
Sevilla, 10/IX/2021
Hace veinte años el mundo caminaba tal día como hoy por derroteros desconocidos del día después, en el que se produjo un hecho que conmocionó la democracia en el globo terráqueo. En concreto, el 10 de septiembre de 2001, en Estados Unidos, un lunes aparentemente normal bajo la presidencia del republicano George W. Bush, la gente escuchaba en ese país a Jennifer López cantando I’m Real, había comprado entradas para ver Chelsea Walls dirigida por Ethan Hawke y muchas personas leían la novela Time and Again, de Nora Roberts, que ya formaba parte de los best sellers mundiales en esa fecha. Unas horas después, al día siguiente, lo sucedido en la Torres Gemelas marcaría un antes y un después en la democracia mundial y el terrorismo pasó a ocupar todas las cabeceras de los medios de comunicación del globo terráqueo. A partir de ese día, ya nada sería igual y veinte años después seguimos viviendo con dolor y espanto aquellas imágenes irrepetibles del derrumbamiento de las famosas torres y creo que de una forma de ser y estar en el mundo por parte de sus pobladores.
¿Hemos aprendido la lección? Como todo en la vida, depende de cómo queramos ver el vaso, medio lleno o medio vacío, aunque lo sucedido con Afganistán supone un revés que todavía estanos intentando digerir, siendo conscientes de que el mundo aparentemente democrático y solidario ha dejado a sus suerte al pueblo afgano, a sus mujeres y niños. Es un símbolo triste y aleccionador de para qué ha servido la lucha antiterrorista en ese territorio y en otros lugares del mundo entre los que podemos destacar Madrid, París, Siria, Yemen, Libia y otros muchos lugares en los que las guerras y las migraciones, por causa del terror o de ideologías, casi nos dan igual desde el confort democrático que nos ofrece la atalaya ética de cada uno.
He querido detenerme en el día anterior al atentado de las Torres Gemelas. El día después supone veinte años de reconstrucción mundial de la democracia atacada permanentemente por el terrorismo ideológico y económico, que de todo hay en la viña del Señor o en las de los señores de la guerra y de negro. Creo, sinceramente, que no hemos aprobado en dignidad humana, porque a la desorientación mundial y al caos económico que hemos sufrido desde el estallido de la burbuja económica en 2008, unido a la desoladora pandemia que nos invade, junto con los millones de personas que están instaladas en la pobreza severa sin mezcla de dignidad alguna, se ha creado un estado de ánimo de preocupación mundial, más del presente rabioso que del futuro, con un eslogan que da miedo: a mí que no me llamen, porque los responsables son otros, recordando aquella canción de María y Federico de mi juventud en la que se cantaba que “la culpa de todo eso la tiene la gente”.
El 10 de septiembre de 2001, Jennifer López cantaba con éxito mundial I’m Real, ella, que era real como la vida misma: No me preguntes donde he estado / O lo que voy a hacer, / solo sé que estoy aquí contigo / No trates de entender, cariño, no hay misterio, / porque sabes cómo soy. Así una y otra vez hasta que la vida, al día siguiente, dejaba de permitir a millones de personas ser y estar en el mundo como la vida misma. La intranquilidad se convirtió desde ese fatídico día en una compañera inseparable.
Repasando la música de aquél día anterior, quizá tenga mayor sentido recordar una canción que triunfaba en Latinoamérica, Cómo se cura una herida, cantada por Jacy Velázquez, como una auténtica premonición de lo que sólo veinticuatro horas después iba a ocurrir con impacto mundial, algo muy doloroso: Qué triste es despertar y ver la realidad / ver que es mentira, lo que sentías saber / que es el final. / Qué triste es ver caer, esa pared que ayer / me resguardaba y no me dejaba ver, lo que hacías / Cómo se cura una herida / cuando perdonar es tan difícil, / y cuando olvidar no se consigue. / Cómo enfrentarse a la vida / con el corazón hecho pedazos / cuando la desilusión / te quiebra el mundo y pega, el golpe bajo / Nunca imaginé llorar tu engaño.
En ese día anterior, como todos los días, también comenzó todo. Igualmente, en el desdichado día después. Lo aprendí y lo practico a diario desde que conocí en profundidad una película de Bertrand Tavernier, director de cine al que siempre admiré en mi vida por su filmografía excelente y didáctica, que llevaba por título Hoy empieza todo, sobre un guion de Dominique Sampiero que leí completo para comprender bien su hilo argumental. El cine de calidad nunca es inocente, porque es la interpretación de una realidad más próxima de lo que parece. Cuando vemos una película contenemos la respiración. Todos nos enfrentamos a este momento en un cuerpo a cuerpo. Cuando encontramos las mejores historias, un gran corazón late, se alarma, va más despacio, sale de la sala cinematográfica con el deseo de seguir creyendo en un mundo diferente que todavía es posible. Todos los rostros miran en la misma dirección. Este impulso es el que aspiramos a que nos acompañe siempre, porque es el que nos permite descubrir y alimentar cualquier microhistoria saludable. ¿Saben por qué? Porque como decía el autor de la obra sobre la que está basada la película de Tavernier, aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia.
El día después de lo narrado al comienzo de estas líneas, fue una fecha inolvidable, el 11 de septiembre de 2001, el fatídico en el que ocurrió el terrible atentado de las Torres Gemelas. Ya se ha escrito casi todo sobre lo ocurrido y hoy más que nunca tengo que defender que el mundo sólo tiene interés cuando va y mira hacia adelante. Es verdad que la canción de aquél día anterior, Cómo se cura una herida, era un manual de cómo se cura el daño que recibimos cuando se quiebra el amor humano. Quizá venga bien hoy tararear la letra de aquella canción porque a partir del día después de cada día nos damos cuenta de algo que decía el guionista de Hoy empieza todo: aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. No por repetirlo es malo, que decían nuestros mayores.
Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia para seguir viviendo, frecuentando hoy el futuro más amable para todos, lejos de atentados, guerras, terrorismo, migraciones imposibles, soledad, pobreza severa y tanto dolor de los nadies de Galeano, recordándolos hoy especialmente y porque están más cerca de nosotros de lo que parece: los hijos de nadie, los dueños de nada. / Los nadies: los ningunos, los ninguneados, / corriendo la liebre, muriendo la vida.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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