No todo es cuestión de dopamina

Portada de “Dopamina” / Daniel Z. Lieberman

Sevilla, 2/II/2022

Daniel Z. Lieberman, profesor y vicepresidente del departamento de psiquiatría y ciencias del comportamiento de la Universidad George Washington, plantea en su libro Dopamina, junto a Michael E. Long, cuestiones que nos pre-ocupan [así, con guion] a diario: “¿Por qué nos obsesionamos con las cosas que queremos y nos aburrimos cuando las conseguimos? ¿Por qué la adicción no es una cuestión moral? ¿Por qué el amor pasional se convierte tan rápidamente en desinterés? ¿Por qué casi todas las dietas fracasan? ¿Por qué vivimos pegados a las redes sociales? ¿Por qué algunas personas son liberales acérrimos y otras, conservadores extremos? ¿Cómo logramos mantener la esperanza, incluso en los tiempos más oscuros? La respuesta reside en una simple sustancia química de nuestro cerebro: la dopamina. La dopamina es la sustancia que permitió que nuestros ancestros pervivieran. Hoy en cambio, es la responsable de nuestro comportamiento, adicciones y del progreso humano. Es la molécula del deseo, la que controla nuestros impulsos y la que nos incita a buscar siempre nuevos estímulos. La dopamina es la causante de que un trabajador ambicioso lo sacrifique todo en pos del éxito, o que pongamos en riesgo nuestra relación más preciada por una noche de sexo con un desconocido. Por un lado nos sirve de motivación para superarnos a nosotros mismos. Por el otro, nos lleva a arriesgarlo todo y fracasar en el intento. Para la dopamina lo importante es conseguir algo, cualquier cosa, con tal de que sea nueva. Una vez tenemos claro el papel que juega en nuestra vida, podremos entender de una manera revolucionaria por qué nos comportamos como lo hacemos en el amor, los negocios, la política o la religión. Entender la dopamina nos ayudará a predecir nuestro comportamiento. Pero también el de los demás”. Si unimos a estos párrafos introductorios el subtítulo del libro, tenemos garantizado un interés nuevo por conocer la dopamina, un aparente motor de la vida, aunque aseguro que nunca actúa en solitario, como explico más adelante: “Cómo una molécula condiciona de quién nos enamoramos, con quién nos acostamos, a quién votamos y qué nos depara el futuro”. Francamente, creo que la dopamina necesita ser estudiada con una visión más holística y con menos titulares sensacionalistas, porque la verdad científica es que del cerebro sabemos todavía poco, aunque vivimos en un siglo en el que se lograrán avances espectaculares.  

Ante este panorama, vuelvo a repasar las estructuras del cerebro, a las que dediqué bastantes artículos en este blog cuando inicié este largo camino digital, para localizar bien esta molécula que está en el cerebro y para considerar de nuevo la importancia que tiene en un mundo que está presidido por lo inmediatez de todo, con un aserto que mueve la vida a diario: quiero lo que me interesa, lo quiero ya y lo conseguiré como sea. O no. De ahí el sufrimiento humano por tanta frustración diaria. Efectivamente, la dopamina juega un papel transcendental en el cerebro, pero nunca actúa sola sino siempre acompañada de otras moléculas que dan vida a determinadas estructuras cerebrales, que las “alojan”, tales como el hipocampo, el tálamo, el hipotálamo o la amígdala, entre otras. Un botón de muestra puede ayudarnos a conocer la importancia de la interrelación de la dopamina con otras sustancias hormonales. Lo escribí hace ya muchos años pero mantiene toda su vigencia en el mundo actual, cuando me refería al papel del “cableado” del cerebro, que se produce por la íntima conexión de las sustancias blanca, gris y negra allí alojadas, fundamentalmente porque este cableado es el que proporciona las conexiones de las estructuras cerebrales y donde actúan algunos neurotransmisores de la importancia de la glándula pituitaria (del latín “pituita”: secreción, fluido, moco, flema, formando parte de la medicina tradicional junto a los tres “humores” restantes: sangre, bilis amarilla y bilis negra), por ejemplo, del tamaño de un guisante, dejando muy claro cómo la dopamina corona siempre el placer de cualquier actividad humana: “El lóbulo posterior de la glándula pituitaria es el productor por excelencia de la oxitocina, llamada también la “hormona de las relaciones”, encontrándose tanto en el hombre como en la mujer. La realidad de las relaciones a largo plazo juega una baza muy importante para el equilibrio de la oxitocina (omnipresente en la mujer) junto a la vasopresina, característica del cerebro masculino. Cuando ambas se complementan, el equilibrio emocional y sentimental de las personas que conforman una pareja liberan en momentos justos estas dos hormonas, obligatoriamente obligadas a entenderse. Una caricia a tiempo libera oxitocina en la mujer y el bienestar en ella está garantizado. Igualmente, en el cerebro masculino se libera vasopresina, como buscadora insaciable de retroalimentación. A partir de aquí la cascada de emociones es un juego reservado al conocimiento de uno mismo y de su pareja, de sus amigos. Es lo que ocurre cuando imaginamos aquello que queremos o vemos en una foto a la persona que amamos: mujer, hijos, amigos íntimos. La oxitocina está detrás. La glándula pituitaria es la responsable de este equilibrio hormonal, en el que los aprendizajes y comportamientos adquiridos “neutralizan” en muchas ocasiones la forma de ser de cada una y cada uno. Cuando la oxitocina y la vasopresina se desarrollan con la normalidad programada en el cerebro individual, la dopamina juega su papel estelar de proporcionar placer, en un triángulo amoroso descifrable”.

