
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Antonio Machado, Retrato
Sevilla, 26/VII/2021
Hoy se cumple el 146º aniversario del nacimiento en Sevilla de Antonio Machado y pienso que hoy, más que nunca, debemos recordarlo también por algo que necesitamos hacer urgentemente en nuestro país, escuchar, un verbo del que debemos conjugar el presente de indicativo completo y perpetuo antes que volver a hablar de algo sin conocimiento y, muchas veces, con una gran falta de respeto hacia los demás. Vuelvo a publicar como pequeño homenaje en este cumpledías de Machado, según la expresión tan querida por Benedetti, un artículo que escribí en 2016 después de una visita pausada al Palacio de Dueñas, donde volví a sentir el alma del poeta, sus consejos, su autorretrato, su escucha, sus soledades y su silencio. Sigo pensando que la escucha atenta entre todos debería ser una propuesta de necesidad extrema en este país tan dual y cainita. Necesitamos aprender a escuchar porque no es habitual en la vida ordinaria, sobre todo cuando nos referimos a los otros. Escuchar es saber dialogar, como nos enseñó mi admirado poeta: Para dialogar, preguntad primero; después… escuchad.
Aquella tarde de abril, en Sevilla, lo leí otra vez en el cielo azul de Dueñas y puedo asegurar que no lo olvido, habiendo aprendido con el paso de los años que Machado adoraba el silencio, el suyo concretamente, porque sabía que sólo se debe dejar de callar cuando preguntando primero y escuchando después, se tiene algo que decir más valioso que el silencio. Probablemente, sea el momento mágico, como decía él, de distinguir de entre todas las voces sólo una, porque sabemos distinguir las voces de los ecos, porque no es lo mismo…, no es lo mismo.
España necesita recordar hoy a Machado
Esta tarde he estado muy cerca de Antonio Machado, en el Palacio de Dueñas. He paseado por el patio de los recuerdos de su infancia y de un huerto claro donde madura el limonero. Lo he sentido hoy muy cerca de mi persona de secreto. Fundamentalmente, porque echo de menos la asunción colectiva de un proverbio suyo sobre el diálogo, que me acompaña siempre. En ese patio lo he recuperado de mi memoria de hipocampo ante una carencia de diálogo, como problema de Estado que nos afecta a todos en momentos políticos transcendentales que estamos viviendo estos días.
La escucha atenta debería ser una propuesta de necesidad extrema en este país tan dual y cainita. Necesitamos aprender a escuchar porque no es habitual en la vida ordinaria, sobre todo a los otros. Escuchar es saber dialogar, como nos enseñó mi admirado poeta: Para dialogar, preguntad primero; después… escuchad. Esta tarde lo leí otra vez en el cielo azul de Dueñas.
Escuchar es una actitud, un proceso de educación transversal a lo largo de la vida que no se improvisa, necesariamente acompañada de la aptitud social de la escucha atenta y activa. La persona que escucha vive instalada en el respeto mutuo, dispuesta a aprender siempre porque solo sabe que no sabe nada. La vida es una caja de sorpresas y preguntas para quien escucha porque todos los días surge una posibilidad nueva de aprendizaje. Y para el diálogo es fundamental. Este país necesita declararlo como deber fundamental de carácter casi constitucional. Nos arrollamos en las vicisitudes diarias porque no dialogamos, no solemos buscar juntos la verdad de la vida, guardando cada uno la suya.
Y volvemos al arte de escuchar, elemento imprescindible para desarrollar esta habilidad nacida para consolidarse en una actitud que se ha desarrollado gracias a la inteligencia humana, que sabe distinguir oír de escuchar, que no es lo mismo. Es lo que les ocurre a los que alardean de decir a los cuatro vientos, cuando oímos algo que no nos interesa, que “por un oído me entra y por otro me sale”, como si la inteligencia humana estuviera ausente. Acabamos de negar la quintaesencia de la escucha, porque nos instalamos en el particular reino de la autosuficiencia o descalificación ajena, negando la capacidad intelectual de elaborar el proceso de escucha atenta que nos separa de estos procesos auditivos que también desarrolla el reino animal. Es un problema que estriba sencillamente en prestar siempre la necesaria atención a lo que los demás dicen, porque probablemente podríamos darnos cuenta de que lo que hasta hoy tenía patente de corso en nuestra vida ya no es así, dado que muchas veces los demás pueden pensar y decir algo mejor que nosotros. Esta actitud nos permitiría sobrevolar, a partir de ese momento, un cielo de preguntas.
Cuando salía del Palacio de Dueñas, de su patio tan querido, he recordado también una estrofa de Retrato, un poema precioso, que me ha permitido comprender mejor cómo la escucha atenta es un compromiso activo de ética pública y privada que tanto necesita este país, sobre todo su clase política en estos días de tanta ausencia de escucha y preguntas sin respuesta alguna: Desdeño las romanzas de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna. / A distinguir me paro las voces de los ecos, / y escucho solamente, entre las voces, una. Y me he perdido finalmente por las calles de su querida Sevilla, haciendo como siempre su camino al andar.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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