Adiós, adiós, Luna de Agosto

Rafael Alberti y Nuria Espert

Sevilla, 31/VIII/2021

Hace un año comencé el mes de agosto con una palabra, Beñesmer, como se conocía en la cultura guanche este mes: «era la festividad más importante de los aborígenes guanches (Islas Canarias). Era la fiesta de la cosecha y el día central del año de magos, en él los guanches ordenaban los asuntos materiales, y festejaban y veneraban las tradiciones culturales y espirituales. Era considerada como el «Año Nuevo Guanche», que coincidía con la recogida de la cosecha». El Imperio Romano apartó todas las culturas existentes en el mundo y el emperador Augusto hizo una de las suyas estableciendo este mes con su nombre y dedicado a él. La Historia es implacable y como buscador de historias con minúsculas que engrandezcan el alma humana, vuelvo a publicar el contenido que dediqué el año pasado a aquella palabra guanche que tiene hoy, en el último día del mes, un significado especial. Espero que esta luz de luna llena de agosto no se apague en los meses venideros, porque el mundo necesita salir del túnel actual y emprender un nuevo camino con ilusiones temporales que lleven la luz dentro.

En la cultura guanche el mes de agosto se conocía como Beñesmer (Luna de Agosto). Dejamos por un momento la romanización del calendario, al haber dedicado este mes al emperador Octavio Augusto, que hizo lo indecible para que agosto no tuviera menos días que su antecesor, Julio, dedicado al emperador Julio César, porque entre emperadores estaba el juego, mejor dicho, el prestigio. Soy una persona enamorada de aquella tierra, Canarias, especialmente de Lanzarote, donde muchos veranos he recuperado su belleza lunar, su mar y su malpaís, algo tan contradictorio pero que César Manrique lo convirtió en algo muy bello. Recuerdo cómo Rafael Alberti expresó su impresión personal al describir aquella isla en una intervención inolvidable que hizo en 1979, en un acto cultural junto a Nuria Espert, en Los Jameos del Agua. Allí leyó un poema dedicado a César Manrique, que reproduzco íntegro por su belleza:

Lanzarote. Primera estrofa (31 de mayo de 1979) 

A César Manrique,
pastor de vientos y volcanes

Vuelvo a encontrar mi azul,
mi azul y el viento,
mi resplandor,
la luz indestructible
que yo siempre soñé para mi vida.

Aquí están mis rumores,
mis músicas dejadas,
mis palabras primeras mecidas de la espuma,
mi corazón naciendo antes de sus historias,
tranquilo mar, mar pura sin abismos.

Yo quisiera tal vez morir, morirme,
que es vivir más, en andas de este viento,
fortificar su azul, errante, con el hálito
de mi canción no dicha todavía.

Yo fui, yo fui el cantor de tanta transparencia,
y puedo serlo aún, aunque sangrando,
profundamente, vivamente herido,
lleno de tantos muertos que quisieran
revivir en mi voz, acompañándome.

Más no quiero morir, morir aunque lo diga,
porque no muere el mar, aunque se muera.
Mi voz, mi canto, debe acompañaros
más allá de las edades.

He venido a vosotros para hablaros y veros,
arenales y costas sin fin que no conozco,
dunas de lavas negras,
palmares combatidos, hombres solos,
abrazados de mar y de volcanes.

Subterráneo temblor, irrumpiré hacia el cielo.
Siento que va a habitarme el fuego que os habita.

En 2014 publiqué un libro en este cuaderno digital,  La Tegala de Saramago, dedicado al premio Nobel portugués, que vivió hasta su fallecimiento en Tías (Lanzarote), en un lugar que visité días después de su ausencia definitiva de esa tierra volcánica en 2010. Saramago, desde su tegala particular, nos ha dejado un legado de compromiso literario inolvidable. ¿Por qué la tegala de Saramago? Sencillamente, porque a él le gustaba incardinarse en la tierra que le acogió en 1993, en cualquier tierra que le respetara, y la tegala es un lugar de referencia para la población canaria, un lugar en altura suficiente para que los guanches pudieran comunicarse con señales de humo. Señales que desde Tías, desde la calle donde habitó y habitará por muchos años, La Tegala, Saramago hizo y hace al mundo entero para que nos comprometamos con la esencia de la vida, dejándonos llevar por el niño o la niña, ¿inocentes?, que todos llevamos dentro.

MESA DE TRABAJO SARAMAGO 2010
Mesa de trabajo de José Saramago, Tías (Lanzarote), agosto de 2010 / JA COBEÑA

Recuerdo como si fuera ayer la estancia en su biblioteca personal, que amablemente nos dejaron visitar. Su sencilla mesa de trabajo, unos libros con páginas marcadas por Pilar del Río, la manta roja de Ikea reposando en el brazo izquierdo del sillón que tantas veces lo acogió, diccionarios, bolígrafos, mapas, las mesas con correspondencia pendiente de responder, las estanterías llenas de escritura impresa facilitada por Saramago, traducida por Pilar del Río, en ese esfuerzo por entregarnos sus palabras a todas horas, para que todos lo comprendiéramos muy bien, levantándonos de cada suelo particular, en la interpretación de la ética que hizo en su momento López Aranguren, entendiendo la ética como el suelo firme en que se basan todas nuestras actitudes, la “solería” que vamos poniendo en nuestras personas de secreto a lo largo de la vida. Elefantes, libros, revistas, ediciones maravillosas de uno de mis libros preferidos: El cuento de la isla desconocida, que tantas veces regalo, incluso como ideario para familiares, amigos y funcionarios que compartieron responsabilidades públicas en mi vida profesional.

En este beñesmer recuerdo los que he vivido durante bastantes años en aquella tierra tan acogedora que no olvido. Hoy he unido dos mensajes esclarecedores de Alberti y Saramago en referencia a la cultura guanche respetada hasta nuestros días. También, la obra ciclópea de César Manrique que siempre respetó la trazabilidad histórica del pueblo guanche que le permitió hacer su beñesmer tan particular. He leído muchos cuadernos de Saramago, en formato atómico y digital. Mi aprecio por la isla de Lanzarote me ha llevado siempre a buscar en cada página escrita en ellos, lugares y menciones específicas a una isla que tanto respeto por la vida y obra de César Manrique, pastor de vientos y volcanes, omnipresente en cada paso que das por sus dunas de lava negra, en la acertada expresión que le regaló Rafael Alberti, en una visita que hizo a Manrique en su casa, hoy Museo, de Taro de Tahiche: He venido a vosotros para hablaros y veros, / arenales y costas sin fin que no conozco, / dunas de lavas negras, / palmares combatidos, hombres solos, / abrazados de mar y de volcanes.

