Sueño con escribir hoy una carta de amor a mano

Sevilla, 1 /IX/2021

Cuando llega septiembre, viendo una mariposa blanca revolotear cerca de mi ventana, sueño con recibir una carta escrita a mano. Sé que las personas que tenemos conciencia de vivir en un siglo equivocado, que no es el nuestro, escribir sobre estas realidades es algo costoso anímicamente, pero me anima a hacerlo hoy el hecho de conocer la última publicación en España de Shaun Usher, Cartas Memorables: Amor, cuya sinopsis no deja lugar a dudas sobre el hilo conductor de mis palabras: “Desde tiempos inmemoriales hasta finales del siglo XX, las cartas fueron el medio por excelencia de que disponían las personas para expresar sus ideas, razones y sentimientos. Shaun Usher, auténtico «arqueólogo» de la comunicación epistolar, ha reunido en este librito conmovedor algunas de las misivas más románticas, líricas, trágicas y divertidas de los últimos dos siglos sobre el amor. Desde los primeros aleteos pasionales y los placeres de la carne hasta los reproches y los sentimientos no correspondidos, una lectura deliciosa que expone sin rubor la amplia y variadísima gama de recursos disponibles para gestionar los asuntos del corazón. Cartas de Simone de Beauvoir, Ludwig van Beethoven, Napoleón Bonaparte, Jorge Luis Borges, Johnny Cash, Frida Kahlo, Nelson Mandela, Vladimir Nabokov, John Steinbeck y Evelyn Waugh, entre otros”. Shaun Usher comenzó hace décadas con un proyecto en Internet, Letters of Note, del que poco a poco han surgido publicaciones de cartas de acuerdo con un hilo conductor de diversa factura. Ahora, se refiere al Amor, pero existen otras publicaciones con temáticas apasionantes por su fondo y forma y atendiendo siempre a sus autores correspondientes.

Hablar hoy de escribir de puño y letra, como se ha hecho siempre, es una provocación para los nativos digitales, aunque basta no olvidar la historia para comprobar lo que ya Platón advirtió sobre la escritura y sus riesgos implícitos, pero poniendo cada letra en su sitio. Lo encontramos en su obra Fedro, en la que narra una historia preciosa sobre la dialéctica de la palabra escrita, contada por Sócrates, entre un dios antiguo Teut, que se dice que inventó la escritura y el rey de Tebas, Tamus. Un día “Teut se presentó al rey y le mostró las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era difundirlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura dijo Teut:

– «¡Oh rey! Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener.

– Ingenioso Teut –respondió el rey–, el genio que inventa las artes no está en el mismo caso que el sabio que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar reminiscencias; y das a tus discípulos la sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque, cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su mayor parte, y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida (Platón, Fedro, 274c-277a)».

He recordado inmediatamente la importancia que daba mi maestra de la infancia rediviva, Doña Antonia a la caligrafía, entendida de acuerdo con la definición de la RAE (del gr. καλλιγραφία), como el “arte de escribir con letra bella y correctamente formada, según diferentes estilos” y en su segunda acepción, como el “conjunto de rasgos que caracterizan la escritura de una persona, de un documento, etc.”. Las letras que se utilizan hoy en el mundo digital distan mucho de aquellas que se escribían con letra bella y correctamente formada, aunque en el fondo traducen la misma problemática que exponía magistralmente Platón, en boca de Sócrates: por sí mismas, no dicen nada, porque necesitan, sobre todo, conocer bien a quien las escribe, cuestión ésta no inocente en el mundo digital donde el anonimato es el rey. Continuaba diciendo Sócrates: “Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente, tiene siempre necesidad del socorro de su padre, porque por sí mismo es incapaz de rechazar los ataques y de defenderse”. Basta referirse a la escritura actual que aparece en las redes digitales para comprender bien el problema expuesto por Platón, porque la belleza no solo está en escribir bien lo que se pretende decir con palabras, sino en el fondo de las mismas. Culmina el diálogo con una reflexión extraordinaria: “El discurso que está escrito con los caracteres de la ciencia en el alma del que estudia es el que puede defenderse por sí mismo, el que sabe hablar y callar a tiempo”. Es decir, es importante escribir pero siendo conscientes de lo que escribimos para poder justificarlo posteriormente, como haría siempre un jardinero sabio, que respetaría el conocimiento científico, porque:“…si alguna vez escribe, sembrará sus conocimientos en los jardines de la escritura para divertirse; y formará un tesoro de recuerdos para sí mismo, para que cuando llegue la edad en que se resienta la memoria –y lo mismo para todos los demás que lleguen a la vejez– pueda regocijarse viendo crecer estas tiernas plantas. Y mientras los demás hombres se entregan a otras diversiones, pasando su vida en orgías y placeres semejantes, él recreará la suya con la ocupación de que acabo de hablar”.

