Se nos ha muerto, como del rayo, Alfredo Pérez Rubalcaba

ALFREDO PEREZ RUBALCABA

He dejado pasar unos días desde que tuve la primera noticia del ictus que sufrió el pasado miércoles Alfredo Pérez Rubalcaba y que finalmente no pudo superar. La verdad es que el país se ha volcado en el reconocimiento amable hacia una persona que fue casi todo en el partido socialista. Por algo será. No lo conocí personalmente, pero le he seguido atentamente, a lo largo de los años, en el camino político que hizo al andar sin volver la vista atrás. Hizo una política digna, amable, con las personas que comprendieron su forma de ser y estar en el mundo, humilde, sobre todo.

Del Ciudadano Alfredo recuerdo muchas cosas que me enseñaron a comprender la política como servicio al interés general de la ciudadanía por encima de todas las cosas. Él, mejor que nadie, conocía bien la química del ser humano, la condición humana según André Malraux. Porque el laboratorio de la vida le permitía entrar y salir diariamente en la sala de los microscopios del departamento de ética política.

Es muy normal y lo hemos podido presenciar en estos días de duelo, que los panegíricos afloran casi por ensalmo. Es muy común en la clase política realizar maniobras de aproximación a las personas que mueren en pleno ciclo vital y ensalzarlos cuando no lo hicieron en vida, incluso cuando los han maltratado de palabra y obra hasta límites insoportables. Llevo muy mal estos duelos vacíos y sin sentido. Pero la condición humana es así. Malraux lo dejó escrito.

Las personas que quiero saben que siempre comento la muerte como una pregunta en vida de muy difícil respuesta, como a otras cuestiones que nos ocupan y pre-ocupan [sic] todos los días. Ante esta situación siempre recuerdo la voz de la experiencia histórica de una persona de comunidad, de nombre Eclesiastés, que tuvo que enfrentarse al auténtico problema de la muerte, que en el fondo es un problema de cómo comprendemos y valoramos el tiempo. Y he encontrado en él una sabia respuesta ante la ausencia del compañero Alfredo.

En la vida hay tiempo para casi todo, porque todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: nacer, morir, plantar, arrancar lo plantado, matar, sanar, destruir, edificar, llorar, reír, lamentarse, danzar, lanzar piedras, recogerlas, abrazarse, separarse, buscar, perder, guardar, tirar, rasgar, coser, callar, hablar, amar, odiar, guerra, y paz. Ante este panorama complejo, cuando se aproxima la realidad de la muerte, todo se encierra en tres preguntas fundamentales sobre el factor tiempo en vida:

– ¿Qué gana el que trabaja con fatiga? o en otra variación sobre el mismo tema: ¿Qué saca cualquier persona de todo su fatigoso afán bajo el sol?

– ¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de los animales desciende hacia abajo, a la tierra?

– ¿Quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?

No conocemos las respuestas, cuestión que nos deja solos ante el peligro de un mundo diseñado muchas veces por el enemigo. Para los que buscamos desesperadamente comprender estas ausencias sin el apoyo de Dios, el Eclesiastés nos dejó una clave maravillosa que enmarca una respuesta posible: caminar juntos buscando la felicidad y hablar de Alfredo con entusiasmo, de sus cosas, de su forma de hacer política, de su visión de Estado por encima de todas las cosas políticas, de cómo nos enseñó a amar por encima de todo, en su Cielo Político tan particular, incluso de forma que no todo el mundo comprende: “más valen dos personas que una sola, pues obtienen mayor ganancia de su esfuerzo, pues si cayeren, una levantará a la otra; pero ¡ay de la persona sola que se cae!, que no tiene quien la levante. Si dos se acuestan, tienen calor; pero la persona sola ¿cómo se calentará?”. Todo es más sencillo así, porque la amistad entre personas que admiran la política y a los políticos honestos que hacen camino ético al andar, es como la cuerda de tres hilos, que no es fácil romper.

Sevilla, 12/V/2019

NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de https://aniversario.elpais.com/alfredo-perez-rubalcaba/