YASSINE CHOUATI / JA Cobeña
He asistido hoy al acto oficial de inauguración de una exposición del artista plástico marroquí Yassine Chouati (Tánger, 1988), bajo el título sugerente “Yo soy el pueblo”, distinta y singular, que recomiendo visitar en la Casa de la Provincia, en Sevilla (Plaza del Triunfo, 1). Hasta el 28 de agosto se puede contemplar y admirar en el sentido aristotélico más puro del término, porque admirarse es una de las características que pertenece al ser humano como elemento diferenciador para mirar muchas veces de frente el arte que se convierte en actitud de compromiso social activo y que pasa a ser ejemplo para todos.
He acompañado a Yassine en la presentación de los tres espacios que recogen su obra preparada para esta muestra de arte y compromiso social. Tal y como aparece en el programa de la exposición, el autor propone al espectador una reflexión sobre el otro y la distancia, algo que él conoce desde las orillas de Tánger, donde siendo un niño preguntaba a su padre por qué había allí tantos zapatos, sandalias y objetos abandonados, de la misma forma que los representa en el primer espacio de su obra dedicado a un saludo libertario “Welcome”. En una pared blanca de ese espacio, desnuda, se encuentra un pequeño cuadro de la composición que de forma aislada, como lo que intenta representar, encierra la imagen de un pasaporte que un día perteneció a alguien que buscaba un mundo diferente donde poder realizarse como persona digna, cruzando a la otra orilla del mal llamado primer mundo.
Este espacio sitúa al espectador en el estrecho de Gibraltar, donde las imágenes que se contemplan en los cuadros recogen el sentimiento de pérdida de identidad del fenómeno migratorio, porque en esa dura travesía en busca de la dignidad, se pierde casi todo, incluso lo más preciado del ser humano, la vida. Pretende que nos demos de bruces con esa realidad, tan cerca de Andalucía, como aviso para navegantes de la dignidad, para que interpretemos qué significa partir a pesar de todo, dejando atrás lo que nos pertenece, casa, tierra y parentela en un éxodo redivivo. La gran pregunta que flota en el ambiente de la primera sala es si es posible adentrarnos en el significado de lo que vemos, es decir, dejarnos intranquilos en la búsqueda de identidad de objetos perdidos por la indignidad que sufren personas que están mucho más cerca de nosotros de lo que creemos.
El segundo espacio de Yassine, titulado “Crónica”, nos sitúa en la realidad revolucionaria del necesario cambio social a favor del pueblo, a través de nueve dibujos litográficos del político activista marroquí Ben Barka, secuestrado y fallecido bajo extrañas circunstancias en París, en 1965, donde se pretenden representar nueve formas diferentes de cómo se puede llegar a manipular la auténtica razón de ser, vivir y morir del que asume el rol de libertador de la gente, del pueblo, a pesar del mundo acomodado en el confort humano que no le importa participar todos los días en silencios cómplices: “La manipulación del rostro del político es, en este sentido, una metáfora del bombardeo de imágenes e informaciones sesgadas a que estamos sometidos”, tal y como ocurrió en el denominado “asunto Ben Barka”. Nuevo aviso para navegantes de la libertad, de la revolución, por parte del autor.
Con estos antecedentes pictóricos, finaliza la exposición en un espacio amplio con una performance titulada “Revolutio”, en la que sobre su querido “suelo” figuran trece litografías con las banderas de trece países árabes que se completarán hasta llegar a las 22 de los que conforman en la actualidad la Liga de Estados Árabes, tal y como lo explicaba in situ Yassine como hilo conductor de su obra: “El proyecto parte de un juego semiótico basado en el origen del término “revolución”, que expresa la idea de dar la vuelta a las cosas, de poner arriba lo que está abajo y abajo lo que está arriba. Der esta forma, las banderas, que supuestamente debieran ondear, se disponen consecutivamente sobre el suelo, creando una línea que recuerda a las alfombras rojas con las que se honra el paso de los jefes de estado en sus visitas oficiales”. Esta “alfombra” está flanqueada por dos montajes audiovisuales compuestos a partir de retazos de imágenes y vídeos de manifestaciones estudiantiles, protestas revolucionarias contra ciertos regímenes árabes, así como cortes de grabaciones de manifestantes realizadas de manera clandestina. En esta sala, he ido caminando de forma imaginaria un país a otro, siempre con un mensaje en todas y cada una de ellas, Yo soy el pueblo, en su idioma de origen y de colonización sufrida, donde no falta el español en Marruecos como pregunta para los caminantes que estábamos allí presentes en alma y espíritu.
Finalmente, he podido hablar con Yassine sobre asuntos de su persona de todos y la de secreto, junto a Dámaris, mi profesora de violín, a quien tanto aprecio. De su infancia en Tánger, de cómo siendo niño proletario ofrecía a turistas lo que el mercado aconsejaba como mercancía de turno y que me conmovía como fenómeno social cada vez que viajaba a esa ciudad en años importantes para las encrucijadas de mi vida. Un niño marroquí que dejó un día ya lejano sus zapatos en la orilla y quiso navegar hacia la libertad sin olvidar nunca su pasado, su tierra y su parentela, con un mensaje claro de revolución activa, dándole una vuelta a la forma de ser y estar muchas personas en el mundo propio y de los demás. Para que él y su pueblo puedan estar arriba en un tiempo próximo después de años de estar abajo, dejando de ser alfombra roja de los poderosos. Y me ha emocionado saber que gracias a personas como él podemos confiar tal día como hoy en que otro mundo aún es posible. Todo un ejemplo.
Vayan a ver la exposición desde esta orilla. Les conmoverá, porque como ocurre con las ideologías, no es inocente.
Sevilla, 26/VII/2016
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