
El regreso de Víctor Erice con ‘Cerrar los ojos’ (rtve.es)
Sevilla, 9/XII/2022
Casi sin darme cuenta voy formando poco a poco una coalición de determinadas personas mayores y me detengo a leer sus obras, contemplar sus cuadros o ver sus películas. Sobre todo, los escucho. Me pasó anoche al volver a reencontrarme con el director de cine Víctor Erice, cos sus 82 años, transmitiéndonos con sus palabras parte de su vida, que ahora se va a ver reflejada posiblemente con su nueva película, Cerrar los ojos, una historia sobre la memoria y la identidad, actualmente en rodaje, trabajando de forma incansable en lo que él llama “el arte popular del siglo XX”, el cine y su proyección en salas dedicadas exclusivamente a ello, tan vacías hoy por la competencia de las plataformas digitales. Aquellos antiguos espacios servían para contemplar “museos de la vida”, de muchas vidas sobre personas que sobre el escenario de su acontecer diario sólo hacen algo importante: sobrevivir. Nunca nos sentíamos solos.
Carlos del Amor nos deleitó en el Telediario2 (RTVE) con una semblanza muy cuidada, llena de afecto a Erice, porque en un minuto y cincuenta y siete segundos logró transmitirnos algo importante: su mirada, “una mirada inquieta, la mirada de alguien tímido que disfruta poco con las entrevistas”, sabiendo que “para Erice el cine bebe más de la pintura que de cualquier otro arte”. En el tiempo veloz de la entrevista televisiva citada, Víctor Erice tenía prisa para continuar con el rodaje. Carlos del Amor la finaliza con unas palabras bellísimas: “no se puede llegar tarde al lugar en el que durante tanto tiempo se le ha estado esperando”.
Treinta años después de su maravillosa película “El sol del membrillo”, he vuelto a reencontrarme con él, leyendo las palabras de homenaje que le dediqué en 2016 en este cuaderno digital, El color de la vida, bajo la sombra de un gran pintor, Antonio López, a quien tanto aprecio. Les dejo con ellos.
El color de la vida
Todo depende del color del cristal con el que se mire cada momento de la vida. Recuerdo siempre la puerta de acceso al patio interior de la Casa-Museo de Juan Ramón Jiménez, en Moguer (Huelva), que inspiró un libro precioso y bastante desconocido en nuestro país, Por el cristal amarillo y que tanto me ayudaba en la preparación de mis clases en Huelva. O la insignificancia de ese cristal en la isla de los ciegos al color, que magistralmente describió Oliver Sacks en un libro que leo con frecuencia y que lleva ese nombre descriptivo.
Comento estas vivencias porque anoche contemplé, como aprendí de mi maestro Antonio López, la película que dirigió Víctor Erice, El sol del membrillo, sobre el desarrollo contemplativo e inacabado siempre de una obra del pintor manchego, respetuosa con el devenir real del color del membrillo. Es una película de culto y respeto al devenir de la vida, sobre todo hoy cuando estamos inmersos en la dialéctica vida atómica-vida digital.
La cámara de Javier Aguirresarobe, excepcional, nos ayuda a contemplar segundo a segundo el devenir de la vida que necesita su tiempo, tal y como nos lo describió hace ya muchos años el Eclesiastés. Tiempo atómico y tiempo digital. Es verdad, vanidad de vanidades, todo vanidad…
En homenaje a Antonio López, al que vuelvo siempre cuando voy de mi corazón a mis asuntos o del timbo al tambo, en expresión excelente de García Márquez, adjunto a continuación uno de los artículos que escribí en 2014, con ocasión de la obra permanentemente inacabada de este pintor de la realidad y el deseo, porque nunca nos podemos bañar dos veces en el mismo río, ni contemplar la vida con un cristal de color perpetuo.
Sevilla, 21/V/2016
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Antonio López, un pintor especial

Antonio López, Retrato de la familia de Juan Carlos I Juanma Cuéllar
Siento que Antonio López tenga que justificarse tantas veces sobre su obra inacabada. Lo sigo de cerca desde hace muchos años y siempre me ha sorprendido su realismo mágico a la hora de llevar al lienzo sus impresiones de la vida, tal y como es. Lo ha dicho recientemente con cierta sorna: “No piensen que soy un vago”, refiriéndose a los veinte años que ha empleado (nunca diría “tardado”) en finalizar un cuadro de la familia real, por encargo de Patrimonio Nacional.
El cuadro inacabado, como casi toda la pintura de Antonio López, según su concepción del arte, se presenta hoy oficialmente en el Palacio Real de Madrid y a partir del jueves 4 de diciembre podrá ser contemplado por el público junto a 113 obras dentro de la exposición El retrato en las colecciones reales. De Juan de Flandes a Antonio López. Es muy sugerente la situación, porque cuando contemplamos a esta familia según Antonio López, ya no es la misma que posó, dando razón al filósofo presocrático que afirmó que nadie se baña dos veces en el mismo río. Es lo que pensará Juan Carlos I al contemplarlo por primera vez, una vez finalizado, con un detalle pictórico que no se le debería pasar por alto. En los últimos momentos, Antonio López ha incorporado un reflejo solar que entra por la izquierda del retrato de medidas considerables (3 por 3,39 metros), dándole una fuerza especial con el paso del tiempo.
