Nuréyev, un cuervo blanco

Rudolf Nuréyev volvió ayer a mi sala de baile cerebral. Tengo grabadas muchas horas con su forma de ejecutar hasta límites impredecibles de perfección, obras de ballet clásico en mi memoria de hipocampo, saltando de forma imposible sobre sí mismo y girando cuantas veces fuera necesario en interpretaciones prodigiosas. La película El bailarín, un título que empobrece mucho la presentación de esta obra dirigida por Ralph Fiennes, está centrada en la gira que el famoso ballet Kirov hizo por Europa, en 1961, comenzando por su estancia de cinco semanas en París y que propició la petición de asilo político de su gran figura Rudolf Nuréyev. Asimismo, asistimos al devenir personal y artístico del bailarín con una utilización intensiva de flashbacks para rescatar episodios que marcaron profundamente a Nuréyev desde el momento de su nacimiento en un tren, hecho que marcó también su vida como se puede observar en la película.

Es muy interesante la forma de transitar el director de la película sobre la intrahistoria de Nuréyev, centrada en su difícil niñez y su carrera artística hasta los veintitrés años, en un continuo sobresalto por su narcisismo e irreverencia hacia cualquier autoridad académica, política o profesional en el mundo del ballet. Me encantó acompañarlo en sus paseos no inocentes por la noche de París, en una búsqueda incesante de su razón de ser y existir. La contemplación de “La balsa de la Medusa” de Géricault en el Louvre, su relación con miembros del ballet francés, concretamente con Pierre Lacotte y también con Clara Saint, atormentada por la muerte en un accidente de automóvil de su novio Vincent, hijo del escritor y ministro de Cultura André Malraux, autor de la inolvidable La condición humana, explican bien el renacimiento de sus cenizas de Rudolf Nuréyev a una libertad sin límites. Más que cuervo blanco, era un ave fénix de sus cenizas de opresión política en un país con ideología no inocente.

Recordé inmediatamente a nuestro gran profesional de la danza clásica Nacho Duato, actual director del Ballet Mijáilovski de San Petersburgo, la antigua Leningrado. Creo que esta obra cinematográfica le traerá recuerdos de su flashback de la infancia, en la forma que nos recordó recientemente en un programa precioso, Prodigios, en el que abrió su persona de secreto para contar momentos dramáticos vividos en el seno de su familia y compañeros de colegio, por el simple hecho de ser un cuervo blanco en España: «Cuando te veo bailar, pienso lo joven que eres, y lo que dijiste el otro día de que quieres ganar para reivindicar el puesto del hombre en la danza, y cuando el otro día vi a tu padre, cómo te apoyaba… Yo que siempre he pasado un poco de todo y decía: bueno, si no viene mi padre es porque está muy ocupado. Pero ahora pienso… qué cosa más grande me he perdido. Sigue adelante porque sé que lo vas a conseguir. Qué suerte que hayas nacido en una España libre, una España democrática, y no la que me tocó vivir a mí. Enhorabuena», dijo a Said el ganador del concurso Prodigios 2019, una gran promesa del ballet clásico en España. Para que no se olvide la intrahistoria reciente de este país, ni la de Duato y Nuréyev. Ni la de tantos cuervos blancos a los que nunca se les reconoció ni se les reconoce, en estos tiempos tan modernos, su extraordinaria valía por el simple hecho de ser diferentes del modelo común atribuido a los mal llamados «seres normales».

Sevilla, 9/V/2019