En memoria de Zygmunt Bauman

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Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra “son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos”.

Zygmunt Bauman

El lunes pasado falleció el filósofo polaco Zygmunt Bauman, al que dediqué unas palabras en el post que publiqué el 25 de noviembre pasado, En el mismo barco, acerca de un documental del mismo título que se estrenó ese mes y que resumía en su título una idea muy brillante de Bauman: “ya estamos todos en el mismo barco, pero lo que nos falta son los remos y los motores que puedan llevar este barco en la dirección correcta”. Se refería al ecosistema social de escala mundial en el que navegamos en estos momentos casi hacia ninguna parte, con un desconcierto mayúsculo y con decisiones de corte democrático, como las elecciones últimas en Estados Unidos, donde tiembla el mundo al conocerse los resultados.

Vuelvo a publicarlo porque mantiene intacta su actualidad de fondo y forma. Es un pequeño homenaje a este filósofo muy desconocido en este país, porque al igual que se trata a la educación de la ciudadanía, se pone en solfa por los poderes del estado la educación de la filosofía, que según ellos no es necesaria para estos tiempos tan modernos. Tremendo error su desaparición paulatina del currículum educativo en este país, en todos los niveles, porque desterramos -en años que después no se recuperan- la esencia de la filosofía que nos ha transmitido la historia a través de Aristóteles, cuando la definía como la capacidad que tienen los seres humanos de admirarse de todas las cosas. Hace ya muchos años, mi profesor de filosofía lo expresaba en un griego impecable, con un sonido especial, gutural y sublime, que convertía en un momento solemne de la clase esta aproximación a la sabiduría en estado puro: jó ánzropos estín zaumáxein pánta (sic: anímese a leerlo conmigo tal cual y pronunciarlo como él). Es uno de los asertos que me acompañan todavía en muchos momentos de mi vida, en los que la curiosidad sigue siendo un motivo para la búsqueda diaria del sentido de ser y estar en el mundo, de admirarme todos los días de él.

En una sociedad que presume de estar de vuelta de todo, algunos seguimos admirándonos de lo que ocurre todos los días y no nos gusta. Afortunadamente y gracias a filósofos de la talla de Bauman, a quien hay que leer como símbolo de agradecimiento de lo mucho que ha aportado a la humanidad para seguir admirándonos, sin descanso, de todas las cosas.

Sevilla, 10/I/2017

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de http://www.fronteiras.com/entrevistas/zygmunt-bauman-a-educacao-deve-ser-pensada-durante-a-vida-inteira

En el mismo barco

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El pasado 18 de noviembre se estrenó en cines el documental In the same boat (En el mismo barco), que resume en su título una idea muy brillante del sociólogo Zygmunt Bauman: “ya estamos todos en el mismo barco, pero lo que nos falta son los remos y los motores que puedan llevar este barco en la dirección correcta”. Se refiere al ecosistema social de escala mundial en el que navegamos en estos momentos casi hacia ninguna parte, con un desconcierto mayúsculo y con decisiones de corte democrático, como las elecciones últimas en Estados Unidos, donde tiembla el mundo al conocerse los resultados.

No he visto todavía la película y es difícil emitir juicios bien informados sobre su hilo conductor, pero me resulta muy atractiva la información que dispongo sobre ella hasta este momento, aunque hay incursiones en el análisis de las aportaciones revolucionarias de la tecnología del último siglo y éste que parecen inquietantes. En tiempo de crisis siempre se ha dicho que no es conveniente hacer mudanzas, pero no estoy de acuerdo con este aserto ignaciano en situaciones tan dramáticas como las que se están experimentando a nivel mundial, con un impacto importante en este país, aunque se quiera ocultar casi a diario. Estamos viviendo en un mundo con una clamorosa ausencia de valores y, sobre todo, de ética, tal y como lo aprendí de un maestro en el pleno sentido de la palabra, el profesor López Aranguren, cuando la definía como el «suelo firme de la existencia o la razón que justifica todos los actos humanos», que tantas veces he abordado en este blog.

Estas razones nos obligan a dejar los supuestos puertos seguros y comenzar a navegar para intentar descubrir islas desconocidas que nos permitan nuevas formas de ser y estar en el mundo, que he vislumbrado como hilo conductor del documental que trato hoy de forma especial. Lo contrario es obvio y se ve venir porque navegamos en mares procelosos de corrupción y desencanto, en los que cunde el mal ejemplo de abandonar el barco metafórico de la dignidad, con la tentación de que el mundo se pare para bajarnos o arrojarnos directamente al otro mar de la presunta tranquilidad y seguridad existencial. Se constata a veces, en esa situación, que falta ya mar para acoger a todos los que se tiran a él. Lo expresaba en 2012 en este blog, en un post dedicado a los aforismos, porque en ese momento apreciaba que eran numerosas las deserciones en el barco político de aquella legislatura, siendo testigo directo del abandono apresurado de los que tenían la obligación de mantenerse en el puente de mando de la responsabilidad política que se le había encomendado, arrojándose a un mar repleto de desertores de la dignidad.

