Es hora de cambiar y abandonar el martillo de oro

Sevilla, 4/V/2021

Recuerdo como si fuera ayer el día que descubrí la teoría del martillo de oro aportada a la psicología por Abraham Maslow (1908-1970) en su Libro de la ciencia. Un reconocimiento, publicado en 1966 (1), también definida como la teoría del “martillo de Maslow”. Lo expresaba de forma muy didáctica con un aserto muy conocido por experimentado, sobre todo en épocas de dictaduras férreas y de pensamiento único que tiemblan ante todo lo que se mueve: “Supongo que es tentador pensar que, si la única herramienta que tienes es un martillo, puedes tratar cualquier cosa como si fuera un clavo”. En tiempos de coronavirus, una recomendación plausible ha sido descubrir la necesidad imperiosa de cambiar la caja de herramientas psicológicas y éticas para abordar con ciertas garantías la “nueva normalidad”, constructo paradójico porque el mundo sigue estando mucho más al revés que nunca. Una nueva edición, actualizada, del famoso libro de Eduardo Galeano, homónimo, pero con dos palabras antecedentes, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, nos demostraría que seguir utilizando el martillo de oro para solucionar los problemas actuales, derivados de la gran hecatombe de la pandemia, ya no sirve para nada.

Maslow es muy conocido por su famosa teoría piramidal de las necesidades y motivaciones humanas, la pirámide de Maslow, teoría también muy controvertida en la sociedad actual por la nueva concepción de sus escalables niveles de motivación humana para cubrir las necesidades fisiológicas, de seguridad, sociales, de reconocimiento y autorrealización. Hoy, me interesa más ahondar en el texto y contexto de su famoso martillo dorado, porque la situación actual del mundo y sus circunstancias obliga a un giro copernicano en la utilización de herramientas conductuales para abordar esta nueva situación de normalidad anormal.

Desde el comienzo de la pandemia hemos estado escuchando a modo de aviso para navegantes, un nuevo constructo como si fuera el oráculo de Delfos: estamos instalados en la “nueva normalidad”. Desentrañar estas palabras sigue siendo un dilema necesario para que nos enfrentemos a él de la mejor forma posible. El problema surge cuando escudriñamos qué es lo normal en la vida y su derivada, la normalidad, en un mundo que se nos presenta lleno de incertidumbres y con un enemigo público número 1 llamado COVID-19, un clavo que ha necesitado un martillo de oro llamado vacuna y su correlato en cómo influye en nuestra forma de ser y estar en el mundo cuando ya tomamos conciencia de que estamos “vacunados” y nuestra vida nos permite seguir haciendo lo que hacíamos antes o no, visto lo visto. Es el momento estelar en el que recurrimos al célebre martillo de oro porque para empezar nos da seguridad, lo incorporo a mi kit de persona vacunada y a seguir haciendo lo mismo de antes… o no. Ahí está el dilema, porque el mundo cambia, porque todo ha cambiado y los clavos ya no son iguales sino que todos, absolutamente todos han cambiado su forma y tamaño.

Las mudanzas han sido una constante en mi vida, porque he aceptado siempre con buen talante que en la vida se producen variaciones del estado que tienen las cosas, “pasando a otro diferente en lo físico ú [sic] lo moral” (Diccionario de Autoridades, RAE, 1734). Las he vuelto a revivir al leer una frase de un cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Es una frase que simboliza muy bien las múltiples veces que hacemos mudanza en el cerebro porque cambiamos o nos cambian la vida (el estado que tienen las cosas), muchas veces, a lo largo de la vida. Y el cerebro lo aguanta todo y…, lo guarda también a modo de caja de herramientas. Es una dialéctica permanente entre plasticidad cerebral y funcionamiento perfecto del hipocampo (como estructura que siempre está “de guardia” en el armario cerebral de la vida).

Suelo acudir siempre a la historia, la ciencia y a la filosofía para intentar buscar razones de la razón y del corazón con objeto de abordar de la mejor manera posible la “nueva normalidad”, un clavo ardiendo que se atisba con la nueva mudanza. También he localizado en mi memoria de hipocampo, esa estructura cerebral encargada de ordenar de la mejor forma posible la memoria personal e intransferible, una canción que salta como un resorte en mi cabeza cada vez que se habla de cambiar algo porque en el fondo esta palabra, cambio, es una constante en nuestras vidas desde que nacemos. Sobre todo, en la versión última del músico chileno Julio Numhauser, uno de los fundadores de mi querido grupo Quilapayún y autor de la letra y música de Todo cambia. Vivimos porque todo cambia en nuestra forma de ser y estar en el mundo. Gracias a los cambios diarios, segundo a segundo, en nuestro organismo, vivimos, estamos y somos. En definitiva, enfrentarnos al cambio en nuestra vida es el resultado de aunar conocimiento, habilidades y actitudes ante algo inexorable que tenemos que saber integrar a la mayor brevedad posible: todo cambia y que yo cambie no es extraño. El martillo de oro para golpear siempre el mismo clavo ya no sirve. La nueva normalidad es un muestrario de nuevos “clavos” metafóricos que hay que atender y desarrollar con ellos nuevas formas de utilizarlos en nuestra nueva vida ordinaria.

Por otra parte, estamos ante la nueva realidad de la geopolítica del coronavirus COVID-19, porque hay que recordar que ya nos hemos enfrentado históricamente a otros desastres similares en la historia mundial, lo que nos lleva a pensar que casi ocho mil millones de personas que hoy poblamos el planeta Tierra, con un crecimiento demostrado cada 0,38 segundos, tenemos que abordar la nueva normalidad e integrarla sin un manual claro de supervivencia mientras no ganemos esta batalla por vivir esa normalidad que, repito, siempre es cambiante si nos remitimos a la historia de la humanidad y a sus avances científicos. Tampoco disponemos, con la inmediatez deseada, de la caja de herramientas psicológicas para abordar estos cambios de la mejor forma posible. El principal problema está en nosotros, en identificar ese conjunto de conocimientos de qué es lo que va a cambiar o ya ha cambiado, la disciplina de adquirir nuevas formas de comportamiento ante los cambios de escenarios para vivir que se ordenen y, lo mejor de todo, educar la actitud para enfrentarnos a una nueva forma de ser y estar en el mundo. Ya no podemos ni debemos utilizar ese martillo de oro al que siempre hemos recurrido en momentos difíciles, como bálsamo de Fierabrás para solucionar nuestros problemas de todo tipo en tiempos complejos y difíciles.

Ante un clavo próximo de la vida que nos rodea, tampoco olvido lo que dijo en su momento Abraham Kaplan, en 1964, en su conocida “ley de la herramienta”: “Si le das a un niño un martillo, le parecerá que todo lo que encuentra necesita un golpe”. Pero ya hemos visto que no es eso y que tampoco un clavo difícilmente saca otro clavo. Entre nuevos martillos y nuevos clavos anda el juego de la “nueva normalidad”.

(1) Maslow, A. H. (1966). The Psychology of Science. An Reconnaisance. New York: Harper and Row.

(2) La imagen de Abraham Maslow se ha recuperado hoy de 75 frases de Abraham Maslow (y las necesidades humanas) (psicologiaymente.com). La fotocomposición con el texto es una elaboración personal.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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