Como botón de muestra del valor histórico de la escritura a mano, recojo a continuación fragmentos de la carta que escribió Simone de Beauvoir a su amante americano, el escritor Nelson Algren, desde su habitación del Hotel Lincoln, en Nueva York, en diciembre de 1950. El conjunto armónico de una hoja con membrete de hotel, escrita a mano con cuidada caligrafía, firmada con palabras de amor, dentro de un sobre apaisado con bordes azules y rojos de correo aéreo, con sello o sellos de la época y matasellos que dan fe de un lugar y, a veces de una hora, con una dirección exacta y un remite que delataba o no al autor a autora de una carta con alma, no pueden ser sustituidos por los medios digitales actuales de cualquier tipo que sean. Sobre todo, cómo no recordar la maravillosa espera a que llegaran a los destinos queridos… y su apertura y despliegue de la hoja u hojas escritas, impregnadas a veces de un olor característico. Intuyo que algo así pasó por la cabeza de Simone de Beauvoir al escribir las palabras que siguen:

A 30 de septiembre de 1950, Hotel Lincoln, Nueva York

Nelson, queridísimo amor mío: poco después de que te marchases llegó un hombre sonriente y me entregó tu flor estrafalaria y preciosa con los dos pajaritos y la tarjeta. Eso casi da al traste con mi ejemplar compostura. «No llores más», me ponías, y me costó lo mío no hacerlo, aunque se me da bien la tristeza sin lágrimas, mucho mejor que la ira fría: mis ojos han permanecido secos hasta ahora, secos como la mojama, aunque mi corazón es una especie de masa blanda y sucia. […] He venido a mi habitación para escribirte y tomarme un whisky, pero ahora no creo que pueda dormir: siento Nueva York a mi alrededor, y nuestro verano a mi espalda […] No estoy triste, más bien estupefacta, incapaz de reconocerme a mí misma, sin acabar de creer que estés tan lejos, tan sumamente lejos; tú, que siempre has estado tan cerca de mí […] Cuando lo desees, no tienes más que decirlo. […] Pero debes saber que siempre te estaré esperando. No, no puedo pensar que no volveré a verte jamás: he perdido tu amor y ha sido (es) doloroso; me niego a perderte a ti también. De todos modos, soy tuya hasta tal punto, Nelson, y lo que me has dado significa tanto para mí, que nunca podrías arrebatármelo. Además, valoro tanto tu ternura y amistad que todavía me conmuevo, dichosa y agradecida pese a todo, cuando te reconozco dentro de mí. Confío en que esa ternura y amistad no me abandonen jamás. En lo que a mí respecta, resulta desconcertante y me avergüenza admitirlo, pero es la única verdad que doy por buena: sigo queriéndote tanto como te quería cuando me lancé a tus brazos remisos, es decir, con todo mi ser y mi sucio corazón.

No puedo hacer menos. Pero eso no te molestará, cariño, y no hagas del escribir cartas una obligación, sólo escríbeme cuando lo sientas, sabiendo en cada momento que recibirlas me hará muy feliz. Bueno, todas estas palabras parecen tontas. Parece que estás cerca, tan cerca, déjame acercar a ti, como en los viejos tiempos, déjame estar dentro de tu corazón por siempre.

Tu Simone.

Estos son los motivos que han suscitado mi interés en leer esta obra de Shaun Usher, porque quiero conocer con detalle lo que escribieron de puño y letra los autores citados, con su tipo humano de letra, porque escribir con el alma, respetando escrupulosamente la mayéutica de Sócrates asimilada de forma especial por Platón, es bello cuando se enriquecen con los trazos humanos. Es mi sueño hoy, escribir con alma una carta a mano, reiterando lo manifestado anteriormente: las letras que se utilizan hoy en el mundo digital distan mucho de aquellas que se escribían con letra bella y correctamente formada, tan queridas en mi infancia, aunque en el fondo traducen la misma problemática que exponía magistralmente Platón, en boca de Sócrates: por sí mismas, no dicen nada, porque necesitan, sobre todo, conocer bien a quien las escribe, cuestión ésta no inocente en el mundo digital donde el anonimato es el rey. No es lo mismo.

Lo aprendí hace tiempo: “El manuscrito tiene una característica evidente, comparado con la máquina de escribir o la pantalla: la individualidad. La letra de una persona es algo exclusivo, como sabe bien el amante que reconoce ya desde el sobre una carta de su amada…” (1). Es lo que probablemente intentó explicarnos Gabriel García Márquez, hace ya muchos años, sobre el realismo mágico de sus palabras manuscritas, aunque él las escribiera con una máquina de escribir clásica que quizás superaba con creces la letra creada por la bola de tungsteno de su bolígrafo BIC de turno. Pero éste probablemente estaba allí, muy pendiente de su mano creadora, al igual que estaba en mi infancia más próxima. Como para él lo estaba de la carta comunicando la pensión al coronel Buendía, que tanto esperó, mucho menos importante que lo que nos sucede en el día a día, cuando vamos como él del timbo al tambo de nuestras vidas.

(1) Millán, José Antonio (2015, 22 de octubre). El misterio de las palabrasEl País.com.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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