEL EN ALGUNA EMPRESA. Morir en ella”, es decir, se mantiene su sentido más profundo por equipararse esta actitud hasta el extremo de “dejarse la vida” en una acción humana en una “empresa”.
Quizá se encuentra la mejor diferenciación en esta expresión en la edición del Tricentenario del Diccionario de la Lengua Española, en su actualización de 2019, al hacer una clara distinción entre “dar y dejar la piel”, expresándolo en las siguientes acepciones: “dar alguien la piel: 1. locución verbal coloquial. Acabar la vida, morir; dejar alguien la piel: 1. dar la piel; 2. Esforzarse al máximo en algo. […] Se deja la piel en su trabajo”.
Efectivamente, es lo que verdaderamente está pasando con los profesionales sanitarios en general y con otros profesionales y servidores públicos en particular que, por atender a las personas infectadas actualmente por el coronavirus, están arriesgando sus vidas hasta extremos insospechados, enfermando gravemente e incluso muriendo por llevar al límite humano su actitud personal y profesional, dejándose la piel en su trabajo, en su quehacer diario. Incluso, lo que es más ejemplar todavía, dando la piel de forma desinteresada con una generosidad extrema, alcanzando cotas heroicas en el mundo actual.
He unido esta expresión analizada anteriormente con una muy próxima, entregar el alma, reconociendo la dificultad para comprender la citada entrega ante una pregunta inquietante, ¿qué es el alma?, sobre la que recientemente descubrí una respuesta a través de la literatura, en un libro precioso escrito por Mario Satz, El alfabeto alado: “Entre el alma humana y las mariposas existe un estrecho parentesco: lo que en una es oscilación y ascenso en las otras es aleteo y color. Aristóteles fue el primero en acuñar la palabra psique para designar ese nexo, y, tras él, poetas y pintores representaron el alma alada, frágil e inasible pero hermosa” (4).
Vuelvo otra vez a mi persona de secreto, para comprender el significado profundo de entregar el alma cuando nos dejamos la piel en acciones transcendentales en nuestra vida, reflexionando sobre la frase que pronunció en una ocasión el escritor Lobo Antunes, en el acto de recepción del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en la Feria Internacional del Libro celebrada en la ciudad de Guadalajara (México) en noviembre de 2008. Nos regaló una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, por si detrás de todo esto está el alma humana, alada, que fabrica el cerebro. Porque al igual que manifestó en ese acto: “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, entusiasmados con nuestras almas aladas. Como las de miles de profesionales de la salud y servidores públicos en general, trabajando hacia atrás, es decir, buscando en sus personas de secreto las mejores razones para atender sin descanso a quienes más lo necesitan en este momento, dejándose la piel en la aplicación efectiva de los conocimientos, sentimientos y emociones, sabiendo que solo encuentran en el alma su suelo firme profesional y humano.
(1) TERREROS Y PANDO, Esteban de, Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana […]. Tomo tercero (1767). Madrid: Viuda de Ibarra, 1788. Reproducido en NTLLE, a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, O-9.
(2) DOMÍNGUEZ, Ramón Joaquín, Diccionario Nacional o Gran Diccionario Clásico de la Lengua Española (1846-47). Madrid-París: Establecimiento de Mellado, 1853, 5ª edición. 2 vols. Reproducido en NTLLE a partir del ejemplar de la Biblioteca de la Real Academia Española, 3-A-14 y 3-A-15.
(3) MOLINER, María, Diccionario de uso del español. Tomo II, 1994. Madrid: Gredos, p. 739.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
El ciclista, en medio de una espesa niebla, mira a cámara mientras no detiene su avance por una de las calles de Srinagar (India)
Sevilla, 29/III/2020
Anoche, a las 24 horas, finalizó la primera quincena del estado de alarma. Han sido días muy difíciles porque la cifras de contagiados y fallecimientos a consecuencia de la pandemia se han incrementado de forma exponencial durante este periodo y hemos tomado conciencia de que estamos enfrentándonos a un peligro mundial de consecuencias incalculables.
Siendo esto así y sin quitarle un ápice de importancia, creo que tenemos que desarrollar un tejido personal y social, a modo de malla pensante que llamamos Noosfera, en el que destaque por encima de otras, una característica de las personas dignas: mirar siempre hacia adelante, porque el mundo solo tiene interés si lo comprendemos así. Recuerdo como si fuera ayer la última frase del libro “Origen y futuro del hombre”, de Josef Vital Kopp, un homenaje a cuarenta años de permanencia en algún lugar oculto de mi cerebro, después de aquella primera lectura y análisis en 1966, de meses de estudio hasta que la Autoridad competente me recomendó que no investigara tanto sobre Teilhard de Chardin, porque era una persona que había muerto como había vivido: solo, equivocado de siglo, contraviniendo las teorías de la creación, reviviendo las teorías darwinistas en una nueva interpretación de raíces dudosas acerca de la creación y la evolución de las especies, de la supervivencia humana, de la muerte y de la vida.
Desde la portada, pasando por el índice y por mis propias anotaciones, pasaron imágenes y secuencias extraordinarias para un joven de dieciocho años que había descubierto que otro mundo era posible. Y una vez más vuelvo a leer página a página al autor que interpretando a Teilhard de Chardin me llevó de la mano (creo que también de la inteligencia) a descubrir una lectura apasionante del mundo que se simboliza en la cabecera de este diario digital y que es el hilo conductor de mi vida: el mundo solo tiene interés hacia adelante (Tientsin, 1923, recogida en sus Lettres de voyage, 1923-1939).
La situación creada por el coronavirus es muy crítica, no cabe duda alguna, pero creo que debemos parar un momento la moviola de la tristeza y abatimiento para reconsiderar actitudes personales, familiares, laborales y políticas, para enfrentarnos a una realidad incontestable, pero que debe contar con la aportación que cada una, cada uno, puede poner en su realidad propia y asociada, mirando siempre hacia adelante, como he querido simbolizar a lo largo de casi quince años en este cuaderno de bitácora, como símbolo y actitud activa que aprendí hace muchos años del mensaje y del autor que da título a este blog.
