Sevilla, 26/VI/2022
En la noche del viernes pasado sucedió algo que me conmovió. La persona con la que había vivido momentos personales y profesionales muy importantes en mi vida, María Teresa, me preguntó cómo me llamaba, con una mirada fija, intentando recuperar una identificación que ya no era posible. Estábamos celebrando su 90 cumpleaños, cumpledías o cumplevidas, tal y como se lo susurré al oído durante el encuentro, recordándole muchos momentos vividos en común. Su cerebro había perdido mi referencia y ya no recuperó mi identidad, aunque sé que allí estaba, alojada en algún lugar de su hipocampo particular, su memoria de secreto.
En este tipo de celebraciones puede pasar de todo, porque volvíamos a encontrarnos unas cuarenta personas que hacía casi cuarenta o cincuenta años, en algún caso, que no nos veíamos. Pueden inspirar la mejor película jamás soñada, con un guion inolvidable. Cada uno con su cadaunada personal, familiar, laboral y de patologías varias. Batallas, muchas batallas, se intentaron narrar en cada encuentro que se suele lo producir como cuando montábamos, de pequeños, en los coches de choque, porque cambiábamos de contertulio chocando entre nosotros casi sin darnos cuenta, con abrazos por detrás y llamadas de atención por delante con la pregunta de rigor: ¿te acuerdas de mí?, aunque en estos casos era sólo para centrar bien el encuentro, porque los años no pasan en balde y los recuerdos, que no sueños, recuerdos son. La mayoría eran antiguos alumnos y alumnas de mi etapa docente, a los que la vida les había cambiado poco o mucho su natural, dependiendo de su genética y experiencia vital. La verdad es que no hacían falta palabras, porque los sentimientos y las emociones estaban a flor de piel. Tenía razón Rafael Alberti cuando escribió aquel poema precioso sobre estas dos realidades tan humanas en la Canción 8, recogida en Baladas y canciones del Paraná: Sentimiento, pensamiento. / Que se escuche el corazón / Más fuertemente que el viento. / Libre y solo el corazón, / Más que el viento. // El verso sin él no es nada. / Sólo verso. Este encuentro, si no hubiera tenido corazón hubiera sido sólo eso, un encuentro.
Los anfitriones que tenían la responsabilidad de acoger a la protagonista de la fiesta y a todos los participantes, lo hicieron en su casa, con un nombre especial, Casa de los Ángeles, porque ese es el nombre de los dos. Ángel y Ángela se multiplicaron, junto a otras personas comprometidas con este acto, para hacernos el encuentro amable, lleno de contenidos de amor y cercanía, con poemas, montajes fotográficos, versos, canciones, flores, regalos y fiesta final en torno al fuego, como símbolo de que lo necesitamos en su justa medida para mantener viva la llama de vivir apasionadamente. Todo ordenado y organizado para que no faltara nada, con la garantía de que a todos nos unía la razón de ser del encuentro: compartir con una persona querida el recorrido que cada uno había hecho junto a ella en los últimos cincuenta años, por diversos caminos, pero con un final que allí se palpaba al demostrarle que seguíamos cerca a pesar de las distancias que a cada uno, a cada una, impone la vida en muchas ocasiones.
En torno al fuego, entre otras intervenciones, dediqué personalmente unas palabras a María Teresa, escritas desde el corazón, como lo recomendaba hacer Rafael Alberti, diciéndole alto y claro que si tuviera que elegir en ese momento una palabra que resumiera mis sentimientos hacia ella, en una celebración tan especial como sus 90 cumpledías, siguiendo de cerca a Mario Benedetti en su interpretación del tiempo que lleva dentro cada persona en Como siempre, sería una que expresa lo que le debía desde que nos encontramos en este largo caminar de la vida: “gratitud”. Habían pasado cincuenta años desde que me invitó a compartir docencia en la Escuela en la que forjamos una amistad que es como la cuerda de tres hilos, que difícilmente se puede romper. Continué diciéndole que la amistad es algo que aprendí precisamente de una persona de asamblea, el Eclesiastés, al que sé que conocía bien, porque teniendo la oportunidad ambos de experimentar algo tan preciado como el tiempo, sabíamos que al final lo que nos queda ante las preguntas de la vida sobre el presente y el futuro imperfectos, es el silencio que nos acompaña en la amistad, porque me consta que hemos aprendido que siempre es mejor caminar por la vida juntos que uno solo: si uno cae, siempre tendrá cerca alguien que lo levante. Por eso le di las gracias ante nuestro recorrido por la vida, por su amistad, porque los dos sabíamos que no había sido fácil llegar hasta este encuentro tan especial.
