Génesis, Sebastião Salgado. Exposición de arte en la calle. Archivo de Indias (Sevilla) / JA COBEÑA
Paseando por las aceras del Archivo de Indias, he contemplado esta mañana la visión del Génesis a través de la cámara cerebral de Sebastião Salgado, en una exposición de arte en la calle dedicada sobre todo a las primeras palabras del libro que ha contado a la humanidad durante siglos cómo se creó el mundo, hasta que Darwin lo puso en crisis por su lectura evolucionista del origen de las especies. Decía Jesús Ruiz Mantilla en 2014 que con este proyecto Salgado había salido a buscar en 2005 el paraíso terrenal y fotografiarlo durante ocho años: “¿Para qué? Para emular el ojo de Dios pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro que Salgado nos muestra del mundo. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.
Muchacha cayamurá, preparándose para la ceremonia del amuricumá. Mato Grosso (Brasil), 2005 / JA COBEÑA
He escrito en varias ocasiones y en este cuaderno sobre esta obra maravillosa del fotógrafo brasileño, desde que comenzó esta aventura especial de gran carga ideológica: El Génesis de Salgado. He vuelto a casa y he abierto el Primer Libro en su capítulo I, versículo 31, para corroborar con la musicalidad del texto hebreo, en su escritura primigenia, que el relato de la creación dejaba muy claro que lo mejor que había ocurrido en aquellos días mágicos fue la creación del ser humano, porque a diferencia de los cielos, la tierra y el agua, que sólo eran buenos, en la del hombre y la mujer vio Dios que era muy bueno lo que había hecho. Un adverbio, meod, que en hebreo significa “muy” dejó claro para siempre que la existencia de los seres humanos justificaba por sí misma la creación del mundo, el evolucionismo o el punto alfa y omega de la vida. Son sólo creencias de siete días especiales, singulares, en los que había ocurrido algo muy bueno para la existencia humana, para cada uno (con su cadaunada).
Salgado me lo ha recordado hoy en Sevilla, junto al Archivo de Indias, la sede de la memoria histórica de una conquista de América que todavía nos hace muchas preguntas de qué hicimos allí, en un entorno maravilloso tal y como lo ha retratado este fotógrafo de almas especiales, en blanco y negro, porque muchas veces estamos ciegos ante el color que dio al mundo la creación transcendental del hombre y la mujer.
Sevilla, 11/VI/2015
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