
Sevilla, 10/III/2022
Hemos conocido recientemente el hallazgo del pecio en el mar de Weddell (Océano Atlántico), donde se encuentra casi intacto el velero bergantín Endurance (Resistencia), protagonista de la expedición de Ernest Shackleton, explorador polar angloirlandés y su primer comandante, hundido en 1915 a unas cuatro millas al sur de la posición que su capitán, Frank Worsley, registró antes de que la tripulación tuviera que abandonarlo, al quedar atrapado en el hielo. El 9 de agosto de 1914 y coincidiendo con la entrada oficial del Reino Unido en la Primera Guerra Mundial, el Endurance, de 44 metros de eslora, inició su mítica singladura hacia la Antártida desde el puerto inglés de Plymouth, pasando de forma obligada como inicio de la aventura antártica, por las islas de Georgia del Sur.
Quien frecuenta este cuaderno de derrota (en lenguaje del mar), sabe que está especializado en buscar islas desconocidas. Por este motivo, aventuras como la del Endurance (1) tienen un sitio de honor en este cuaderno digital, interpretándolo siempre desde la amura de babor de la vida, que no de estribor, por aquello de la ideología que, en mi caso, no es inocente. Aquella tripulación, al mando de su ideólogo, Ernest Shackleton, compuesta por un total de 28 hombres, reclutadas al parecer por un anuncio sorprendente, “Se requieren hombres para un viaje peligroso. Salario bajo. Frío polar. Horas de completa oscuridad. Regreso a salvo dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”, tomó conciencia poco a poco de que la expedición tenía un final en las puertas de la Antártida porque el hielo les impedía continuar. Así estuvieron durante diez meses, esperando que el cambio de tiempo les permitiera reanudar la navegación, pero no ocurrió así y el barco sufrió las inclemencias del tiempo, dejándolo inservible hasta tal punto que ellos mismos comprobaron cómo se hundía en aquel tenebroso mar de Weddell. Lo sintetizó bien en una frase que pasó a la posteridad: “Se ha ido, muchachos”.
Lo que ocurrió desde aquel momento se conoce por numerosos reportajes, entrevistas, libros y recortes de prensa, porque es verdad que el resultado humano de aquella expedición fue sorprendente, en términos mucho más desesperanzados que los que figuraban en el anuncio citado, fundamentalmente porque hicieron honor a la denominación del barco: “Resistencia”. Shackleton, en un ejemplo de liderazgo digno de encomio, con el recurso de tres botes del barco, logró finalmente salvar a toda la tripulación, en un ejemplo de heroicidad y solidaridad que ha sabido reconocer la historia mundial. Una gesta que duró dos años, hasta que finalmente fueron rescatados todos el 30 de agosto de 1916 en la isla Elefante, el primer punto que alcanzaron después de la salida de la pequeña expedición para el rescate, comandada también por el propio Shackleton y cinco tripulantes del Endurance.

Todo lo anterior, una aventura aleccionadora en todos sus términos, me recuerda una vez más el compromiso contraído por mí un día ya lejano con José Saramago, cuando comencé a escribir en este cuaderno de derrota mis anotaciones sobre la búsqueda incesante de islas desconocidas, en la clave que nos regaló con sus palabras trazadas en un libro inolvidable, El cuento de la isla desconocida, que me acompaña siempre en los viajes hacia alguna parte de mi vida. Cualquier situación, como la descrita por ejemplo con la localización del Endurance, puede ser una buena excusa para volver a iniciar esta apasionante búsqueda. En 2014, con motivo de la publicación de un libro precioso, Atlas de islas remotas, conocidas hasta donde he podido investigar, propuse que también se debería hacer un atlas de islas desconocidas, que sería maravilloso compartir en la Noosfera de miles de millones de personas que ahora vivimos en el planeta tierra. Aunque en el libro se hacía una reflexión sorprendente y, quizá, disuasoria: “El paraíso es una isla. Y el infierno también”. Todo ello me lleva a considerar también que hay que saber hacia dónde navegamos en el río o mar de la vida todos los días y a qué puerta se llama de las ofertas reales de cada vida para descubrir el amor que lo mueve todo, pero saliendo cada uno de sí mismo para contemplar lo que hay que cambiar en cada persona de secreto para compartirlo con los demás. Existen además, varias puertas a modo de oportunidades, a las que podemos llamar y entrar dependiendo de nuestra actitud ante la vida: la Puerta de las Peticiones, la de los Obsequios y… la del Compromiso. Además, ese atlas de nuestras islas desconocidas, a configurar, es siempre personal e intransferible, de difícil localización por personas ajenas a nuestro barco de secreto. A menos que la mujer de la limpieza que nos presentó Saramago en su cuento acuda también en nuestra ayuda…
Así lo escribí un día, no tan lejano, cuando describía la forma de acceder a esas islas tan necesarias para vivir con dignidad humana: “Sigo entretejiendo una telaraña digital en torno a la divulgación científica de las estructuras del cerebro humano, de la inteligencia digital, porque estoy convencido que la Noosfera es la gran aventura por descubrir en toda su potencialidad”, porque […] “El viaje de la “Isla desconocida” que me regaló en el más puro anonimato su autor, José Saramago, no se me olvidará nunca. Gracias a él, fueron 43 pequeñas páginas las que el 10 de diciembre de 2005, cuando registré este blog, aparecieron como por arte de magia en mi memoria a largo plazo como abriéndose paso, hoja a hoja, para tener un sitio preferente -intercaladas- en este cuaderno de derrota, en términos marinos. Quizá fuera porque siempre he insistido en mi vida que lo importante es viajar hacia alguna parte, buscándonos a nosotros mismos y, a veces, en compañía de algunas y algunos, los más próximos y cercanos. Al fin y al cabo, tal y como finalizaba el cuento de Saramago. Su compromiso”.
El paraíso y el infierno existen, sin lugar a dudas, en el viaje hacia alguna parte, hacia islas desconocidas, que hacemos cada día. Quizá deberíamos aprender en el aquí y ahora de cada uno, de la misión y visión perfecta del charrán ártico, que persigue un objetivo claro que siempre cumple: alcanzar las metas propuestas volando por esos mundos de dios. Porque buscar islas desconocidas, es decir, descubrir cómo somos cuando decidimos vernos desde fuera, es lo mejor que nos puede pasar en la vida sola o asociada. Al fin y al cabo, la vida se nos pasa… volando. También, resistiendo, como hemos podido comprobar durante la pandemia, situación que con la localización en estas fechas del Endurance, se nos antoja como una metáfora perfecta de lo que significó la supervivencia de aquella expedición en una expedición hacia alguna parte. Así lo cantábamos no hace tanto tiempo: Resistiré / Erguido frente a todo / Me volveré de hierro para endurecer la piel / Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte / Soy como el junco que se dobla / Pero siempre sigue en pie.
Vuelvo a entrar hoy en mi clínica del alma, mi biblioteca, para abrir de nuevo El cuento de la isla desconocida, de José Saramago, tantas veces citado como hilo conductor de estas páginas, y leo algo muy esclarecedor para viajar por mares y océanos procelosos, donde se encontraba por ejemplo el lugar inhóspito en el que tuvo lugar el hundimiento del Endurance: “todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas”, aunque sea la mujer humilde del cuento la que conoce mejor que nadie lo que de verdad quiere decir a los cuatro vientos: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…”.
(1) Lansing, Alfred, Endurance. La prisión blanca, Madrid: Capitán Swuing, 2015.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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