NOTA: la imagen de Rafael Alberti y Nuria Espert se recuperó el 1 de agosto de 2020 de https://biosferadigital.com/noticia/pastor-de-vientos-y-volcanes-el-rastro-de-alberti

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El buscador de historias / y 7. Martínez Montañés, el escultor de la fragancia perdida

Juan Martínez Montañés, Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, c.a. 1635, Museo del Prado / Flores de azahar

Sevilla, 30/VIII/2021

Finalizo hoy esta búsqueda de historias de la mano de Eduardo Galeano, de la mejor forma que podía hacerlo, paseando por Sevilla y recordando a Juan Martínez Montañés, un escultor inolvidable en torno a la imaginería católica de esta sacrosanta ciudad. Leyendo las páginas finales de su libro El cazador de historias, llegué a una que tenía que ver con este escultor, que reproduzco para no alterar su sentido, en su forma y fondo. Además, salvando lo que haya que salvar, es un pequeño homenaje a una persona que quiso regalar a Sevilla lo mejor que sabía hacer, esculpir la madera, en una época de pandemia por la peste que asolaba la ciudad y que ahora, al leer estas bellas palabras de Galeano, sabemos que desde donde quiera que esté volvería a hacerlo por esta ciudad a la que tanto amó. Leer esta historia, El escultor, conmueve hoy como si él estuviera ahora mismo entre nosotros, sus “paisanos” de espíritu:

En mayo de 1649, Sevilla perdió el aroma que siempre le había dado fama y consuelo.
Olía a muerte la ciudad de los azahares.
Atacada por la peste, la gente abría zanjas donde echarse a morir y los naranjos daban lástima en lugar de flores.
El escultor Juan Martínez Montañés, que a lo largo de sus muchos años había creado los Cristos y los santos de los templos sevillanos, quiso esculpir la fragancia perdida.
A esa tarea dedicó toda la energía que le quedaba, noche tras noche, día tras día.
Y tallando flores murió.
Dicen que Sevilla resucitó porque él ofreció en sacrificio la poca vida que le quedaba. Y dicen que sus flores, las nacidas de sus manos, limpiaron el aire de la ciudad muribunda
.

Es la mejor forma de finalizar esta serie dedicada a buscar historias en islas desconocidas. La maestría de Galeano nos ha traído a Sevilla para recordarnos al niño protagonista de su introducción a la historia del arte, cuando cenando con Nicole y con Adoum, hablaron de un escultor que trabajaba un día rodeado de niños, porque todos los niños del barrio son sus amigos: ”Un buen día la alcaldía le encargó un gran caballo para una plaza de la ciudad. Un camión trajo al taller el bloque gigante de granito. El escultor empezó a trabajarlo, subido a una escalera, a golpes de martillo y cincel. Los niños lo miraban hacer. Entonces los niños partieron, de vacaciones, rumbo a la montaña o el mar. Cuando regresaron, el escultor les mostró el caballo terminado. Y uno de los niños, con los ojos muy abiertos, le preguntó: Pero… ¿cómo sabías que adentro de aquella piedra había un caballo?» (1).

En definitiva, al igual que le ocurría a Miguel Ángel con el mármol de sus bellas esculturas, lo que hizo Martínez Montañés con su ofrenda a Sevilla, en momentos tan difíciles de pandemia, fue quitar la madera sobrante a las flores de azahar que ya estaban dentro de ella. De esta forma, esculpió también para su ciudad su fragancia perdida. Para ayer, hoy y mañana, para siempre.

(1) Galeano, Eduardo, enDías y noches de amor y de guerra, 2005. Madrid: Siglo XXI de España.

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El buscador de historias / 6. La ropa nunca debería ser un trapo

Sevilla, 29/VIII/2021

En medio de tanta confusión con la moda de vestir, los y las “influencers”, campañas publicitarias de cada estación y desfiles de modistos y modistas de todo tipo, así como las grandes tiendas virtuales, he encontrado una historia de Galeano que me ha encantado y que hoy quiero compartir con el resto de buscadores del mundo. Él le puso un título en principio aséptico, El tejedor, aunque todo lo que escribe nunca es inocente. Vean por qué:

“En Oaxaca, en el taller de Remigio Mestas, se aprende que la ropa está viva.

Hay curiosos que se asoman atraídos por la hermosura de los huipiles, los rebozos y los paños, pero ese no es más que el punto de partida de un hondo espacio de encuentro.

Remigio, indio zapoteca, ha organizado un grupo de tejedores de las diversas comunidades mexicanas, que tejiendo recuperan sus raíces y su orgullo:

La ropa no es un trapo-, dice Remigio, y explica que las ropas de vestir tienen espíritu y trasmiten energía, cuando son nacidas de manos amantes.

La buena tela te dice: soy tu segunda piel.

Y para comprobar que no miente, basta con tocar cualquiera de sus obras”.

Me he sumergido en el mundo de Remigio, maestro textilero, para conocer con detalle su ingente obra cultural y me he quedado con una idea que repite sin cesar: las personas que tejen la ropa en la Asociación de Hermanos de Hebra, fundada por él, tienen una genética que les hace idear y amar lo que hacen, con proyectos tan interesantes como el denominado “Telares que retoñan”. Hoy he comprendido que, efectivamente, la ropa nunca debería ser considerada como trapos sino como la segunda piel. Valoraríamos entonces qué importancia tiene respetar qué significado tiene, quiénes están detrás de cada ropa que nos ponemos y cómo las etiquetas de fabricación y origen delatan qué está pasando en el mundo de la confección lista para llevar.

He leído la etiqueta de mi camiseta y he visto que está hecha en Myanmar (Birmania). La han fabricado máquinas sin alma, pero con personas que dan a un botón para que en una cadena de producción llegue hasta mi cuerpo, por un miserable salario y en jornadas laborables interminables. No tengo conciencia de su valor humano. Este es el motivo de haber compartido hoy esta historia, para que nos ayude a aprender, de una vez por todas, a comprender que cada cosa que nos ponemos o calzamos deberían ser siempre una segunda piel.

Cuando Remigio Mestas explica que en una tela aparece una balsa, que llevan también unas iniciales, sabe que la ha confeccionado la familia Palafox. Incluso si no lleva estas iniciales, el identificador de la familia desde sus ancestros es la balsa con pescadores. No hace falta nada más. Cuando alguien se pone su ropa sabe que tiene alma y una larga historia familiar detrás. Además, la ropa, los tintes y la confección son artesanales de principio a fin. Esa ropa está hecha por manos amantes, tienen espíritu y transmiten energía. No es lo mismo, no es lo mismo que la realidad de la confección actual. La familia Palafox plasma en sus telas sus protecciones, sus dioses, su medio ambiente, desde hace miles de años. Viven en San Mateo del Mar (Tehuantepec), donde confeccionan auténticas obras de arte. Es impresionante escucharle decir que después de dieciocho años de trabajo en la Hermanos de Hebras, han logrado que el trabajo tenga una remuneración justa, tanto para el artesano como para el consumidor, así como cuidar la calidad en todas las fases de confección de cada pieza. La constancia y lo justo son la clave de su éxito.

