No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.
Oliver Sacks, Mi propia vida
En el día internacional del libro he querido simbolizar el homenaje que merece ahora más que nunca el mundo de la letra impresa con un comentario sobre mi última lectura, Gratitud (1), una recopilación breve de las últimas publicaciones de Oliver Sacks antes de su fallecimiento en 2015, autor al que he dedicado ya algunas palabras en este cuaderno de inteligencia digital, en la búsqueda incesante de islas desconocidas no ciegas al color.
Gratitud, según la última versión del Diccionario de la lengua española (RAE, 23.ª ed.), es un sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha hecho o ha querido hacer, y a corresponder a él de alguna manera. Oliver Sacks, a través de cuatro ensayos breves, desea expresar su agradecimiento a lo que le ha ofrecido su vida apasionante y llena de contrapuntos existenciales, fruto de una ruptura con la tradición judía y la inmersión en la neurología clínica que tanto ha aportado a la humanidad a través de sus libros llenos del encanto didáctico de la locura existencial.
Mercurio, De mi propia vida, Mi tabla periódica y Sabbat, son cuatro reflexiones llenas de sentimientos y emociones, aunque tengo que reconocer que me quedo con la dedicada a su propia vida, en un ejercicio humilde de la memoria que habla, tal y como lo había expresado él mismo en un artículo excelente sobre la dialéctica de la memoria histórica y relativa, cuando seleccionamos, incluso de forma involuntaria, lo que queremos recordar: “Nosotros como seres humanos hemos desarrollado sistemas de memoria que tienen fallos, fragilidades e imperfecciones” […] “La indiferencia sobre las fuentes nos permite asimilar lo que leemos, lo que nos cuentan, lo que dicen otros y pensar, escribir y pintar, de una forma tan rica y tan intensa como si fuesen experiencias primarias. Nos permite ver y escuchar con los ojos y los oídos de otros, entrar en la mente de los demás, asimilar el arte y la ciencia y la religión de toda una cultura”.
Muchas veces, cuando me enfrento a la lectura de la vida ordinaria, en días sin celebración especial, estoy tentado de soñar con la acromatopsia (2), la enfermedad maravillosamente descrita por Oliver Sacks en su obra “La isla de los ciegos al color”, aunque tuviera que pasar fragmentos de la película de mi vida en blanco y negro, donde las tonalidades de gris me permitieran soñar que el color es una versión amable de la vida que los seres humanos podemos captar en toda su gama, sin limitaciones. Surge entonces la pregunta del doctor Sacks en su fascinante libro, cuando se refiere a la persona ciega al color: “¿nos consideraría acaso seres singulares, engañados por aspectos irrelevantes o triviales del mundo visual, o insuficientemente sensibles a su verdadera esencia visual?” (3).
Y vuelvo a leer la última frase de su gratitud a la vida, para aprender de él cómo se puede alcanzar la paz con uno mismo cuando se reconoce el auténtico color de la vida en el carpe diem que, a veces, tanto nos abruma: “Me descubro pensando en el Sabbat, el día de descanso, el séptimo día de la semana, y quizá también el séptimo día de la propia vida, cuando tienes la sensación de que tu obra está terminada y de que, con la conciencia tranquila, puedes descansar”.
Sevilla, 23 de abril de 2016, Día Internacional del Libro
(1) Sacks, Oliver (2016). Gratitud. Barcelona: Anagrama.
(2) Acromatopsia: ceguera del color, enfermedad que no permite agregar a la óptica de la vida el color. Todo se ve siempre de color gris. Para comprender bien los efectos de esta enfermedad, recomiendo la lectura de un libro de Oliver Sacks, excelente, que tengo entre mis preferidos: La isla de los ciegos al color, editado por Anagrama en 1999. Ante una realidad tan sugerente, recuperaré la lectura que en su momento me sobrecogió tanto y la proyectaré en este cuaderno que registra ya tantas islas desconocidas: “experimentos de la naturaleza, lugares benditos y malditos por su singularidad geográfica, que albergan formas de vida únicas”, en frase del propio Sacks.
(3) Sacks, Oliver (1999). La isla de los ciegos al color. Barcelona: Anagrama, p. 22.