Como consecuencia de lo que estamos experimentando en estos días tan difíciles de digerir a veces, ¿dónde está la receta, para comprarla o el bálsamo de Fierabrás para beberlo y curar todas las heridas actuales en el cuerpo y en la mente? Sencillamente, no existen puntos de venta de estos productos mágicos, porque la revolución de la esperanza en que vamos a salir de esta situación está en el cerebro de las personas que deciden no arredrarse ante la situación adversa y seguir mirando hacia adelante, como el ciclista de la foto, avanzando en medio de la niebla espesa, con unas luces tenues que ayudan a seguir confinados por ahora, pedaleando, viviendo, trabajando, queriendo, enfrentándose de cara a la adversidad en cualquiera de sus manifestaciones. Porque la tentación de tirar la toalla y arrojarse al mar es una situación transitoria, dejando atrás compromisos y personas que necesitan manos amigas y cerebros inteligentes que luchen día a día por vencer el miedo escénico de seguir viviendo, saliendo a cubierta para dirigir la nave del alma que todos llevamos dentro, abandonando temporalmente la contramina mental y de trabajo duro, gris, que muchas veces desarrollamos, para gritar en cubierta, a cielo abierto, que no debemos abandonar los barcos en los que cada uno está enrolado, porque las creencias merecen la pena aferrarse a ellas, en cualquiera de las cuatro vertientes que un día, también muy lejano, aprendí de un gran hombre, José Ferrater Mora, en su precioso libro El hombre en la encrucijada, que introduzco siempre en la maleta virtual de los viajes que suelo hacer en busca de islas desconocidas.
Decía Ferrater Mora que necesitamos tener creencias, que no podemos vivir sin ellas, y a lo largo de las páginas de su tesis existencial demuestra que el mundo ha evolucionado hacia adelante gracias a que nuestros antepasados y muchas personas contemporáneas han tenido y tienen creencias en cuatro ámbitos, juntas o por separado da igual, de una forma u otra, da igual, pero siempre relacionadas con las Personas, la Naturaleza, Dios/dioses o la Sociedad. Así durante muchos siglos. Nos necesitamos y juntos podemos hacer camino al andar, porque hoy no quiero dejar solo en su avance al ciclista de la foto, a las personas a las que quiero, a las creencias políticas que me siguen pidiendo que no abandonemos a los sin voz, a los que menos tienen, a los que llamamos torpes, a las personas pobres de todo: de espíritu y carne, a las personas que ejercen una política digna, a los que defienden que todos no somos iguales, a las personas que aun equivocándose están dispuestas a rectificar, a los que les preocupa el silencio de las minorías, a los que defendemos la sociedad del bienestar social, a los que quieren y desean dejar de estar intranquilos porque pierden ilusiones, dinero y puestos de trabajo, a los que tienen muy claro desde el punto de vista político que no es lo mismo trabajar por la defensa de derechos y deberes, que por la mera mercancía.
Porque la inteligencia humana, que nos une a todos y no está en el mercado libre, vence al miedo, al coronavirus actual, al dinero manipulado por el mercado, por muy poderoso caballero que sea. Es una maravillosa lección de la historia que han escrito las personas que hasta hoy nos han acompañado y acompañan en un largo viaje iniciado desde África, hace ya doscientos mil años.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Son aquellas pequeñas cosas, Que nos dejó un tiempo de rosas En un rincón, En un papel O en un cajón.
Juan Manuel Serrat, Aquellas pequeñas cosas
Sevilla, 28/III/2020, Día Decimocuarto
No olvido a Groucho Marx cuando pronunció con su ironía característica y en el contexto de la crisis mundial de 1929, en su fondo muy parecida a la actual, una frase que legó a la posteridad: «Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”. Tampoco a Serrat, porque me enseñó en momentos transcendentales de este país, que era conveniente valorar las pequeñas cosas en su justo sentido, aquellas […] Que nos dejó un tiempo de rosas / En un rincón, / En un papel / O en un cajón. Pero quizá sea un pájaro perdido de Tagore, el 178, el que vuele hoy alto en estos momentos difíciles para el país y me traiga una reflexión extraordinaria a la hora de compartir en casa y a través de las redes la mejor vacuna contra el desasosiego: A mis amados les dejo las cosas pequeñas; las cosas grandes son para todos.
Uno se cree
Que las mató
El tiempo y la ausencia.
Pero su tren
Vendió boleto
De ida y vuelta.
La disponibilidad digital de la que gozamos hoy día, tanto para lo divino como para lo humano, nos permite disfrutar de pequeñas cosas con recursos de siempre, de toda la vida, los rincones, los papeles, los cajones olvidados, también la radio, siempre compañera y amiga, completándola en este momento con los digitales, tales como los teléfonos inteligentes, la televisión y las redes sociales. Esta es la maravillosa realidad de Internet, una tecnología de doble uso, lo sé, pero que cuando se recurre a ella de forma racional y equitativa es extraordinariamente útil y buena, en el buen sentido de la palabra “buena”.
Son aquellas pequeñas cosas,
Que nos dejó un tiempo de rosas
En un rincón,
En un papel
O en un cajón.
Por ello, comprendo hoy mejor que nunca a Serrat, porque todo lo que nos rodea ahora en casa son aquellas pequeñas cosas que muchas veces no hemos valorado en tiempo de bonanza, de rosas. No un yate, una mansión o una fortuna, los de la metáfora de Groucho, por pequeños que fueran o fuesen. Es lo que tiene no confundir hoy, como todo necio, valor y precio.
Como un ladrón
Te acechan detrás de la puerta.
Te tienen tan
A su merced
Como hojas muertas
Que el viento arrastra allá o aquí,
Que te sonríen tristes y
Nos hacen que
Lloremos cuando
Nadie nos ve.
El virus nos tiene ahora a su merced, obligándonos a tomar medidas de autoprotección para protegernos a nosotros mismos y a los demás, permitiéndonos solo encontrar las pequeñas cosas de cada día, que a veces acechan a través de la puerta. Solo necesitamos autoconvencernos de que con pequeñas soluciones podemos solucionar este gran problema, aunque a veces lloremos cuando nadie nos ve.
Hablando de llanto escondido, he ido a mi biblioteca a buscar un libro para recordar cómo lloraba Antonio Machado en momentos difíciles para este país, de destierro, buscando quizá un consuelo ante tanto dolor ajeno, sin acabar de entender sus soledades, según su hermano José, un gran desconocido en la literatura española. Su lectura me ha dejado siempre vía libre en el terreno de las preguntas. Su título es real como la vida misma, Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José (1). Cuenta en estas páginas que unos días antes de morir en el pueblo del destierro, le pidió una pequeña cosa, ver el mar: “Esta fue su primera y última salida. Nos encaminamos a la playa. Allí nos sentamos en una de las barcas que reposaban sobre la arena. El sol de mediodía no daba casi calor. Era en ese momento único en que se diría que el cuerpo entierra su sombra bajo los pies. […] Así permaneció absorto, silencioso, ante el constante ir y venir de las olas que, incansables, se agitaban como bajo una maldición que no las dejara reposar. Al cabo de un largo rato de contemplación me dijo señalando a una de las humildes casitas de los pescadores: “Quién pudiera vivir ahí tras una de esas ventanas, libre ya de toda preocupación” Y volvió al hotel, sumido en el más profundo silencio. Una soledad acompañada, recordando una idea de su infancia sobre ella: Sí, yo era niño y tú mi compañera. Seguro que en esta soledad sonora recordó el último verso de su retrato con alma: Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar. Al leerlo otra vez con el calor que da la impecable dignidad de la que hizo gala siempre, se me han caído unas lágrimas, como le ocurría a María Celeste, el mascarón de proa preferido de Neruda, que lloraba cada vez que el calor del fuego que ardía en la chimenea de su casa, en la Isla Negra, condensaba el vapor en sus ojos de cristal. Porque ante la dignidad y la vergüenza todo llora y nada permanece insensible y quieto.
