El Metaverso no será el nuevo Universo que quiere ser

Sevilla, 5/XI/2021

Hace unos días el fundador de Facebook descubrió la pólvora digital: el Metaverso. Todo será una realidad virtual y allí es donde hay que dirigir el dinero de unos pocos que controlan el mundo de otros muchos. Así lo enfocaba un artículo reciente en el diario El País: “El metaverso, la ‘nueva’ frontera de las grandes tecnológicas. Mark Zuckerberg pone bajo los focos el desarrollo de un universo virtual completo en el que se desarrollen los servicios y una economía multimillonaria”. La verdad es que con la que está cayendo, lo peor que nos puede ocurrir es que cada vez nos alejen más del principio de realidad en nuestras vidas, de nuestro Universo, del patio de nuestro universo como ciudadanos, que es muy particular, sabiendo que cuando llueve se moja como el de los demás.  Lo aprendí leyendo una pancarta en una manifestación de los trabajadores del sector automovilístico y de las máquinas de escribir electrónicas en Turín (Italia), en los años setenta del pasado siglo: «los hijos de los ricos siempre están cansados, los hijos de los pobres siempre están locos», para reivindicar otros espacios para la locura humana provocada por universos imposibles. O lo que es lo mismo ahora: los hijos de los que más tienen están cansados del Universo actual, necesitan el Metaverso; los hijos de los pobres y de los nadies de Galeano, no, porque no tendrán acceso a él, el mundo irreal de Zuckerberg y sus muchachos para ser felices y al que pondrán un alto precio. La razón de la razón digital se llama Metaverso virtual, porque sustituirá más pronto que tarde al Universo real. La razón del corazón…, sólo será «cosa de humanos».

Quizás porque pertenezco a una generación que siempre se ha debatido en términos pascalianos, es decir, que comprendimos muy jóvenes que todo en la vida se mueve en torno al cerebro y al corazón, es decir, que siempre hay una dialéctica entre la razón de la razón y la razón del corazón en los universos particulares que conviven con el Universo general, hay que comprender bien ahora que quiere decir Zuckerberg sobre su nuevo mundo, porque este planteamiento es de todo menos inocente. ¿A qué o a quién hay que obedecer? Si además hemos crecido en la cultura deontotónica del deber, el conflicto está servido, aunque aparentemente sea sólo digital, por supuesto (que no lo es).

Tantos años dedicados al examen de la persona de secreto que llevo dentro, tantos exámenes de conciencia que me han encogido el corazón (lo hacían más pequeño, por paradójico que parezca…) exigen ahora que le dé su sitio, una oportunidad en el Universo en el que me ha tocado vivir, con sus aciertos y sus errores. No necesito el Metaverso. Y no hay otra solución que crecer, crecer y crecer para demostrar al mundo que el primer motor inmóvil, es decir, un dios desconocido, aristotélico por más señas, necesita situarse en el corazón de las personas que continuamente están en el umbral de la encrucijada vital. ¿Para qué? Para seguir demostrando al mundo de uno mismo, de los demás y del universo (lo aprendí en alemán hace muchos años: eigenwelt, mitwelt, umwelt), que la razón del corazón hace a las personas más buenas en el sentido pleno de la palabra “bueno” en el Universo real, no ficticio como en el Metaverso, que a cada uno le ha tocado vivir. Más inteligentes también, porque son capaces de resolver sus problemas en el Universo real de cada día.

