
Recuerdo los ojos de mi esposa otra vez. Nunca veré cualquier cosa más aparte de esos ojos. Ellos preguntan.
Antoine de Saint Exupéry, Terre des Hommes, 1939
Sevilla, 22/I/2021
Durante diez meses he visto la vida doble, como si viviera siempre con un telón de fondo virado 45 grados, un croma muy especial: dos personas, dos árboles, dos casas, dos vehículos, dos libros, siempre uno detrás de otro, como protegiendo la primera imagen por si acaso se perdía la primera. Una diplopía vital que me impedía escribir y leer con normalidad, porque si difícil es asimilar el vértigo de escribir en una página en blanco, en el caso de ver dos y siempre una letra o una frase detrás de otra, ha sido a veces como cavar un pozo con una aguja para llegar a construir un texto aceptable. La verdad es que no me importaba hacer ese esfuerzo porque un día ya lejano aprendí el significado de este dicho turco, leyendo el discurso de Orhan Pamuk en el acto de entrega del Premio Nobel de Literatura en 2006, publicado después con un título muy sugerente, tanto como las palabras escritas en su dilatada vida: La maleta de mi padre. Es verdad que la vida de un escritor o de un aficionado como es mi caso, se hace poco a poco, horadando la persona de secreto que todos llevamos dentro, aunque no todos lo descubran, es decir, cavando el pozo del alma con una aguja virtual a imagen y semejanza de cada uno.
En esta situación, al escribir, me he refugiado siempre en las palabras de un amigo y maestro imaginario, Antonio Machado, porque recordaba que él había dado siempre mucha importancia a la visión especial de la vida, sobre todo al ojo que nos ve, en proverbios y cantares que no olvido:
I
El ojo que ves no es
ojo porque tú lo veas;
es ojo porque te ve.
Es verdad lo que dice, un aforismo que tiene su texto y contexto. Machado me ha recordado todos los días de visión doble que el ojo estaba ya antes que yo y que él, por sí solo, sabe hacer muy bien su trabajo humano: contemplar el mundo tal y como es, mandando órdenes al cerebro para interpretarlo de la mejor forma posible. Me pasó cuando supe del fallecimiento del fotógrafo francés Marc Riboud en 2016, que muchas personas recordarán por su famosa fotografía de la chica con la flor, por cierto, no inocente. Conocí el hilo conductor de su profesión, por una frase de un especialista en los cuidados del ojo, del siglo XIII, Pietro Spanno, que llegó a ser Papa bajo el nombre de Juan XXI: “El ojo es un miembro noble, redondo y radiante. Ver es el paraíso del alma”. Ese es el secreto y la magia del ojo humano cuando ordena el clic que fija momentos especiales de la vida para la posteridad. Igual que cuando se fotografía el dolor o la muerte, muchas veces con alto riesgo personal de profesionales excelentes, comprometidos, facilitando imágenes recientes que desgraciadamente ya son habituales para el procesamiento de nuestra retina y que tanto nos hacen pensar, cumpliendo su función. Sinceramente, no he olvidado que mis ojos son el paraíso del alma.
XVII
En mi soledad
he visto cosas muy claras,
que no son verdad.
Es verdad que la experiencia vivida me ha permitido enriquecer mi soledad sonora, analizar en el yo de secreto que la visión interior ayuda a ver el mundo de forma diferente, es decir, ver de forma clara casi todo lo que no es verdad. La introspección nunca es doble. Igual sucede con fotógrafos y fotógrafas que retratan almas especiales, en blanco y negro, como Marc Riboud, Robert Capa, Kati Horna, Sebastião Salgado o Ramón Masats, ¿por qué no?, que valoramos hoy de forma especial porque muchas veces estamos ciegos ante el color que dio al mundo la creación transcendental del hombre y la mujer, que tuvieron la oportunidad de ver durante un tiempo el paraíso de sus almas. Gracias, hoy, a ellos y a tantos profesionales anónimos que aun jugándose a diario la vida nos han aportado y entregan tanta verdad a través de sus ojos, como aprendimos un día de Machado, ya que no son ojos porque los veamos, sino que son ojos porque a través de sus fotografías nos ayudan a contemplar y amar mejor la vida. Ya lo dijo en una ocasión Marc Riboud: “Sólo miran bien los niños: son inocentes y miran excitados, con atención, no son intelectuales”.