Solo son las pequeñas cosas que hoy quería contar a mis amados y amadas, a los que señalaba Tagore como especiales e imprescindibles y que a mí me han dejado un camino de ida y vuelta en un tiempo de rosas.
(1) Machado, José (1999). Últimas soledades del poeta Antonio Machado. Recuerdos de su hermano José. Madrid: Ediciones de la Torre, pág. 141s.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Como todos los días, me enfrento hoy de nuevo al fenómeno de la hoja en blanco para preparar la publicación de mañana, en la serie que estoy desarrollando en esta quincena especial del estado de alarma. A primera hora, he leído el título y subtítulo que aparecía en la portada digital de El País, Los datos están mal, que me ha llenado de interrogantes sin mezcla de bien alguno. Tengo que decir por adelantado que lo firma Javier Sampedro, al que profeso un gran respeto desde hace ya muchos años, pero hoy me ha desconcertado. ¿Era necesario hoy publicar en primera página, a dos columnas digitales, una pregunta tan inquietante?, ¿se debe dar la opinión que sigue como cebo, Los contagiados por coronavirus no son 56.188. Seguramente están más cerca del medio millón, para agobiarnos ya del todo? y ¿debería cuidarse más el sentido de la oportunidad y de la medida periodística en la situación actual?
Continúa afirmando que “[…] el análisis matemático, si quiere servir de algo, se tiene que alimentar de datos fiables. Y no los tenemos”. Así, directamente en vena, casi sin mediar palabras. También afirma que “las cifras son engañosas” y a continuación da la justificación de estas afirmaciones tan rotundas: “Antonio Durán Guardeño, catedrático de Análisis Matemático de la Universidad de Sevilla, lleva todo el mes trabajando sobre este grave problema de estimación. Según las técnicas estadísticas más adecuadas que ha probado, los contagiados por coronavirus en España no son los 56.188 de las cuentas oficiales. Seguramente están más cerca del medio millón. El fundamento de esta estimación se basa con fuerza en la segregación de datos por edades de los afectados. Los amantes de las matemáticas pueden leer los argumentos en el blog del Instituto de Matemáticas de la Universidad de Sevilla. Espero que también lo hagan los responsables políticos. Aunque creo que algunos ya lo han hecho”.
Para terminar, hace una afirmación que me sobrecoge de plano: “Recordemos que son justo los resultados por franja de edad los que tienen un mayor valor estadístico para calcular el número total de infectados. La Comunidad de Madrid tampoco informa sobre las franjas de edad. Y el Ministerio de Sanidad, por lo tanto, tampoco. Las Administraciones nos están ocultando un dato para el que consideran que no estamos preparados. Nos están tratando como a un público infantil o ignorante. Es una pésima estrategia. Los científicos nos ofrecen la verdad. Escuchémosles”.
Yo creo estar preparado para lo que me echen y reconozco que saber mucho sobre el coronavirus, como casi todos los saberes, no ocupa lugar en mi cerebro. Lo malo es que cada vez me queda menos sitio. Sé que estamos rodeados de noticias falsas o de medias verdades que todas juntas no llegan a transmitir una verdad entera. Con la que está cayendo, corremos todos los días y en cada momento hacia el areópago griego de toda la vida, es decir, las redes sociales, porque su inmediatez nos lleva a leer de todo y, casi siempre, plagado de opiniones que se elevan a la enésima potencia del saber que ya no sé si es verdadero o falso. Al menos, confío en los datos públicos, exclusivamente, porque me va en ello mantener intacto el principio de confianza que tanto aprecio.
Sé que estamos viviendo una huida permanente de la prensa escrita, también de determinada prensa digital, impresentable, digámoslo sin paños calientes, porque el desorden ético periodístico también se puede digitalizar. Todo está intervenido porque la democracia también lo está, como lo exponía recientemente en este cuaderno digital. Por supuesto, vigilada.
Con el artículo de opinión de Javier Sampedro en la mano y en mi mente, busco contrastar hoy más que nunca las fuentes oficiales. No me queda otra desde mi perspectiva ética porque si no vamos a desconfiar de todo lo que se mueve y podemos entrar en un pánico colectivo innecesario e imprudente de resultados insospechados hoy en día. Sigo creyendo a esta altura del drama del coronavirus que mi Gobierno no me engaña. ¿Soy optimista? No, no, un pesimista bien informado, dando la vuelta al haiku 123 de Benedetti que tanto me ha preocupado siempre.
Para acabar con este disgusto matutino, quiero seguir haciéndome varias preguntas: ¿Por qué busco la noticia escrita con verdad ética? Porque busco la verdad de lo que ocurre en el mundo próximo y lejano, con objetividad plena y con independencia de los poderes fácticos, que son muchos. Algo tengo claro a estas alturas de la película: ya no basta con leer un solo periódico, porque al igual que detesto el pensamiento único considero necesario leer varios y, probablemente, de la diversidad que nos ofrece el mundo digital, que no solo atómico, puede salir la luz de lo que verdaderamente ocurrió, contrastando (comprobando la exactitud o autenticidad de algo, según la RAE) varias fuentes, varios ríos atravesados por quienes pretenden contarnos como lo hicieron por diferentes sitios. Porque la verdad no pertenece a nadie, sino a lo que verdaderamente pasó y ya nos advirtió Heráclito de Éfeso que nadie se baña dos veces en el mismo río. Lo que allí ocurrió solo lo conoceré porque me lo cuentan profesionales con palabras e imágenes, que también están contaminadas en muchas ocasiones, aunque valgan más que mil palabras. Es lo que tiene ser humanos y es verdad que cuando crecemos en la ética de la justificación como justicia, comprendemos mejor que nunca que todo lo humano no nos es ajeno. La pandemia del coronavirus y su impacto mundial y en este país, tampoco. Ni siquiera el periodismo, ni un buen periódico hecho por profesionales que, en el menor o mayor descuido, se ajustan como ajustamiento de los poderes fácticos, ocultos, manifiestos y sin escrúpulo alguno para tratar la verdad a medias, a cualquier precio y desprecio. Aunque, afortunadamente, todos los periodistas no son iguales. Ni los (buenos) periódicos, cronistas, opinadores mayores del reino…, tampoco. En definitiva, es una cuestión de ética periodística y lectora que, por cierto, nunca son inocentes.
