Una pausa Ética cuando navegamos hacia Ítaca

Sonia Lafuente, patinadora olímpica

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca 
pide que el camino sea largo, 
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón, 
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta 
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.

Constantino Cavafis, Ítaca 

Sevilla, 17/I/2021

Estamos haciendo un camino muy largo en tiempos de coronavirus, una singladura ciclópea en su fondo y forma. Es una ocasión para hacer una pausa y descubrir de nuevo el poder de la ética, en su justo sentido, tal y como la he venido definiendo a lo largo de los años en páginas especiales de este cuaderno digital que busca islas desconocidas. La ética que he aprendido y enseñado en mis tiempos académicos ha sido siempre la situación que nos interroga en nuestra persona de todos y en la de secreto, para alcanzar un objetivo que nos haga ser más felices viviendo con sentido lo que hacemos a diario.

La he definido siempre como el suelo firme que justifica nuestra existencia, es decir, la solería que ponemos a lo largo de la vida y sobre la que pisamos a diario para seguir viviendo con justificación de lo que hacemos, no mero ajustamiento, tal y como me lo enseñó el profesor López-Aranguren hace ya muchos años, cuando comparaba la ética al suelo firme que justifica todos los actos humanos a lo largo de la vida: es la “raíz de la que brotan todos los actos humanos, o todavía mejor, el suelo firme que justifica dichos actos, en definitiva, una forma de vida”. Y es verdad, porque la ética no debería estar sometida a la moda o al mercado, como una mercancía más, como sucede ahora, porque bien entendida es una actitud permanente ante la vida personal y social, pública y privada, sostenida en el tiempo que corresponda vivir a cada uno, es decir, una forma de vida.

Es verdad que siguiendo al pie de la letra a Cavafis, cada uno de nosotros nos podemos convertir en un Ulises redivivo y pensar que esta dura etapa de la pandemia es sólo eso, una etapa, un alto en un puerto hasta ahora desconocido, porque el viaje es muy largo: Ten siempre a Ítaca en tu mente. / Llegar allí es tu destino. / Mas no apresures nunca el viaje. / Mejor que dure muchos años / y atracar, viejo ya, en la isla, / enriquecido de cuanto ganaste en el camino / sin esperar a que Ítaca te enriquezca.

También acudo a Benedetti cuando hago esta pausa para escribir en este largo viaje ético a mi Ítaca particular, porque él siempre supo poner hermosura a la vertiente más triste de la vida, como puede ser ahora en este momento tan difícil de la pandemia y porque nos ofreció una forma de entender las necesarias pausas en el caminar diario personal, familiar, profesional y social con altura de miras éticas hacia la Ítaca de cada uno: De vez en cuando hay que hacer una pausa / contemplarse a sí mismo / sin la fruición cotidiana / examinar el pasado / rubro por rubro / etapa por etapa / baldosa por baldosa / y no llorarse las mentiras / sino cantarse las verdades.

Me acuerdo ahora de un conjunto madrileño de música indie, Izal, que lo canta extraordinariamente, acompañando una danza visible para quienes tienen los ojos abiertos para otear con dignidad el largo viaje ético hacia la Ítaca de cada uno, de cada una: Yo sólo pido pausa y tú me das ojos de huracán. / Yo sólo pido calma y tú haces espuma el agua del mar. / Sólo pido silencio y gritas que no digo la verdad. / ¿Tú qué sabrás? Si despiertas lejos de esta casa. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. / Yo sólo quiero pausa, tú rebobinar. / Yo sólo busco un ritmo lento, tú velocidad. / Yo sólo pido una dulce mentira, tú toda la verdad. / ¿Tú qué sabrás? Si despiertas lejos de esta casa. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. / ¿Tú qué sabrás? Si nunca nadaste en mis entrañas. / ¿Tú qué sabrás? Si no vives dentro de esta jaula. Sonia Lafuente, patinadora olímpica, baila maravillosamente esta pausa necesaria, porque quizá, viéndola, la comprendemos mejor.

Es verdad que solo necesitamos hacer pausas de vez en cuando y no tanto rebobinar, porque no queremos perder el sentido de la vida. Es lo que Herman Hesse llamaba obstinación, una virtud, a la que admiraba mucho, una sola, porque es obediencia a una sola ley que lleva al “propio sentido” de la vida. Fundamentalmente, algo que necesitamos con urgencia: cantarnos las verdades sobre lo que nos pasa, pisando las baldosas que vamos poniendo en nuestra vida a modo de solería, que es lo único que justifica nuestros actos éticos para no tener que llorar las mentiras. Sin prisa, con pausa, buscando con ética personal y de situación la Ítaca que todos tenemos derecho a soñar y alcanzar algún día. Aunque ahora tengamos que luchar contra un cíclope llamado coronavirus, con ojos de huracán, al que venceremos si nuestro pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca nuestro espíritu y nuestro cuerpo. Porque hoy no olvidamos hacer una pausa Ética cuando navegamos a diario hacia Ítaca, a la que tenemos la legítima ilusión de llegar aunque ahora vivamos encerrados en una jaula.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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