Siguiendo a Benedetti en su homenaje a los días que cumplimos a diario, le dije que sabía que al alcanzar los noventa años no se le notaban porque me constaba que entra a diario a averiguar la alegría del mundo, cuando intentan vencer aquellos que no aman la vida, “volando ella gaviotamente sobre las fobias, desarbolando los nudosos rencores”. También, porque sabía que había alcanzado una buena edad para cambiar estatutos y horóscopos, dejando que su manantial mane amor sin miseria. En definitiva, le debía gratitud también por ser como es, con su conciencia del Norte desde el Sur, que nunca ha abandonado y que a mí me enseñó a amarlo a través de lugares muy queridos para ella.
También le dije que al estar en Huelva, en ese encuentro, un lugar del que siempre quiero acordarme, quería tener muy presente a Juan Ramón Jiménez, tan próximo, el poeta con el que compartí su casa de juventud en Moguer durante algún tiempo, preparando las clases que impartía en su querida Escuela, porque escribió unas palabras hace más de cien años que rescataba en ese momento en la celebración de su cumplevidas, concretamente en una bella introducción a su querido diario como poeta recién casado, recogidas del sánscrito -¡ay, la influencia de Zenobia Camprubí!-, una mujer extraordinaria, porque resumen perfectamente la atención que debemos prestar a cada día, espacio y tiempo en el que se desarrolla la vida personal e intransferible de cada uno: ¡Cuida bien de este día! Este día es la vida, la esencia misma de la vida. En su leve transcurso se encierran todas las realidades y todas las variedades de tu existencia: el goce de crecer, la gloria de la acción y el esplendor de la hermosura. El día de ayer no es sino sueño y el de mañana es sólo una visión. Pero un hoy bien empleado hace de cada ayer un sueño de felicidad y de cada mañana una visión de esperanza. ¡Cuida bien, pues, este día!
Al finalizar mis palabras, volví a agradecerle que hace casi cincuenta años me acogiera en su vida como amigo del alma. Por ello, le expresé gratitud plena. Es verdad que esa noche, junto a ella, ese encuentro era una vida, la esencia misma de la vida, un sueño de felicidad al compartirlo con ella, especialmente, y con cuantas personas estaban allí, porque todos sabíamos que la queríamos y ella a nosotros. Le dije también que con ese espíritu y gracias a su vida ejemplar sabíamos que mañana, el día siguiente y frecuentando el futuro, tendríamos una visión especial de esperanza. Le prometí que cuidaríamos bien ese momento de gratitud que podía ser también mañana. Gratitud para ella, para todos los que estaban allí y para los ausentes que han formado parte de esta extensa amistad compartida y que, de alguna forma, estaban también allí. Le dije, por último, que se llevara el mejor beso y abrazo envueltos en amistad y amor. Le di un beso en la mejilla izquierda, en silencio.
Cuando iniciamos la despedida al finalizar el encuentro, junto a la puerta de aquella casa de ángeles, recogí del suelo una magnolia blanca, que confundí en un principio con una rosa, que me recordó una escena de Lo que el viento se llevó, porque todos los días no tenemos cerca la luz de la luna ni el aroma de las magnolias para seguir creciendo. Tomé conciencia otra vez de la pregunta de María Teresa aquella noche, que me conmovió tanto: tú, ¿cómo te llamas? La vida se había llevado mi nombre casi sin darnos cuenta, aunque me quedaba el aroma de aquella flor simbólica para frecuentar el futuro, para seguir viviendo.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
Debe estar conectado para enviar un comentario.