Busco respuestas también en maestros del periodismo escrito, hablado y contado de forma correcta. Gabriel García Márquez, publicó hace muchos años un artículo aleccionador para comprender bien el periodismo, “el mejor oficio del mundo”, del que entresaco estas sabias palabras: “[…] Pero en su expansión se llevaron de calle hasta el nombre humilde que tuvo el oficio desde sus orígenes en el siglo XV, y ahora no se llama periodismo sino Ciencias de la Comunicación o Comunicación Social. El resultado, en general, no es alentador. Los muchachos que salen ilusionados de las academias, con la vida por delante, parecen desvinculados de la realidad y de sus problemas vitales, y prima un afán de protagonismo sobre la vocación y las aptitudes congénitas. Y en especial sobre las dos condiciones más importantes: la creatividad y la práctica”. Los poderes fácticos, acaban después con la ética periodística que se podría resumir como la solería que cada profesional pone a lo largo de su vida como suelo firme de su forma de interpretar lo que ocurre y entregarlo a los demás. Ya lo sintetizó espléndidamente Eugenio Scalfari, el fundador de La Repubblica de Roma, en una frase ante estudiantes españoles en la Escuela de EL PAÍS, en 2014: “Periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Nada más.
De lo que estoy seguro hoy es que lo que nos pasa es que queremos saber qué está pasando de verdad y por lo menos, hoy, en este aquí y en este ahora, sigo creyendo en mi Gobierno, en las cifras oficiales, por que sé que no me engaña y que me trata como persona adulta y sabia, no como ignorante molesto, aquellos de los que hablaba también con frecuencia Hans Magnus Enszerberger al referirse a los críticos e incrédulos digitales, que también existen.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Llegó el día de hacerlo otra vez, quizá como si fuera la primera vez. Repasando este cuaderno digital una y mil veces, he localizado un post que tiene una actualidad plena, porque aborda algo que estamos viviendo estos días de forma sorprendente por parte de los millones de personas que conformamos este país, cada una con su cadaunada de responsabilidad, generosidad y lealtad hacia sí mismo y hacia los demás. Circunscribo el contenido del citado post a este país, que está demostrando en líneas generales una madurez democrática asombrosa.
Vuelvo a leerlo con detenimiento y analizando ahora el contexto de cada frase, de cada palabra. Coincido en algo fundamental y sorprendente: somos corrientes incluso en la singularidad, aunque todos no somos iguales. Digo con frecuencia que es verdad que todos no vamos en el mismo barco, que todos no decimos al final lo mismo, porque cada uno, cada una, elige en democracia su singladura, patrón y barco. Al buen entendedor, con pocas palabras basta.
La pandemia actual nos obliga a dejar los supuestos puertos seguros y comenzar a navegar para intentar descubrir islas desconocidas que nos permitan nuevas formas de ser y estar en el mundo. Navegamos en mares procelosos de desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él, un mar repleto de desertores de la dignidad. Todos no vamos en el mismo barco de la indignidad, del desencanto, de los silencios cómplices, del conformismo feroz, del capitalismo salvaje, de la desafección social. Eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, vamos en pateras, sin quilla, como si viajáramos por el mundo de todos los días en una media cáscara de nuez.
Lo que expreso a continuación forma parte de mis principios y aviso que éstos son los que tengo y no tengo otros. En estos días de confinamiento, las personas corrientes y singulares son las grandes artífices de la vida diaria en paz, que la modelan con su anonimato activo, su trabajo cotidiano, su forma de ser y estar en el mundo, que es personal e intransferible, que corren con su vida a cuestas. Con especial relevancia ahora, el conjunto de centenares de miles de servidores públicos que saben que el objetivo principal en su vida profesional es el interés general de la ciudadanía, sin dejar a nadie atrás en salud y en enfermedad, en la edad prematura y en la edad avanzada, en la situación extrema de pobreza, en las pandemias, en la guerra y en la paz. Ellos son ahora, también, los imprescindibles.
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ELOGIO DE LAS PERSONAS CORRIENTES Y SINGULARES
Algún día tenía que hacerlo, porque lo habitual es que hable en este cuaderno de personas y situaciones especiales. Hoy quiero dedicar unas palabras de alabanza a los miles de millones de personas corrientes, mejor que normales, que poblamos este planeta, a través de sus cualidades y méritos. Para ello he elegido una obra musical, Fanfarria para el hombre corriente, compuesta por Aaron Copland, porque simboliza algo muy especial: el canto a los grandes artífices de la vida diaria en paz, que la modelan con su anonimato activo, su trabajo cotidiano, su forma de ser y estar en el mundo, que es personal e intransferible, que corren con su vida a cuestas. Lo más grandioso estriba en que lo que hacen es único, singular, irrepetible, a pesar de ser corrientes. Tenemos que llegar hasta la acepción 10ª del Diccionario de la Lengua Española de la RAE para comprender bien qué significa ser corriente cuando aplicamos este adjetivo a personas: “dicho de una persona: De trato llano y familiar”.
Algo tiene esta Fanfarria cuando Bob Dylan, premio Nobel de Literatura 2016, la eligió como composición que abría siempre sus conciertos. Todavía podemos dar un paso más, porque es probable que sea más apropiado hablar de personas singulares, tal y como lo expliqué en un post que escribí en este cuaderno en 2015, Elogio de la singularidad, a través de un diálogo inolvidable extraído de una película encantadora, diferente, singular, necesaria. Requisitos para ser una persona normal, un canto a la ruptura de patrones sociales, que se sintetiza en un diálogo entre Alex, con síndrome de Down, y María de las Montañas, los dos hermanos protagonistas de una familia rota, en la búsqueda de identidad normal y verdadera:
– ¿Por qué quieres ser normal?, pregunta Álex a su hermana.
– Porque todo el mundo quiere serlo.
– Yo no, responde Alex.
