Está abierta la matrícula en la escuela del mundo al revés

Desde el punto de vista de sus vecinos del pueblo de Cardona, el Toto Zaugg, que andaba con la misma ropa en verano y en invierno, era un hombre admirable:

El Toto nunca tiene frío -decían.

Él no decía nada. Frío tenía: lo que no tenía era un abrigo.

Eduardo Galeano, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés.

Sevilla, 4/III/2021

A mi matusalénica edad, que diría Benedetti, he decidido matricularme en la escuela del mundo al revés, porque tal y como está la cosa me convenzo, cada día más, que no entiendo casi nada de lo que pasa, aunque muchos me adviertan que lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa y que me tengo que convencer de que “estoy obligatoriamente obligado a entenderlo”, como aprendí en mis años jóvenes del poeta malagueño Rafael Ballesteros. La verdad es que ese aserto no me soluciona nada, probablemente porque soy un inconformista de cuidado. En el acto de la matrícula (gratuita, por cierto) me han indicado un libro de texto muy interesante, Patas arriba. La escuela del mundo al revés, de Eduardo Galeano, autor que siempre he admirado por sus lecciones de ética mundana. Me han dicho que es imprescindible llevarlo siempre encima para comprender bien el sentido de cada clase. ¿Se convertirá en un libro de cabecera?

Dicho y hecho. Abro el libro por su primer capítulo, para ir calentando motores, leyendo sin pestañear su primer apartado: Educando con el ejemplo: “La escuela del mundo al revés es la más democrática de las instituciones educativas. No exige examen de admisión, no cobra matrícula y gratuitamente dicta sus cursos, a todos y en todas partes, así en la tierra como en el cielo: por algo es hija del sistema que ha conquistado, por primera vez en toda la historia de la humanidad, el poder universal. En la escuela del mundo al revés, el plomo aprende a flotar y el corcho, a hundirse. Las víboras aprenden a volar y las nubes aprenden a arrastrarse por los caminos”. La verdad es que para empezar no está mal el discurso, porque tengo que confesar que algo así me pasa casi todos los días, porque el mundo está trastocado y en permanente mudanza por tierra, mar y aire.

A continuación aborda varios epígrafes de marcado interés: los modelos de éxito, los alumnos y un curso básico de injusticia. Son tres maniobras de aproximación al mundo al revés, a título de ejemplo, que una vez leídas me han sobresaltado aún más, quizá sea por aquello del inconformismo crónico que padezco. Sobre los modelos de éxito arranca su análisis con una introducción contundente: “El mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural. Milton Friedman, uno de los miembros más prestigiosos del cuerpo docente, habla de «la tasa natural de desempleo». Por ley natural, comprueban Richard Herrstein y Charles Murray, los negros están en los más bajos peldaños de la escala social. Para explicar el éxito de sus negocios, John D. Rockefeller solía decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria”.

Cuando trata el epígrafe de los alumnos, otra vez vuelve a la carga para describir cómo es el mundo de muchos niños de hoy, es decir, su mundo al revés: “Día tras día, se niega a los niños el derecho de ser niños. Los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana. El mundo trata a los niños ricos como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa. El mundo trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”. La verdad es que esta visión descarnada me sirve para darme cuenta de que hay personas en el mundo que siguen pre-ocupadas (así, con guion) con lo que pasa en el mundo o en mi barrio más próximo. Describe, uno tras otro, ejemplos de lo que pasa a los niños del mundo, que puede ser hoy lo que les ocurre a muchos niños y niñas aquí en Sevilla, en la barriada del Vacie o en las Tres Mil Viviendas, en el Polígono Sur, en Amate y en Los Pajaritos: “Entre los niños que viven prisioneros de la opulencia y los que viven prisioneros del desamparo, están los niños que tienen bastante más que nada, pero mucho menos que todo. Cada vez son menos libres los niños de clase media. Que te dejen ser o que no te dejen ser: ésa es la cuestión, supo decir Chumy Chúmez, humorista español. A estos niños les confisca la libertad, día tras día, la sociedad que sacraliza el orden mientras genera el desorden”.

