Heridas, no vencidas

Vamos del timbo al tambo digital, en expresión feliz de García Márquez, pero nos encontramos siempre con situaciones atómicas que entristecen el alma buena de las personas, convirtiéndose en un realismo trágico de difícil explicación. He leído hoy un reportaje estremecedor en el diario El País sobre la reparación de vidas rotas en mujeres maltratadas. Es escalofriante darse de bruces con una realidad que asola el país. El año pasado, 123.275 mujeres acudieron a la justicia por el maltrato de sus compañeros o ex-compañeros, por llamarlos de alguna forma. Se dictaron 24.679 órdenes de protección que equivalen a un 59,1% de las solicitadas. Todavía más sangrante es el dato revelador del estado de agresividad de género actual al constatarse que una de cada ocho mujeres en España ha sufrido violencia física, sexual o ambas causada por sus parejas o ex parejas, según los datos recogidos en la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2015 (Ministerio de Sanidad, en colaboración con el Centro de Investigaciones Sociológicas).

Charo Noguera ha estado una semana en un centro de víctimas de violencia de género y narra una experiencia de claroscuros muy inquietante. Es incomprensible que este país haya abandonado la asignatura de educación para la ciudadanía, por ejemplo, como un remedio eficaz a corto, medio, largo plazo para enseñar a los niños y a las niñas que existen modelos de convivencia muy amplios en nuestra sociedad para vivir en común y sin hacernos daño. Aquel Real Decreto de 2006, desgraciadamente derogado, decía cosas tan interesantes como éstas: “El comienzo de la adolescencia es una etapa de transición en la que se modifican las relaciones afectivas. Los preadolescentes se inician en una socialización más amplia, de participación autónoma en grupos de iguales, asociaciones diversas, etc. Conviene preparar la transición a la enseñanza secundaria y al nuevo sistema de relaciones interpersonales e institucionales que suponen una participación basada en la representación o delegación y que requiere un entrenamiento, y esta área es un ámbito privilegiado para ello”.

Se enseñaba a ser responsables integrando conocimiento y libertad. Nada más y nada menos. Para ser educadas y educados en valores ciudadanos y en el respeto a los derechos de las personas en diversidad, que no son a veces cómo nosotros esperamos que sean. Fundamentalmente, porque me gusta vivir mi vida, guardándome mi miedo y mi ira, en libertad y con los demás. Sin más mentira, en paz, partiendo de lo personal y del entorno más próximo: la identidad, las emociones, el bienestar y la autonomía personal, los derechos y responsabilidades individuales, la igualdad de derechos y las diferencias. Es decir, de la identidad y las relaciones personales se pasa a la convivencia, la participación, la vida en común en los grupos próximos, en la vida de pareja.

MACROENCUESTA VIOLENCIA GENERO 2015

Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2015

Volvemos a la realidad actual añorando la citada asignatura de educación para vivir en común. Sigo leyendo el reportaje constatando que el anonimato es norma fundamental en este tipo de centros de acogida. Pero escuchar a la residente 311, “una mujer menuda y vivaracha” decir de forma rotunda y a los cuatro vientos “estoy herida, pero no vencida”, abre una puerta a la creencia de que otro mundo debe ser posible para las mujeres que sufren este mal endémico y merecen ser felices. Una gran lección.

Sevilla, 25/VII/2016

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