Y el patrón de la normalidad se circunscribe, en el pequeño mundo de la protagonista, a cumplir con una lista convencional para el mercado de estar en el mundo, más que ser en él: tener trabajo, casa, pareja, vida social, aficiones, vida familiar y ser feliz. Se trata de ir tachando todos los ítems que engloban el estándar de la normalidad y que cuando se cumplen permite la integración de una persona en la sociedad. Si falla alguno, la sociedad te expulsa con una facilidad clamorosa. Peor aún, no te admite.
Creo que más que de personas normales o corrientes, deberíamos hablar también, mediante una conjunción, de personas singulares, porque es la realidad de lo que somos, dado que no nos repetimos (por ahora…). Cuando pretendemos ajustarnos a patrones, la experiencia suele ser nefasta, porque dejamos a un lado la inteligencia y la capacidad de hablar, como primeras señas de identidad humana que nos hacen ser personas y de identidad intransferible, por mucho que se empeñe la sociedad de mercado en pasarnos a todos por la máquina de conversión en personas-patrón-para-triunfar-en-el-mundo, empaquetándonos como producto expuesto para que lo compre el mejor postor en todos los ámbitos posibles. Pura mercancía que traspasa los límites de personas corrientes.
Además, con una uniformidad insoportable, porque el patrón de la normalidad pasa por tener trabajo, casa, pareja, vida social, aficiones, vida de familia y felicidad, según el estándar de la sociedad en la que nace, se crece y se multiplica cada ser humano si puede. Tener, pero no ser. Ahí está la diferencia, en la singularidad que tan bien comprendía Alex, el protagonista de la película, porque es la única razón del corazón y de la razón que nos permite ser felices, que es el principal objetivo de la inteligencia en su misión posible de resolver problemas. Personas corrientes y singulares, tal como ya definía el lema singularidad el Diccionario de Autoridades en 1739, con la riqueza de nuestra forma de hablar hasta hoy: servir con el talento, no imitar otros, sino beneficiar el que ya dio el Cielo, o lo que recibimos de nuestros padres en la preciosa evolución de nuestra propia vida, siendo personas corrientes, es decir, de trato llano y familiar [sic, según la RAE]. Impecable definición, mientras corremos con la vida a cuestas, porque miles de millones de personas somos corrientes y singulares. Afortunadamente. Quizá comprendamos ahora, mejor que nunca, el sentido de la Fanfarria para el hombre corriente, con la seriedad que imprime Jesús López Cobos a la orquesta, en un homenaje explícito a millones de personas que se esfuerzan a diario en ser personas corrientes y singulares. Para que siempre se les escuche en su silencio sonoro de paz y armonía.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Existen malas noticias para los que sólo quieren vivir su vida: si no nos relacionamos con las redes, las redes si se relacionan con nosotros. Mientras queramos seguir viviendo en sociedad, en este tiempo y en este lugar, tenemos que tratar con la sociedad red. Porque vivimos en la galaxia Internet.
Manuel Castells, La Galaxia Internet
Sevilla, 26/III/2020, Día Duodécimo
Blas de Otero nos legó una frase para la posteridad, nos queda la palabra, en un poema suyo precioso –En el principio– que escribió para que aprendiéramos a convivir en este país en tiempos difíciles. Ahora, estamos comprobando durante el confinamiento decretado en el estado de alarma, que nos queda la inteligencia digital, porque las tecnologías de la información y comunicación están siendo las grandes protagonistas de esta decisión de Estado que ayuda tanto a no propagar el coronavirus, utilizando convenientemente los medios digitales a nuestro alcance. Básicamente, teléfonos inteligentes, redes sociales y medios audiovisuales que difunden información, conocimiento, sentimientos y emociones. Creo que es la gran oportunidad de desarrollar convenientemente la inteligencia digital, en el esquema que aprendí hace ya muchos años de las inteligencias múltiples que interactúan en nuestro cerebro gracias a las estructuras cerebrales que lo conforman.
Un artículo publicado en 2011 por Mario Vargas Llosa, Más información, menos conocimiento, con una entradilla muy preocupante, La imparable robotización humana por Internet cambiará la vida cultural y hasta cómo opera nuestro cerebro. Cuanto más inteligente sea nuestro ordenador, más tontos seremos nosotros, me llevó a escribir, a modo de réplica, un post que recupero en esencia hoy para deshacer este entuerto digital en un momento transcendental para la humanidad como el que estamos viviendo con motivo de la pandemia del coronavirus.
La situación que describía el Nobel de Literatura ya la he analizado muchas veces y algo es incontestable: la inteligencia digital tiene riesgos inherentes a su desarrollo y consolidación en el cerebro humano, pero es una realidad que no tiene vuelta atrás porque el mundo digital solo tiene interés hacia adelante, grabándose todo lo que nos pasa en el hipocampo, una maravillosa estructura cerebral que convive muy bien con la información y su retención en zona de memoria a corto, medio y largo plazo, que sabe convertirla en conocimiento cuando se cruza permanentemente con otra estructura próxima, muy amable para la vida de las personas, la amígdala, donde se forjan nuestros sentimientos y emociones. Invito a conocer ahora las dos estructuras cerebrales citadas, hipocampo y amígdala, que están en el cerebro de cada persona. Les encantará haberlo hecho y comprenderán mejor la maravillosa complejidad de nuestro cerebro personal e intransferible, que da instrucciones a un dedo pulgar o índice para teclear o pronunciar palabras, números y accesos a mundos maravillosos digitales en tiempos de confinamiento.
Decía Vargas Llosa que “la robotización de una humanidad organizada en función de la “inteligencia artificial” es imparable. A menos, claro, que un cataclismo nuclear, por obra de un accidente o una acción terrorista, nos regrese a las cavernas. Habría que empezar de nuevo, entonces, y a ver si esta segunda vez lo hacemos mejor”. Y me he acordado de una palabras de Hipócrates (Cos, 460 a.C.-Larisa, 377 a.C.), Sobre la enfermedad sagrada (Perì hierēs nousou), que cobran actualidad al reforzar la estructura maravillosa del cerebro, como sede hoy, muchos siglos después, de la información y del conocimiento: “El hombre debería saber que del cerebro, y no de otro lugar vienen las alegrías, los placeres, la risa y la broma, y también las tristezas, la aflicción, el abatimiento, y los lamentos. Y con el mismo órgano, de una manera especial, adquirimos el juicio y el saber, la vista y el oído y sabemos lo que está bien y lo que está mal, lo que es trampa y lo que es justo, lo que es dulce y lo que es insípido, algunas de estas cosas las percibimos por costumbre, y otras por su utilidad…Y a través del mismo órgano nos volvemos locos y deliramos, y el miedo y los terrores nos asaltan, algunos de noche y otros de día, así como los sueños y los delirios indeseables, las preocupaciones que no tienen razón de ser, la ignorancia de las circunstancias presentes, el desasosiego y la torpeza. Todas estas cosas las sufrimos desde el cerebro”.