Otro mundo por descubrir por nuestra parte es el universo de los colores de sus ropas: “En el Textil Oaxaqueño existen tres colores fundamentales: la grana cochinilla, que se usa en comunidades zapotecas, mixtecas, tacuates; el azul añil, de la familia de la leguminosa, presente en mucha de la indumentaria tradicional del Estado; y el caracol [violeta], que es uno de los colores más importantes en el mundo y en Oaxaca también, sobre todo en la costa chica y en la parte del istmo. El caracol se obtiene de un molusco que hay en los pueblos chontales de huatulco, algunos zapotecos y mixtecos de la costa de Puerto Ángel, y rumbo a Pinotepa Nacional”.

Me despido por hoy de Galeano y de Remigio Mestas, agradeciéndoles que con su compañía haya descubierto de nuevo el valor auténtico de la ropa, el valor de su circulo sostenible y del respeto a la cultura y la dignidad de los pueblos artesanos desde su genética. Ha sido extraordinario entrar hoy en su tienda de la dignidad textil, de su arte, en el centro de Oaxaca, con un nombre de profundo respeto a los antepasados: Los baúles de Juana Cata. Volveré de nuevo para conocer a fondo sus huipiles, rebozos y paños, ropas que dignifican al ser humano de Oaxaca o de cualquier lugar del mundo dónde sus ropas viajan, como segunda piel, hacia alguna parte de la dignidad humana.

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de El hilo continuo: La conservación de las tradiciones textiles de Oaxaca (d2aohiyo3d3idm.cloudfront.net)

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El buscador de historias / 5. Un niño llamado Nemo

Sevilla, 28/VIII/2021

Salí muy temprano a buscar la historia de hoy, acompañado por Galeano, deteniéndome en una profecía vinculada a un protagonista de principios de siglo XX, el pequeño Nemo, que no hay que confundir con el protagonista de Pixar, con su encanto particular. La historia, que se llamaba “Profecías” era así:

¿Quién fue el que mejor retrató el poder universal, con un siglo de anticipación?
No fue un filósofo, ni un sociólogo, ni un politólogo.
Fue un niño llamado Nemo, que allá por 1905 publicaba sus aventuras, dibujadas por Windsor Mc Cay, en el diario New York Herald.
Nemo soñaba el futuro.
En uno de sus sueños más certeros llegó hasta Marte.
Ese desdichado planeta estaba en manos del empresario que había aplastado a sus competidores y ejercía el monopolio absoluto.
Los marcianos parecían tontos, porque hablaban poco y poco respiraban.
Nemo supo por qué: el amo de Marte se había hecho dueño de las palabras y del aire.
Las claves de la vida., las fuentes del poder.

Me interesó mucho esta historia, su texto y contexto, porque el mensaje era profundo. ¿Quién daba vida a Nemo? Un historietista -¡qué palabra tan bonita!- estadounidense, Winsor Mc Cay, con un papel relevante en la historia universal del cómic, autor del clásico Little Nemo in Slumberland (El pequeño Nemo en el País de los sueños), que abriría el camino al cine de animación e inspiraría entre otros autores al mismo Walt Disney: “Little Nemo in Slumberland está considerada una de las obras clásicas del cómic de todos los tiempos. Cada página de la serie corresponde a un sueño del niño Nemo –»nadie», en latín–, y tiene una estructura recurrente: en todas las páginas, en una pequeña viñeta del ángulo inferior derecho, Nemo despierta; la página siguiente, sin embargo, retoma el sueño donde había quedado la noche anterior, lo que confiere a la serie una estructura folletinesca que permite introducir numerosos personajes secundarios y mostrar un mundo de los sueños (Slumberland) de una gran riqueza narrativa. Por la importancia que concede a lo onírico, se ha relacionado la obra de Mc Cay con movimientos culturales posteriores, como el surrealismo o la literatura del absurdo. […] Su obra pone en escena arquitecturas fantásticas, elementos decorativos inspirados en el art nouveau, así como faunas y floras imaginarias, en un inacabable derroche de imaginación.

Quise conocer también el argumento de la serie dibujada por Mc Cay: El protagonista del cómic era un niño llamado Nemo -«nadie», en latín-, y cada página dominical de la serie correspondía a un sueño suyo. El protagonista despertaba siempre en la última viñeta de la página, a veces entre llantos, cayendo de la cama, o debiendo ser atendido por sus padres. Los sueños de Nemo, sin embargo, tenían continuidad narrativa, lo que daba a la serie una estructura folletinesca muy adecuada para introducir numerosos personajes secundarios y mostrar un mundo de los sueños (Slumberland) de una gran riqueza narrativa. Al comienzo de esta serie, visita a Nemo en sus sueños un emisario del rey Morfeo, con la orden de llevarle al País de los Sueños, donde deberá convertirse en compañero de juegos de la Princesa (cuyo nombre no se menciona en el cómic). Lo consigue, tras muchas vicisitudes, pero entonces su sueño es interrumpido por la aparición de un extraño personaje, Flip, que lleva un sombrero de copa con la frase «Wake Up» («Despierta») escrita en él. Desde entonces, Flip se convierte en el principal antagonista de Nemo, pues, sólo con verle, manda al protagonista de vuelta a la prosaica realidad. Flip termina convirtiéndose en un compañero algo gamberro de Nemo, y aparecen otros personajes secundarios, como el Doctor Píldora, el Imp, el Niño Caramelo y Santa Claus, además de los anteriormente citados.

Conocido el contexto de esta serie, lo que verdaderamente me llamó la atención fue la profecía que encierra esta historieta. Creo que hoy más que nunca nos suena Marte como un planeta bastante cercano, sus hipotéticos dueños y el gran vencedor de la batalla por adueñarse de su territorio, así como el resultado: el dueño de los dueños se había apropiado también del habla de los marcianos y del aire, las claves de la vida, las fuentes del poder. El que quiera entender que entienda, pero visto lo visto recientemente con el gran espectáculo del mundo orbital y marciano, habrá que estar pendientes para que no se vuelva a repetir la historia. Lo analicé en un  artículo reciente sobre el insultante turismo espacial y la imprescindible perspectiva orbital.

Mientras leía lo que me indicaba Galeano, recordé otra historia suya, El mar (1), en el que el protagonista, el pequeño Diego, descubrió el mar y ante tanta inmensidad y fulgor, el niño se quedó mudo de hermosura y cuando al fin pudo hablar de nuevo, pidió a su padre una sola cosa: que lo ayudara a mirar:

Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
—¡Ayúdame a mirar!

La diferencia entre la primera historia y la segunda estriba en que el poder omnímodo de quienes lo detentan de forma espuria, es capaz de quitar la palabra a las personas e incluso el aire que respiran, convirtiendo ese sueño en una realidad anunciada por un profeta niño. En el caso del pequeño Diego, la naturaleza libre es quien entrega su hermosura al niño que sólo quiere una cosa: mirar, al igual que nos sucede con muchas imágenes de nuestra vida en las que sólo viéndolas valen más que mil palabras. El problema siempre es el mismo a lo largo de la Historia: todo necio confunde siempre valor y precio.

