Las personas somos sueños también

He leído un artículo de Gustavo Martín Garzo, La vida imaginativa, publicado en el diario El País del pasado 6 de febrero, que me parece fascinante. Comenta el contenido imaginativo de la última película de José Luis Guerín, La academia de las musas, que resulta sorprendente abordar en nuestro mundo diseñado a veces por el enemigo. El guión recupera una figura ancestral, las musas, para que en el terreno de la duda existencial en el que vivimos casi siempre se recupere su papel en el siglo XXI.

Aparentemente es un asunto de mujeres-musas, pero no es ese el resultado pretendido. Es también cosa de hombres, aunque no lo queramos reconocer. Todos podemos encontrar alguna vez en la vida la belleza y el amor a través de la comprensión de la historia de las musas y su lugar en un mundo alocado, que ha perdido el norte hace ya muchos años porque no ha entendido el rol de la mujer en el mundo, su lenguaje maravilloso de musa cuando estamos dispuestos a respetarlo y comprenderlo en todas sus expresiones de amor.

Cuenta Martin Garzo que en una de las escenas de la película “el profesor y una alumna viajan a Cerdeña a escuchar el canto milenario de unos pastores [el del tráiler]. Las musas se confunden con las ninfas de las fuentes y de los bosques. Ellas son las guardianas de la armonía del mundo e inspiran los distintos tipos de poesía, así como las artes y el amor. Y esos pastores las llaman con sus cantos misteriosos y las piden que abandonen el reino mudo de la naturaleza y regresen con ellos. Una ninfa que rompe a hablar, eso es una musa: un puente entre la naturaleza y la historia, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre la realidad y el sueño. Y esta película nos dice que solo a través del amor, considerado como una de las bellas artes, se pueden conseguir cosas tan insensatas”. Impecable.

Otro gallo cantaría si un día decidiéramos buscar las musas de nuestra vida, sin distinción de género buscador. Nos daríamos cuenta de que solo consiste en estar atentos a lo que nos transmite la vida a través de pequeñas cosas, sobre todo de palabras que suenan como la música, el auténtico secreto de las musas que desean transmitir en todo momento. Lo que ocurre es que llevamos siglos con una invocación muy bien relatada por John Milton, en El paraíso perdido, cuando pide a las musas algo muy sutil: “Canta, celeste Musa, la primera desobediencia del hombre. Y el fruto de aquel árbol prohibido cuyo funesto manjar trajo la muerte al mundo y todos nuestros males con la pérdida del Edén, hasta que un Hombre, más grande, reconquistó para nosotros la mansión bienaventurada”. Como si no existieran otras Musas que nos indicaran una y mil veces el camino de la belleza y del amor sin tener que recurrir al pecado.

En este tiempo de turbación recomiendo siempre hacer mudanzas, a pesar de lo preconizado por San Ignacio de Loyola en sentido contrario. ¿Por qué? Porque necesitamos salir de nuestra burbuja de supuesto confort y hacer como Adán y Eva, mudarnos, viajar para encontrar musas que reinterpreten nuestras vidas y nos permita ser felices. Arrastramos siglos de dolor por la educación que hemos recibido, la mía en concreto, donde el supuesto error/pecado de Adán y Eva destruyó muchas posibilidades de que las musas griegas nos devolvieran la vida. Adán y Eva no fueron expulsados. Se mudaron a otro Paraíso. Esta frase formaba parte de una campaña publicitaria de una empresa que en 2007 vendía productos para exterior en el mundo y se quedó grabada en mi persona de secreto. Rápidamente la he asociado a mi cultura clásica de creencias, en sus primeras fases de necesidad y no de azar (la persona necesita creer, de acuerdo con Ferrater Mora) y he imaginado -gracias a la inteligencia creadora- una vuelta atrás en la historia del ser humano donde las primeras narraciones bíblicas pudieran imputar la soberbia humana, el pecado, no a una manzana sino a una mudanza en búsqueda de lo desconocido, en una carrera protagonizada por dos protagonistas rebeldes con causa: su amor. Entonces entenderíamos bien por qué nuestros antepasados decidieron salir a pasear desde África, hace millones de años y darse una vuelta al mundo. Vamos, mudarse de sitio. Y al final de esta microhistoria, un representante de aquellos maravillosos viajeros decide escribir hoy al revés, con alma y desde Sevilla, lo aprendido. Lo creído con tanto esfuerzo.

Aunque siendo sincero, me entusiasma una parte del relato primero de la creación donde al crear Dios al hombre y a la mujer, la interpretación del traductor de la vida introdujo por primera vez un adverbio “muy” (meod, en hebreo) –no inocente- que marcó la diferencia con los demás seres vivos: y vio Dios que muy bueno. Seguro que ya se habían mudado de Paraíso en busca de alguna Musa que les hiciese comprender mejor qué es la vida, el mejor beso.

Guerín nos lo recuerda también recuperando un texto maravilloso de Borges, en el que queda claro que se nos permite todavía soñar en algo o en alguien que no está todavía en el catálogo de Amazon: “Son Paolo y Francesca / y también la reina y su amante / y todos los amantes que han sido / desde aquel Adán y su Eva / en el pasto del Paraíso. / Un libro, un sueño les revela / que son formas de un sueño que fue soñado / en tierras de Bretaña. /Otro libro hará que los hombres, / sueños también, los sueñen”.

Sevilla, 11/II/2016

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