En el libro que publiqué en 2007, Inteligencia Digital. Introducción a la Noosfera digital, ya alertaba de esta oportunidad histórica en la vida de las personas que pueblan la Noosfera. En esa ocasión, definí la inteligencia digital a través de cinco acepciones que rescato hoy para aplicarlas a la situación que estamos viendo en relación con el coronavirus:
1. Destreza, habilidad y experiencia práctica de las cosas que se manejan y tratan, con la ayuda de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación, nacida de haberse hecho muy capaz de ella.
2. Capacidad que tienen las personas de recibir información, elaborarla y producir respuestas eficaces, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación.
3. Capacidad para resolver problemas o para elaborar productos que son de gran valor para un determinado contexto comunitario o cultural, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación.
4. Factor determinante de la habilidad social, del arte social de cada ser humano en su relación consigo mismo y con los demás, a través de los sistemas y tecnologías de la información y comunicación.
5. Capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, es decir, cuando ha superado la dialéctica infernal del doble uso.
Estoy convencido que los ordenadores, el software y el hardware inventados por el cerebro humano, es decir, el conjunto de tecnologías informáticas y de telecomunicaciones que son el corazón de las máquinas (chips) que preocupan y mucho a investigadores, historiadores y filósofos, de forma legítima y bien fundamentada, permiten hoy creer que llegará un día en este “siglo del cerebro”, no mucho más tarde, en que sabremos cómo funciona cada milésima de segundo, y descubriremos que somos más listos que los propios programas informáticos que usamos a diario en las máquinas que nos rodean, porque estoy convencido de que la inteligencia digital desarrolla sobre todo la capacidad y habilidad de las personas para resolver problemas utilizando los sistemas y tecnologías de la información y comunicación cuando están al servicio de la ciudadanía, sobre todo cuando seamos capaces de superar la dialéctica infernal del doble uso de la informática, es decir, la utilización de los descubrimientos electrónicos para tiempos de guerra y no de paz, como en el caso de los drones o de la fabricación de los chips que paradójicamente se usan lo mismo para la consola Play Station que para los misiles mortíferos Tomahawk. Ese es el principal reto de la maravillosa inteligencia, digital por supuesto, porque vivimos en la sociedad red.
(1) Imagen recuperada en 2007, que se reproduce por cortesía del Prof. Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional. Esta imagen del cerebro humano utiliza colores y forma para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Vivir en Italia fue una bocanada de libertad en mis años jóvenes, los que cantaba Cliff Richard y coreábamos juntos y en unión en mi colegio, defendiendo (solo algunos) la bandera de la santa tradición. Menos mal que Dios nos recogió a tiempo a los más inquietos y pudimos disfrutar de libertades durante bastantes meses del 68, en un país como Italia, tan contradictorio, pero que para mí fue el bálsamo de Fierabrás de aquella época. Aquella experiencia la viví en la zona más azotada hoy por el coronavirus, en la región de Lombardía, muy cerca del lago de Garda y, concretamente, de Sirmione sul Garda, el lugar tan querido y cantado en el poemario de Catulo.
Años más tarde, volví a Roma, peligro para caminantes, donde viví casi dos años y nunca he olvidado lo que pensé al comenzar a bajar la escalerilla de aquel avión majestuoso que me llevó un día ya lejano junto a Leonardo da Vinci, su aeropuerto: “Roma: tu lectura al revés, amor me entrega, algo es”, aunque llevaba grabada a fuego, en el corazón, una estrofa final de un poema de Rafael Alberti que nunca he olvidado: “Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte”.
No olvido mi cariño especial a Italia porque me acogió como solo ese país sabe hacer con los que lo aman. Estos días están sufriendo el peor azote del coronavirus, con cifras abrumadoras de contagios y fallecimientos. En este contexto de desolación y dolor compartido, he recuperado de la banda sonora de mi vida en Italia una canción magistral, Caruso, que me emociona siempre de la misma forma, en su letra y música, un homenaje a Enrico Caruso, que hoy leo entrelíneas asomado al balcón de la vida, pensando que Italia es ahora la joven de ojos verdes, como el mar, que tanto amó aquel cantor en una breve estancia en Sorrento.
Pavarotti canta Caruso junto a Lucio Dalla, su autor. Sigo atentamente su mensaje en el italiano sentido, napolitano, que guardo en mi corazón anclado en la gruta azul de Tiberio. La voz de ambos cantores (cantante es el que puede y cantor el que debe, según aprendí de Facundo Cabral), me permiten volver a Italia porque está siempre en el corazón de mi persona de secreto. Deseo hoy más que nunca compartir estos momentos tan bellos, sobre todo cuando estamos en tiempos de turbación del alma y la música es compañera en la alegría y medicina en el dolor.
Cuando vivía en Roma, Lucio Dalla sonaba ya en mi radiocasete Grundig junto a otros “cantores”: Franco Battiato, Francesco di Gregori y Fabrizio di André. Dalla compuso «Caruso» en 1986, en homenaje al tenor napolitano, inspirada en historias sobre la muerte de Enrico Caruso que le contaron los propietarios de un hotel de Sorrento [Vesubio Albergo] en el que se alojó una vez que se vio obligado a hacer una escala allí con su barco. Dalla pasó la noche en la misma habitación en que, muchos años antes, Caruso había pasado algunos de sus últimos días. Los propietarios del hotel le hablaron de la pasión que por aquel entonces Caruso sentía por una joven a quien le estaba dando lecciones de canto. Y escribió estas bellas palabras:
Aquí donde el mar reluce
y sopla fuerte el viento,
sobre una vieja terraza
frente al golfo de Sorrento,
un hombre abraza a una joven
después de haber llorado
luego se aclara la voz
y vuelve a dar comienzo al canto.
Te quiero mucho, pero mucho, mucho, sabes… es una cadena ahora que se diluye como la sangre en las venas, sabes…
Vio las luces dentro del mar, pensó en las noches allí en América, pero sólo eran lámparas y la blanca estela de una hélice. Sintió el dolor en la música, se levantó del piano pero cuando vio la luna salir tras una nube le pareció dulce incluso la muerte. Miró a los ojos la muchacha, esos ojos tan verdes como el mar, luego de repente salió una lágrima y él creyó que se ahogaba.
Te quiero mucho pero mucho, mucho, sabes… es una cadena ahora que se diluye como la sangre en las venas, sabes…
Fuerza de la lírica donde cada drama es algo falso, donde con un buen maquillaje y con la mímica puedes llegar a ser otro. Pero los dos ojos que te miran tan cercanos y tan auténticos, te hacen olvidar palabras, confunden pensamientos.