Lo que verdaderamente me enerva es contemplar cómo se suelen liquidar estas situaciones tan transcendentales con la consabida frase de que “todos vamos en el mismo barco” y eso no es así ni lo admito con carácter general, porque todos no somos iguales: unos van en magníficos yates y otros, la mayoría, en pateras. Por esta situación de fondo y forma estoy interesado en ver este documental, para lograr identificar quien está enrolado en el barco que citan y explican, quizá con la debilidad personal que siento por escuchar las palabras del expresidente José Mujica, a quien tanto admiro.
Es probable que a este barco ético y esperanzador no suban nunca quienes no están interesados en que el mundo mejore, porque los poderes fácticos que dirigen y protegen la maquinaria de la guerra en cualquier lugar del mundo, el terrorismo de cualquier cuño, así como los vestidos de negro, deciden desde hace ya mucho tiempo el funcionamiento y los altibajos del ecosistema económico y financiero mundial, desde una torre en Manhattan, a través de portátiles y teléfonos inteligentes. Ellos viajan en barcos privados, en cruceros del mal, que no surcan nunca estos mares, para ellos procelosos. Lo que detesto también es el abandono de la lucha en situaciones difíciles, como las que estamos atravesando ahora, en las que aquellos que estaban a veces con los que deseamos estos cambios urgentes en las políticas mundiales, europeas y nacionales, se arrojan a un mar en el que cada vez hay menos sitio, porque dicen que esto no tiene remedio. Lo paradójico es que cuando se avance en la búsqueda de soluciones surcando mares diferentes que posibiliten otro mundo mejor, falte ya sitio o barco, según se mire, para recoger a los que en tiempos revueltos se tiraron al mar porque nunca quisieron buscar otras alternativas a este mundo que no nos gusta.

Una muestra de lo que expongo anteriormente, lo he encontrado en los párrafos finales del artículo publicado en El Diario.es al respecto (1): “La intervención de los expertos en el documental se completa con testimonios de gente en mitad de las calles de Rusia, España, Nigeria o Argentina, que teorizan sobre cómo sería el mundo sin trabajar, o trabajando menos. «Seríamos gordos», dicen en el continente africano. «Con dos días de fiesta a la semana, yo estaría contenta», apunta una ciudadana rusa. «Yo estoy ahora mismo en el paro y si te soy sincero, estoy como Dios», sentencia un español”. Sin comentarios.

Estas razones expuestas anteriormente son las que me animan a ver este documental y escuchar atentamente a personas tan interesantes como Zygmunt Bauman, Jose Mujica, Erik Brynjolfsson, Serge Latouche, Mauro Gallegati y Tony Atkinson, que intervienen en él con aportaciones extraordinarias y cargadas de sentido, con la apreciación de que, queramos o no, estamos todos ya en el mismo barco de la dignidad humana, «La Isla Desconocida» de Saramago quizás, en un viaje esencial para vislumbrar el destino universal que pasa por salir alguna vez de nosotros mismos.

Sevilla, 25/XI/2016

(1) Sarabia, David (2016, 11 de noviembre). “In the same boat”: remar para evitar el abismo del sistema actual. El Diario.es.

La mar de Alberti

Si mi voz muriera en tierra,
llevadla al nivel del mar
y dejadla en la ribera.

Rafael Alberti, Marinero en tierra

Hoy he escuchado atentamente la mar de Cádiz, que cantaba siempre Rafael Alberti siendo un marinero en tierra. La he contemplado tal y como él la vivía y sentía:

El mar. La mar.
El mar. ¡Sólo la mar!
¿Por qué me trajiste, padre,
a la ciudad?
¿Por qué me desenterraste
del mar?

En sueños la marejada
me tira del corazón;
se lo quisiera llevar.
Padre, ¿por qué me trajiste
acá?

Gimiendo por ver el mar,
un marinerito en tierra
iza al aire este lamento:
¡Ay mi blusa marinera;
siempre me la inflaba el viento
al divisar la escollera!

