Mi nuevo cuaderno digital

Ella [la escritura] sólo producirá el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; confiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu.

Platón, Fedro, 274c-277a

Sevilla, 9/VI/2021

Hoy estreno un nuevo cuaderno digital en el que tendré que seguir enfrentándome al fenómeno de la pantalla en blanco, como en miles de ocasiones, procurando que lo que escriba sea algo especial, siguiendo las recomendaciones de Ítalo Calvino tantas veces citadas en hojas digitales anteriores: “…es un instante crucial, como cuando se empieza a escribir una novela… Es el instante de la elección: se nos ofrece la oportunidad de decirlo todo, de todos los modos posibles; y tenemos que llegar a decir algo, de una manera especial” (Ítalo Calvino, El arte de empezar y el arte de acabar). Será una forma de agradecer con alma el regalo que he recibido, despejando la incógnita que el poeta Antonio Porchia planteó hace ya un tiempo: “Sé lo que te he dado; no sé lo que has recibido”. En mi caso, si lo sé, porque es un medio extraordinario para expresar mis conocimientos, sentimientos y emociones a través de la palabra, que aun me queda.

En cualquier caso, es un momento en el que no olvido a la persona que me enseñó a escribir, con su amable caligrafía, que aprendí paulatinamente en una ceremonia de introducción a la escritura que no olvido, con una secuencia cuidada en todos sus detalles. Palillero azul y plumín metálico eran mis medios queridos y amorosamente entregados por mi maestra de vida, doña Antonia, comenzando por la letra inglesa y siguiendo por la redondilla, cuadrada y gótica. Conservo un cuaderno forrado en papel azul y con una etiqueta blanca dentada, en la que escribí con unos siete años la palabra mágica, Diario, con una redondilla impecable, en la que he vuelto a repasar aquellas páginas inolvidables de caligrafía diversa, tutelada siempre por la visión amable de mi querida maestra de escritura y de vida. Aquellas palabras y frases de mi niñez rediviva, escritas con tinta negra muy aguada que preparaba el director de mi Colegio, don Enrique, en botellas de litro que volcaba en tinteros de porcelana blanca alojados en mi banca y que estaban siempre adornadas con grecas imposibles que hacía con esmero sobre aquel papel cuadriculado de los inolvidable cuadernos Rubio. Aquellas maravillosas clases me enseñaron algo importante: escribir lo que copiaba o sentía, transmitiéndolo con el pulso de mi mano, a mantener una forma de expresarme con trazados bellos, que es lo que significaba la caligrafía, palabra que sólo comprendí años más tarde, cuando la cuidaba en las ocasiones especiales que me enseñó a discernir doña Antonia.

También he recordado a Lino, que daba el nombre a la librería homónima en la calle Narváez, en Madrid, cuando escribía como niño. Lino te atendía de forma correcta, educada, sin descomponer su figura de librero/papelero al alternar dos negocios en uno: vendía libros y objetos de papelería, sobre todo, escolar. Tuvo visión de futuro cuando lo “puso”, como intuyendo lo que venía después. Siendo ese niño que llevo dentro, recuerdo hoy sus consejos recorriendo el pasillo estrecho detrás del mostrador, rodeado de estanterías de madera inundadas del olor profundo de las gomas Milán. Sobre todo, el olor inigualable a papel, que no tiene parangón. Salía siempre de allí como chiquillo con zapatos/libros/cuadernos nuevos. No he olvidado nunca a Lino, siempre impecable, con su bata de color beige imposible y con sus gafas redondas de sabio despistado.

