
Me preocupa la corrupción mental, que un ignorante con poder determine nuestra vida
Sevilla, 18/II/2022
Una epidemia muy grave está extendiéndose en este país desde hace bastantes años. La corrupción política a todos los niveles lleva a los ciudadanos a un hartazgo de consecuencias nefastas para la democracia, siendo el caldo de cultivo de los neorrancios, que desde la izquierda y la derecha se dan la mano de forma preocupante para salvar España, asomándose siempre desde la cómodas trinchera de tiempos pasados y dando gritos y expresando ideas que dan miedo.
Lo sucedido ayer con la voladura controlada del Partido Popular a través de dos magnos representantes, es de manual de antipolítica, el culmen de los despropósitos sobre cómo debe funcionar un partido y cómo debe presentarse en sociedad a diario. La corrupción política ha alcanzado ya límites insoportables. En plena encrucijada de la salida tortuosa de la pandemia, la sociedad española se encuentra de nuevo con representantes políticos impresentables, no todos, que tienen confiada la representación popular en el Congreso de los Diputados. Senado, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y en todo tipo de instituciones públicas, donde se debería desarrollar la política digna.
Ante esta situación, creo que es una emergencia nacional comenzar una vacunación masiva de ética personal, con un nombre comercial como metáfora, que nos suena bastante: Eticáizer, un producto que no está en el mercado, que lleva siglos produciéndose en la evolución humana y que se inocula siempre con intervención de persona a persona, en familias, en instituciones educativas sobre todo con un objetivo claro: cuidar la inteligencia de ataques de la corrupción mental que se extiende como el aceite.
Esta vacuna para la inteligencia humana, que es la principal afectada en esta situación de corrupción política, tiene una formulación simple pero tremendamente eficaz: el conjunto de valores que permiten a la inteligencia resolver el problema diario de vivir con la dignidad humana por bandera y con una misión: compartirla con los demás, sin daño colateral alguno. Aprendí hace ya muchos años que la ética debe ser siempre una nueva forma de vida, tal y como la definió excelentemente el profesor López-Aranguren en su famoso tratado de Ética publicado en 1958, la raíz de la que brotan todos los actos humanos, el suelo firme de nuestra existencia, la “solería” de valores y de dignidad que vamos poniendo sin descanso alguno, día a día, en nuestras vidas.
En este contexto, suelo visitar mi clínica del alma, es decir, mi biblioteca, para intentar reabsorber lo ocurrido con lecturas clarificadoras como las de Emilio Lledó, a través de un libro que leo con frecuencia, Sobre la educación, en el que figura un artículo precioso, Juan de Mairena, una educación para democracia, en el que hace una advertencia sobrecogedora sobre la corrupción de la mente: “Sorprende que con el enorme y tal vez desmesurado retumbar de las noticias sobre corrupción, no se haya entrevisto la peor de las corrupciones, mucho más grave aún que la de la supuesta apropiación de bienes ajenos o la utilización de la venta de los bienes públicos para engordar los privados. Me refiero a la corrupción de la mente, a la continua putrefacción de la conciencia debida, entre otras monstruosidades de degeneración mental, a la manipulación informativa. Estas corrupciones no son instantáneos desenfoques de la visión. Al cabo del tiempo esos manejos en nuestras inermes neuronas acaban por distorsionarlas, desorientarlas y dislocarlas. Difícilmente podrán hacer ya una sinapsis, una conexión pertinente y correcta” (1).
En los momentos que vivimos de tanta corrupción mental, es necesario recordar que la palabra es un medio político inalienable para construir nuestras casas, nuestras ciudades, nuestras amistades, nuestras familias, nuestro trabajo, nuestra ideología, al fin y al cabo nuestro suelo firme de la vida, la ética personal y colectiva, tal y como nos lo recuerda siempre Aristóteles: “Pues la voz es signo del dolor y del placer, y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como lo justo y lo injusto. Y eso es lo propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores, y la participación comunitaria de estas cosas constituye la casa y la ciudad” (2).
Eticáizer es una vacuna que sólo tiene el coste de intentar no perder nunca la dignidad, la ética de la dignidad, para no tener que recurrir a ella in extremis, con independencia del estatus y del rol que cada uno tenga y desempeñe en la vida. No se «compra» en el Gran Mercado del Mundo, sino en la Gran Escuela del Mundo al Derecho, que no al Revés, pero sin precio de mercancía, su gran valor, porque es un derecho y un deber al mismo tiempo. Sólo un valor, sólo eso, el de tomar conciencia de que a la ética humana hay que cuidarla cada segundo de la vida, porque fácilmente contrae el virus de la corrupción mental y ética a todos los niveles imaginables. Incluso la del alma de secreto que todos llevamos dentro, de difícil cura cuando entra en nuestras vidas casi sin darnos cuenta.
(1) Lledó, Emilio (2018). Sobre la educación. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial, p. 127.
(2) Aristóteles (2000). Política. Madrid: Biblioteca Básica Gredos, 1253 a.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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