También he observado con emoción la línea del horizonte en la que teóricamente se separa el mar del cielo, pero donde está el secreto de lo que hay debajo y detrás de ella. Es lo que he aprendido a valorar leyendo asiduamente a Manuel Rivas, que tantas veces la describe con palabras hermosísimas. Es una maravilla observar cómo la línea se pierde en el horizonte al llegar cerca de la catedral de Cádiz, con la misión de devolver a los que recordamos las palabras de Alberti, los valores de la tierra firme, cuando solo nos queda navegar tierra adentro con una misión posible: buscar islas desconocidas, que somos nosotros mismos cuando nos salimos de nosotros y nos contemplamos tal y como somos.

Es lo que tantas veces sigo a pie firme navegando con el cuaderno de bitácora que encontré un día en un pequeño cuento de Jose Saramago, el de la isla desconocida: “todas las islas, incluso las conocidas, son desconocidas mientras no desembarcamos en ellas”, aunque sea la mujer del cuento la que conoce mejor que nadie lo que de verdad quiere decir a los cuatro vientos: “Si no sales de ti, no llegas a saber quién eres, El filósofo del rey, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a mí, para verme zurcir las medias de los pajes, y a veces le daba por filosofar, decía que todo hombre es una isla, yo, como aquello no iba conmigo, visto que soy mujer, no le daba importancia, tú qué crees, Que es necesario salir de la isla para ver la isla, que no nos vemos si no nos salimos de nosotros, Si no salimos de nosotros mismos, quieres decir, No es igual…”.

Grabé hoy el vídeo que acompaña estas palabras, sabiendo que la gran misión de la vida es salir de nosotros mismos para saber quiénes somos, pero volviendo siempre a tierra. Esa es la única razón para comprender el lamento de Alberti, cuando el devenir de la vida nos desentierra de la mar, porque él quería que cuando un día su voz muriera en tierra, la llevaran al nivel del mar y dejarla en la ribera. Y nombrarla capitana de un blanco bajel de guerra. ¿Saben por qué? Porque cuando se pierde la vida, el tiempo, todo lo que tiramos, como un anillo, al agua o si perdemos la voz en la maleza, lo único que nos queda… es la palabra.

Cádiz / Sevilla, 7/I/2017

Regalo de Reyes / La memoria de Limoges

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Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño. Así suenan hoy estas palabras bíblicas de fondo en mi infancia de Madrid, cuando siendo, hablando, pensando y razonando como un niño, me asombraba del perfecto movimiento rítmico de unas figuras pequeñas de porcelana de Limoges, en una caja de música que teníamos en casa, en la que unos monaguillos simulaban cantar con movimientos articulados de manos, cabezas y brazos, con partituras y batutas minúsculas. Una maravilla.

La razón estriba en que la belleza de la porcelana blanca de Limoges encierra un secreto: tiene una “memoria” especial que debe siempre su belleza a unas manos también especiales que manejan caolín, madera, agua y fuego. Esta mañana me lo explicaba una artesana al enseñarme una paloma en vuelo majestuoso, modelada en porcelana blanca de Limoges. No es frecuente ver este tipo de obras de arte, en tamaño muy reducido, porque según contaba era muy difícil alcanzar el punto exacto de temperatura de cocción para obtener el resultado de cada obra artesana, hecha a mano, sin que se quiebre o rompa la memoria en el proceso.

No soy un experto en esta manifestación artística, pero me ha sugerido un paralelismo con la belleza de la vida. Si determinadas vivencias diarias no alcanzan la temperatura adecuada para ser comprendidas en su sentido más íntimo, se vuelven frágiles, se rompe su magia y desaparecen para siempre sin posibilidad alguna de retorno, porque nadie ni nada se baña dos veces en el mismo río. Es lo que le ocurre a la memoria humana cuando el hipocampo, una estructura compleja que se aloja en el cerebro con forma de caballito de mar, no alcanza un desarrollo adecuado mediante neurotransmisores y hormonas que garanticen su permanencia en el próximo, medio o largo plazo de cada vida, que en sí misma es una maravillosa obra de arte.

Al fin y al cabo, lo mismo que pasa con la “memoria” de aquellos monaguillos de mi infancia o con las palomas de porcelana que se hacen ahora en Sevilla con tanta delicadeza, a mano, con el caolín de Limoges, aun cuando llegando a ser hombre, haya dejado ya las cosas de niño, sin perder nunca la maravillosa memoria del que todavía llevo dentro.

