Lo he leído en un artículo demoledor de Ana I. Lima, presidenta del Consejo General del Trabajo Social, en referencia a la Memoria oficial de Rentas Mínimas del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, de 2014: “La población más afectada por el colapso de las rentas mínimas son las mujeres. Esta tendencia no para de avanzar, dejando claro que la crisis se ha cebado con el crecimiento de la desigualdad de género. Los datos oficiales explican que el perfil mayoritario de las Rentas Mínimas es el de una mujer de 35 a 44 años con pareja, hijos e hijas a cargo, estudios primarios y vivienda en alquiler”.
Podemos mirar a otro lado o marcar estas declaraciones como el rayo que no cesa de la crisis, pero lo que no debemos hacer es ignorarlas y ahora se presenta una nueva oportunidad en el país por las próximas elecciones generales. Desde la base de ciudadanía común, es importante conocer bien los programas políticos para abordar de una vez por todas esta situación tan lacerante para millones de personas.
Los datos que ofrece Ana Lima son tercos y contundentes: emergencia social fuera del marco del sistema público de servicios sociales, desgaste humano por la larga duración de la crisis en cuanto al aumento de la vulnerabilidad de las personas de 45 a 54 años que viven solas y llevan una larga temporada en desempleo, lista de espera de solicitudes de rentas mínimas de inserción que se han duplicado anualmente (80.645 familias), discriminación social por el lugar donde viven estas personas, porque según dice “muchas personas sentimos que hasta para ser pobre hay que tener suerte y ella depende mucho del número del código postal, con diferentes requisitos de acceso, tiempo de permanencia y apoyos complementarios y cuantías muy distintas”.
Es urgente tomar conciencia de la situación y luchar por crear el clima social imprescindible parta acometer soluciones viables que no engañen más a la gente de buena voluntad y creencia. Para ello es importante la reflexión que comentaba anteriormente, la anterior al depósito del voto hacia el partido que ofrezca las mejores soluciones a esta situación en las elecciones de 20 de diciembre, sabiendo de antemano que las ideologías no son inocentes y que todos no somos ni son iguales.
Ante situaciones tan dramáticas es necesario recordar que estamos obligatoriamente obligados a votar. Ante la situación que atraviesa el país, donde hay un sentimiento generalizado de desencanto hacia la política y quienes la ejercen de forma directa, es imprescindible ejercer el derecho a votar por la opción política que mejor responda a intereses generales en los que cada persona se vea reflejada. Lo peor que podría pasar sería engrosar la lista de abstencionistas o de voto en blanco, bajo la excusa de que quien así actúa es porque no es político o política, recurso tan simple como dañino para un país democrático.
Estamos obligatoriamente obligados a votar, por diversa razones. La primera, porque la democracia se construye entre todos y la traducción inmediata para vivir en ella es formar parte activa de su configuración que, hoy por hoy, pasa por participar en procesos electorales y ser consecuentes con lo votado. La segunda razón estriba en ejercer la responsabilidad activa de ciudadanía, porque ser responsable es la conjunción de conocimiento y libertad. Conocimiento, porque la inteligencia es el bien más preciado del ser humano, entendida como la capacidad de resolver problemas en el día a día, considerando siempre que es lo más bello que tiene el ser humano. Guido Orefice o Roberto Benigni, tanto monta-monta tanto, el protagonista de La vida es bella, explicaba bien cómo podíamos ser inteligentes al soñar en proyectos: poniendo (creando) una librería, leyendo a Schopenhauer por su canto a la voluntad como motor de la vida y sabiendo distinguir el norte del sur. También, porque cuidaba de forma impecable la amistad con su amigo Ferruccio, tapicero y poeta. Hasta el último momento. Y la libertad, sin ira, libertad, para dar respuestas a las cuestiones cotidianas en las que estamos inmersos en el acontecer diario. Esa es la dialéctica de la responsabilidad, conocimiento más libertad, entendida como respuestabilidad (perdón por el neologismo), quedando probado que se puede librar de convertirse en mercancía cuando se sabe distinguir valor y precio.
En tercer lugar, porque hay que pensar en el día después de las elecciones, porque detrás del voto debe haber siempre un compromiso activo con mi voto fiado a terceros que probablemente ni conozco, a través de un papel de color blanco, alargado como la sombra ética y decente que lo protege. Es decir, tengo que mantener activo el compromiso diario de mi opción a través de la participación activa, como ciudadano o ciudadana que vive en un ámbito local concreto, en la consecución de aquellos objetivos que me han llevado a elegir una determinada opción política volcada en un programa, que nunca se debe entender como flor de un día. El éxito político es para quien lo trabaja y no hay que olvidar que cuando la política se entiende así podemos ser protagonistas de la misma en mi casa, mi barrio, mi trabajo o entre mis amigos.
De lo que pasa a las mujeres discriminadas por la pobreza en España, sabemos cada día más, aunque nos duela conocerlo. De lo que pasa en este mundo político casi todos sabemos a veces poco. Y sin embargo, estamos aquí obligatoriamente obligados a entenderlo.
Sevilla, 11/X/2015
NOTA: la imagen la he recuperado hoy de: http://blogs.elpais.com/cosas-que-importan/2014/03/lo-que-queda-del-esp%C3%ADritu-del-45.html
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