El tercer epígrafe, dedicado al curso básico de injusticia, me ha conmovido en una de sus primeras líneas: “La dictadura de la sociedad de consumo ejerce un totalitarismo simétrico al de su hermana gemela, la dictadura de la organización desigual del mundo. La maquinaria de la igualación compulsiva actúa contra la más linda energía del género humano, que se reconoce en sus diferencias y desde ellas se vincula. Lo mejor que el mundo tiene está en los muchos mundos que el mundo contiene, las distintas músicas de la vida, sus dolores y colores: las mil y una maneras de vivir y decir, creer y crear, comer, trabajar, bailar, jugar, amar, sufrir y celebrar, que hemos ido descubriendo a lo largo de miles y miles de años”. Lo que más me ha sorprendido es la clamorosa diferencia que expone entre ser o tener, dialéctica que ya aprendí a identificar con Erich Fromm y que ahora rescato en las palabras de Galeano: Quien no tiene, no es: quien no tiene auto, quien no usa calzado de marca o perfumes importados, está simulando existir. Economía de importación, cultura de impostación: en el reino de la tilinguería [los tontos, bobos y simples], estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero del consumo, que surca las agitadas aguas del mercado. La mayoría de los navegantes está condenada al naufragio, pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de los que pueden viajar. Los préstamos, que permiten atiborrar con nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo [actitud de aparentar] de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales, a los ojos de todos, las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso y, exitosamente, proyecta sobre el sur. (Norte y sur, dicho sea de paso, son términos que en este libro designan el reparto de la torta mundial, y no siempre coinciden con la geografía)“. Una anécdota que cuenta Galeano en este epígrafe me parece de un simbolismo práctico como la vida misma: “Existe un solo lugar donde el norte y el sur del mundo se enfrentan en igualdad de condiciones: es una cancha de fútbol de Brasil, en la desembocadura del río Amazonas. La línea del ecuador corta por la mitad el estadio Zerâo, en Amapá, de modo que cada equipo juega un tiempo en el sur y otro en el norte”.

El mundo al revés que vivimos es que tenemos un problema económico muy grave en el país, que viene de antiguo, la irrupción brutal de la COVID-19, el paro galopante, el mal comportamiento de los políticos, del rey emérito y su cohorte, así como los problemas derivados de esta situación que son muchos; la sanidad pública cada vez más asfixiada en profesionales, la inversión y dotación económica insuficiente para casi todo lo que se mueve, problemas de pobreza severa y otros de variada índole social; la situación de los jóvenes cuya horquilla de fracaso social es cada vez más alarmante; también, la falta de conciencia ciudadana ante lo que está ocurriendo y, por último, la realidad alarmante de la eterna dialéctica entre educación pública y concertada, con gran menoscabo de la primera, cuando invertir en educación es la garantía de nuestro futuro.

Acabo por hoy, aunque reconozco que el Curso se está poniendo muy difícil de entender y asimilar, sobre todo porque estoy de acuerdo con la descripción del mundo al revés que hace Galeano, aunque no atisbo muchas salidas a esta situación. Ya lo comenté en este cuaderno digital el año pasado, porque él “nos invitó hace ya veintidós años a entrar en la escuela de ese mundo tan opresivo para personas que buscan otra forma de ser y estar en el mundo de todos y lo sintetizó en unas palabras, Si Alicia volviera,  que no olvido: “Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies” (1).

Hoy, me he vuelto a asomar a la ventana de Alicia y me he dado cuenta de que lo que veo y siento es el mundo en su aquí y ahora en el que me ha tocado vivir. Reconozco que entenderlo, es harina de otro costal, porque casi todo está patas arriba.

(1) Eduardo Galeano (1998). Si Alicia volviera, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés. Madrid: Siglo XXI Editores de España.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓNJosé Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo, no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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