En el ejemplo anterior hemos visto que estos neurotransmisores necesitan interactuar para alcanzar sus objetivos, pero se lleva a cabo siempre a través del cableado del cerebro, con millones de interacciones todavía indescifrables. Es verdad que nacemos con determinación sexual y con componentes que están asociados a una configuración corporal derivada de sustancias químicas que llegan a conformar una forma de ser en el mundo. Pero la necesidad de mantener en buen estado el cableado del cerebro es fruto de la conjunción indisoluble e interactiva de la sustancia gris y blanca en cada ser humano, con posibilidades ingentes de que la vida proporcione o no las posibilidades ocultas del carné genético. Y de ello sabemos todavía más bien poco. Ahí radica la belleza de la investigación: porque sabemos que está todo en la sede de la corteza cerebral, aunque todavía no lo hayamos descubierto. Y eso que todavía no hemos explicado la función de una tercera sustancia de funciones atractivas: la sustancia negra. Para algunos, “la que faltaba”, porque sabemos que como parte de la sustancia gris, con aspecto de media luna, contiene melanina que le proporciona el color oscuro, siendo responsable de neuronas donde juega un papel fundamental un neurotransmisor, la dopamina, cuyo déficit o hiperactividad nos hace enfermar siendo jóvenes o mayores, a través de la esquizofrenia o el Parkinson”.

La dopamina juega un papel transcendental en la vida humana, para el bien o para el mal, pero siempre en interrelación con sustancias humorales, hormonales y estructuras cerebrales, porque nunca actúa de forma independiente. Aporto en este sentido algo muy interesante que descubrí en la investigación que durante años realicé sobre las estructuras del cerebro, donde la dopamina, efectivamente, jugaba un papel esencial: “En los laboratorios de la vida se han estudiado a fondo estos comportamientos, especialmente en los ratones de la pradera que son grandes amantes, a los que gusta la pareja vitalicia: “Como los humanos, esos ratones están llenos de pasión física cuando se encuentran y pasan dos días concediéndose un sexo prácticamente ininterrumpido. Pero a diferencia de los humanos, los cambios químicos en los cerebros de dichos ratones pueden ser examinados directamente en el curso de ese regocijo. Dichos estudios muestran que el acoplamiento sexual libera grandes cantidades de oxitocina en el cerebro de la hembra y de vasopresina en el del macho. Esas dos neurohormonas, a su vez, aumentan los niveles de dopamina –el ingrediente del placer- la cual hace que los ratones queden locos de amor el uno por el otro. Gracias a este vigoroso pegamento neuroquímico, la pareja queda unida para toda la vida” (1).

En 2006 escribí un artículo sobre el fascinante mundo comparado del cerebro humano y del ratón y al conocer mejor a estos pequeños ratones de pradera, en cuyos cerebros se experimenta la base de la interrelación real del placer compartido, me vuelve a enamorar su legado genético que me permite hoy escribir de forma “placentera” sobre el respeto a nuestra forma de ser cerebral sexuada: ”Cuando era pequeño crecí cerca de Mickey Mouse, Minnie Mouse, Pluto y Goofy. Los dibujé mil veces. Me parecían muy humanos e inteligentes, porque vivían como yo, más o menos. Además, hablaban, lloraban y amaban. Pero nunca supe que no me separaba mucho de la forma de ser de Mickey en el mundo, porque la ciencia ha alcanzado resultados muy brillantes en esta etología cerebral: ya se sabe que el 99% de los 28.000 genes humanos tiene su homólogo en el genoma del ratón. Y poco a poco nos vamos adentrando en el conocimiento aplicado del cerebro humano. Los científicos se tienen que acercar también por caminos facilitadores de la biotecnología y de las neurociencias, como fue el caso del anuncio efectuado en ese año 2006 por el Instituto Allen de Ciencias del Cerebro, donde se confirmó que se había completado el estudio genético del cerebro del ratón, a través de un atlas tridimensional, de utilización gratuita en Internet, en el que se muestra qué genes se activan en las neuronas en cada área del cerebro. Como decía entonces, “somos, en definitiva, más libres, porque nos conocemos mejor, a través de la verdadera causa de la salud y la enfermedad, gracias a proyectos cuya base científica nace en un pequeño ratón de la factoría Allen, que siempre estará cerca, paradojas de la vida, de la humanidad y de la genética del que conocí hace muchos años, de nombre Mickey”. Entonces, en la factoría Disney, no inocente. Hoy, en la factoría de la vida, sola y compartida por la oxitocina y vasopresina. Con la compañía inseparable de la dopamina que recompensa siempre a esta pequeña central del bienestar personal y social, que tiene como misión posible invadir de “pituita” nuestras vidas.