He escrito sobre Antonio López varias veces en este cuaderno digital y siempre recordando su obra inacabada, porque me ha pasado lo mismo con un dibujo que inicié en 2005 y sobre el que el 3 de julio de 2006 escribí lo siguiente: “Ayer sentí la necesidad de retomar la copia que estoy haciendo de un dibujo de Antonio López que me fascinó desde que conocí su existencia. Es una instantánea de la casa de su tío Antonio López Torres, en Tomelloso (Ciudad Real), que juega admirablemente con la luz a pesar de los claroscuros del conjunto y que está fechada en 1972-1975, como muestra de su laborioso realismo onírico. Trabajé mucho las tulipas de la lámpara, el cableado difuso de la pared, la puerta abierta, el negro distante del mueble platero y la difícil composición geométrica de la solería de las habitaciones contiguas. Desde hace un año y tres meses no he vuelto a coger el lápiz, la regla para medir las proporciones de cada loseta, la goma impertérrita, el papel de seda que cubre el dibujo en potencia, hecho con dedicación para mi hijo Marcos, al que quiero ofrecerle un trabajo concienzudo, serio, trazado en horas de dedicación a él, como símbolo de una vida llena de contrapuntos diarios por la propia contradicción de vivir contracorriente, pero con pasos hacia delante, tal y como los dibuja Antonio López en el paso firme de su tío Antonio” (1).
Miguel Delibes le dedicó en cierta ocasión unas palabras llenas de ternura, en torno la figura de su tío, el del dibujo mío inacabado: “¿Qué admirar más en Antonio? ¿Su persona o su obra? Su bondad, la modestia machadiana de su aliño indumentario, su humildad creadora, su absorbente profesionalidad, el afán de apartarse, de desplazar sobre otros su valía.
«Mi tío Antonio, el de Tomelloso, ese sí que sabe».
Tenía esta obsesión. Los elogios dedicados a él los aplicaba a su tío, con quien de niño mezcló los primeros colores. Él era solamente un copiador, un aprendiz. No era tarea fácil sacarle de su juicio. Él pintaba, sí, pero el genio era su tío. Y su tío, el de Tomelloso, era realmente un talento natural, pero Antonio era el maestro”.
Antonio López es un pintor especial, refugiado siempre en su forma de comprender el tiempo. Así lo definí en alguna ocasión, en una carta que guardo con especial aprecio, refiriéndome también a otra obra inacabada por mi parte: “Como su nombre, todo es sencillo en él: su pintura realista, la escultura viva hasta la muerte, los dibujos en blanco y negro, gracias a su tío maestro de Tomelloso. Su forma de ver la vida a través del color del membrillo, paciente hasta la extenuación para que no se escape nada de lo rutinario, de lo cotidiano que verdaderamente es porque está ahí, pendiente de que alguien lo capte.
Antonio López, trabajador del arte, ha dicho en esta etapa de su vida que ahora es más libre que cuando era joven, que le ha costado mucho llegar a algo parecido a la estima por la vida y por él mismo, que el camino ha sido complicado y que ha sido doloroso hacerse a sí mismo. Una persona de alma grande, en un modo de vivir y ser muy sencillo. Como una pintura inacabada para mí, que inicié en 2005, una copia de sus lirios y hojas verdes en un patio muy particular, que no pretenden decir nada más que sus pinceles pintan la vida con un realismo mágico que no te permiten perder detalle alguno de lo que pasa, de lo que ocurre, de lo que las personas sienten. Sencillez y maestría en estado puro».
Hoy en día, con unos retoques para perfeccionar el resultado final, el dibujo del tío de Antonio López ya está colgado en la casa de Marcos, sin finalizar, casi en borrador, aunque con los trazos ya definidos en la composición final. He preferido que sea así, porque el alma de este dibujo ya no es la misma que cuando se inició esta maravillosa aventura de copiar a un maestro. El cuadro de los lirios, siguen en trazos con apenas color. Antonio López, un pintor inacabado, me lo ha recordado en el silencio muchas veces. No es que seamos vagos, es que el tiempo huye irremediablemente a veces (tempus fugit), se lleva el alma de un determinado día y ya no podemos detenerlo para aprehenderlo y llevarlo a una paleta de colores.
Volviendo a Miguel Delibes, me ha fascinado siempre la anécdota sobre su busto en bronce que realizó Antonio López y le entregó en octubre de 2011, que él contó con el gracejo que siempre le acompañaba en recuerdos íntimos. Como también tardaba, estaba ávido de la última noticia sobre su busto. Encontrándose con un amigo común de Valladolid, Antonio Piedra, le sonsacó información, para que le informara de alguna forma cómo estaba en las manos de Antonio López, cuándo podría ver “su cabeza”, si se parecía, si era un trabajo importante para Antonio López, etc. y cuándo la podría ver finalizada. Ante tanta insistencia y después de varios rodeos, “Antonio Piedra, que mantenía una actitud reverencial, de respeto hacia el pintor-escultor, emitió un levísimo cloqueo y se diría, por sus ademanes y la exageración de su rostro, por la manera de abrir la boca, un poco exagerada, que iba a pronunciar un largo discurso, pero dijo simplemente:
– Estás hablando, la verdad”.
Hoy, salvando lo que hay que salvar, ante el cuadro ya finalizado de la familia real, quizá podríamos decir: “Están unidos…”, aunque con la socarronería típica de los borbones, Juan Carlos I ya ha dejado clara su valoración: “Estamos todos como éramos hace 20 años». Es verdad, aunque no quiero olvidar la luz especial que entra por la izquierda del cuadro…, la que a última hora ha incorporado Antonio López, el pintor sin prisas, atento a lo que pasa en la sociedad actual.
Sevilla, 3/XII/2014
(1) Cobeña Fernández, J.A., Antonio López
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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