Sevilla, 20/II/2022
Hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas, Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana. Al fin del milenio, el mundo al revés está a la vista: es el mundo tal cual es, con la izquierda a la derecha, el ombligo en la espalda y la cabeza en los pies.
Eduardo Galeano, Si Alicia volviera, en Patas arriba. La escuela del mundo al revés.
Cuando votamos a un determinado partido político creo que firmamos virtualmente un contrato social con los representantes del partido al que votamos. Esperamos que cumplan el programa prometido, que ya es mucho decir, fundamentalmente porque ignoramos su contenido casi siempre. A pesar de ello hay una ardiente impaciencia en que se cumpla letra a letra lo que creemos que es mejor para la sociedad, no sé si para muchos el llamado interés general o el interés particular, que de todo hay en la viña del Señor.
Visto lo visto estos días pasados con el escándalo superlativo en la cúpula del Partido Popular, he visto bastante similitud en su fondo y forma con el famoso contrato entre Otis B. Driftwood (Groucho) y Tomasso (Chico), en sus respectivos papeles en “Una noche en la ópera”, en una crítica mordaz sobre la burocracia y el formalismo aparente en la contratación administrativa que personalmente lo llevo hoy al contrato social, que también existe, entre los representantes de un partido que alcanza el poder y sus votantes. El programa político que los llevó teóricamente al poder se convierte en algo muy parecido a lo expresado por Groucho Marx en la película citada: “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte y la parte contratante de la primera parte será considerada en este contrato…” Oiga ¿por qué hemos de pelearnos por una tontería como esta? La cortamos”. Ante el escándalo al que hemos asistido como ciudadanos de este país en los acontecimientos de la Comunidad de Madrid y la reacción de la cúpula del partido popular, hemos visto que el método de los Hermanos Marx ha resultado infalible: poco a poco se van cortando todas las cláusulas del contrato social “firmado” en las elecciones para quedarse al final con una, la llamada por ellos “cláusula sanitaria”, después de haber leído más de ocho cláusulas que, finalmente, desaparecen todas con un hilo conductor que ellos mismos aceptan cuando Chico Marx dice: “Ahora en esta parte que sigue hay algo que no le gustará, a lo que responde Groucho: Bien, su palabra es suficiente para mí”, rompiendo una vez más esa parte del contrato y diciendo con voz engolada: «Dígame, ¿la mía es suficiente para usted?», a lo que Chico Marx responde: «¡Desde luego que no!» Sobran palabras para explicar este escuálido contrato, no digamos cuando ocurre en el contrato social de la representación política y sus votantes. La palabra no sirve para nada, porque no les queda cuando casi todo es corrupción y casi nadie se fía de nadie, aunque se parte de un aserto falso: todos los políticos son iguales, cuando la verdad objetiva es que no es así. Dicho sea de paso, en defensa de muchos políticos honrados.
Pero “la cosa” no acaba ahí. Cuando ya no queda casi nada del contrato, Groucho y Chico, en sus respectivos papeles, abordan la cláusula final que es lo único que les queda del escuálido documento original:
Chico: “Espere, espere. ¿Qué es lo que dice aquí en esta línea.
Groucho: Oh, eso no es nada. Una cláusula común a todos los contratos. Solo dice.… dice… ”si se demostrase que cualquiera de las partes firmantes de este contrato no se haya en el uso de sus facultades mentales, quedará automáticamente anulado en todas sus cláusulas”.
Chico: Pero yo no sé si…
Groucho: No se preocupe, hay que tomarlo en cuenta en todo contrato. Es lo que llaman una cláusula sanitaria.
Chico: Ja, ja, ja… no me diga que ahora tenemos que vacunarnos.
Groucho: (dándole la flor del ojal de su chaqueta) Tenga, se la ha ganado por idiota.
Chico: Gracias”.
La cláusula sanitaria es el final de esta hilarante o esperpéntica escena, como también lo es cuando el contrato social con nuestros representantes políticos se rompe. La contaminación política de la corrupción es de tal calibre que se corrompe casi todo, por encima de todo la inteligencia, motivo por el que es necesario estar vacunado con la ética personal y colectiva, ante la epidemia de corrupción que nos embarga. No me extraña que a modo de respuesta de Chico contra la mentira y la indignidad de la falsa política: “¡no me diga que ahora tenemos que vacunarnos”, Groucho reaccionara en 1935 ante la otra parte contratante igual que aquél famoso asesor de Clinton cuando en su campaña presidencial de 1992 dijo una frase que ha pasado a la posteridad: ¡Es la economía, idiota! O lo que es hoy lo mismo, ¡es la corrupción, idiota, que no te enteras!
Hoy, ha pasado lo mismo: la cláusula sanitaria del contrato social de cada ciudadano con la política que impera nos recuerda la conveniencia de estar vacunados contra la epidemia de intromisión en nuestra inteligencia social, que también existe. Comprendo mejor que nunca aquella frase de Emilio Lledó que me marcó para siempre: Me preocupa la corrupción mental, que un ignorante con poder determine nuestra vida, ante la que hay que vacunarse urgentemente. Sencillamente, porque no somos idiotas, ni nos conformamos con que nos entreguen una flor en plena discordia. Creo que ha llegado el momento de entrar con un buldócer ético en la sociedad y remover los grandes planteamientos sociales en los que estamos instalados. Es necesario por tanto comenzar a hablar de legalizar nuevos contratos sociales donde la responsabilidad política del Gobierno correspondiente y de la ciudadanía tengan un papel protagonista en los cambios copernicanos y prioritarios que se tienen que abordar con urgencia ética y social. Todo lo demás es seguir normalizando lo indeseable e imposible que no beneficia a nadie. Ya lo dijo el torero El Guerra: lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.
Todo lo expuesto anteriormente es válido cuando estamos convencidos de que lo más importante en la sociedad es perseguir el interés general frente al individual y que la corrupción política es el enemigo público número uno a combatir, porque cuando entra en la sociedad no deja títere con cabeza, todo se corrompe y nos lleva a un conformismo terrible. La tentación es huir hacia adelante, pero hacia ninguna parte, porque queramos o no necesitamos defender la democracia como la mejor forma de compartir la vida. Ante la decepción por lo ocurrido en el Partido Popular y en su cúpula, es posible que caigamos en la tentación de acudir a Góngora para que nos explique hoy esta situación a través de su famosa letrilla rediviva, «Ándeme yo caliente, ríase la gente»: Cuando cubra las montañas / De blanca nieve el enero, / Tenga yo lleno el brasero / De bellotas y castañas, / Y quien las dulces patrañas / Del Rey que rabió me cuente, / Y ríase la gente. […] Busque muy en hora buena / El mercader nuevos soles; / Yo conchas y caracoles / Entre la menuda arena, / Escuchando a Filomena (1) / Sobre el chopo de la fuente, / Y ríase la gente. Porque lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, que diría El Guerra, por mucho que ante la falta de ética personal y colectiva queramos normalizar lo indeseable en términos individuales y sociales para convertirlo todo en un mundo al revés sin contrato social alguno.
(1) “Filomena” era la denominación de “la hembra del ruiseñor” en tiempos de Góngora (ver el Diccionario de Francisco Sobrino (1705), en el Diccionario nuevo de las lenguas española y francesa. Bruselas: Francisco Foppens, p. 182,3.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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