Así todo parece tan pequeño, también las noches allí en América miras atrás y ves tu vida como la estela de una hélice. Sí, es la vida que se acaba sin embargo él no lo pensó tanto por el contrario, se sentía ya feliz y volvió a comenzar su canto.
Te quiero mucho pero mucho, mucho, sabes… es una cadena ahora que se diluye como la sangre en las venas, sabes…
Te quiero mucho pero mucho, mucho, sabes… es una cadena ahora que se diluye como la sangre en las venas, sabes…
En estos días, me acerco a un puerto imaginario a bordo de “La isla desconocida”, el barco del cuento de Saramago, intentando asimilar como Caruso que lo único importante en la vida es descubrir el amor y salir de uno mismo para poder descubrir a los demás: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…” (1).
Hoy, Italia sigue dándome a cambio de mis penas por lo que está sucediendo allí y acá, en cualquier parte del mundo, tanto como yo un día, siendo muy joven, dejé para tenerla: Te quiero mucho / pero mucho, mucho, sabes… / es una cadena ahora / que se diluye como la sangre en las venas, sabes…
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Fragilidad de fragilidades, todo es fragilidad en un mundo acosado por el coronavirus y que se desmembra a pedazos. Este loco mundo no está hecho para las personas de alma frágil, que no tiene que ver nada con la frase hecha de “seres de piel fina” que tanto gusta a los que hacen de la mala educación o baba su bandera de personas hechas y derechas. Lo dijo recientemente Manuel Rivas de forma magistral en una columna suya publicada en El País Semanal, Toda la fragilidad del mundo: “Lo duro es constatar tanto espacio de fragilidad. La fragilidad en que vive gran parte de la infancia, con hambre y enfermedades de la edad de la peste. La fragilidad de tantas personas que viven al día. La fragilidad de los que tienen que alquilar su trabajo por horas y a un precio irrisorio, digamos un dólar por hora, sean las manos en talleres sórdidos o el cerebro para los gigantes tecnológicos. La fragilidad máxima de los inmigrantes y refugiados en ruta, en pateras por mar o siguiendo los osarios que jalonan los desiertos. La fragilidad de las periodistas que apuestan la cabeza por contar la verdad en la geografía del miedo, donde gobierna el neofeudalismo y la economía criminal”. Hoy, la fragilidad que se extiende en el mundo por el coronavirus.
La palabra “fragilidad” es ambigua en el diccionario de la Real Academia Española, tomada como “cualidad de frágil”, entendiendo frágil en sus cuatro acepciones, siempre como adjetivos: “1. Quebradizo, y que con facilidad se hace pedazos; 2. Débil, que puede deteriorarse con facilidad. Tiene una salud frágil; 3. Dicho de una persona: Que cae fácilmente en algún pecado, especialmente contra la castidad; 4. Caduco y perecedero. Tiene una historia, como palabra, muy vinculada a la moral más estricta y caduca que podamos pensar, como lo atestigua su primera aparición en el Diccionario de Autoridades en 1732: “En lo moral se toma por la propensión que la naturaleza humana tiene en caer en lo malo”. Sin comentarios.
Mundo débil, quebradizo, que cae fácilmente en algún pecado, caduco, perecedero, propensión a caer en lo malo y la relación pormenorizada de Manuel Rivas de las diversas fragilidades del ser humano, recogidas en el artículo citado acerca de la realidad que nos rodea. Con este panorama de diccionario o manual de causas perdidas, vuelvo a la lectura de libros útiles para proteger la fragilidad de vivir. Abro las primeras páginas de un libro de Manuel Rivas que tengo como de cabecera, ¿Qué me quieres amor? y me recreo viendo y leyendo la dedicatoria que nos dibujó en una visita a Sevilla en 2016, con una propuesta deslumbrante para tiempos frágiles: puso título a un libro que tengo que escribir sin falta, Por el derecho a soñar, que no olvido a pesar de la fragilidad que me rodea y que, a veces, nos destroza el cuerpo y el alma.
También, abro un libro muy querido y de lugar preferente en mi mesilla de noche: La utilidad de lo inútil (1), de Nuccio Ordine, que me ha refrescado estos conceptos, un libro excelente para tiempos de fragilidad como los que estamos viviendo en estos momentos. Muy útil también para espíritus inquietos que priman el valor del conocimiento y de la admiración por todo lo que se mueve a nuestro alrededor tan aparentemente frágil y que en un momento se hace añicos. Imprescindible para militantes del Club Virtual de las Personas Dignas, al que me honro pertenecer.
Son 172 páginas útiles para comprender el oxímoron (2) “utilidad de lo inútil”, pero se despeja inmediatamente cualquier duda al explicar el autor que la referencia a la utilidad se centra solo en aquellos saberes “cuyo valor esencial es del todo ajeno a cualquier finalidad utilitarista”. Es útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores y decir esto en una sociedad de mercado puro y duro es para obtener matrícula de honor en la Universidad de las grandes y abiertas avenidas digitales del mundo actual, a las que se asiste a clases “útiles” en zapatillas (pantuflas), como explicaba muy bien en su momento el profesor libertario Michel Onfray: “Si siguiera trabajando dentro del Ministerio de Educación debería respetar un programa, unos autores, unos conceptos, preparar a los alumnos para superar unos exámenes de acuerdo con unas determinadas fórmulas… todo eso está bien pero hay mucha gente que satisface esa demanda, que se adapta al molde. En el Ministerio te dejan enseñar la filosofía como quieres, pero sólo oficialmente porque hay que hablar de Platón, de Aristóteles, de todos los grandes autores, antiguos y modernos…, pero no queda tiempo para adentrarse en otros terrenos”.
Si a esto agregamos en estos días la realidad de la Universidad digital/global de la Vida que es en sí mismo Internet, a la que por el confinamiento asistimos también con pantuflas desde nuestra casa, podemos atisbar que el gran reto del siglo actual es trabajar al servicio de la inteligencia compartida, del cerebro, gran desconocido desde el punto de vista científico, con objeto de que todos, sin dejar a nadie atrás, podamos proteger la delicada fragilidad de vivir. Cuidémosle, por tanto, de la información falsa y sesgada, de las noticias contaminadas por intereses espurios, porque es lo más frágil que tenemos y porque de forma sabia, lo guarda todo de nuestra persona de todos y la de secreto. Incluso el manual de supervivencia para momentos difíciles, en la edición personal e intransferible que sirve solo para cada uno, cada una, en el mejor de los mundos posibles.