Y, por último, la caligrafía, la escritura bella que me enseñó a usar en la vida diaria mi maestra, como significado excelente de la palabra en sí y expresión máxima de mi pensamiento adornado con palabras. Mi mano, cogida de la mano del tiempo, siempre prefirió los manuscritos desde aquellas preciosas aventuras con Doña Antonia. Es verdad que “El manuscrito tiene una característica evidente, comparado con la máquina de escribir o la pantalla: la individualidad. La letra de una persona es algo exclusivo, como sabe bien el amante que reconoce ya desde el sobre una carta de su amada…” (1). Es lo que probablemente intentó explicarnos García Márquez sobre el realismo mágico de sus palabras manuscritas, aunque él las escribiera con una máquina de escribir clásica que superaba con creces la letra creada por la bola de tungsteno de su bolígrafo BIC de turno. Pero éste probablemente estaba allí, muy pendiente de su mano creadora, aunque arrugada probablemente por el tiempo. Como la carta comunicando la pensión al coronel Buendía, que tanto esperó, mucho menos importante que lo que nos sucede en el día a día, cuando vamos como él del timbo al tambo de nuestras vidas. Hoy, estrenando como un chiquillo de ayer, un cuaderno digital nuevo, como si fueran los zapatos “gorila” de aquella época y la famosa pelota maciza de color verde que te regalaban con la compra de cada par y que tanta ilusión me hacía. Aprendí también en aquellos años a no confundir, como todo necio, valor y precio.

Considero imprescindible el respeto histórico de la caligrafía y su consideración actual como arte de reflejar mediante caracteres impresos lo que lleva el alma de cada persona que escribe, incluso utilizando los medios digitales, como es mi caso hoy, sin secuestrar la morfología y la sintaxis que ofrecen hoy día las palabras escritas con alma. Es lo que Steve Jobs contó un día en su célebre discurso de Stanford: “En aquella época la Universidad de Reed ofrecía la que quizá fuese la mejor formación en caligrafía del país. En todas partes del campus, todos los póster, todas las etiquetas de todos los cajones, estaban bellamente caligrafiadas a mano. Como ya no estaba matriculado y no tenía clases obligatorias, decidí atender al curso de caligrafía para aprender cómo se hacía. Aprendí cosas sobre el serif y tipografías sans serif, sobre los espacios variables entre letras, sobre qué hace realmente grande a una gran tipografía. […] Y diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer ordenador con tipografías bellas. Si nunca me hubiera dejado caer por aquél curso concreto en la universidad, el Mac jamás habría tenido múltiples tipografías, ni caracteres con espaciado proporcional. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ningún ordenador personal los tuviera ahora. Si nunca hubiera decidido dejarlo, no habría entrado en esa clase de caligrafía y los ordenadores personales no tendrían la maravillosa tipografía que poseen…”.

Creo que este nuevo cuaderno digital me permitirá seguir escribiendo con alma, a pesar de los presagios de Platón en Fedro (274c-277ª), porque lo que escriba intentaré que no produzca olvido alguno despreciando mi memoria, confiando en este auxilio de la escritura en el nuevo cuaderno digital y el cuidado exquisito de los recuerdos para que no se pierda el espíritu de lo que el escritor Lobo Antunes explicó en el acto de recepción del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, en la Feria Internacional del Libro, en la ciudad de Guadalajara (México), en noviembre de 2008. En ese acto transfirió una idea preciosa aportada por un enfermo esquizofrénico al que atendió tiempo atrás: “Doctor, el mundo ha sido hecho por detrás”, por si detrás de todo esto está el alma humana, alada, que fabrica el cerebro. Porque al igual que manifestó en ese acto: “ésta es la solución para escribir: se escribe hacia atrás, al buscar que las emociones y pulsiones encuentren palabras. “Todos los grandes escribían hacia atrás”. También, porque todos los días escribimos así en las páginas en blanco de nuestras vidas, entusiasmados con nuestras almas aladas que un día como hoy se atreven a escribir palabras esenciales en un nuevo cuaderno digital que busca apasionadamente, a diario, islas desconocidas. Fundamentalmente, porque otro mundo es posible.

(1) Millán, José Antonio (2015, 22 de octubre). El misterio de las palabrasEl País.com.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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