Al igual que el pequeño Nemo, tenemos un derecho barato que es soñar despiertos, creando historias imaginables e incluso reales como la vida misma. Vivo rodeado de personas que sueñan con un mundo diferente, porque no les gusta el actual, porque hay que cambiarlo. A mí me gusta ir más allá, es decir, el mundo hay que transformarlo. Pero surge siempre la pregunta incómoda, ¿cómo?, si las eminencias del lugar, cualquier lugar, dicen que eso es imposible, una utopía, un desiderátum, como si ser singular fuera un principio extraterrestre, un ente de razón que no tiene futuro alguno. No me resigno a aceptarlo y por esta razón sigo yendo con frecuencia de mi corazón y sueños a mis asuntos, del timbo al tambo, como decía García Márquez en sus cuentos peregrinos, buscando como Diógenes personas con las que compartir formas diferentes de ser y estar en el mundo, que sean capaces de ilusionarse con alguien o por algo. De buscar historias junto a Galeano durante unos días, para dar un sentido a la vida. De soñar creando, porque los ojos, cuando están cerrados, preguntan.

NOTA: la imagen de cabecera es una fotocomposición formada por la imagen de la izquierda, una reproducción de la obra de McCay editada por Norma Editorial y la de la derecha, una reproducción recuperada hoy de 7-Winsor-McCay.jpg (2499×2076) (animationstudies.org).

(1) Galeano, Eduardo, El libro de los abrazos, 1993. Madrid: Siglo XXI de España.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El buscador de historias / 4. Abracadabra

Abracadabra, en Preceptos Médicos, de Serenus Sammonicus

Sevilla, 27/VIII/2021

Cuando me enfrento hoy al fenómeno de la hoja en blanco en esta serie, recuerdo especialmente a Eduardo Galeano, durante una entrevista en este país, cuando dijo que cada día “intento mirar el universo por el ojo de la cerradura, desde lo pequeñito, lo que puede parecer insignificante. Cada historia es una baldosita cuyo color se incorpora al gran mosaico de la historia que entre todos hacemos cada día, aunque no lo sepamos”. Es la gran misión de los buscadores de historias y el motor que ayuda a localizar y compartir experiencias ajenas que pueden ser útiles en la sociedad de lo inútil. Hoy abordo la historia de cómo Galeano compendió la palabra mágica de nuestros cuentos y juegos infantiles, Abracadabra, que para él era algo más que un simple juego de letras.

Conocí a través de D. Pedro Laín Entralgo, a quien seguí muy de cerca en mis años jóvenes siguiendo las indicaciones de una persona a la que estoy muy agradecido, el profesor Diego Gracia Guillén, una reflexión muy interesante sobre una conmovedora soleá (Soleá de Triana) que había oído cantar cierta noche de San Silvestre y luego enseñó a José Menese, que finaliza así: «Tengo las manos vacías / de tanto dar sin tener; / pero las manos son mías». Me sorprendió, un día ya lejano, encontrar de nuevo estas palabras en un artículo publicado por Eduardo Galeano el 17 de marzo de 2006, en el que rememoraba la celebración del Día del Liberado, en homenaje a los desaparecidos por la dictadura uruguaya en el pasado siglo,  ensalzando la memoria de la dignidad y la dignidad de la memoria, con un título que justifica hoy mi búsqueda de historias, Abracadabra, en el que explica lo siguiente: “Tarde o temprano nosotros, caminantes, seremos caminados, caminados por los pasos de después, así como nuestros pasos caminan, ahora, sobre las huellas que otros pasos dejaron. Ahora que los dueños del mundo nos están obligando a arrepentirnos de toda pasión, ahora que tan de moda se ha puesto la vida frígida y mezquina, no viene nada mal recordar aquella palabrita que todos aprendimos en los cuentos de la infancia, abracadabra, la palabra mágica que abría todas las puertas, y recordar que abracadabra significa, en hebreo antiguo: “Envía tu fuego hasta el final”.

Si me detengo precisamente en este discurso, leyéndolo hasta el final y recordando al profesor Laín Entralgo, es porque Galeano tiene también tiene un recuerdo especial hacia Andalucía, en unas emocionantes palabras de aquella soleá preciosa: “Porque en las horas más difíciles, en aquellos tiempos enemigos, en los años de mugre y miedo de la dictadura militar, ellos supieron vivir para darse y se dieron enteros, se dieron sin pedir nada a cambio, como si viviendo cantaran aquella antigua copla andaluza que decía, y dice todavía, y por siempre dice: «Tengo las manos vacías, …pero las manos son mías”. Magnífica referencia a la manera de sentir la vida el pueblo andaluz.

Efectivamente, me consta que Galeano, cada vez que pudo, citó Abracadabra en textos y contextos diferentes. En Los hijos de los días (1), dedica una reflexión profunda sobre el viaje de esta palabra a través de la historia: “En el año 208, Serenus Sammonicus escribió en Roma un libro, Asuntos secretos, donde revelaba sus descubrimientos en el arte de la sanación. Este médico de dos emperadores, poeta, dueño de la mejor biblioteca de su tiempo, proponía, entre otros remedios, un infalible método para evitar la fiebre terciana y espantar la muerte: había que colgarse al pecho una palabra y protegerse con ella noche y día. Era la palabra Abracadabra, que en hebreo antiguo quería decir, y sigue diciendo: Envía tu fuego hasta el final”.

Su amor a esta palabra queda reflejado de nuevo en un discurso que pronunció en el Obelisco de Montevideo, en el cierre de la campaña contra la ley de impunidad, la noche del 20 de octubre de 2009: “Yo suelo invocar una palabra, una palabra mágica, una palabra abrepuertas, que es, quizá, la más universal de todas. Es la palabra abracadabra, que en hebreo antiguo significa: envía tu fuego hasta el final. A modo de homenaje a todos los fuegos caminantes, que van abriendo puertas por los caminos del mundo, la repito ahora: Caminantes de la justicia, portadores del fuego sagrado, ¡abracadabra, compañeros!”.

Galeano me ha llevado de la mano a verificar la verdadera historia de esta palabra acudiendo a la obra de Serenus Sammonicus, en la que aparece por primera vez en documento escrito esta palabra cabalística, Abracadabra, comprobando que se trata de Preceptos Médicos, en la que se dice textualmente en el capítulo LII dedicado a la fiebre terciana que “La fiebre que los griegos llaman hmitritaion [terciana] es más peligrosa. El nombre griego de esta fiebre no se ha traducido al latín, ya sea porque la genialidad de esta lengua se opone a ella, o porque los padres y las madres, por temor a traer mala suerte a sus hijos, no se han atrevido a ponerle un nombre. Escriba en una hoja de papel ABRACADABRA; luego repita esta palabra tantas veces como letras haya en la palabra, pero cada vez quitando una letra, de modo que el conjunto tenga forma de cono. Hecho esto, cuelgue la hoja de papel alrededor del cuello del paciente con un hilo de lino”.

