
Sevilla, 17/IX/2021
En el mundo al revés en el que vivimos a diario, donde procuramos desenvolvernos de forma torpe ante quienes mueven los hilos de la humanidad, viene a cuento recordar una obra dialéctica de Bertolt Brecht, La Ópera de los tres centavos, un gran musical para su época, con partituras excelentes de Kurt Weill, que se estrenó en Berlín el 31 de agosto de 1928 y cuyo argumento nos transporta al Londres de la Reina Victoria, donde Macheath (Mackie el Navaja), un personaje no inocente en su forma de comportarse en su vida ordinaria, se casa con Polly Peachum, hija del jefe de los mendigos, a los que tiene completamente controlados y subyugados. Peachum no ve con buenos ojos el matrimonio de su hija, por lo que se introduce en el mundo de las autoridades del lugar para que ese farsante sea condenado a muerte, con la cooperación finalmente de Polly. Cuando finalmente parece que va a conseguir su objetivo, que ahorquen al prometido de su hija como castigo ejemplar, aparece de pronto un emisario de la Reina para comunicar que se le perdona la vida, junto al ofrecimiento de diversos cargos y el reconocimiento social con un título de barón. Todo parece real como la vida misma, aunque la figura del narrador que utiliza Brecht a lo largo de la obra, simbolizada en la canción introductoria de la misma, La Balada de Mackie Messer, conocida posteriormente como Mackie el Navaja (una conocida canción que pone bastantes cosas en su sitio a lo largo de sus casi cien años de recorrido histórico desde su estreno en 1928 y que recordamos bien a través de diversos intérpretes), dice algo muy importante y con carga de profundidad en estos días: Si el diablo tiene cuernos / la serpiente cascabel / Mackie tiene una navaja / pero nadie la puede ver. Como le gustaba a Brecht, es el espectador el que debe romper la cuarta pared y sacar sus propias conclusiones de un libreto no inocente de principio a fin. Se debían llevar la ópera a casa, en su persona de secreto.
Aquella obra supuso un ataque frontal al capitalismo y a la doble moral que acusaba la sociedad en general, en la dialéctica omnipresente de corrupción y pobreza. Fue prohibida “terminantemente” por el nazismo. Como pasa casi siempre con muchas canciones populares, en mis años jóvenes acompañábamos a Miguel Ríos en su versión de la canción fetiche de la obra de Brecht pero sin tomar conciencia de su mensaje. Estaba de moda por la influencia anglosajona que perduró a lo largo del siglo pasado en el género musical y Mackie el Navaja hasta casi nos caía bien, incluso nos parecía un héroe. Pero cualquier parecido con la realidad que nos quiso transmitir Brecht con su mensaje nos parecía como en las películas una pura coincidencia, aunque Mackie era realmente la representación del poder sin límites, de la corrupción desenfrenada y maquiavélica, que alcanzaba todas las esferas del poder y que finalmente era llevado a los altares de la vida ejemplar para muchos, es decir, una auténtica representación del mundo al revés, generador de tanto sufrimiento humano.
Sería una buena decisión representar hoy esa obra para comprender cómo determinados personajes de la sociedad actual repiten aquellos esquemas operísticos y, hablando claro, entender de una vez por todas, cómo determinados representantes de la sociedad en muchos ámbitos, no sólo en el político, siguen controlando la sociedad bajo el eufemismo de ir vestidos de negro o pertenecer a partidos imposibles desde la perspectiva democrática, cuando sólo son detentadores de poderes omnímodos a la sombra, profesionales de las puertas giratorias, dueños de los recursos naturales que necesitamos todos para vivir, el agua por ejemplo, la luz, el gas, el sol, que procuran buscar a un representante de la pobreza para casarse con él o ella, embaucarlos y, a pesar de reunir todo el conjunto de males sin mezcla de bien alguno, salir airosos de cualquier contienda ética, recibiendo los honores del poder y muchas veces del pueblo manipulado.
Elegir el elenco de “actores” para una representación actualizada de la ópera de Brecht sería hoy día una tarea fácil. Bordarían el papel y como ocurrió antes de estreno de Berlín, el actor principal seguiría reclamando una introducción especial que Brecht solucionó con la incorporación de última hora de la balada famosa. Escucho otra vez a Miguel Ríos y creo que comprendo hoy, mejor que en mis años jóvenes, que Mackie el Navaja sigue con nosotros y que está muy cerca de la realidad social que nos asola por momentos, porque si el diablo tiene cuernos / la serpiente cascabel / Mackie tiene una navaja / pero nadie la puede ver. “La corrupción, sabemos, tiene un gran futuro y, el Señor sabe, ¡vaya si tiene pasado!”, dijo en cierta ocasión en una entrevista la esposa del compositor Kurt Weill, autor de la partitura. Al buen entendedor, con pocas palabras basta, aunque el libreto de esta ópera, cargado de palabras y de dialéctica transformadora, tiene una actualidad excepcional en estos tiempos tan modernos, revueltos y de pérdida escandalosa de valores éticos. No olvido que la película de 1931 sobre esta obra de Brecht se tituló en España La comedia de la vida. Por algo sería.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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