(1) Ordine, Nuccio (2017, 17ª ed.). La utilidad de lo inútil. Barcelona: Acantilado.
(2) Oxímoron (RAE. Diccionario de la lengua española, 23ª ed.): combinación, en una misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto que originan un nuevo sentido, como en un silencio atronador.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939
Sevilla, 23/III/2020, Día Noveno
He escrito muchas páginas sobre sueños en este cuaderno digital. En estos días tan especiales, tengo la gran oportunidad de volver a leerlas porque siguiendo al pie de la letra a Calderón de la Barca, los sueños, sueños son: «Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción; y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. De todas las páginas consultadas, he escogido una reflexión que hice el año pasado sobre el sueño y el poder mágico de creación que tenemos todos en momentos difíciles de la vida. Analizando su contenido, no quito nada de lo allí expuesto porque, en el estado de alarma en el que nos encontramos, sigo creyendo que podemos soñar y crear despiertos. Y compartirlo.
El neurocientífico Mariano Sigman decía recientemente que mientras dormimos “[…] el cerebro ni se apaga ni trabaja a media máquina. Al contrario, funciona a pleno rendimiento consumiendo tanta energía como durante la vigilia. Y muchas historias sugieren que el sueño es de hecho una usina creativa”. La palabra usina se utiliza en Argentina con un sentido más acotado que en España, que interpretamos como fábrica, aunque conviene leer con precisión su significado según nos enseña el diccionario de la Real Academia Española, que tiene un sentido más profundo relacionado con el cerebro y derivado de la palabra francesa “usine”: “Instalación industrial importante, en especial la destinada a producción de gas, energía eléctrica, agua potable, etc.”. Es un término utilizado frecuentemente en Latinoamérica, sobre todo en Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Perú.
Es verdad. El cerebro no “duerme” sino que se organiza de nuevo durante el sueño, dejando fluir escenas preciosas o tristes para nuestra vida, mientras que los millones de neuronas trabajan de forma armónica para reagruparse por estructuras mientras dormimos: amígdalas, hipocampo, córtex y el resto de las estructuras cerebrales preparan el cerebro para su “encendido” general al despertarnos. Los resultados cada mañana son mágicos e impredecibles.
La magia de soñar despiertos o dormidos, es una realidad cerebral que no está en el mercado ni podemos comprar en Amazon en oferta prime. La tiene de fábrica (nunca mejor dicho) cada ser humano, aunque el desarrollo de las diferentes estructuras cerebrales no es inocente y la preparación para el sueño confortable o no, a lo largo de la vida, es cooperante necesario para cada persona. Es una singularidad humana por excelencia y la dificultad estriba en saber contar o narrar el sueño de cada uno, de cada una. Me parece una cualidad humana fascinante.
Hace unos años pudimos ver una campaña en televisión de Lotería y Apuestas del Estado, pagada con dinero público [?] y que curiosamente intentaba convencernos de una realidad tergiversada por la crisis de valores que atraviesa la sociedad actual. La campaña tenía una idea fuerza que machaconamente se repetía en cada spot: no tenemos sueños baratos. Nos transmitía un mensaje directo, no subliminal, porque comprando La Primitivase pueden cumplir los sueños caros, en una descarada declaración de principios y de valores sobre la que ya nos alertaba Machado al recordarnos algo proverbial: todo necio confunde valor y precio.
¿Soñar creando es caro? No, todo es ponerse en determinados momentos de la vida consciente (el sueño inconsciente es harina de otro costal humano, sin acudir necesariamente a las interpretaciones de Freud), cuando nos hacemos con las riendas de nuestros valores y los echamos a volar despiertos. En este sentido vuelvo a mi museo de sueños queridos viendo la fotografía que encabeza estas palabras, realizada por Man Ray, en 1937, a la que tituló Sueño, en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet. Pertenece a esa colección de imágenes que cada uno lleva en su cerebro de secreto, que no necesitan comentarios especiales, porque siempre se asocian a experiencias personales e intransferibles, aunque observándola con detalle sobrecoge la posición de los párpados de ambas mujeres, los labios entreabiertos de Germaine como queriendo decir algo bello, que sugieren un sueño reparador en un momento preciso en la vida de cada una.
Saco una bella lección. En estos momentos de contexto complejo para todos, sin excepción, hay que mirar la excelente fotografía de Ray con atención preferente y aprender a cerrar los ojos ante aquello que no nos proporciona bienestar alguno, buscar un rincón de paz en la vida particular de cada uno y soñar de forma consciente, como lo hacen estas mujeres, sin esperar al sueño de la noche, que casi siempre se queda en el olvido. O al sueño caro al que nos invitaba el spot citado y de forma no inocente.
Me acuerdo…, emulando a Joe Brainard, de que en 2015 leí un artículo en una revista de la Fundación Vicente Ferrer, sobre las fábricas de sueños en India, formando parte de su cultura desde hace más de cien años a través de la industria del cine. La pregunta del millón de dólares es obvia: ¿por qué se denominan así y perviven todavía hoy de esta forma?: “Al público indio le apasionan las películas espectaculares y fantásticas: películas que tienen poco en común con el día a día de la mayoría de la población. Lo cuenta Álvaro Enterría en el libro “La india por dentro”: “Una vez un amigo mío me dijo que no le gustaba el cine occidental: para ver un mundo realista ya tenía el mundo normal. El cine indio fabrica sueños”.
Una última reflexión, de economía circular y de bajo coste, por cierto: es conveniente soñar junto a la persona que queremos, porque la felicidad es mayor, al trenzarse el amor como una cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper […].
La vida sigue, dispuesta siempre a ofrecernos miles de oportunidades para creer que todavía es posible ser y estar en el mundo de otra forma, soñando despiertos, porque deseamos cambiar aquello que no nos hace felices, que mina a diario la persona de todos o la de secreto que llevamos dentro. El cine de mi infancia contemplaba siempre descansos pero, cuando soñamos, la vida no se detiene sino que solo esperamos, mientras caminamos, que se cumplan los deseos irrefrenables de alcanzar resultados pretendidos.
Salir de este estado de alarma es un sueño reparador para despertar a nuevas experiencias de lo que está por venir, donde cualquier parecido con la realidad, a diferencia de lo que ocurre con las películas, no es pura coincidencia, sino el fruto de un sueño realizado, porque es legítimo que así sea. Como en el campo, los sueños realizados son solo para quienes los trabajan.
Tenemos un derecho barato que es soñar despiertos, creando historias imaginables e incluso reales como la vida misma. Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón y sueños a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo. De soñar creando, porque los ojos, cuando están cerrados, preguntan.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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