Hoy, leyendo de nuevo a Galeano, he recordado otra estrofa de la Soleá de Triana, que recordó en aquella conmemoración de la libertad en Montevideo, para comprender bien cómo podemos enviar fuego de vida hasta el final de nuestros días, en su interpretación de Abracadabra, en una dialéctica posible para convertirnos en fuegos caminantes en otro mundo posible: “Dos escaleras de vidrio yo llevo en mi corazón / por una suben las penas por otra baja el dolor”, que nos deberían ayudar a ser siempre solidarios y tener las manos vacías de tanto dar sin tener, pero sabiendo siempre que las manos son las nuestras, la tuya y la mía. Abracadabra nos suena hoy como la gran oportunidad de abrir puertas en este mundo hostil, sabiendo también que como “caminantes, seremos caminados, caminados por los pasos de después, así como nuestros pasos caminan, ahora, sobre las huellas que otros pasos dejaron”.

NOTA: La imagen de cabecera figura en una nota a pie de página, en el libro citado, sobre el precepto dedicado a la fiebre terciana, explicando la palabra ABRACADABRA, cuyas letras se podían ordenar de las dos formas. Esta figura se compone principalmente de las letras de la palabra ABRACA, igual que ABRACAX, porque se creía que era el más antiguo de los dioses, siendo ella misma referida como una especie de divinidad (véase en Préceptes médicaux de Serenus Sammonius (texte bilingue) (remacle.org).

(1) Galeano, Eduardo. Los hijos de los días, 2012. Madrid: Siglo XXI de España.

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El buscador de historias / 3. Todos somos extranjeros en la Aldea Mundial

Una evacuada afgana en la base de Torrejón de Ardoz / EFE

Sevilla, 26/VIII/2021

Somos hijos de los días, hijos del tiempo, y cada día tiene una historia que contar. Porque estamos hechos de átomos, según los científicos, pero un pajarito me contó que también estamos hechos de historias.

Eduardo Galeano, en una presentación en nuestro país de Los hijos de los días

Tomé nota de esta frase de Galeano en una presentación de su obra Los hijos de los días y no la he olvidado. Buscando historias propias y asociadas junto a él, en mi calidad de averiguador de la vida, tal y como lo pensaban los mayas, he encontrado una de título muy breve, Extranjero, que me suena muy próxima en estos días en los que Afganistán ha saltado a la primera plana mundial. Me refiero a la que cuenta en una experiencia personal, probablemente durante su estancia en Barcelona como consecuencia de su exilio:

“En un periódico del barrio de Raval, en Barcelona, una mano anónima escribió:

Tu dios es judío, tu música es negra, tu coche es japonés, tu pizza es italiana, tu gas es argelino, tu café es brasileño, tu democracia es griega, tus números son árabes, tus letras son latinas.

Yo soy tu vecino. ¿Y tú me llamas extranjero?”

Creo que sobran palabras para demostrar que una cosa es ser extranjero y otra muy diferente sentirlo como algo propio en esta aldea global en la que hemos convertido el mundo al revés. Por si nos quedaba alguna duda, todavía es más lacerante opinar sobre los extranjeros como diablos responsables de los males de este mundo o de este país, como si se tratara del Infierno de Dante. Es Galeano el que reflexiona de nuevo sobre esta realidad en El diablo es extranjero (1), en una historia con nombre propio que no admite paliativos:

El culpómetro indica que el inmigrante viene a robarnos el empleo. Y el peligrosímetro lo señala con luz roja. Si el intruso, el venido de afuera, es joven y pobre y no es blanco, está condenado a primera vista por indigencia o inclinación al caos o portación de piel. Pero si no es joven ni pobre, ni oscuro, de todos modos merece la malvenida porque ha venido a trabajar el doble a cambio de la mitad.

El pánico a la pérdida del empleo es uno de los miedos más poderosos en estos tiempos del mundo gobernado por el miedo.

Y la verdad es que el inmigrante está siempre situado a primera mano, ahí no más, a la vista, a la hora de encontrar culpables del desempleo, de la inseguridad y de otras muchas temibles desgracias.

Antes Europa derramaba sobre el mundo, sobre el mundo entero: soldados, presos, campesinos muertos de hambre… que eran protagonistas de las aventuras coloniales y han pasado a la historia como mensajeros de Dios. Era la civilización lanzada al rescate de la barbarie.

Ahora el viaje ocurre al revés. Eso quiere ser la invasión de los invadidos. Los que llegan o intentan llegar desde el sur al norte son protagonistas de las desventuras coloniales que pasan a la historia como mensajeros del Diablo. Es la barbarie lanzada al asalto de la civilización.

Tenemos a familias enteras de Afganistán muy cerca de esta ciudad, que acaban de aterrizar en nuestro país como extranjeros a los que hay que buscar sitio en este país y en otros lugares del mundo, como consecuencia de la caída de su territorio en manos de los rebeldes talibanes. Creo que deberíamos hablar con ellos “de extranjeros a extranjeros”, porque de eso sabemos mucho a través de la Historia, que -por cierto- se nos olvida en este país muy pronto. Como decía Galeano, los humanitos somos contradicciones que caminan, extranjeros de cuerpo y alma, en cualquier lugar o en alguna parte de la gran Aldea Global en la que se ha convertido el mundo al revés en el que vivimos. Lo que les puedo asegurar es que detesto el culpómetro y el peligrosímetro hacia los extranjeros, porque reconozco que también lo soy en este mundo al revés diseñado a veces por el enemigo.

(1) Galeano, Eduardo. Espejos. Una historia casi universal, 2008. Madrid: Siglo XXI España.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El buscador de historias / 2. Las huellas que no se borran

Leonard Cohen, Steer your way

Sevilla, 25/VIII/2021

Esta es una historia breve y dos veces buena de Galeano en el libro de mi cabecera en estos días (1), de una sola palabra en su título, Huellas, donde el amor y el dolor tienen un protagonismo especial:

El viento borra las huellas de las gaviotas.
Las lluvias borran las huellas de los pasos humanos.
El sol borra las huellas del tiempo.
Los cuentacuentos buscan las huellas de la memoria perdida, el amor y el dolor, que no se ven, pero no se borran.

Es lo que nos dejó escrito para demostrarnos que hemos nacido para caminar y volar, para contar nuestros viajes particulares buscando historias propias o asociadas, porque somos pies y bocas del tiempo y porque nuestros pensamientos, deseos y sueños también pueden volar si nos deja hacerlo la propia vida. Su mensaje es claro y circular: los años son los que vuelan, porque nosotros permanecemos un tiempo, el de cada uno, porque cada día tiene su afán y cada tiempo su momento, sabiendo como sabemos y nos lo transmitieron los sabios del lugar histórico de cada cual que, vanidad de vanidades, todo es vanidad, porque somos los pies y bocas del tiempo, porque de tiempo somos y sabemos que nos habla: Los pies del tiempo caminan en nuestros pies. A la corta o a la larga, ya se sabe, los vientos del tiempo borrarán las huellas. ¿Travesía de la nada, pasos de nadie? Las bocas del tiempo cuentan el viaje (2). Sólo sabemos que el amor y el dolor permanecen en «nuestro» tiempo.