Sevilla, 5/I/2017

NOTA: la imagen, de vetas de caolín y arcilla en Riodeva (Teruel), se ha recuperado hoy de https://www.flickr.com/photos/jm_anton/4887648628/

El sueño de abrir una librería

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No olvido los tres sueños de Guido Orefice, el protagonista de La vida es bella: distinguir el norte del sur (que también existe); leer a Schopenhauer, por su canto a la voluntad como motor de la dialéctica pendular de la vida y, en tercer lugar, abrir una librería. De todo hizo un arte para vivir, para enseñar a leer las señales de la vida, porque hablar es solo cosa de personas. Leer, igual de bello. Es una maravilla constatar que estamos preparados desde la preconcepción y a través del cerebro, para leer, cuando todo está conjuntado para comenzar a unir letras y grabarlas con unas determinadas formas en el cerebro. Agregando, además, sentimientos y emociones en relación con lo que nuestro cerebro lee.

Hoy he vivido una experiencia que deseo compartir en este espacio digital, porque me ha sorprendido en una ciudad que es de bares: el pasado jueves, 29 de diciembre, abrieron en Sevilla una nueva librería perteneciente a la red de La Casa del Libro (Hernando del Pulgar, 2), en el mismo lugar que hace tan solo unos meses habían cerrado otra que pertenecía a la cadena Beta. He entrado en el nuevo local decorado con los colores corporativos que la identifican rápidamente y he paseado por ella, con sensaciones mezcladas de sorpresa y gratitud. En Mayo de 2015, en mis paseos del amanecer, escribí sobre mi experiencia de aquél día al entrar en la antigua librería Beta, que traducía en palabras cargadas de sentimiento y dolor lo que experimenté como crónica de un cierre anunciado: “Esta mañana lo he comprobado de nuevo: Sevilla no es de librerías, sino de bares. Mi camino del amanecer tenía hoy un objetivo concreto: entrar en las benditas librerías de la ruta escogida que, al igual que las iglesias vacías del poema Entro Señor en tus iglesias, de Rafael Alberti, estaban llenas del arte de enhebrar palabras, pero a los presuntos compradores no se les veía por ningún sitio. Y mi corazón anonadado ha gemido durante unos minutos, en una auténtica soledad sonora”.

En este contexto, he vuelto a leer una entrevista realizada por Javier Rodríguez Marcos en 2015 a mi maestro Manuel Rivas y publicada en Babelia, recordando la primera vez que el escritor entró en una librería: “Sí, se llamaba La Poesía. Luego nos acercamos por allí. Está cerrada, pero conserva algo. Cada vez que paso por ahí pienso: “¿Por qué no me hago librero?, ¿por qué no abro La Poesía?”. Tengo una especie de culpa. En casa no había libros y le compramos uno a mi madre. Siempre se le regalaba algo para la casa —una fregona, una cafetera— y mi hermana María, que era la vanguardia, dijo que le compráramos uno porque en la niñez mi madre había leído mucho. Por casualidad. Murió mi abuela y mi abuelo se quedó con 10 hijos. Era campesino, vivía al lado de la casa rectoral y una sobrina del cura medio adoptó a mi madre, que subía al desván y se pasaba el día leyendo vidas de santos, que es lo que había, pero también estaban los poemas de Rosalía [de Castro]. El primer libro de mi vida fue oír a mi madre recitar a Rosalía. Ella era la boca de la literatura. Total, que nos fuimos a La Poesía y vimos un libro que coincidía bien con el presupuesto. Era un tocho; mucho mejor, un regalo más grande. Se titulaba Cinco mil años de historia. Mi madre lo abrió y, bueno, asomó una lágrima. Nunca tuve miedo de entrar en las librerías. Si vamos es porque hay gente con la que nos gusta estar, no solo por los libros, aunque los libros también son gente”.

Es fantástico comprobar que Sevilla puede ser algún día una ciudad “de librerías”, mejor que «de bares», por mucho que la multinacional Coca-Cola se empeñe en anunciar a los cuatro vientos que España es un país de bares: “Qué haríamos nosotros sin nuestros bares…? / ¡Si son los mejores del mundo! / Cada vez que se cierra un bar, / se pierden para siempre 100 canciones. / Se desvanecen mil “te quieros”… / y los goles por la escuadra salen / lamiendo el palo”.

Y es que no solo somos de bares. Lo he experimentado hoy con esta grata noticia hecha realidad: en Sevilla, también se abren librerías. Ahora tengo que seguir los otros dos pasos soñados por Guido Orefice, luchando por ganar tiempo al tiempo de defender la identidad del Sur frente al acoso del Norte y, finalmente, estudiar a fondo a Schopenhauer, en su famosa teoría del péndulo, que es lo que nos enseña la historia cuando queremos aprender de ella a través de los libros, cuando casi todo va y viene, como si todos los días fuéramos del timbo al tambo de la lectura que siempre, como la vida, es bella.

Sevilla, 2/I/2017

NOTA: la imagen, fotograma de La vida es bella, se ha recuperado hoy de http://cinema22.canal22.org.mx/imagenes/vita_bella.jpg