
Sevilla, 25/VI/2022
Cuando estamos asistiendo a guerras de todo tipo a pesar de que se camuflan con eufemismos imposibles de cosmética guerrera, como está ocurriendo en Ucrania, el cine sale en ayuda de la sociedad civil con películas como la que se ha estrenado esta semana en Filmin, Guerra sin nombre, una película del género documental, de Bertrand Tavernier y Patrick Rotman sobre el trauma de la guerra de Argelia, que cumple ahora 30 años desde que se rodó y presentó en sociedad. Lo he conocido a través de un artículo excelente en el diario El País, “Guerra sin nombre, el documental de Tavernier para saber más de Argelia”, dedicado a este acontecimiento desde el más digno respeto a la memoria histórica de esta guerra, con nombre, que tanto aprecio. Para nosotros, una lección, visto lo visto con lo que ocurrió en la guerra civil española de 1936 y sus consecuencias, en una dura batalla hasta hoy mismo por recuperar la memoria histórica que suele taparse a diario recurriendo a la Transición, en silencios cómplices impresentables.
Tavernier, una vez más, tal y como lo he ido incorporando a la quintaesencia de este cuaderno digital, hace de su cine un auténtico alegato continuo en defensa de los valores éticos y humanos en la sociedad, para que nunca se olviden. En esta película, busca la reparación histórica de Francia ante una guerra con nombre, a pesar de los esfuerzos institucionales para que no se la llame así, porque es “Un monumento antibelicista de primer orden porque sus testigos directos revelan que de la guerra, con sus aventuras, sus misiones, su compañerismo y sus uniformes, solo se sale con los pies por delante o con secuelas irreparables. Según el informe del veterano historiador Benjamin Stora, presentado a Emmanuel Macron en enero de 2021, hubo en torno a medio millón de muertos. Tras 130 años de dominio francés, la guerra de Argelia dejó heridas que aún siguen abiertas”, a pesar de que a muchos no les preocupe cerrarlas nunca, utilizando siempre artificios lingüísticos para no llamar nunca las cosas por su nombre, como maniobra perfecta de la mediocracia en pleno apogeo en el mundo, en Europa, Francia y España, sin ir más lejos.
La película de Tavernier es aparentemente larga, cuatro horas, aunque el tiempo no agota nunca tanto dolor contenido y revelado en planos extraordinarios que cumplen la misión de trasladar exactamente lo que pensaban de ella sus auténticos protagonistas, los reclutas, jóvenes franceses que junto a otras participantes, hasta alcanzar un número aproximado de tres millones de combatientes, lucharon hacia ninguna parte durante los ocho años de la guerra. El entrevistador, Patrick Rotman, pregunta y los jóvenes responden, así como determinados mandos ante sucesos que no tienen justificación alguna, mientras Tavernier hace el resto dejándonos hace treinta años un testimonio transcendental para la posteridad. Lo más importante es, como se afirma en el artículo citado, es que “La película se propone no juzgar y lo consigue dando voz al último eslabón de la cadena de siempre. Aquí no hay espacio para altos funcionarios, políticos o historiadores. Los únicos testimonios que importan son los de quienes estuvieron en primera línea del frente”.
Bertrand Tavernier nos enseñó a lo largo de su carrera cinematográfica algo muy importante, en cada día comienza todo, tal y como lo expresé en un artículo el año pasado, un día después de su fallecimiento. Ahora, con el estreno en España de Guerra sin nombre, podemos volver a experimentar lo que ha expresado varias veces en estas páginas sobre el director francés y su cine de compromiso social activo y militante: “El cine de calidad nunca es inocente, porque es la interpretación de una realidad más próxima de lo que parece. Cuando vemos una película contenemos la respiración. Todos nos enfrentamos a este momento en un cuerpo a cuerpo. Cuando encontramos las mejores historias, un gran corazón late, se alarma, va más despacio, sale de la sala cinematográfica con el deseo de seguir creyendo en un mundo diferente que todavía es posible. Todos los rostros miran en la misma dirección. Este impulso es el que aspiramos a que nos acompañe siempre, porque es el que nos permite descubrir y alimentar cualquier microhistoria saludable. ¿Saben por qué? Porque como decía el autor de la obra sobre la que está basada la película de Tavernier [el guion de Dominique Sampiero], aunque hoy comience todo, en verdad, todo se parece al amor digno que nos conmueve, es decir, que nos perturba, inquieta, altera, que nos provoca situaciones placenteras que consuelan a nuestra persona de secreto con fuerza y eficacia, afectando de lleno los sentimientos y emociones. Al fin y al cabo, porque aspiramos siempre a descubrir nuestra mejor historia”.