Hablando de huellas siempre resuena Antonio Machado en mi memoria de hipocampo, como un referente en mi caminar diario, en un poema que nunca olvido, sobre todo cuando reconozco errores en mi vida de todos y en la de secreto, así como cada vez que me levanto después de una caída, una decepción o un fracaso: “Caminante, son tus huellas /el camino, y nada más / caminante, no hay camino: / se hace camino al andar. / Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar. / Caminante, no hay camino, / sino estelas en la mar” (Proverbios y Cantares (XXIX). También recuerdo unas palabras de Rebecca Solnit, “Lo ideal sería caminar en un estado en el cual la mente, el cuerpo y el mundo estén alineados, como si fueran tres personajes que por fin logran mantener una conversación, tres notas que de pronto alcanzan un acorde” (Wanderlust. Una historia del caminar), sobre todo para hacernos más fácil este deambular por la vida no de forma lineal sino yendo muchas veces del timbo al tambo.

¿Será que lo que traducen mis huellas en mi caminar diario es que mi fin es mi principio y mi principio mi fin? Este palíndromo ha recorrido siglos desde el aserto presocrático del “todo fluye, nada permanece”, entregado a la posteridad por Heráclito de Éfeso. Es la circularidad vital como hilo conductor de las personas que solemos caminar volviendo sólo la vista atrás para ver la senda que nunca se ha de volver a pisar, aunque descubramos con el tiempo que solo hay camino siguiendo las estelas de la mar. O cruzando ríos que van a dar a esa mar, por sitios que nunca van a ser los mismos cuando se vuelven a cruzar. Esta es la razón que justifica el mito del eterno retorno simbolizado en esta frase enigmática: mi fin es el principio y mi principio mi fin. Lo conocía por haber escuchado hace muchos años un rondó de Guillaume de Machaut (Ca. 1370), Ma fin est mon commencement, que todavía resuena en territorios lejanos.

Esas huellas de caminos que nunca más he de volver a pisar es lo que cantó excelentemente Leonard Cohen en Steer Your Way, cuando decía: Dirige tu camino a través de las ruinas del altar y el centro comercial, dirige tu camino a través de las fábulas de la Creación y la Caída, dirige tu camino más allá de los Palacios y elévate por encima de la podredumbre, año tras año, mes a mes, día a día, pensamiento a pensamiento. Es la tarea que cuido todos los días porque si no creo que es difícil avanzar en la creencia de que otro mundo es posible, buscando también historias de cuentacuentos, porque sé que buscan las huellas de la memoria perdida, el amor y el dolor, que no se ven, pero no se borran.

Galeano no se equivocó al escribir esta preciosa historia, porque me enseña que mi vida no debe ser travesía de la nada o pasos de nadie o del olvido, donde el amor y el dolor me han enseñado a comprender y querer el camino humano, que no me es indiferente y que recorro todos los días.

(1) Galeano, Eduardo. El cazador de historias, 2016. Madrid: Siglo XXI.

(2) Galeano, Eduardo. Tiempo que dice, en Bocas del tiempo, 2004. Madrid: Siglo XXI.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El buscador de historias / 1. Caminantes del mundo

Sevilla, 24/VIII/2021

Que en belleza camine.
Que haya belleza delante de mí
y belleza detrás
y debajo
y encima
y que todo a mi alrededor sea belleza
a lo largo de un camino de belleza
que en belleza acabe.

Eduardo Galeano, Quise, quiero, quisiera, del «Canto de la noche», del pueblo navajo, en «El cazador de historias»

Inicio hoy una nueva serie, El buscador de historias, inspirada en una obra póstuma de Eduardo Galeano, El cazador de historias, que su editorial de cabecera, Siglo XXI, cuidó con él hasta el último detalle, pero sobre la que decidió esperar el mejor momento para publicarla en 2016, dado el delicado estado de salud del escritor que falleció en 2015. Creo que es un auténtico testamento espiritual en el que a través de innumerables historias nos entrega su alma convertida en palabras recogidas en cuatro capítulos de su vida, «Molinos de tiempo», «Los cuentos cuentan», «Prontuario» y «Quise, quiero, quisiera», que agrupan palabras sentidas y sintientes para él y para todos, en un ejemplo de su generosidad literaria y de compromiso activo a través de la palabra. El último, «Quise, quiero, quisiera», corresponde al poema navajo que escogió personalmente para abrochar su obra, con tres tiempos verbales que encierran en sí mismos toda su vida y que he elegido para abrir el largo caminar de estas líneas.

La sinopsis oficial del libro nos deja algunas pistas sobre lo manifestado anteriormente: “El siglo XXI no está resultando ser un gran siglo. Los abusos de un sistema formado por ricos cada vez más ricos y jodidos muy jodidos están a la orden del día. Siguen soñando las pulgas con comprarse un perro y los nadies con salir de pobres. En esta obra, que terminó un año antes de morir, Eduardo Galeano sale a cazar en esa jungla para mostrarnos con crudeza, con humor, con ternura, el mundo en que vivimos, desnudando ciertas realidades que, pese a estar al alcance de la mano, no todos llegan a ver. Pero, como sugiere su título, El cazador de historias devela también al narrador que acecha detrás de todos los relatos. Y así, aunque siempre fue reticente a hablar de sí mismo, Galeano cierra este libro con un puñado de bellas y poderosas historias que sorprenden tanto porque ofrecen pistas de su biografía, de sus años de infancia y juventud, de los primeros viajes por América Latina, de las personas que marcaron su vida y su escritura, como porque expresan sus ideas sobre la muerte. Lejos de cualquier lamento, con el puro impulso de la curiosidad y la imaginación, se pregunta cómo será el final, qué deseos, afectos o necesidades aparecerán entonces. Eduardo Galeano creó una obra que no pasó inadvertida, que culmina con este libro. Varias generaciones la han leído con fruición y seguramente seguirán haciéndolo, porque algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende”.

Con este espíritu que arde en mi vida, inicio esa serie deteniéndome en un relato, Las Estrellas, del que he escogido sus palabras finales, porque representan lo que me ha sucedido a lo largo de la vida, fundamentalmente porque soy un caminante del mundo. Es más, incluso en algunas orillas he decidido iniciar singladuras para buscar islas desconocidas, algo que vengo haciendo en los últimos quince años en este cuaderno de bitácora digital. Nadie mejor que Galeano para hacer este camino o singladura, tanto monta monta tanto, cuando pasado el ecuador de este verano tan especial nos acercamos a una estación que suele inspirar también mi alma de secreto y, a veces, la de todos.