XXXIV
”O rinnovarsi o perire”…
No me suena bien.
Navigare é necessario…
Mejor: ¡vivir para ver!
Dos asertos en busca de su autor. Renovarse o morir es muy apreciado en mi acervo cultural, siempre mirando hacia adelante (otra vez la necesaria vista sencilla, no doble). Navegar es necesario, aunque lleves los ojos cerrados. Machado prefería vivir para ver, porque la experiencia es madre de la sabiduría. Él vivía de la mano de una tríada ética: vivir, soñar y en medio, algo muy importante: despertar. Es verdad que todo en la vida es un abrir y cerrar de ojos…, pero sin ver doble. Siempre he recordado la máxima “Navigare necesse est”, navegar es necesario, y en esas estoy. Para los tiempos que corren, la segunda parte de la frase de Pompeyo, arengando a sus marineros ante una tempestad, que casi nunca se cita pero es impresionante, es algo a tener en cuenta a modo de contrario, sustituyendo vivir por ver: “vivere [videre] non necesse”, que me gustaría traducir como solo vivir [o ver] no es lo necesario.
XL
Los ojos por los que suspiras,
sábelo bien,
los ojos en que te miras
son ojos porque te ven.
El último proverbio escogido vuelve a insistir en la importancia del otro, del prójimo, que así lo llama Machado. Dejamos de dar importancia a lo que vemos cuando apreciamos a la persona que nos mira. Sobre todo cuando no la veo dos veces, sino sólo tal y cómo es: busca el tú que nunca es tuyo / y nunca puede serlo jamás.
Ya no veo doble la vida. La ciencia me ha devuelto el orden sobre el caos y Machado lo refuerza con palabras muy bellas: Tras el vivir y el soñar, / está lo que más importa: / despertar, tener los ojos bien despiertos para comprobar que los ojos que veo ahora no son ojos porque ya los vea bien, sino que son ojos porque me ven. Ahora, incluso ellos me preguntan cómo estoy. Sé que una estructura cerebral que se llama tálamo, del tamaño de una castaña, procesa la información de todo lo que mi ojo ve, transformando inmediatamente en el cerebro lo visto, con sus sentimientos y emociones, que permanece tal y como se ha grabado, aunque lo único que no ha funcionado en estos meses haya sido el objetivo, el mejor encuadre… Pero también es verdad que prefiero siempre recordar la inocencia de la mirada en mi vida, sin doblez ni engaño en el paraíso de mi alma, realidad mágica y posible que me contaron hace ya muchos años, a modo de lección magistral, de un párroco rural que situaban en Bollullos de la Mitación (Sevilla), cuando en la catequesis preparatoria de la primera comunión de los niños y niñas de su pueblo preguntaba con inocencia vaticana: “A ver, niños, ¿cómo son los ojos de la Virgen? Y aquellas niñas y aquellos niños, cargados de inocencia bendita contestaban a voz en grito: ¡azules!, ¡verdes!, ¡negros! Entonces aquél santo varón contestaba con ojos pillines: ¡no, no y no!, ¡misericordiosos, hijos míos, misericordiosos!…
NOTA: la imagen es un fragmento de una fotografía de Man Ray, Le somneil, realizada en 1937 y en la que aparecen Consuelo de Saint-Exupéry (esposa-rosa del autor de El principito, tan de actualidad siempre) y Germaine Huguet, que figuraba en el programa oficial de una exposición sobre El surrealismo y el sueño, celebrada en Madrid, en 2014, en el Museo Thyssen-Bornemisza.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.