Sevilla, 16/VIII/2019
Siempre que comienza la Liga me acuerdo de Jorge Luis Borges, porque nombrarle el fútbol era sacarle inmediatamente de sus casillas: «La idea que haya uno que gane y que el otro pierda me parece esencialmente desagradable. Hay una idea de supremacía, de poder, que me parece horrible». No llego a ese extremo de juicio, pero tengo que reconocer que el fútbol no me apasiona, aunque me asombra el seguimiento que tiene por millones de personas y el dinero que mueve, con frases de asombro vinculadas casi siempre a las cifras astronómicas derivadas de la compraventa de jugadores en los mejores mercados del mundo. Asistimos estupefactos al baile de miles de millones de euros o dólares, pero la nave felliniana, alocada, sigue surcando los mares procelosos del poderoso caballero don dinero.
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares escribieron en 1967 un cuento con un título críptico, Esse est percipi (Ser es ser percibido, en Crónicas de Honorio Bustos Domecq), pero evidente en nuestros tiempos modernos y digitales, por supuesto. He vuelto a leer un fragmento del mismo, ahora que comienza la Liga, Santander, ¡ojo al apellido!…, hoy concretamente, en la que siento que no verla mediante mi presencia real o virtual me sitúa fuera del mundo, porque solo cuento como espectador ignorante. Ya lo decía Hans Magnus Enzesberger, cuando hablaba de la ciudadanía «ignorante y molesta», al referirse a las personas alejadas de las tecnologías de la información y comunicación, que no es mi caso, aunque a partir de hoy entro -a juicio de muchas personas- en el colectivo de ovejas descarriadas de lo que está pasando y están viendo a través del fútbol: ¡lo que me estoy perdiendo!:
[…] -Señor, ¿quién inventó las cosas? -atiné a preguntar.
-Nadie lo sabe. Tanto valdría pesquisar a quién se le ocurrieron primero las inauguraciones de escuelas y las visitas fastuosas de testas coronadas. Son cosas que no existen fuera de los estudios de grabación y de las redacciones. Convénzase, Domecq, la publicidad masiva es la contramarca de los tiempos modernos.
– ¿Y la conquista del espacio? -gemí.
-Es un programa foráneo, una coproducción yanqui-soviética. Un laudable adelanto, no lo neguemos, del espectáculo cientificista.
– Presidente, usted me mete miedo -mascullé, sin respetar la vía jerárquica-. ¿Entonces en el mundo no pasa nada?
– Muy poco -contestó con su flema inglesa-. Lo que yo no capto es su miedo. El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone.
– ¿Y si se rompe la ilusión? -dije con un hilo de voz.
-Qué se va a romper -me tranquilizó. Por si acaso, seré una tumba -le prometí-. Lo juro por mi adhesión personal, por mi lealtad al equipo, por usted, por Limardo, por Renovales.
-Diga lo que se le dé la gana, nadie le va a creer. […]
A los que no nos gusta el fútbol nos amenaza la soledad humana y digital durante la temporada futbolística. Por ejemplo, tengo que estar atento durante la semana, a partir de hoy mismo, a qué partido se juega en Sevilla capital para poder moverme de forma lógica por los alrededores de los estadios de fútbol, porque el furor de equipo me sobrecoge durante horas en todas y cada una de sus manifestaciones. También, a la programación del fútbol en las televisiones públicas y privadas, porque las parrillas están al servicio del deporte denominado «rey». El problema es que necesitamos recuperar el sentido exacto del título del cuento de Borges y Bioy Casares: necesitamos ser percibidos en casa, en el trabajo, en la calle, más allá del fútbol. Necesitamos ser percibidos para ser alguien o alguno, que tanto da.
En la Liga que acecha en pocas horas, porque si no la veo no seré nadie (a pesar de los esfuerzos de Movistar, Orange y Mediaset), tomo conciencia de las palabras de Borges-Bioy: “El género humano está en casa, repantigado, atento a la pantalla o al locutor, cuando no a la prensa amarilla. ¿Qué más quiere, Domecq? Es la marcha gigante de los siglos, el ritmo del progreso que se impone”. Porque, agrega: “No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman”.
Es verdad, con una diferencia: ser persona humana o digital es ser percibido (en el Mundo o en Internet) y tomar conciencia de ello ¡Qué dilema ante la Liga Santander que acecha desesperadamente, con la División Acorazada Mediática «Guzmán el Bueno»!, que avanza inexorablemente, sin rubor alguno.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja para ninguna empresa u organización religiosa, política, gubernamental o no gubernamental, que pueda beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de jubilado.
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