Aquella historia de la tribu Pawnee contada por Galeano, junto al río Platte, un río que baña tres estados americanos, Colorado, Wyoming y Nebraska, permitió descubrir creencias sobre el origen de la vida a través de las estrellas del amanecer y del atardecer, que no son las mismas y cómo al intentar su encuentro la luna les jugó una mala pasada. A pesar de todo siguieron en su empeño, consiguiendo finalmente abrazarse hasta confundirse entre ellas. De ahí nació nuestra historia humana de encuentros, desencuentros y guerras, hasta que un día descubrimos que esa era nuestra tarea diaria, caminar por este mundo hasta conseguir lo que pasó con nuestras estrellas guía. Algo precioso:

A orillas del río Platte, los indios pawnees cuentan el origen.
Jamás de los jamases se cruzaban los caminos de la estrella del atardecer y la estrella del amanecer.
Y quisieron conocerse.
La luna, amable, las acompañó en el camino del encuentro, pero en pleno viaje las arrojó al abismo, y durante varias noches se rio a carcajadas de ese chiste.
Las estrellas no se desalentaron. El deseo les dio fuerzas para trepar desde el fondo del precipicio hasta el alto cielo.
Y allá arriba se abrazaron con tanta fuerza que ya no se sabía quién era quién.
Y de ese abracísimo brotamos nosotros, los caminantes del mundo
.

Los pawnee tienen una historia que conviene conocer con detalle. He leído estos días bastantes reseñas de ellos y he comprobado cómo sufrieron la huella del hombre blanco: “Dicen, y he escuchado de viva voz, que los primeros Pawnees llegados a Oklahoma murieron de melancolía, de la tristeza más profunda de abandonar la tierra que los amamantó, más importante aún, los Hopis, por ejemplo, llegaron a la actual Arizona tras un conjunto de migraciones y quehaceres más que fantásticos y mitológicos. Los Pawnees, rompen la regla. Ellos bajaron de las estrellas, y es a ellas a donde retornan cuando mueren. Cuando Tirawa, dios supremo, decidió ponerlos en la tierra los bajó directamente a lo que hoy en día es Nebraska: su tierra sagrada par excellence. Por ello, cuando partieron hacia esa otra tierra desconocida por mandato y amenaza del gobierno, estaban acongojados al ver que no volverían a su cuna natal. No fue un viaje fácil, sino terrible. Mucha gente iba a pie, otros en tren hacinados como judíos en la Alemania nazi. Mucha gente murió en el trayecto” (1).

Me considero caminante del mundo aunque sé que gran parte de mi recorrido se ilumina por las estrellas, gracias al abrazo que en un momento determinado de la Historia decidieron hacer algo importante en favor del mundo descreído. En este camino, he escogido un libro para orientarme: Cuentos de los indios Pawnee, que he leído atentamente, dedicado a un Jefe Solitario, donde la madre ocupó un papel muy especial en su vida: “Jefe Solitario era hijo del jefe de la banda Kit-ke-kahk’-i. Su padre murió cuando el muchacho era muy niño, apenas de un año de edad. Hasta que fue lo bastante mayor como para ir a la guerra, su madre se ocupó de su manutención cultivando maíz, judías y calabazas. Ella enseñó al muchacho muchas cosas, y le aconsejó acerca de cómo vivir y cómo actuar para tener éxito en la vida: “Cuando llegues a ser un hombre, recuerda que es su ambición la que hace al hombre. Si sales de campaña, no te vuelvas cuando hayas andado parte del camino, sino continúa hasta que llegues a donde te diriges, y entonces regresa. Si yo pudiera vivir para verte hecho un hombre… Quiero que te conviertas en un gran hombre. Quiero que pienses en los duros momentos que hemos atravesado. Ten piedad de la gente que es pobre, porque nosotros también hemos sido pobres y la gente ha tenido piedad de nosotros” (2).

Creo que he comprendido por qué Eduardo Galeano se detuvo a reflexionar sobre la bella historia de las estrellas y su abrazo, contada por los Pawnees. Fundamentalmente, porque de allí nacimos nosotros y porque sé, como él, que “las palabras caminan latiendo” en un mundo que sólo tiene interés hacia adelante, explorando su belleza en un camino que en belleza acabe.

(1) Consideraciones Filosóficas sobre los Pawnee. (mec.es)

(2) Bird Grinnell, George, Cuentos de los indios Pawnee, 1986, Madrid: Miraguano.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

El cumpledías de Adrián

Gladstone Library

Sevilla, 22 de agosto de 2021

Ayer cumplió nuestro nieto Adrián trescientos sesenta y cinco días, en un cumpledías especial, tal y como le gustaba decir a Mario Benedetti en su inolvidable poema Como siempre. Ha sido un año especial al haber nacido en un momento delicado para el mundo, en plena desescalada de la pandemia, trayéndonos algo que ha sido como un bálsamo en medio de tanto desconcierto: su sonrisa permanente, como seña de identidad de su forma de ser y estar en el mundo, para que aprendamos de él en cada segundo vital. También, por su forma de expresar la alegría con el movimiento acompasado, sin fin, de manos y piernas, para acabar tocando sus palmas con la sonrisa embaucadora. Y ¡cómo no!, recordando su admiración de la luz y sus destellos, con paradas especiales ante luminosos de todo tipo, porque se queda embelesado ante la luz refulgente con su tiempo dentro.

Han pasado trescientos sesenta y cinco días con ese tiempo que avanza inexorablemente en su pequeña vida. Nos enseña todos los días a comprender que el mundo sólo tiene interés cuando va hacia adelante, viendo su progreso diario en gestos y forma de comportarse. Me entusiasma su mirada, siempre especial y transmitiendo sus ganas de decirnos muchas cosas. Por ahora mantiene silencio de palabras que no de gestos, pero llegará el día en que empiece a expresarse con la palabra que a él también le queda.

A los pocos meses de nacer, le contamos un cuento que en los próximos días se convertirá en un sueño cumplido para Adrián. Ya tiene título, La estantería de Gladstone Library, porque siendo muy, muy pequeño, ocurrió algo en un lugar de mundo, en Hawarden (Gales), cuando le llamaron en nombre de los 250.000 libros que conforman su fondo para pedirle que se quedara con ellos mientras que se cerraba la Librería por la pandemia mundial. Cuentan los sabios del lugar que allí se podía dormir entre libros, porque era la única librería en el mundo que permitía hacerlo. Pero por la presencia del coronavirus los libros se quedaron solos y ya nadie venía a tocarlos, leerlos y dormir junto a ellos para hacerles compañía. Así nació la idea de que en un día no lejano, sus estanterías pudieran tener nombre, porque necesitaban tener vida humana como soporte de los ejemplares de autores desconocidos a los que tenían que sustentar. Tener vida, en definitiva. Eran muchas, exactamente 1.001, que dibujaban el entramado interior de la Gladstone Library, que así era su nombre.

Ocurrió que los libros se rebelaron contra el coronavirus y reclamaron atención personal inmediata. Nuestro niño protagonista conoció este reclamo tan humano en defensa de la cultura y acudió inmediatamente a la llamada. Consistía en ofrecerse a sostener económicamente una estantería de la biblioteca, donde figuraría su nombre para el presente y la posteridad, aportando una cantidad en libras, aunque le habían enseñado que no había que confundir nunca valor y precio. Un solo estante por persona que albergaría libros desconocidos por ahora pero que al haberse reunido ya los mil y un nombres, se sabe a quién acompañan y cobijan durante las veinticuatro horas del día. Y ha llegado el momento de conocer a través de los archivos de la biblioteca Gladstone, la localización de un libro determinado en la estantería que lleva el nombre de Adrián, nuestro niño querido. Y también se conocerá en su Libro de Agradecimientos una frase que contiene el secreto de este maravilloso relato: participó porque un día le contaron que esta iniciativa era para mantener viva una “clínica del alma”, de nombre Gladstone Library.