Las palabras finales sobre esta película en el diario El País, resumen perfectamente lo que he querido decir hoy a los cuatro vientos de la Noosfera, “Guerra sin nombre es una película fundamental dentro de la relación entre cine y memoria. Una investigación fascinante y la demostración de cómo el documental rompe los límites del periodismo en su búsqueda de la verdad. Cuando se estrenó, en febrero de 1992 en la Berlinale, el tabú y el silencio seguían instalados en la sociedad francesa. Su contribución fue decisiva para deshacer ese nudo y llamar a la guerra de Argelia por su nombre”. ¡Ojalá nos ocurra algo así en esta país para llamar a la Guerra Civil por su nombre! Lo he recordado especialmente al escribir en 2015 sobre otro director de cine, Patricio Guzmán, cuando el cine se convierte en el gran testigo de la memoria histórica y en nuestro país se siente todos los días la nostalgia de la dignidad por el trato que se da a nuestra memoria histórica de una guerra civil con nombre: “Dije en aquél artículo que había leído una crónica de la 65ª edición de la Berlinale, en el diario El País, en la que se recogía una declaración del director de cine chileno Patricio Guzmán, acerca de un documental realizado en 2010, Nostalgia de la luz, que había tenido un recorrido tortuoso para su exhibición en España y en su televisión pública: “Siempre he tenido el sueño de hacer un filme sobre la falta de memoria de España. En especial, sobre el pacto de silencio que Felipe González inventó con el Ejército. Es un escándalo lo que pasó. La falta de memoria de España le ha quitado energía para jugar un rol importante en Europa. Sigue siendo un país secundario, cuando por elementos históricos y culturales debería estar en primera línea de la UE. Pero no sé dónde encontrar el dinero para ese proyecto. Y las televisiones no emiten documentales. Nostalgia de la luz fue cofinanciada por TVE hace cinco años y aún no lo han emitido… ni lo van a hacer”. Aquellas palabras de Patricio Guzmán no me dejaron tranquilo en aquella ocasión. Además, en el contexto de esa Berlinale, había presentado un nuevo documental, El botón de nácar, que seguía completando el homenaje a la historia dolorosa y reciente de Chile, junto a Nostalgia de la luz, porque no quería ocultar lo que había pasado en su país. Tengo un tremendo respeto a la historia y por eso me duele como a él que ahora se quiera olvidar oficialmente la etapa dolorosa de la dictadura hasta que la Transición consolidó la democracia en España. De ahí la importancia del premio de anoche con su película final de la trilogía, La cordillera de los sueños”.
Tavernier me ha llevado siempre a sus películas navegando cerca de mi patera existencial que, a modo de islas desconocidas, me ha permitido desembarcar en ellas junto a mi alma de secreto. Hoy, con Guerra sin nombre ha ocurrido lo mismo. Por ello, mi gratitud plena por lo que representa en el cine mundial, porque directores y directoras como él se atreven a rodar las mejores películas de la vida a pesar de nuestro empeño de no querer llamar a determinados sucesos por su nombre. Tengo muy claro en mi ideario particular que las guerras siempre tienen nombres y apellidos, los de sus responsables. Nunca hay que olvidarlo y, menos, borrarlo de nuestra memoria histórica.
CLÁUSULA ÉTICA DE DIVULGACIÓN: José Antonio Cobeña Fernández no trabaja en la actualidad para empresas u organizaciones religiosas, políticas, gubernamentales o no gubernamentales, que puedan beneficiarse de este artículo; no las asesora, no posee acciones en ellas ni recibe financiación o prebenda alguna de ellas. Tampoco declara otras vinculaciones relevantes aparte de su situación actual de persona jubilada.
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