El saber no ocupa lugar, pero cada vez tengo menos sitio

CEREBRO PROF TOGA UCLA

Me lo repetían sin cesar mis profesores cuando era un niño y pensaba y actuaba como un niño: el saber no ocupa lugar, pero a estas alturas de la vida de persona mayor cada vez tengo menos sitio en mi cerebro, sobre todo cuando tienes que asimilar noticias como las que se han difundido los últimos días, en diferentes medios de comunicación, en referencia a Dios, el cerebro y la inteligencia humana. No es un problema de espacio sino de asimilación real y efectiva de la evolución humana y de la velocidad de vértigo que lleva.

La primera noticia era clara y concisa: “Dios no nos ha creado a nosotros: los humanos hemos creado a Dios”, como resumen de una entrevista al genetista Ginés Morata, miembro de la Royal Society del Reino Unido y de la Academia Nacional de Ciencias de EE UU. No es una sorpresa para mí, porque ya he escrito en numerosas ocasiones en este blog sobre la dialéctica creacionismo versus evolucionismo, decantándome claramente sobre este último que respeta las creencias del ser humano a lo largo de los siglos, en la larga senda de la vida durante millones de años que va desde alfa hasta omega, es decir, desde el origen hasta el futuro del ser humano, que antes solo se refería al “hombre”.

La segunda noticia era también sorprendente, escuchando a la primatóloga Jane Goodall, en un vídeo educativo: “En fin, sabéis que hemos creado cohetes capaces de llegar hasta Marte y soltar un pequeño robot que se dedica a dar vueltas por el planeta rojo para hacer fotos. Hemos visto las fotos, y aunque antes pensábamos que podía haber vida tal como la conocemos en ese planeta, nos hemos dado cuenta de que no. Si habéis visto las fotos, no dan muchas ganas de vivir allí. ¿No es raro que la criatura más inteligente que ha caminado sobre la faz de la Tierra esté destruyendo su único hogar? Tenemos intelecto, pero en realidad no somos tan inteligentes. Hemos perdido la sabiduría. Tomamos decisiones basándonos en: “¿Cómo me ayuda esto a mí, a mi familia, ahora, en la próxima junta de accionistas, en mi siguiente campaña política?”. Y no pensamos en cómo nuestras decisiones afectarán a las generaciones futuras. Me parece que hay una desconexión entre este cerebro tan listo y el amor y la compasión, el corazón humano. Y estoy convencida de que solo podemos alcanzar nuestro potencial humano cuando la cabeza y el corazón están en armonía”.

Cuando era joven y pensaba las cosas de joven, descubrí a un pensador que ha sido un maestro de vida y al que he dedicado la quintaesencia de este blog, Pierre Teilhard de Chardin, fundamentalmente porque comprendí bien la ardua tarea de desentrañar el recorrido que va desde el alfa de la vida humana hasta su omega, como complementario. Así lo he descrito en artículos de este cuaderno digital que desarrollé bajo el epígrafe de El punto omega, a través de doce entregas que definen bien mi posición teórica y práctica al respecto. El comienzo de aquél camino intelectual era un presagio de lo que desarrollé posteriormente y que invito a leer con la pasión que lo escribí en aquel momento: “Era la una y media de la madrugada. Fue un momento sobrecogedor, difícil de explicar. La última frase del libro “Origen y futuro del hombre”, de Josef Vital Kopp, era un homenaje a cuarenta años de permanencia en algún lugar oculto de mi cerebro, después de aquella primera lectura y análisis en 1966, de meses de estudio hasta que la Autoridad competente me recomendó que no investigara tanto sobre Teilhard de Chardin, porque era una persona que había muerto como había vivido: solo, equivocado de siglo, contraviniendo las teorías de la creación, reviviendo las teorías darwinistas en una nueva interpretación de raíces dudosas acerca de la creación y la evolución de las especies. Desde la portada, pasando por el índice y por mis propias anotaciones, pasaron imágenes y secuencias extraordinarias para un joven de dieciocho años que había descubierto que otro mundo era posible. Y he vuelto a leer página a página al autor que interpretando a Teilhard de Chardin me llevó de la mano (creo que también de la inteligencia) a descubrir una interpretación del mundo que se simboliza en la cabecera de este diario digital: el mundo sólo tiene interés hacia adelante (Tientsin, 1923, recogida en sus Lettres de voyage, 1923-1939)”.

