
Me gustan los que sueñan sin careta
Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas
Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo
Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
Mario Benedetti, Máscaras, en La vida, ese paréntesis (1997)
Damos hoy un paso más para normalizar la vida ordinaria, que no sé lo que significa, y ahora queda bajo la estricta responsabilidad personal utilizar o no la mascarilla, ese elemento protector que nos ha acompañado hasta ahora en la vida diaria durante la pandemia. En tal sentido, rescato el contenido del artículo que publiqué en la primera medida liberadora de esta protección, publicado en junio de 2021, Quitarse o no la mascarilla, ahora, esa es la cuestión, salvando lo que hay que salvar, porque reproduce de nuevo el momento en el que rescatamos libertad para tomar una medida de “relajación” en función, como dice el texto normativo actual y que entra en vigor hoy, de la valoración que cada uno haga “a nivel individual de acuerdo con la pertenencia a grupos de mayor vulnerabilidad, la vacunación y la actividad y comportamiento social que pueda incrementar los riesgos de transmisión”.
En la exposición de motivos del Real Decreto 115/2022, de 8 de febrero, por el que se modifica la obligatoriedad del uso de mascarillas durante la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, publicado ayer en el Boletín Oficial del Estado (BOE núm. 34, de 9 de febrero), se dice textualmente que “El uso de la mascarilla ha sido una medida clave de control del COVID-19. Sin embargo, la evidencia disponible sobre la transmisión del virus en los diferentes ámbitos indica que su uso tiene un impacto mayor en espacios interiores en los que se reúnen personas que no conviven habitualmente y en grandes aglomeraciones en los que no pueden mantener distancias de seguridad y se establecen interacciones con múltiples personas. El contexto descrito permite adaptar la obligatoriedad del uso de las mascarillas. La relajación de las medidas que se incluye en este real decreto, propuesta para la población general, se debe valorar a nivel individual de acuerdo con la pertenencia a grupos de mayor vulnerabilidad, la vacunación y la actividad y comportamiento social que pueda incrementar los riesgos de transmisión”.
En el gran teatro del mundo hemos pasado, a lo largo de la historia de la humanidad, de la utilización de máscaras exclusivamente en el teatro o en carnavales y fiestas asociadas, a los mil ochocientos millones de mascarillas al año, solo en España, con motivo del coronavirus. Ha ocurrido en este paréntesis de la vida que se llama todavía «pandemia», donde las mascarillas han desempeñado un papel muy importante y lo seguirán haciendo durante un tiempo. La palabra “máscara” viene de dos raíces distintas, del árabe masẖarah “objeto de risa” y del italiano maschera, con un significado original digno de comprenderse en su contexto histórico y social: “Figura que representa un rostro humano, de animal o puramente imaginario, con la que una persona puede cubrirse la cara para no ser reconocida, tomar el aspecto de otra o practicar ciertas actividades escénicas o rituales”. Mascarilla, se define en la segunda acepción del diccionario de la lengua española como “Máscara que cubre la boca y la nariz para proteger al que respira, o a quien está en su proximidad, de posibles agentes patógenos o tóxicos”, que es la realidad que seguimos viviendo a diario, aunque la primera acepción es la que parece que comprenden mejor los jóvenes y muchas personas desaprensivas, como se ha demostrado a lo largo de la pandemia por la inadecuada o nula colocación de la misma: “máscara que solo cubre el rostro desde la frente hasta el labio superior” o, según mi valoración actual, lo que ha querido cada uno dejada la decisión al libre albedrío de su orden y concierto.
El texto que sigue a continuación sigue el hilo conductor que he mantenido a lo largo de la pandemia, a través de mi ventana discreta, desde la que la he observado con respeto reverencial a las mascarillas, como defensa numantina ante el coronavirus, la gran amenaza mundial, aunque tengo que confesar que nunca me han gustado las máscaras, tampoco las mascarillas, quizá porque tengo el sentimiento profundo de Mario Benedetti cuando escribió un poema que nunca olvido, Máscaras, que ahora intercalo en las palabras que siguen, porque Me gustan los que sueñan sin careta / Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas / Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo / Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
No me gustan las máscaras exóticas
Ni siquiera me gustan las más caras
Ni las máscaras sueltas ni las desprevenidas
Ni las amordazadas ni las escandalosas.
Como símbolo del afianzamiento de la salida del túnel de la pandemia, se declaran en el Real-Decreto publicado ayer en el Boletín Oficial del Estado (BOE), medidas que “requieren su adopción con celeridad, trasladando un mensaje claro e inmediato a la ciudadanía, que ha cumplido de manera ejemplar y responsable las diversas medidas que se han ido adoptando por las autoridades sanitarias desde el inicio de la pandemia”, siendo justo, por ello, que “las normas que rigen en sus actividades y relaciones cotidianas sean proporcionadas y acordes con su finalidad y la evolución de los indicadores epidemiológicos”. Por ello, desde hoy entra en vigor la citada disposición sobre el nuevo uso de las mascarillas, suavizando las medidas que hasta ahora estaban vigentes en beneficio de todos, entendiendo el Gobierno que “se ajusta a los principios de necesidad y eficacia puesto que la propuesta se encuentra justificada en el interés general y persigue un fin claro, la adecuación del uso de las mascarillas a la evolución favorable de la situación epidemiológica actual. Además, es conforme al principio de proporcionalidad, puesto que persigue la reducción del ámbito de la obligación legal de uso de la mascarilla, siendo el único instrumento previsto para ello por la normativa. También se ajusta al principio de seguridad jurídica al perfilar y adecuar a la realidad de la pandemia los supuestos de uso obligatorio de la mascarilla. En cuanto al principio de transparencia, esta norma define con claridad sus objetivos y las razones que justifican su regulación, en función de los indicadores señalados en los párrafos anteriores. Por último, en cuanto al principio de eficiencia, se señala que esta norma no afecta a las cargas administrativas de la ciudadanía”.