La Universidad de la Naturaleza, que de universos va la vida, da sus clases en la calle, en un entorno siempre cercano, que deberíamos rescatar antes de acudir al Metaverso enunciado, pensando un momento nada más en lo mal que está distribuida la riqueza del mundo y lo injusta que es esta situación que conocemos todos y sobre la que estamos avisados. Una de ellas, es lo que llamo la inteligencia emergente, que tenemos todos por definición en esencia y potencia, por mucho que al capital le duela. Indudablemente, porque todos los seres humanos, mujeres y hombres, niñas y niños, tenemos el recurso natural principal: la inteligencia emergente como estructura que siempre anda preocupada por organizarse espontáneamente, adaptándose permanentemente mediante retroalimentación positiva a determinadas situaciones propicias o adversas, pero con un fin común, vivir conforme a un plan que permite resolver problemas con un objetivo muy claro: ser felices. Y la ciudad es un patrón excelente para cooperar en esta búsqueda legítima de felicidad. O de infelicidad, por el urbanismo adverso, en la dialéctica vivienda/murienda (perdón por el neologismo). Corren tiempos, además, en los que los especuladores escondidos en fondos buitres de todo tipo, se suben de nuevo a los barcos de los que se tiraron cuando huían miserablemente en desbandada, cuando en los tiempos tan cercanos y actuales de crisis olieron la biomímica [biomímico no es cosechar los recursos de la naturaleza, sino sentarse a sus pies como estudiantes o la práctica de pedir prestados los diseños principales de la naturaleza para crear más productos y procesos sostenibles. porque ya no les salen las cuentas]. Y aquí y ahora, en el escolástico hic et nunc, podemos dar rienda suelta a las tesis de las aceras inteligentes y sociales en las ciudades, las que amaba la gran urbanista americana Jane Jacobs, porque cuando el dinero no corre, la inteligencia vuela. Emergente, por supuesto, porque se demuestra que lo que ocurre en las ciudades nunca nos es ajeno. Existen patrones escritos desde hace millones de años y las ciudades se reinventan permanentemente: “¿por qué ha triunfado el superorganismo de la ciudad sobre otras formas sociales? Como en el caso de otros insectos sociales, hay varios factores, pero uno crucial es que las ciudades, como las colonias de hormigas, poseen una inteligencia emergente: una habilidad para almacenar y recabar información, para reconocer y responder a patrones de conducta humanos. Contribuimos a esa inteligencia emergente, pero para nosotros es casi imposible percibir nuestra contribución porque vivimos en la escala incorrecta” (1). En definitiva, amar el Universo y transformarlo para vivir todos dignamente.

Otra experiencia es la que ha llevado a cabo el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, en su descubrimiento paulatino del escenario auténtico del Génesis, donde se desarrolló el Universo actual y que lucha todos los días por enseñar a conservarlo, que conocí cuando se iniciaba el proyecto en 2005, bajo el título de Génesis, que él mismo explica en profundidad para amar el Universo actual, algo mágico y más profundo que el metaverso: “¿Para qué [lo hago]? Para emular el ojo de Dios, pero ser fiel a Darwin, para dar testimonio de los orígenes de la vida intactos, para certificar que corre el agua, que la luz es ese manantial mágico que penetra como un pincel y muta las infinitas sugerencias en blanco y negro. Para experimentar pegado a la tierra y los caminos aquello que relatan los textos sagrados pero también seguir la estela de la evolución de las especies; para comprobar que los pingüinos se manifiestan; para comparar la huella con escamas de la iguana y el monumental caparazón de las tortugas en Galápagos; para explicar que los indígenas llevan en la piel tatuado el mapa de su comunión con la de los ríos y los bosques; y que los elefantes y los icebergs emulan fortalezas de hielo y piel; y que la geología diseña monumentos y que todavía quedan santuarios naturales a los que aferrarnos”.

Debemos amar el Universo actual porque la naturaleza nos invita todos los días a sentarnos a sus pies, como estudiantes en las aceras de nuestras ciudades, de la Universidad de la Vida, del Universo en el que vivimos, estamos y somos, tan real como la vida misma. Amar el mundo propio, el mundo que compartimos con los demás en la actividad familiar y laboral diaria y el Universo (umwelt) territorial y real en el que cada uno vive. Siempre nos valdrán los diseños prestados de la Naturaleza para que podamos disfrutar de nuevos productos sin tener que recurrir de forma teledirigida a los de la economía de mercado o virtual, no inocente, por supuesto. O al Metaverso de Zuckerberg, tampoco inocente por supuesto.

(1) Johnson, S. (2003). Sistemas emergentes. O qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software. Madrid: Turner-Fondo de Cultura Económica, pág. 90.

NOTA; la imagen se ha recuperado hoy de https://es.cointelegraph.com/news/the-metaverse-mark-zuckerberg-s-brave-new-world

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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