Sabemos que el 1 de septiembre se abrirá de nuevo la Biblioteca Gladstone y la estantería de Adrián recordará que él ama los libros. Este cuento susurrado al oído de Adrián me gustaría que Borges lo agregara a su biblioteca imaginaria de La biblioteca de Babel, estando presente como espectro en la lectura del suyo, en una de las salas, muy cerca del estante que soporta su obra y que ya lleva el nombre de este niño querido, para que su pequeña alma se alimente de la lectura que encontrará siempre en un Paraíso llamado Gladstone.

Un día, que alguna vez será lejano, recordará este niño querido que él ayudó a que esa Biblioteca nunca más tuviera que cerrar por razones ajenas a su alma. Él, desde el hexágono donde nació, recordando a Borges, volverá a contar este cuento a quien desee visitar ese pequeño paraíso en Hawarden, desde Sevilla, ciudad a la que Stefan Zweig definió como la sonrisa de España, su sonrisa, cuando ni siquiera tenía todavía trescientos sesenta y cinco días.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

Matilde Vilariño se ha llevado a Periquín y a Marcelino, a su cielo particular

Matilde Vilariño y Pedro Pablo Ayuso, en Matilde, Perico y Periquín

Sevilla, 21/VIII/2021

En memoria de la actriz Matilde Vilariño, que falleció ayer en Madrid, a los cien años, llevándose de la mano a Periquín y a Marcelino, Pan y Vino, a quienes tanto quiso, a su cielo particular…

Cuando era niño tenía varios amigos virtuales en Madrid, de cuyos nombres quiero acordarme hoy especialmente, entre los que destaco a Periquín y Marcelino. Al primero, un niño de cinco años, porque le escuchaba los miércoles en la radio de cretona, antes del Parte de las diez de la noche, con himno nacional incluido, en el programa que llevaba por nombre Matilde, Perico y Periquín, un serial radiofónico que protagonizaban tres actores inolvidables de Radio Madrid, que pertenecía a la Sociedad Española de Radiodifusión (SER): Matilde Conesa (Matilde), Pedro Pablo Ayuso (Perico) y Matilde Vilariño, que ponía la voz y daba vida a mi querido Periquín. Ayer supe que falleció a los 100 años de edad y en mi fonoteca particular se acumularon múltiples recuerdos de aquellos años dorados y, por supuesto, no inocentes. El autor de la serie era Eduardo Vázquez, un clásico guionista de Radio Madrid.

Aquella familia se pasaba todo el tiempo aparentando lo que no era y Periquín los descubría a través de sus palabras y aventuras, expresando entonces algo que comprendería después: no sólo los reyes van desnudos, como el del cuento de Andersen, sino que a muchas personas que nos acompañan en la vida, incluida a veces la familia, les ocurre lo mismo. Además, estas pequeñas cosas o verdades de su estatura las contaba a su maestra, Doña Pepa Cifuentes o ante la clásica vecina que siempre estaba cerca de la familia por puro cotilleo. Desde 1955, escuchar esta serie me ayudaba a encontrar un amigo en mí, Periquín, que me acompañaba un día a la semana para contarme cosas que me hacían reír entonces y que después, supe que llevaban mensajes nada inocentes en una España que nos helaba el corazón con la dictadura. Cola-Cao se encargaba de financiar a esta familia, en la que el patio de su casa, tan particular, cuando llovía se mojaba como todos los demás, a modo de metáfora que no olvido.

La voz trémula de Perico, a la que daba vida Pedro Pablo Ayuso, un mito radiofónico de la época, era como un aviso para navegantes después de cada travesura de mi amigo: «Periquín guapo, ven aquí…”, a lo que seguía la expresión infantil de Periquín, “Nene, pupa no”, aunque confieso que yo era un niño del que decían que era muy bueno y además podían preguntárselo a Doña Antonia mi querida maestra, que daría siempre fe de ello. Al menos así lo sentía personalmente y en eso no rivalizaba con Doña Pepa Cifuentes. Quedaba claro que con aquella serie, la familia que la escuchaba unida, permanecía siempre unida, en la clave de las misiones del famoso Padre Peyton, del que se hablaba en casa frecuentemente, no olvidando que yo vivía en un barrio en Madrid en el que brillaba el discreto encanto de la burguesía.

Pero Matilde Vilariño suena hoy en mi cabeza de una forma especial al recordar la voz de mi gran amigo Marcelino (pan y vino), que era la suya a pesar de que no lo supe hasta muchos años después, por el doblaje de la película homónima. Corría el año 1953 cuando en una tarde fría de invierno en el Madrid de ese discreto encanto de la burguesía, fui con mi abuela a los estudios Chamartín, a probar suerte en el casting que se iba a llevar a cabo para elegir al protagonista de una película que forma parte de la crónica sentimental de este país: Marcelino, pan y vino, dirigida por Ladislao Vajda. Se anunciaba que sólo fueran los niños que tuvieran “cara de santo”, algo que no supe en aquél momento qué significaba pero que mi familia creyó que yo la tenía así. Lo que sí sabía es que tenía sólo seis años y allí acudí en esa tarde de invierno con un abrigo de solapas generosas de la época y con mi sempiterna bufanda amarilla de cuadros, que perdí en el bullicio de las abuelas con nietos empujando cuando pasó la comitiva que realizaba el casting, queriendo que sus nietos ocuparan todos la primera fila. No hubo suerte y fue elegido Pablito Calvo, al que volví a ver el día del estreno de la película en el cine Coliseum, con la suerte de que sortearon un ejemplar del cuento homónimo en el que se basaba la película, escrito por José María Sánchez Silva, que me tocó y que me permitió subir al escenario donde Pablo y yo nos dimos un beso, entregándome también el autor del libro un ejemplar dedicado, junto con un muñeco de Marcelino con una tostada en la mano, recordando una escena de la película. Fue inenarrable la emoción que sentí a los seis años por aquél cúmulo de sentimientos y emociones.

Matilde Vilariño fue la voz de Marcelino y la de Periquín. Al darme cuenta de que ayer los llevaba de la mano a su cielo particular, me ha recordado que no debo olvidar nunca el niño que fui y que siempre llevo dentro. De ahí mi agradecimiento en este pequeño homenaje a aquella actriz, que me hizo tan feliz en mi infancia en tierras de Castilla, donde la radio y el cine me entregaron momentos inolvidables de compañía. Con la verdad verdadera de Periquín y el alma delicada de Marcelino, que también se fue un día a su cielo casi sin darme cuenta. Ambos, con su voz inolvidable, su proximidad y su misterio.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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