No me gustan ni nunca me gustaron
Ni las del carnaval ni la de los tribunos.
Ni las de la verbena ni las del santoral.
Ni las de la apariencia ni las de la retórica.
La realidad es que el diccionario nos ofrece una locución derivada de las palabras máscara y mascarilla, quitarse la máscara o la mascarilla, centrándome sobre todo en la segunda, de actualidad y preocupación social plenas al referirse a “dejar el disimulo y decir lo que siente, o mostrarse tal como es”, es decir, la proliferación de personas que desoyendo lo que las autoridades sanitarias indican y obligan por ley, “dejan el disimulo de cómo actúan diariamente en sus vidas”, como metáfora real como la vida misma, importándoles nada de casi todo lo que les rodea, diciéndonos al quitarse la mascarilla, no llevarla o colgándola en el cuello o en el codo, lo que verdaderamente sienten y mostrándose como son. La mercadotecnia hace el resto, porque la convierte en un accesorio a consumir más allá de su fin saludable, donde el dilema ética-estética está servido de forma manifiesta.
Me gusta la indefensa gente que da la cara
Y le ofrece al contiguo su mueca más sincera
Y llora con su pobre cansancio imaginario
Y mira con sus ojos de coraje o de miedo.
Más de dos mil años de su larga historia no han servido a miles de personas para comprender el sentido actual de protección de algo tan maravilloso como es la vida. El gran teatro del mundo es cambiante y ahora nos toca ser protagonistas, de nuevo, de la vida personal e intransferible, de nuevo, a millones de personas cada día, al estar permitido desde hoy dejar de cubrirnos el rostro, excepto los ojos, en cada representación vital diaria al aire libre, aunque simbólicamente nos cueste reconocernos muchas veces, comenzando a disfrutar de un ritual saludable para nuestras vidas, siguiendo al pie de la letra la definición de máscara. Además, hay que tomar conciencia de lo que ha significado el problema asociado al uso intensivo de las mismas, porque es dual: económico, por su impacto social para los que menos tienen y también, medioambiental, según los datos que se ofrecen en la actualidad a escala mundial, se están utilizando cada mes un total de 129.000 millones de mascarillas desechables, de las cuales 150 millones al mes o, lo que es igual y muy significativo, 5 millones al día, corresponden a España, con un impacto ambiental de proporciones ciclópeas, porque una vez convertidas en residuos, bastantes millones han acabado ya en el mar, siendo una fuente de contaminación muy preocupante porque pueden tardar entre 300 y 400 años en degradarse.
Me gustan los que sueñan sin careta
Y no tienen pudor de sus tiernas arrugas
Y si en la noche miran / miran con todo el cuerpo
Y cuando besan / besan con sus labios de siempre.
Sería importante que los jóvenes y los adultos que siguen siendo negacionistas o bastante descreídos sobre el uso de las mascarillas, trascendieran la raíz árabe de su etimología, “objeto de risa” y se lo siguieran tomando muy en serio en beneficio de todos, atendiendo a lo dispuesto en el nuevo real-decreto que ha entrado hoy en vigor, que nos permite, según se decía en el Diccionario de Autoridades de 1734, “quitarnos la mascarilla”. Deberían dejarse de “deponer su empacho y vergüenza, y decir con resolución su sentimiento claramente y su rebozo”. Se lo agradeceríamos millones de personas que compartimos con ellos la posibilidad que nos ofrece hoy día el simple gesto de seguir poniéndonos o quitándonos la mascarilla según marca la disposición vigente y por la dignidad intrínseca que encierra de poder ser protagonistas enmascarados, pero dignos, en el gran teatro del mundo en el que cada persona vive en su aquí y ahora, sin hacerse daño a sí mismos y, sobre todo, a los demás.
Las máscaras no sirven como segundo rostro
No sudan/no se azoran/jamás se ruborizan
Sus mejillas no ostentan lágrimas de entusiasmo
Y el mentón no les tiembla de soberbia o de olvido
Quitarse o no, ahora, las mascarillas, esa es la cuestión. Ha llegado el momento, metafóricamente hablando, de quitárselas cuando y donde esté permitido, “dejando el disimulo y diciendo a los demás qué es lo que sentimos interiormente, mostrándonos tal y como somos”, siendo imprescindible demostrarlo siempre a los que hacen camino al andar junto a nosotros, que va mucho más allá de respetar sólo el metro y medio de dignidad saludable. Al igual que Benedetti, puedo gritar hoy a los cuatro vientos que no me gustan las máscaras, sobre todo las que no nos permiten ver el rostro de la dignidad humana. He dicho.
¿Quién puede enamorarse de una faz delegada?
No hay piel falsa que supla la piel de la lascivia
Las máscaras alegres no curan la tristeza
No me gustan las máscaras, he dicho.
NOTA: la imagen se recuperó el 26 de junio de 2021 de https://elsolweb.tv/ya-son-6-los-fallecidos-en-italia-por-el-coronavirus-y-el-numero-de-afectados-asciende-a-219/
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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