
Sevilla, 9/I/2021
Una borrasca de nombre extraño, Filomena, cuyo origen es el de una santa desconocida y controvertida para el Vaticano, fue rescatada en el siglo XIX en Roma, Su culto y también las preguntas sobre su identidad, surgieron exactamente en Roma el 25 de mayo de 1802, durante las excavaciones en la Catacumba de Priscila en la vía Salaria: “Se descubrieron entonces los huesos de una joven de trece o catorce años y un pequeño vaso que contenía un líquido considerado sangre de la Santa. El nicho estaba cerrado con tres tejas de barro sobre las que estaba escrito: “LUMENA PAX TE CUM FI”. Se creyó que, inadvertidamente, se había invertido el orden de los tres fragmentos, escritos entre el siglo III y IV d.C., y que en realidad tenía que leerse: «PAX TE / CUM FI / LUMENA” o sea: «La paz sea contigo, Filomena». Los signos decorativos alrededor del nombre, sobre todo la palma y las lanzas, hicieron pensar que los huesos pertenecían a una mártir cristiana de los primeros siglos. En esa época, en efecto, se consideraba que la mayor parte de los cuerpos presentes en las Catacumbas pertenecían a las persecuciones de la época apostólica”. Años más tarde se comprobó que todo era un mar de dudas y que Filomena era tan sólo una chica normal y que el pequeño vaso no contenía sangre sino un ungüento de la época.
Ahora, en actitudes más prosaicas y laicas, nos ofrece la oportunidad de admirarnos ante la naturaleza desatada o quedarnos ante el origen atmosférico y sus consecuencias níveas y de frío, con el resultado del famoso aviso de Al Gore: “Estábamos avisados”. No sé, no sé, pero por si acaso he recordado ahora un poema precioso de Ángel González, Estampa de invierno (1), que asimilo en mi persona de secreto por el frío de Filomena vestida de blanco, entrando por un resquicio de la ventana de mi alma:
Mientras yo en mi yacija como es debido yazgo
arropado en las mantas y las evocaciones
de días más luminosos y clementes,
por no sé qué resquicio de mi ventana entra
un cuchillo de frío,
un gris galgo de frío
que se afana en mis huesos con furia roedora.
No es de ahora, ese frío.
Viene desde muy lejos:
de otras calles vacías y lluviosas,
de remotas estancias en penumbra
pobladas sólo por suspiros,
de sótanos sombríos
en cuyos muros reverbera el miedo.
(En un lugar distante,
trizó una bala
el luminoso espejo de aquel sueño,
y alguien gritaba aquí, a tu lado.
Amanecía.)
No.
No está desajustada la ventana;
la que está desquiciada es mi memoria.
En tiempos de coronavirus, contemplo la belleza de la nieve en Madrid, tierra de mi infancia y soy consciente de que nuestros recuerdos, a veces, no son fruto de una ventana desajustada de la vida, sino de una memoria desquiciada en lo más íntimo de la propia intimidad, tal y como lo aprendí de San Agustín (intimior intimo meo), por el sufrimiento de lo que está pasando y porque las cifras de contagios y fallecimientos por la pandemia en nuestro país no quiero que sean como una rutina o cantinela sorda en mi vida, aunque con la ilusión puesta en las vacunas que arropan ahora el frío de tantas almas inquietas: las de él, ella, nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ellos y ellas; la tuya, la mía, sin dejar nunca a nadie atrás en este momento tan complicado en nuestras vidas, observando cómo nieva y entra frío a través de los resquicios de las ventanas de nuestras vidas.
NOTA: la imagen se ha recuperado hoy de How to Insulate Your Windows for Winter. (northantswindows.com)
(1) González, Ángel (2018, 6ª imp.). Estampa de invierno en Palabra sobre palabra, Madrid: Austral.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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