En el prólogo de mi libro Origen y futuro de la ética cerebral (2014), decía que siempre hay razones de la razón, mucho más que del corazón, para reflexionar sobre el fundamento de las razones éticas que justifican las decisiones humanas, sobre todo en una época histórica en la que los llamados “valores” están en entredicho o simplemente arrinconados por la sociedad que nos ha tocado vivir. También, porque todas las religiones, sin excepción alguna, están pasando una factura a la historia en plena crisis de sus fundamentalismos, que intentaban e intentan justificar la razón última de todas las cosas, de todos los actos humanos. Y cuando se habla de valores hay que acudir irremediablemente a la razón de esos actos humanos, la que los justifica, en una búsqueda que tenga sentido. No hacemos nada porque nos da la gana o porque hemos nacido así, sino porque siempre hay una causa, consciente o inconsciente, que nos lleva a actuar de una determinada forma o de otra, desde la perspectiva ética de cada uno. No quise escribir un tratado de ética, pero sí ensayar una reflexión compartida de la razón y del corazón, que siempre coexisten, para abordar una tesis que me acompaña en mi persona de secreto desde hace ya muchos años. Se trata, nada más y nada menos, de intentar descubrir que los actos humanos nacen siempre de la solería que hemos ido instalando a lo largo de la vida en nuestro cerebro, es decir, el suelo firme que hemos construido en la vida diaria, que justifica todos los actos humanos, en frase muy feliz del Profesor López-Aranguren, que aprendí hace también muchos años, pero que nunca logré comprender bien hasta que descubrí qué es el cerebro y qué papel juega en nuestras vidas y en su proyección ética.

La razón de por qué publiqué ese libro, sigue vigente hoy: entregar a la Noosfera, a la malla pensante de la humanidad, es decir, a aquellas personas que lo quieran leer con pre-ocupación [sic] e interés social, unas reflexiones que demuestran que el cerebro es la base donde residen todos los actos humanos, el lugar donde se forja la historia de cada uno, su intrahistoria, en una estructura cerebral que se llama hipocampo o de un neurotransmisor de nombre dopamina, por ejemplo, y entre muchas otras como podrán comprobar, que trabajan incansablemente con independencia de lo que queramos hacer y entender cada día. Creo que consultarlo es útil. Cada capítulo engloba una serie de reflexiones, con formato de artículo y con base científica en su mayor parte, para que no se convierta en un libro de autoayuda al uso, sino de conocimiento de lo más preciado que tenemos como seres humanos: la inteligencia que se desarrolla a lo largo de la vida en nuestro cerebro, que es único e irrepetible y que nos juega siempre buenas y malas pasadas, a través de unas estructuras cerebrales que condicionan la amplitud de nuestro suelo firme en la vida, lo que llamaba anteriormente «solería” de nuestra vida, o lamas de parqué en términos más modernos, puestas una a una a lo largo de nuestra existencia, dependiendo de cada experiencia construida en el cerebro individual y conectivo, que es la razón que nos lleva a ser más o menos felices. Además, con proyección específica en el mundo real en el que vivimos, en la inteligencia digital. Al fin y al cabo, es lo que pretende el cerebro siempre: devolver en su trabajo incansable, porque nunca deja de funcionar, ni de noche ni de día, es más, durante la noche sobre todo, la razón lógica del funcionamiento de las neuronas, un trabajo maravilloso que intenté desarrollar y explicar en el libro citado. El resultado pretendido con ese libro y con el artículo de hoy es ayudar a conocernos mejor, con base científica, que nos permita justificar nuestro origen y futuro humano, el comportamiento de género, la influencia diaria y constante del cerebro en la inteligencia y en el compromiso para que el mundo propio y el de los demás merezca la pena vivirlo, compartirlo y habitarlo.

Hoy en día, sólo sé que no sé casi nada de cómo funciona el cerebro. Ni tampoco por qué enferma en determinadas ocasiones, cuestión que lleva a sufrir mucho al género humano. Esa es la razón de por qué me entusiasma conocerlo cada día mejor, porque lo que sí sé es que en él están alojados todos los actos humanos, pasados, presentes y futuros. También, que todo lo que nos pasa no es cuestión de dopamina.

(1) Brizendine, L. (2007). El cerebro femenino, Barcelona: RBA, p. 93s.

CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.

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