Posteriormente, me fascinó siempre el mundo críptico del cerebro, al que he dedicado muchos años de investigación y al que sigo mostrando un respeto reverencial. Obviamente, a la inteligencia en todas sus manifestaciones, pero con una idea clara: es la capacidad que tiene todo ser humano para resolver problemas. Hoy, en el mundo digital en el que estamos instalados, para resolver esos problemas con la ayuda de las tecnologías de la información y de la comunicación. Este blog es una muestra nada más del fascinante mundo del cerebro en el que he intentado divulgar el conocimiento de sus maravillosas estructuras que nos permiten tomar decisiones a diario, para bien o para mal, esa es la cuestión.

La grandeza del ser humano radica en demostrar a través de la inteligencia que lo biológico (la biosfera) solo tiene sentido cuando va hacia adelante y se completa en la malla pensante de la humanidad, en la malla de la inteligencia (la Noosfera). En definitiva, la tesis fundamental de Teilhard radicaba en llevar al ánimo de los seres humanos la siguiente investigación: estamos “programados” para ser inteligentes. Para los investigadores y personas con fe, la posibilidad de conocer el cerebro es una posibilidad ya prevista por Dios y que se “manifiesta” en estos acontecimientos científicos. Para los agnósticos y escépticos, la posibilidad de descubrir la funcionalidad última del cerebro no es más que el grado de avance del conocimiento humano debido a su propio esfuerzo, a su autosuficiencia programada. in lugar a dudas, entre otras razones entrelazadas entre sí, por culpa de FoxP2, el gen que, con un juego de palabras más o menos acertado, mejor se expresa. El cerebro vuelve a maravillarnos de nuevo hoy, a través del conocimiento científico del gen FoxP2, que me permite volver a centrar el foco de interés cerebral en la génesis y desarrollo de la habilidad del lenguaje humano, gracias a la expresión correcta y ordenada de este gen.

En definitiva, a pesar el poco sitio que me queda en el cerebro, la ciencia me dice que no es verdad porque cien mil millones de neuronas están viajando constantemente en nuestra corteza cerebral para responder a un programa de vida genético que luego tiene que modularse con el medio en el que cada ser humano nace, crece, se multiplica y muere. La estructura del cerebro al nacer “ya está instalada” que diría Gary Marcus. Antes, incluso, de la mejor mudanza existencial que existe: nacer a la vida, en el esquema de frase del cómico americano Steven Wright, al afirmar que escribía un diario desde su nacimiento y como prueba de ello nos recordaba sus dos primeros días de vida: “Día uno: todavía cansado por la mudanza. Día dos: todo el mundo me habla como si fuera idiota”. Pero estamos obligatoriamente obligados a viajar constantemente hacia alguna parte. Hacia dónde solo merece la pena (yo diría la alegría…) cuando es hacia adelante. Lo manifiesto así por coherencia con lo que yo vivo diariamente en una mudanza cerebral, personal e intransferible, como determinadas nieves: perpetua. Porque no lo sé todo, porque no tengo garantizado casi nada, porque cada vez voy más ligero de equipaje, porque no me gusta mirar atrás y menos con ira, porque este siglo tiene horizontes de grandeza que no coinciden con mis patrones de educación para ser un buen ciudadano, porque el trabajo público está cada vez más “tocado” respecto del bien común, porque se confunde habitualmente valor y precio, porque la ética está en horas bajas, porque el sufrimiento de las personas que quiero sigue haciéndome preguntas que no sé contestar, y porque constantemente me adelantan las personas maleducadas por la izquierda y por la derecha, en el pleno sentido de las palabras.

Y en mi evolución de pensamiento no creacionista he recordado que Adán y Eva no fueron expulsados…, sino que se mudaron a otro Paraíso para buscar la felicidad humana. Quizá es lo que necesito hacer hoy ante la sensación de que cada vez me queda menos sitio en mi cerebro para comprender lo que pasa en el mundo próximo y lejano de cada uno, que comparto con la noosfera, la malla pensante digital de la que ya hablaba hace más de un siglo Pierre Teilhard de Chardin, a quien debo una de mis mudanzas interiores más llena de turbación.

Sevilla, 2/V/2019

Nota: la imagen la obtuve en 2007 por cortesía del Prof. Arturo Toga, neurólogo en la Universidad de California, de Los Ángeles (LONI), y director del Centro para la biología computacional, cuando publiqué mi libro: Inteligencia digital. Introducción a la noosfera digital. Esta imagen del cerebro humano utiliza colores y formas para demostrar diferencias neurológicas entre dos personas.